En esta línea de tiempo ha habido guerrilla, desplazamiento forzado interno, homicidios, desapariciones forzadas, en uno de los estados más armados y militarizados a nivel nacional. Una constante: no hay mejoría en las condiciones de vida de la más de 150 mil familias que desde su auge en los años 80 siembran amapola, el único cultivo que, aún con la pandemia, es rentable. La Sedena mantiene su estrategia de erradicación de ilícitos
Texto: Vania Pigeonutt / Pie de Página
Fotos: Lenin Mosso
2021, última generación, el ocaso del opio
LEONARDO BRAVO, GUERRERO.-A sus 14 años Ignacio fue sorprendido en su parcela de amapolas por el Ejército. Corrió, corrió, logró escaparse. Desde esa experiencia supo que no se dedicaría al cultivo con el que creció. Para él las amapolas rojas, moradas y blancas formaron parte del paisaje de su infancia además de los grandes cerros y árboles maderables y frutales, en una comunidad de Leonardo Bravo, Sierra Madre del Sur. Hoy emprende un negocio de café de altura.
«Esa mañana iba con mis amigos. Todos los días para cuidar la planta nos íbamos desde las 5 de la mañana, casi cuatro meses. Eran dos horas de camino hasta llegar a la parcela. Me fui por la barranca, estaba oscuro y llegué al plantío. Cambié los rehiletes, me regresé y no aclaraba. Ya estaba floreada la amapola, que llegan los guachos del otro lado de donde estaba y cortaron todo nuestro trabajo de cuatro meses. ¡No manches, bien bien triste!”, cuenta.
Eso fue en el 2011, al año siguiente comenzó a estudiar. Cada vez eran más frecuentes los rumores de que habían llegado más guachos, como le dicen a los soldados en la Sierra y entendió que el cultivo ilícito que había sido sustento en los últimos 40 años, se perfilaba más como una actividad inestable, poco rentable por los riesgos que conllevaba: ser detenido o perder la inversión que Ignacio, recuerda, no fue de menos de 25 mil pesos.
“Ahí fue cuando se murieron las esperanzas de que tuviéramos ingresos de la amapola, así como mi papá, mi abuelito o mis tíos. Dije no, esto no es para mí y me fui a estudiar a Zumpango (Eduardo Neri, municipio contiguo). Primero la prepa y ya de ahí empecé a irme a Chilpo (Chilpancingo), hasta terminar la carrera de Ingeniería en gestión empresarial, que yo me pagué”, platica.
Guerrero ha sembrado amapola en las últimas cuatro generaciones, dos menos que en estados como Sinaloa, Durango y Chihuahua, conocidos como el Triángulo dorado. Es el que lidera la producción de opio a nivel nacional. A finales de los setenta, inicios de los 80, el cultivo comenzó en los municipios serranos que abarcan el Filo Mayor, como se conoce a 14 de los 81 que componen el estado. Ignacio es de esa última generación que logró estudiar.
De las más de mil 280 comunidades que el gobierno de Guerrero admitió que sembraban amapola a finales de 2015, las que estaban en Coyuca de Catalán, Heliodoro Castillo y Leonardo Bravo fueron las primeras en pintarse de rojo, el color emblemático de la adormidera, desde finales de los 70. En estos cuarenta años en al menos 23 municipios se siembra amapola.
En la década de los 90, finales de los años 80, siguió la Montaña, zona indígena del estado donde de sus 19 municipios, sumó al menos nueve a la amapola. En esta región de huipiles Na´Savi (mixtecos) y peticiones de lluvias, la historia de la amapola se conecta con la migración: desde hace más de cincuenta años la gente de pueblos originarios es la mano de obra barata de la agroindustria del norte.
Es la zona que tiene más altos niveles de pobreza y marginación. Hasta 2015, según la Medición de la Pobreza Municipal del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), uno de los municipios amapoleros, Cochoapa El Grande, era uno de los más pobres en México: 87.7 por ciento de su población vivía en pobreza extrema.
Ignacio de 24 años es la última generación de la amapola, previo a la caída del precio de la goma de opio en 2017, él y muchos en la Sierra, desistieron del cultivo. Aunque es el único de su generación que logró obtener un título universitario.
Crescencio es otro cultivador, está desplazado y pide refugio en Estados Unidos por la violencia en su zona, él vivió un éxodo de comunidades que tuvieron que huir en 2018 ante la presencia de civiles armados; campesinos de comunidades del Filo Mayor de los 80 cuentan cómo hombres güeros con acento norteño llegaron a enseñarles los secretos del cultivo. Mientras que en la Montaña, el continuum de la precariedad mantiene vigente la amapola.
***
Maná: el manjar milagroso que representa la amapola
Las deudas del opio, una iniciativa multidisciplinaria que encabeza la organización Noria research, que cofundó el investigador Romain Le Cour Grandmaison, coordinador del Proyecto Amapola, parte de la definición de la amapola como “adormidera social” por su funcionalidad en términos de economía política.
Durante 15 meses el equipo multidisciplinario conformado por académicos, periodistas, organizaciones y fotógrafos exploró el cultivo de amapola como una ventana para entender realidades complejas. En su informe entre maná e incertidumbre. La amapola como adormidera social en Guerrero, Le Cour problematiza por qué este cultivo ilícito aumentó ante la desatención estatal.
“La amapola es una forma de subsidio extraño que permite que zonas rurales marginadas sobrevivan, mientras el Estado se desatiende de sus funciones sociales, educativas o desarrollistas. Lo que tiene de fundamental la ‘adormidera social’ es que no solamente mantiene económicamente a las regiones, sino que alimenta la desatención pública, tanto gubernamental como de la sociedad en general”.
En su investigación de campo en Guerrero, documentó tanto en la Montaña como en la Sierra, cómo desde los años ochenta y hasta la crisis económica del mercado del opio entre 2017 y 2018 los precios más bajos fluctuaron de entre 8 mil y 9 mil pesos el kilo. El precio de la goma llegó a estar en los años 90, hasta en 33 mil pesos. Ninguna otra cadena agrícola deja las ganancias de la amapola.
“La rentabilidad de la actividad yace simultáneamente en la demanda– en este caso el consumo estadounidense y canadiense– y en la ilegalidad del producto. La remuneración es elevada por los riesgos y los pagos indispensables al transporte de la sustancia hacia los mercados del norte. Desde las manos de los campesinos, cada vez que el producto pasa por un intermediario, su precio se multiplica”, explica.
El costo de la goma convertida en heroína se incrementa exponencialmente cuando cruza por carreteras federales, retenes del ejército, fronteras nacionales e internacionales hasta llegar a las calles de Chicago o Nueva York, donde el precio explota.
***
2018, éxodo y caída de la goma de opio: tercera generación
El 11 de noviembre del 2018, Crescencio Pacheco González salió de su comunidad Campo de Aviación, Leonardo Bravo, a sólo dos horas y media de Chilpancingo, huyendo de civiles armados que se apoderaron de su casa. Él pertenece a la tercera generación de cultivadores que conoce las tres temporadas que pueden darse de amapola en un año, desde la semilla a la flor.
Junto a su familia solicita refugio humanitario en Estados Unidos. Crescencio, Chencho para sus amigos, tiene 39 años, a su edad fue comisario de su comunidad, coordinador de una policía ciudadana y activista a favor de la legalización de la amapola.
Esta promesa que impulsó el gobernador Héctor Astudillo en 2015, jamás prosperó y el priista terminará este año su gobierno sin bajar los fenómenos delictivos y sin mejoras sociales palpables. Tan sólo en 2017, la Secretaría de Gobernación registró en Guerrero 2 mil 522 homicidios dolosos, el tercer lugar en número de casos a nivel nacional.
Astudillo cierra su gobierno con doble alerta de violencia de género, creció le fenómeno feminicida en su periodo y Guerrero registra al menos ocho homicidios al día, es una de las entidades con más muertos en la vía pública.
Habían pasado cuatro años de la tragedia que puso a Guerrero en el foco mundial: la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa en Iguala, cuando ocurrió el éxodo en la Sierra, casi 2 mil personas–incluido Chencho y familia– abandonaron sus casas ante el aumento de balaceras y la división territorial de supuestos criminales que controlaban la zona.
En ese año la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH) informó que tan sólo de entre 2006 y 2017, la violencia en México empujó a 329 mil 917 personas a vivir fuera de sus comunidades. Guerrero encabezaba el listado de estados con mayor número de desplazados.
“Yo recuerdo que un tío llevó una estampa de un santo a un árbol grueso y grandote y abajo tenía una parte hueca. Mi tío le rascó al pie del árbol, le limpió bien esa cuevita y puso la estampa, una veladora y cada que se terminaba la veladora le ponía otra y pidiéndole a dios que ese trabajo le bendijera, que no la trozara (la amapola) el gobierno, que no la fumigaran, porque dependía de eso un sustento”, reflexiona de su infancia Chencho.
Durante décadas tuvieron esa fe de santo en la amapola. Cuando se acabó la bonanza amapolera y pensaban en resolver los problemas de seguridad en la Sierra, creyeron que Andrés Manuel López Obrador sería la solución.
Chencho le organizó decenas de foros regionales en las comunidades de la microregión Sierra. “No sólo pedíamos la legalización de la amapola en Guerrero, sino en ocho estados más, Sinaloa, Durango, Oaxaca, Chihuahua, parte de Chiapas y Michoacán”.
La legalización de la amapola para fines medicinales que promovía Crescencio y otros comisarios de la Sierra, era parte del desarrollo que se quedó esperando en Campo de Aviación. Su petición era integral: una propuesta basada en cinco ejes. El principal, la seguridad, salud, educación y proyectos productivos.
“Dentro de los proyectos viables que deben de entrar dentro de la reforestación del millón de árboles–lo que después sería Sembrando Vida, plantas frutícolas y forestales como aguacate, durazno, pera, manzana, tejocote: todo lo que la sierra es capaz de producir”, decía Chencho a finales del 2017.
Pensaron en invernaderos, flores de lilí, rosas, geranios, orquídeas y granjas porcícolas. Crescencio soñaba con una casa llena de animales de patio y una vida tranquila, con servicios, maestros y doctores. “Es doloroso todo lo que uno va dejando atrás, pero acá trato de trabajar día con día en la construcción, apoyar a mi familia y estar en contacto con los que se quedaron allá en la Sierra que siguen igual o peor”.
Chencho vive otra realidad ahora. Desde hace casi tres años está en Estados Unidos a la espera de formalizar su condición de refugio. Vía telefónica cuenta cómo ha tenido que narrar las condiciones de vida de su comunidad en ese país, para poder acceder al documento que en la era de Donald Trump, le parecía imposible obtener por su odio a los mexicanos.
***
1980, Coyuca de Catalán y San Miguel Totolapan: ¿Cómo llegaron lo güeros?
Esta es una narración coral de las voces de campesinos que cultivaron amapola en esta microrregión denominada Sierra y que abarca tres de las siete regiones del estado, zona Centro, Tierra Caliente y Costa Grande, pero que por cuestiones políticas no ha logrado consolidarse como la octava región, aunque es la más zona agrícola más productiva de Guerrero.
Durante los últimos 15 meses las voces coinciden en que no hay tecnificación en el campo. De las 23 cadenas productivas en Guerrero, incluido el mango–Guerrero es el principal productor de mango en el país–con una población rural de arriba del 42%, la única que les ha dejado para vivir, comprarse camionetas, hacer fiestas de quinceaños para sus hijas es la amapola.
Los campesinos cuentan en diferentes charlas que “se vino a hablar de la sierra a finales de los 80 con la guerrilla, pero ya las comunidades estaban. Tenemos pueblos que tengan arriba de 200 años. La semilla llegó a Coyuca de Catalán que se encuentra a más de 2 mil kilómetros de la de Atoyac, donde fue la guerrilla de Lucio Cabañas”.
Los que llegaron eran de Sinaloa dijeron a la gente: “traemos esta semilla. Yo recuerdo como una vieja película: hombres altos, güeros, de ojo claro, muy bien vestidos, en acento norteño que lo logré identificar muchos años después, decían, somos de Sinaloa, de Durango, de no sé dónde, de Chihuahua”.
Los norteños se encargaron de enseñarle a la gente a cultivar la amapola.
“La tiras y en el momento que empiece dos centímetros te va a empezar a preocupar porque no tenga maleza que le compita, vas a hacer que permanezca lo más limpio posible de todo tipo de vegetación que pueda salir de la tierra, las demás las tienes que ir arrancando sin que lastime la raíz”.
Otro campesino comparte que “no había agroquímicos, era orgánica, viene todo el proceso y claro que de lo que puedas cultivar de aquí, cuando ya estañen floreando, en un par de meses, tres meses vengo que te quede claro este es un delito, si te agarra el Ejército tú sabrás, ya sabíamos».
La cosa estaba así: los del norte decían te capacito y aquí está. “¿Cuánto quieres, un litro, no era ni siquiera por kilo, eran litros, y uno de chamaco al final del día sabías quien se quedaba en el pueblo con esa capacitación, dos o tres fulanos cercanos del fulano que estaban contactando decían: pues vamos a echarle chingadazos, no, vamos sembrando, vamos viendo. Luego, cuando ya esté el bulbo maduro vengo y te doy la capacitación de rayar, luego de juntar, con las latitas, luego te voy a dar en un periodo de tres, cuatro meses hasta la recolección de la semilla y te voy a enseñar cómo se pesa”.
Los cultivadores tienen sus propias mediciones. Las recuerdan como juego de niños, porque al final, rayar amapola no es una tarea de hombres sino de niños, niñas, mujeres, debes ser delgado para no pisar las matas de amapola. “Cinco cabezas de cerillo, del carrillo el Clásico mexicano, lo que es la pólvora, ese es un gramo”.
Dicen que un tiro de pistola 22 debe pesaba los 10 y 12 gramos y de súper andaba entre los 18 gramos.
“Luego hacer el gancho para rayar, la aplicación de la navaja gillette, que eran las navajas sueltas para rasurarse o para sacarle punta la lápiz. Se dibujaba el gancho del tamaño del bulbo, una muestra de que ese gancho era buena para la raya, es que te tenías que cortar la yema del dedo sin que te sangrara, te marcaba”, relatan.
Había diferentes técnicas de cultivo. “Desde la recolección de la leche que estaba húmeda: tenías que esperar a que saliera el sol, lo que rayaras hoy lo juntabas mañana a mediodía y podías tener chance en la tarde de volver a rallar para hacer la cadena, de tal manera que por unas horas de mediodía tenía que ser rápido y que no cortara el bulbo completo, sino alrededor, porque si lo cortas completo lo matas”.
Cuentan que: “Claro que hubo un boom. A lo mejor no sería mucho, pero en cuatro meses tenías una camioneta, sino del año, no lo ibas a comprar con otra cosa, o hacías una mejora en tu casa o te hacías tu casa propia. Era un mecanismo de ir resolviendo necesidades, como eran tres cultivos al año, fácilmente en mi primer cultivo compro ropa, pago deudas, alimento, en el segundo me alcanza para mi camioneta, hago mi casa y pago a alguien”.
En la década de los 80, finales de los 90, la amapola trajo otros problemas en las comunidades que históricamente habían sembrado maíz, frijol, calabaza. Al mejorar sus condiciones económicas, la gente empezó a generarse otros conflictos, empezó a llegar a la sierra la cerveza, viejo verjel, don pedro y presidente, los brandys.
Comunidades como Lindavista, Huerta Vieja, El Ahuacate, San Nicolás del Oro, San Miguelito, Laguna Seca, Petlacala, Laguna de Huayanalco, San Bartolo, Coronilla, que actualmente enfrentan nuevos éxodos, ante el aumento de enfrentamientos en sus zonas, registraron producciones de amapolas, que según recuerdan los campesinos, fueron históricas.
Con la venta comenzaron las rutas de trasiego y varios otros problemas. “No sólo el alcoholismo encabronado, ya no cualquiera es tan pendejo, traigo el poder en la cintura con la pistola, no te me quedes viendo y si me gusta lo que traes te lo quito, generó el otro fenómeno de robo de muchachas”.
Otro fenómeno de viudas, los hombres morían por sembrar amapola: “cosechas tres veces al año y cosechas, sí, del primer cultivo el primer trimestre del año, eso implica que tienes que dejar todo, adiós maíz, adiós agricultura para estar concentrado y casi siempre el ejército te chinga la planta cuando haces la primer rayada, es como una especie de maldición”.
En esos años, donde una hectárea costaba 33 mil pesos, se mantuvo así en toda la década de finales de los 90 hasta inicios de los 2 mil, llegó a bajar hasta en 22 mil. En Guerrero se cultivaron cerca de 22 mil hectáreas, de acuerdo a los cultivadores.
Cálculos de siembra en la sierra
“Pensemos que son 26 mil hectáreas y una hectárea te puede dar un kilo, o te puede dar hasta tres kilos y en algunas zonas en eventualidad que te dan hasta el doble, estás hablando de seis o cinco kilos por hectárea, por cultivo, estamos hablando de ocho a 12 kilos de goma de opio”.
Bajo esta lógica, con un cálculo de 26 mil hectáreas y que sólo te dieran 250 gramos, una producción baja: 26 mil por .250, son 6 mil 500 kilogramos de goma base, y esta es la que te vale 33 mil pesos el kilo. Los campesinos saben que su goma puede tener hasta cinco procesos químicos más, cinco cortes, dicen ellos, y esto implica ganancias millonarias en Estados Unidos, más de “416 millones de dólares anualmente a la Sierra”.
En el informe La flor más roja del campo. ¿Cómo se integra la amapola en el panorama agrícola mexicano?, que forma la parte seis del Proyecto Amapola, Paul Frissard Martínez, puntualiza que en México no existe un registro sistemático del cultivo de amapola. Los cálculos que se conocen del cultivo, están basados a los reportes de erradicación del mismo que hace la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).
Son 59 municipios amapoleros en el país que identifica el estudio.
***
1986, el primer amapolero de la Montaña
Municipios como Malinaltepec, Metlatónoc, Zapotitlán Tlablas, Atlixtlac, Cochoapa El Grande, Tlacoapa, Atlamajalcingo del Monte y Acatepec, comparten otra actividad como opción accesible: la siembra de amapola para sobrevivir.
Abel Barrera Hernández, del Centro de Derechos Humanos de la Montaña, Tlachinollan, considera que “no hay política pública. No hay programas sociales para que dejen de migrar nuestros paisanos, para que dejen de sembrar amapola, es el problema es que están en la orfandad institucional”.
De los 19 municipios que tiene la Montaña, en Malinaltepec y Cochoapa El Grande, ambas zonas mixtecas, se registró el primer cultivo de amapola en la región. En una comunidad de Malinaltepec vive aún el primer amapolero que cuenta con tristeza que le habría gustado darles más cosas a sus hijos. Dos están muertos, tres en Estados Unidos.
Desde la casa del primer cultivador de Malinaltepec se ven lechugas, como les dicen a las amapolas color verde pistache que apenas si crecen del piso. Zapotitlán Tablas, Atlixtac, Tlacoapa, Acatepec, son municipios que aumentaron su migración jornalera este año.
Paulino Rodríguez, del área de migración de la organización, también comparte que este año, aunque algunos municipios aumentaron la siembra de la amapola ante la baja economía por la pandemia de covid–19, hubo un máximo de migración histórica hacia zonas agrícolas del norte: rebasaron los 15 mil jornaleros en busca de oportunidades. La amapola tampoco es opción.
En su informe: Narcotráfico y capitalismo rural en la sierra de Guerrero, la etnógrafa Irene Álvarez plantea que: “En México, el neoliberalismo se tradujo en una apertura comercial que reestructuró el régimen de propiedad sobre la tierra. Se otorgaron derechos de propiedad sobre territorios que antes no eran susceptibles de ser vendidos[2]”.
“Asimismo, en 1994 la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) favoreció la inversión extranjera para la producción agrícola, lo que incentivó el desarrollo de la agricultura comercial sobre la de subsistencia”.
Lo que dio paso a la agroindustria y menos apoyos a los campesinos de Guerrero y Oaxaca, que sirvieron como mano de obra barata.
Rigoberto Acosta, exsecretario de Desarrollo Rural (2014–2015), considera que Guerrero debe invertir más en su campo. En el maíz, coco, café, agave mezcal, limón mexicano, jamaica, melón, plátano, plantas ornamentales, aguacate, jitomate, mamey, guayaba, bovinos carne, abejas miel, porcinos, caprinos, tilapia, bagre, camarón, trucha.
El 42% de la población se encuentra en la zona rural y 58% en la urbana.
“Hay campañas del Ejército parea combate y la destrucción de estos plantíos de enervantes que hoy termina de cortar su terreno, y enseguida el campesino vuelve a poner sus rehiletes y regresa a cultivar, esa no es una solución, se destruye la planta, pero no se está erradicando el cultivo de la amapola en Guerrero”, opina.
Dice que el tema de la amapola no va a desaparecer de la noche a la mañana, en tanto el estado mexicano no les dé a esas familias cultivadoras de enervantes, una alternativa segura, confiable y que les resuelva los problemas de sostenibilidad de sus familias en las comunidades, “porque de la amapola tienen lo poco o mucho que puedan disfrutar en su comunidad: alimento, vestido, medicina, incluso educación”.
La familia del primer cultivador en Malinaltepec aún espera en su cocina de madera esos beneficios y desarrollo que los gobiernos se prometieron desde hace más de cuarenta años.
****
Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.
__________________________
HISTORIAS
________________________________