La mayor parte de las muertes no esperadas ocurridas fuera de los hospitales está entre personas de 45 a 64 años de edad; un tercio no tenía comorbilidades. Autoridades estudian las causas
Texto: Daniela Pastrana / Pie de Página
Ciudad de México- La mayor parte de los fallecimientos atribuibles a COVID-19 registrados con la herramienta del exceso de mortalidad son hombres, de 45 a 64 años. Un tercio de ellos no tenía una enfermedad previa identificada. Es posible, según los distintos análisis realizados por las autoridades mexicanas y la Organización Panamericana de Salud (OPS), que esas muertes estén asociadas a factores socioeconómicos e incluso ambientales, como la calidad del aire.
Eso es parte de lo que revela el análisis más reciente del exceso de mortalidad, publicado el fin de semana pasado en el portal coronavirus.gob.mx y presentado este martes 30 en la conferencia diaria de salud por Ruy López Ridaura, director del Centro Nacional de Programas Preventivos y Control de Enfermedades (Cenaprece). El análisis es realizado por un Grupo Interinstitucional que integran la propia OPS y varias instituciones mexicanas, como el Consejo y el Registro Nacional de Población, los institutos nacionales de Geografía y Estadística y de Salud Pública, el IMSS y la Secretaría de Salud federal, que de agosto de 2020 a la fecha ha generado 11 boletines estadísticos.
El “exceso de mortalidad” es una herramienta diseñada para tener un registro más preciso de la mortalidad de la pandemia. Fue presentada en julio pasado por Organización Mundial de la Salud y básicamente, mide cuanta gente ha muerto “de más” en comparación con los registros de los últimos cinco años.
La última actualización, presentada a finales de enero por López Ridaura, sumaba 274 mil 487 muertes “no esperadas” (por distintas causas) hasta el 12 de diciembre de 2020. Eso representaba un aumento de la mortalidad en el país de 40.4 por ciento con respecto a los años anteriores.
Ahora, ese porcentaje subió a 49 por ciento, básicamente porque las muertes de enero superaron cualquier pronóstico. De hecho, exceso de mortalidad en la tercera semana de enero de este año fue 164 por ciento mayor que en la tercera semana de enero de los años anteriores.
Las hipótesis
El exceso de mortalidad por todas las causas se define como el número de defunciones observadas menos el número de defunciones esperadas. Se mide aplicando el percentil 90 (un porcentaje en la curva de crecimiento de la mortalidad, a partir del crecimiento que hubo en los cinco años anteriores).
Aunque no es útil para determinar un número exacto de muertes, permite identificar patrones anormales en las tendencias, a partir de varias fuentes de información, entre ellas, el registro de muertes confirmadas por COVID-19 en el sistema hospitalario (SISVER), que es el número que se presenta todos los días en las conferencias de salud, y las actas de defunción que tiene el Registro Nacional de Población.
El boletín estadístico presentado este martes hace un corte en la sexta semana del año. El primer dato que destaca es el aumento del porcentaje de exceso de mortalidad, con respecto al presentado en enero, pues pasó de 40.4 a 49 por ciento.
En números globales, los datos muestran que de enero de 2020 al 15 de febrero de 2021 hubo 417 mil defunciones más de las 846 mil esperables. De esas muertes, 70 por ciento podrían ser atribuibles -aunque aún están en evaluación- a COVID, que se convirtió en la segunda causa de muertes en el país.
Pero el estudio, de 39 cuartillas, desglosa el exceso de mortalidad por semana epidemiológica, por entidades federativas, por género y grupos etarios. Eso permite tener un perfil más claro del impacto de la pandemia.
Un dato que destaca es que el mayor porcentaje de exceso de mortalidad, o de muertes no esperadas está en la población “adulto-joven”.
Cuestionado sobre esto, López Ridaura explicó que “era esperable” que ahí se encontraran los mayores incrementos porcentuales porque se trata de una enfermedad de un gran impacto, con una gran fuerza de contagio y en la medida en la que aumenta la edad es mayor el número de muertes esperadas. Pero además, es una población que tiene prevalencias muy altas de obesidad, diabetes e hipertensión, que son factores de riesgo muy asociados a las complicaciones.
“¿Cuáles son las hipótesis? ¿O cuáles son los posibles componentes que estén explicando este exceso? Es muy difícil ahorita ver el peso de cada uno de ellos. Tenemos que ver cuál fue el peso de un sistema hospitalario trabajando en unos momentos límites, porque tenía una gran ocupación hospitalaria y dedicación de COVID”, dijo López Ridaura.
Sin embargo, aventuró algunas pistas:
Un componente muy importante es que muchas personas con otras enfermedades dejaron de buscar atención. “Tal vez tenían un dolor de infarto, pero tenían miedo de acercarse a un sistema que estaba con un alto porcentaje de atención para COVID. Esto, alimentado con todo un componente fuerte de desinformación, hace que a las personas se les complique, ante un escenario de incertidumbre, saber qué hacer”.
Otro componente es el subregistro. La obesidad es un ejemplo, porque por lo general no se registra el peso y talla de los pacientes. Y uno más es que hay gente que tiene enfermedades que no están diagnosticadas. Es el caso, por ejemplo, de enfermedades pulmonares crónicas, donde pueden ser factores el tabaquismo o incluso la contaminación ambiental.
“Esto se ha visto no solamente en contaminación atmosférica, sino también en contaminación de aguas, de cuencas y justo hay algunos análisis también que han tratado de relacionar -al menos de relaciones geoespaciales más que causales a nivel individual- sitios altamente contaminados también con niveles mayores de mortalidad por COVID. Entonces, creo que esto es un área que todavía requiere explorarse, pero es una hipótesis muy fuerte pensar que hay factores ambientales ayudando a complicar la infección por el virus SARS-CoV-2”.
Sobre la inmunidad de las vacunas
El lunes 29, el subsecretario de protección de la Salud, Hugo López-Gatell se refirió al nivel de inmunización que generan las vacunas, y explicó que tienen distintos niveles que están en secuencia: el primer nivel es el que evita la infección (es decir, que el agente infeccioso no puede empezar a replicarse en el organismo protegido); el siguiente es que no cause síntomas; el que sigue es que no se desarrolle una enfermedad grave, y el cuarto es que no provoque la muerte.
“En el caso de las vacunas contra COVID, la mayoría de los ensayos clínicos fase 3 que se han realizado han contemplado varios de estos objetivos, y para cada uno de ellos se estima la eficacia, es decir, se calcula qué tan poderosas son para proteger contra la infección, contra enfermedad, contra enfermedad grave o contra la muerte. En algunas de estas vacunas tenemos información específica sobre cuál es su porcentaje de protección para cada una de estas situaciones”, explicó López-Gatell.
“De la información generada por los estudios clínicos se conoce mayormente protección contra enfermedad, la mayoría de estas vacunas están entre 60 y 96 por ciento de protección. Y la mayoría de las vacunas contra COVID están cercanas al 100 por ciento contra el riesgo de morir, lo cual es muy alentador, porque quiere decir que si usamos vacunas contra COVID estaremos disminuyendo de manera directa la probabilidad de morir, pero también la enfermedad grave”.
El subsecretario explicó que no hay aún información directa sobre la capacidad de estas vacunas de evitar que la persona vacunada transmita el virus. Sin embargo, “es muy probable que se logre demostrar que también tiene esta condición que se llama inmunidad esterilizante, que es la que confiere la protección a los demás”.
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Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.