José Genaro Kingo Nonaka, un inmigrante japonés, logró recuperar el cuerpo del general Rodolfo Fierro, el brazo ejecutor del general Francisco Villa, quien perdió su última batalla en forma irónica, ahogado con todo y caballo en las aguas de una laguna en Nuevo Casas Grandes, Chihuahua
Juan de Dios Olivas / Especial para La Verdad
Como en su niñez cuando buceaba en busca de perlas en las aguas de su tierra natal, la prefectura de Fukuoka en Japón, aquel pescador nipón se sumergió durante dos días en la laguna de Guzmán, uno de los dos cuerpos de agua ubicados en Nuevo Casas Grandes, creados en forma artificial hacia 1865, por la comunidad mormona para distribuir el agua del río Casas Grandes.
En esa ocasión, y a miles de kilómetros del lugar donde nació, aquel hombre no buscaba perlas, sino el cadáver del general Rodolfo Fierro, el brazo ejecutor del general Francisco Villa y uno de los hombres más temidos durante la guerra, que perdió su última batalla en forma irónica, ahogado con todo y caballo en las aguas de la laguna que en su memoria hoy lleva su nombre.
Se trataba de José Genaro Kingo Nonaka, un inmigrante japonés que nació en la prefectura de Fukuoka, Japón, un 2 de diciembre de 1889 y que llegó a México en 1906, a la edad de 16 años, a trabajar en los cultivos de café en Chiapas.
Por las malas condiciones laborales que tenía en las cafetaleras se dirige a Ciudad Juárez, donde aprende enfermería, profesión por la que fue reclutado por el bando maderista en la Revolución Mexicana y después por el general Francisco Villa para brindar servicios de sanidad a la División del Norte.
En su paso por la Revolución se ganó el grado militar de capitán por la atención a los heridos, entre los que se encontraba el propio Francisco I. Madero y al terminó de la guerra se fue a radicar a Tijuana, Baja California, donde ejerce el oficio de fotógrafo. Décadas después, durante la Segunda Guerra mundial, es concentrado por el gobierno en la Ciudad de México donde se quedó a radicar.
Por aquellos días de octubre de 1915, mientras laboraba en el hospital en Ciudad Juárez, Kingo Nonaka recibe una llamada por teléfono de su compadre, Ricardo Nakamura, desde Nuevo Casas Grandes –una comunidad que se formó en torno a la estación del tren y que años después es constituida como Municipio –, quien le pide trasladarse hasta allá, señala una de las anécdotas documentadas por su hijo, Genaro Nonaka en el libro “Kingo Nonaka, Andanzas Revolucionarias”.
Kingo Nonaka pide permiso y acude a la estación de trenes para viajar a Nuevo Casas Grandes, donde era esperado por soldados villistas a quienes pregunta cuál era el motivo por el que había sido llamado.
“Te llamé, capitán, por sugerencias del general Villa. El general Fierro se mató hace dos días”, le responde el general Manuel González.
¿Cómo?, pregunta Kingo.
“Se ahogó en la laguna Guzmán y no podemos sacarlo; y el cuñado de general Fierro, ofrece dos mil pesos al que saque el cuerpo del general”, refiere González.
El tesoro de Fierro
Fierro quien tomó las armas para combatir la rebelión de Pascual de Orozco entre 1912 y 1913 en contra del usurpador Victoriano Huerta, se volvería celebre por su lealtad al “Centauro del Norte” y su valentía en combate, así como por los cientos de asesinatos a sangre fría que cometió, lo mismo en combate que fuera de éste. Por su inclinación a la sangre fue llamado “el carnicero”.
Fue garrotero, luego ferrocarrilero hasta septiembre de 1913, cuando se une a las fuerzas villistas y por sus acciones en combate Villa lo asciende a general y como tal participa en las batallas cumbres de la División del Norte del Ejército Constitucionalista.
El 13 de octubre de 1915, el general Rodolfo Fierro vería su final en el fondo de la laguna de Guzmán.
“Prohibido pasar. Peligro”, señalaba un letrero escrito como advertencia y que fue leído por el capitán que aquel día guiaba la columna comandada por el “Carnicero”.
—¡Que peligro ni que la…!
Tras rechazar la advertencia, Fierro cruzó por un punto donde cae el agua del canal que llega a la laguna de Guzmán, cuyo piso estaba dañado desde días atrás por las lluvias fuertes que lo dejaron flojo y falso, lo que ocasionó que aquel jinete y cabalgadura resbalaran y se hundieran hasta el fondo del agua.
Por la parte media del canal cruzaban a pie los leñadores arriando burros con cargas de leña o jalando carretones y también el general Fierro había cruzado varias veces sin ningún problema, pero las lluvias de días atrás cambiaron las condiciones y lo volvieron peligroso.
En el punto donde fue localizado el general Fierro pasaba el agua sobrante que venía de la otra laguna, de nombre Santa María, a través de un canal aproximadamente de cuatro metros de ancho cuya corriente formaba un remolino que por su fuerza hacía más difícil el rescate, refiere quien lo rescata en el libro Kingo Nonaka, Andanzas Revolucionarias.
Fierro se encontraba con los ojos abiertos con una pierna aplastada por el caballo el que no pudo salir porque sus cascos con las herraduras resbalaban con una formación de piedra que se encontraba en el lugar que desviaba el agua. Su cuerpo fue amarrado de la cintura con una soga de 50 metros y jalado con un caballo a la superficie lentamente.
Algunos curiosos, que llegaron a centenares, señalaban que, por lo pesado del cuerpo corpulento, más su ropa, botas, pistola, carrillera y dinero en monedas de oro, que portaba dentro de una víbora de cuero fajada en la cintura, no logró salir a flote y terminó ahogado.
Así vería el final uno de los hombres más temidos de la Revolución Mexicana y nacerían también leyendas sobre él, como la que señala que el tesoro en oro que cargaba quedo en el fondo. Sin embargo, Kingo refiere que al momento del rescate y faltando poco para llegar a la orilla, el cuñado del general corrió a alcanzarlo y ordenó parar momentáneamente para despojarlo de cuatro anillos de oro con diamantes que portaba, pulseras, un reloj y dos víboras de cuero llenas de algo.
Posteriormente aquel hombre salió de la laguna, se montó en su caballo y se fue sin siquiera pagar los 2 mil pesos que ofreció a quien sacara el cadáver, lo que obliga a Kingo a pedir prestado para regresar a Ciudad Juárez.
Kingo atiende una herida a Madero en Casas Grandes
Años atrás cuando llego a Ciudad Juárez, caminando por las vías del tren desde Chiapas, Kingo, de tan sólo 16 años, dormía en la banca de una plaza. Ahí fue localizado y adoptado por una mujer de nombre Bibiana Cardón, que laboraba en el Hospital Civil y quien le dio educación, le enseñó el español y lo bautizó con el nombre cristiano de José Genaro.
Su baja estatura y grado de desnutrición motivaron a aquella mujer de profesión enfermera a adoptarlo y llevarlo al hospital donde ella laboraba y donde lo dejaba en el patio; él, para no aburrirse comenzó a barrer y limpiar hasta que fue ocupado como conserje, y por su buena disposición se le enseña enfermería y obtiene la licencia para ejercer esa profesión.
El 6 de marzo de 1911 se encontraba de vacaciones en Casas Grandes visitando a su compadre Ricardo Nakamura y al momento de tomar té japones, en la casa de este último, que se ubicaba frente a la entrada de la plaza, comenzaron a escuchar el ruido que producen las balas y granadas, así como el tableteo de las ametralladoras.
En el libro Kingo Nonaka, Andanzas Revolucionarias, se narra que, tras el incidente, la puerta de la casa fue tocada con mucha insistencia y al asomarse por la ventana vio hombres vestidos con sombrero tejano, que al abrirles la puerta pidieron alcohol o petróleo para un herido que llevaban con la mano sangrando, a quien ofreció curar.
“No necesitas decírmelo dos veces”, le respondió aquel hombre de traje, barba y piocha, que días después en la colonia Juárez, donde se encontraban acantonados los rebeldes, supo que era Francisco I. Madero, el líder de la revolución de 1910.
Al terminar las curaciones, el herido intentó pagar con 10 dólares que Kingo rechazó, argumentando que no cobraba por sus servicios, pero como respuesta fue forzado a tomar el dinero con amabilidad.
“Tome el dinero, y, además, usted, doctor, se viene con nosotros, y será nuestro doctor, así es que póngase su saco y su sombrero, y vámonos”.
Nonaka se convirtió en el “médico militar” del ejército revolucionario y abrió la relación con el personal de la Legación japonesa en México, que en 1913 salvó a la familia de Madero de ser asesinados como pasó con él.
En la Revolución participó en 14 operaciones de combate, dos con Madero y 12 en la División del Norte, que dirigía Francisco Villa, con el grado de capitán en el Batallón de Sanidad del ejercito villista.
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FUENTE: Kingo Nonaka, Andanzas Revolucionarias, Genaro Nonaka García (compilador); Ernesto Gámez, “La Bestia Hermosa”.