A más de 250 kilómetros de la capital chihuahuense, lejos de los reflectores mediáticos y gubernamentales, una mujer rarámuri lucha por los derechos de las mujeres en un territorio confrontado constantemente por la adversidad, todo con tal de asegurar que miles de niñas y mujeres indígenas puedan construir una vida libre, plena y feliz.
Óscar Rosales y Raúl Fernando / Raíchali
Fotografías: Raúl Fernando
“Sigo siendo rarámuri porque aquí vivo, soy cien por ciento rarámuri, hablante rarámuri. El que yo empiece a pensar diferente, el que yo quiera defender los derechos de las mujeres no me hace ser diferente, yo sigo siendo rarámuri”.
Teresa Todos los Santos es originaria de San Ignacio de Arareco, un pequeño poblado en un valle rodeado de pinos y rocas que atraen a los turistas por sus curiosas formas, en el municipio de Bocoyna. Ahí vive junto con su familia, pero también trabaja en un local de artesanías en Creel, uno de los poblados de la Sierra Tarahumara que más atrae a los turistas.
La tienda es administrada desde hace veinte años sólo por mujeres rarámuri, sin intermediarios mestizos, por lo que es un orgullo para ella.
Desde muy joven comenzó a cuestionar la violencia que viven las mujeres en su comunidad, algunas prácticas y actitudes que ella consideraba normales por verlas en el día a día: matrimonios forzados, violencia intrafamiliar y una general falta de educación en materia de salud, algo contra lo que ahora no para de luchar.
“No vive uno esa vida que deberíamos de tener todas las mujeres, vivir felices, contentas, alegres, vivir sin miedo, porque pues uno vive siempre con miedo de que te van a hacer”, comentó Teresa, “cuando yo estaba más pequeña se me hacía todo normal, porque yo veía, pues bueno, mi cultura, ¿no?”.
Cuando cumplió dieciséis años, a finales de la década de 1980, tuvo la oportunidad de integrarse al grupo de promotoras de salud de su comunidad, donde aprendió sobre salud, nutrición y planificación familiar con otras mujeres rarámuri.
“Ahí empecé a conocer que yo tenía derechos, de cómo cuidarme yo, de cómo protegerme, yo como mujer, que podía ser libre, que yo podía decidir”, explicó.
“En aquellos tiempos nos decían que éramos las locas de la comunidad porque empezábamos como a abrir los ojos, pero que también, como ya éramos más libres, pues como no era permitido andar libre, de andar allá, aquí, decidiendo, pues eso era mal visto”, explicó. “Aunque en un principio era difícil, todavía hasta ahorita es difícil de platicar todo esto con la misma comunidad, porque así nos enseñaron”.
El primer gran reto a superar para Teresa fue en su propio hogar. Su madre estaba en una edad avanzada y había tenido ocho hijos, dos de ellos por cesárea, por lo que su vida podía correr peligro si se llegaba a embarazar de nuevo.
Como promotora de salud, ella aprendió que había una cirugía para que las mujeres ya no tuvieran más hijos.
“Ya éramos ocho hijos y yo dije ‘no, pues mi mamá se tiene que operar’. Desde ese momento yo empecé con mi familia, pero también fue como el cambio de la comunidad, porque todo esto ya se venía platicando a las demás mujeres de las comunidades”.
Hoy Teresa no se queda callada. Le resulta difícil ignorar la poca o casi nula aplicación de los derechos de las mujeres, el maltrato hacia ellas y los abusos perpetrados hacia las niñas y los niños de la sierra.
“Lo que está pasando con las mujeres, niñas y niños, ¿lo vamos a dejar a un lado?, ¿ahí que se quede olvidado y que nadie diga nada?, entonces no me parece justo”
Adoptó el eterno canto de lucha como un hábito. Reconoce que en cada situación hay algo nuevo que aprender para continuar con la defensa de las mujeres.
“Yo no nací con todo esto, pero voy aprendiendo cada día. Me gusta observar, de qué manera están atendiendo a las mujeres y si me molesta mucho cuando en un hospital, que no las revisan, que no las atienden, que ahí las dejan sentadas, eso me molesta mucho”, explicó.
La marea violeta en la Tarahumara
Si hay que movilizarse, Teresa no duda. Tan pronto se acercaba el ocho de marzo, Día Internacional de la Mujer, ella y otras integrantes del colectivo Ane’ma (en rarámuri: decir, avisar) Tejido Intercultural, planearon varias actividades. Hablaron en la radio sobre la importancia de ese día, realizaron charlas sobre la violencia en el noviazgo y tuvieron sesiones de autocuidado.
Al mismo tiempo, se convocó a una marcha pacífica en Creel donde, en un principio, ella y su hermana fueron las únicas mujeres rarámuri. El resto del contingente eran mestizas.
Pero una vez iniciada la marcha, poco a poco se fueron sumando.
“Ya cuando veníamos a la mitad de la marcha, fue una de mis compañeras y me dio mucho gusto porque se unió a la marcha. Y así, como íbamos avanzando, se iban uniendo más mujeres rarámuli”, compartió con alegría, mientras acariciaba una cachorrita blanca que se acurrucó sobre sus pies.
No obstante, como en todo proceso de cambio, hay resistencia. Hombres de las mismas comunidades de la sierra argumentan que el enfoque feminista que ha adoptado el discurso y el modo de vivir de Teresa no corresponde a la cosmovisión rarámuri.
“Un compañero empezó a decirnos que nosotras no tenemos que hacer esas cosas, que esos pensamientos son de las mujeres mestizas y que nosotras no debemos separarnos de la comunidad”, explicó la activista.
Pese a los detractores, ella deja en claro que hay mucho que cuestionar. Pone en tela de juicio la forma en que se ha abordado la defensa de la mujer rarámuri y sostiene que las leyes en el país deben defender a todas las mujeres por igual, sin importar su origen étnico.
“Se ha hablado mucho que estas leyes que nos protegen como mujeres son leyes de los mestizos, de los chabochi, y yo les digo ‘¿por qué?, acaso yo no soy ciudadana mexicana?’”.
Teresa rechaza la idea de que el maltrato forme parte de su cultura.
“Que yo no debo de dejar de hablar la lengua materna, mis hijos, mis nietos, que debemos seguir danzando, tener nuestras tradiciones, seguir comiendo la comida que sabemos preparar desde antes de mi mamá, que mi abuela nos enseñó. Todo eso son usos y costumbres. Pero no son usos y costumbres el que abusen de una niña, el que maltraten a una mujer, que sea golpeada, que una mujer te violente”.
Su labor también se ve desafiada en una zona que atraviesa dos grandes crisis desde hace mucho tiempo: la desnutrición y el crimen organizado. Aunado a eso, en 2020 llegó la pandemia por COVID-19, lo que incrementó los casos de violencia familiar por el aislamiento que tuvieron que pasar muchos en casa.
Según datos del Instituto Chihuahuense de las Mujeres, el número de atenciones prestadas por violencia en el estado durante el 2020 aumentó en más del cien por ciento, al pasar de un promedio de 10 mil casos a más de 21 mil.
“En las comunidades se han reportado muchos casos de violencia familiar. También se han reportado muchos casos de abuso sexual, que hemos estado atendiendo también y otros que no se registran”, detalló. “Hay lugares donde ya pasaron los hechos y después vienen a avisarme”.
Un sondeo realizado por el colectivo Ane’ma a 124 mujeres de Creel registró que 68 por ciento de las encuestadas han sido víctimas o conocen a una mujer víctima de violencia de género. De esa cifra, 53.2 por ciento de las víctimas fueron violentadas dentro de su propia casa, es decir, alrededor de 45 mujeres.
La activista también ha sido testigo de la discriminación que viven las mujeres rarámuri en las instituciones públicas, tanto en las clínicas como en la fiscalía, cuando se requiere levantar una denuncia, una realidad que se repite por todo el país en poblaciones indígenas.
“De repente yo sé que se tiene que levantar una denuncia por algún evento que sucedió. Que la maltrataron, la violentaron. Entonces, si no la están atendiendo en ese momento yo sí les digo ‘pues atiéndanla o me voy a quejar’. Y sí, de repente me dicen ‘ya no se ande quejando tanto’, entonces todo eso es discriminación”.
Según cifras de la Encuesta Nacional de Discriminación (ENADIS) del 2017, realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), al 51.2 por ciento de la población indigena en el país, mayor a doce años, le negaron atención médica o acceso a medicamentos, mientras que al 29.4 por ciento le negaron atención o servicios en oficinas de gobierno.
La madre de las niñas que no podrán tocar
El camino que han recorrido Teresa y las comunidades de la Sierra Tarahumara, en defensa de las mujeres, no ha sido fácil. Han aprendido a confrontar de manera legal aquellas situaciones que atentaron contra ellas.
En 2015, un profesor de la primaria Benito Juárez, del mismo San Ignacio de Arareco, fue acusado de abusar de once niñas rarámuri. Este caso sería un parteaguas para impulsar, aún más, las causas que defiende Teresa.
“Las niñas caminan, las dejamos aquí y se van solas a la escuela, y uno pensando ‘allá dentro van a estar seguras’, pero pues no es así”, expresó.
El coraje de Teresa se convirtió en energía; la energía en acción. Acompañó a las víctimas en el proceso e impartió más talleres y pláticas a las madres y niñas con la intención de concientizar y saber identificar situaciones de riesgo. Enseñó que la violencia no debía ser normalizada y que hay que denunciar los actos que las pongan en peligro.
“Yo trabajé bastante con esto. Fui a las reuniones con los padres de familia, con las maestras, maestros, supervisores. Aquí estuve, en todas las reuniones me di cuenta de cómo empezó todo esto, de cómo las mamás empiezan a denunciar; cómo los maestros había algunos que no querían meterse, involucrarse en esto”, explicó.
No fue hasta el 2019, tras un arduo proceso legal, que el profesor sería sentenciado con 88 años de prisión y un pago de 100 mil pesos por reparación del daño y una multa de más de 41 mil pesos.
“No es justo que esto siga pasando en las comunidades, ¿cómo que una persona, porque es hombre, piensa que debe seguir violentando a las mujeres, abusando de las niñas?”, cuestionó.
Pero para Teresa, la lucha no se detiene ahí. Desea seguir capacitándose para acompañar y defender a sus congéneres en todas las comunidades posibles de la sierra, como lo ha hecho también en los municipios de Batopilas y Urique.
Y es que así como los vientos recorren las profundas barrancas y las extensas montañas, el apoyo y la voz de Teresa buscan llegar a todas las comunidades indígenas posibles de la Tarahumara. Hacer saber que nada ni nadie puede estar por encima de la dignidad de las mujeres.
“Tenemos que hacer algo en las comunidades, informarles a las mujeres cuáles son sus derechos, pero también informarle a la comunidad que, si empujas, tocas, golpeas, abusas, eso es un delito y también informar cuantos años puedes ir a la cárcel, tienes que pagar”.
Comprensiva y valiente, Teresa se ha convertido en un faro de esperanza e inspiración. Funge como una madre protectora que sale a la defensa de sus niñas. Su motivación incrementa cuando hay más mujeres que se unen a la causa.
“Me preguntaban si hay otras mujeres que están en la lucha. Les digo que sí, que hay muchas mujeres que se han integrado a aprender los derechos. Yo siento que también con las que hemos trabajado traen esa visión. Como que dicen ‘cuando yo sea grande, voy a hacer esto, ayudar a las mujeres’, lo he escuchado en muchas niñas: ‘yo voy a ser como Tere’”, comparte con orgullo.
Su trayectoria es reconocida por las mismas mujeres de su comunidad, quienes la defienden ante los señalamientos. Su tranquilidad está respaldada por el cobijo de sus hermanas rarámuri.
“De repente no falta que a un agresor no le cayó lo que estamos haciendo y se acerca a decirme, ‘oye, ¿por qué estás haciendo esto?’ Llega la esposa y le dice ‘no la estés molestando, ¿no ves que ella apoya a las mujeres?’”.
El eco de su voz atraviesa fronteras. Los mensajes aplaudiendo su labor son prueba de esto. El reconocimiento llega desde otros municipios, estados e incluso desde otros países, lo que la llena de orgullo.
“Yo invito a las demás mujeres a ser parte de este equipo, porque si nosotras como mujeres no nos unimos, no vamos a terminar esto nunca. Vamos a vivir en lo mismo, que nos violenten. Nosotros damos vida, educamos. Ya es tiempo que eduquemos a nuestros hijos de manera diferente, que tenemos que respetarnos. Si tenemos hijos, que respeten a las niñas desde pequeñitos, que así se vayan educando”.
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Este trabajo fue publicado originalmente en Raíchali que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.