El desempleo hizo abandonar a la familia Moctezuma Rentería de su hogar en Guerrero para trabajar en los campos agrícolas de Jalisco, una de las entidades con más personas desaparecidas en México. En el nuevo destino, Jesús, el hijo mayor, fue desaparecido, y la familia, que tuvo que continuar con la ruta de los jornaleros migrantes, hace milagros para buscarlo, sin dinero, y a la distancia
Por Mónica Cerbón* / adondevanlosdesaparecidos.org
Fotos: Cortesía Yuriri Rentería
La alarma sonó a las seis de la mañana. Era martes 27 de octubre del 2020. La familia Moctezuma Rentería se preparaba para trabajar bajo el sol de los campos de cultivo de tomate en la comunidad El Tecuán, Jalisco, a más de 800 kilómetros de su hogar.
Los planes, cuenta Yuridia Rentería, eran viajar al día siguiente a Sinaloa para trabajar durante seis meses en otros campos agrícolas de tomate. Su hijo mayor, Jesús, de entonces 20 años, debía acudir a una cita médica antes del viaje, por lo que ese día no asistió al trabajo. Yuridia, su pareja y la mayor de sus hijas, pasaron parte del día cortando tomate y preparando la mudanza. En la familia hay otras tres hijas, dos de ellas adolescentes, y una nieta de tres años. Hacer maletas y cambiarse de casa se había convertido en una actividad habitual desde hacía cuatro años, cuando dejaron su hogar en Guerrero.
Desde que Jesús salió para atender su cita médica no se comunicó con su familia, pero ellas pensaron que era normal, solía alejarse. “Es callado, aislado”, dice su madre. Al paso de las horas y sin lograr contactarlo, Yuridia comenzó a preocuparse. Por la noche estaba desesperada, pronto dejarían Jalisco y de su hijo no había rastro.
Hacía dos meses que él se había independizado de la familia, pero vivía en un cuarto cercano. Su madre solía buscarlo para asegurarse de que comiera bien y de que no consumiera drogas, pues antes se había recuperado de la adicción al cristal, una droga barata que promete tener energía durante horas, inhibe el hambre y es muy adictiva.
“Corriendo me metí a su cuarto y miré que estaban todas sus pertenencias, hasta su cartera, pero vacía. Lo único que no estaba ahí eran sus tenis. Le estuve marque y marque, pero nunca me respondió las llamadas”, narra Yuridia. Preguntó a la rentera, a los vecinos, a la gente en los comercios si lo habían visto, pero nadie pudo ofrecerle información.
Esa noche, la familia de Jesús lo buscó por las calles semidesiertas de El Tecuán, algunas con la fortuna del pavimento y otras cuantas en espera, todas salpicadas de lotes baldíos y envueltas por el polvo del llano que las rodea. Esas calles muestran la estampa de las comunidades quedadas a mitad de camino: arbustos secos de los que penden bolsas plásticas.
A Jesús la gente de El Tecuán lo percibía como un muchacho tranquilo, no tenía amigos ni novia. Yuridia dice que rara vez platicaba, pero era accesible. No acudía a fiestas ni buscaba pleitos, aunque podía ser agresivo si le “echaban bronca”. La falta de recursos económicos en la familia ocasionó que estudiara sólo hasta quinto año de primaria. Le gustaba el campo y ordeñar. Lo que no le gustaba era cultivar tomate pero en eso trabajaba, le había prometido a su madre seguirla, no dejarla sola.
Yuridia lo llama con cariño “flaquito”. Pese a las dificultades económicas y familiares, ella ha luchado por mantener a su familia unida, se hace cargo de todos sus hijos, se reconoce a sí misma como padre y madre de ellos. Dice que cuando era niño, Jesús presenció algunos eventos violentos dentro de casa y eso le afectó. Se volvió solitario y callado, pero siempre lo tenía cerca.
El Tecuán es una comunidad rural del municipio de Encarnación de Díaz situado en los límites con Lagos de Moreno, en la región Altos Norte de Jalisco. Esta es una de las zonas con mayor número de personas desaparecidas en todo el estado de acuerdo con el Sistema de Información sobre Víctimas de Desaparición en Jalisco (Sisovid). En ese municipio de 53 mil habitantes hay registro de 151 personas desaparecidas, la mayoría hombres, según los datos de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas (CNBP). Ahí son desaparecidas 28.4 personas por cada diez mil habitantes.
Para la familia Moctezuma Rentería, ese es un lugar lejos de casa. Yuridia y su familia son del municipio de Ayutla de los Libres, en la costa chica de Guerrero, la cuna del movimiento insurgente que derrocó a Antonio López de Santa Anna, y a dónde no van hace más de un año. Ayutla es de vegetación abundante, cascadas y mar; y es también un municipio con alto grado de rezago social, donde casi la mitad de las viviendas no tiene drenaje y el 26.6% de sus habitantes no puede terminar la escuela, según cifras del Gobierno Federal en 2021. Ahí, dice Yuridia, no hay trabajo para las mujeres y ella debía mantener por sí sola a sus cinco hijos, por eso decidió seguir la ruta de los jornaleros migrantes y terminó viviendo entre Jalisco y Sinaloa.
La desaparición de personas en estados diferentes al de su origen, como les ocurrió a los Moctezuma Rentería, añade dificultades para las familias que buscan. Muchas veces no tienen contactos, no conocen los lugares que pueden ser de riesgo y carecen de ayuda, de personas de confianza que les acompañen. El dinero también es una barrera frecuente para buscar, pues hacerlo lejos de casa involucra el pago de rentas u hospedaje. Los recursos suelen acabarse pronto.
El primer caso documentado de desaparición de jornaleros migrantes en México ocurrió en 2010, cuando un autobús con 37 trabajadores, 17 provenientes de Querétaro, 12 de San Luis Potosí y personal de la empresa que los transportaba, desapareció al pasar por Tamaulipas para cruzar hacia Estados Unidos. Hasta ahora, ninguna persona ha sido localizada.
Un año después, en 2011, un autobús que salió desde San Luis de la Paz, Guanajuato, con 22 migrantes a bordo, desapareció en su camino hacia Estados Unidos. En 2012 la familia de José García Morales, uno de los migrantes que viajaban en ese camión, fue notificada por la entonces Procuraduría General de Justicia (PGR): su cuerpo fue encontrado en una de las 47 fosas clandestinas que se localizaron en San Fernando, Tamaulipas. Han pasado diez años y del resto de los migrantes no se tiene información.
Estos no han sido los únicos casos. Paulino Rodríguez Reyes, responsable de atención a jornaleros migrantes del centro de derechos humanos de la montaña Tlachinollan, cuenta que en 2016 se registró la desaparición de un joven jornalero de Guerrero que laboraba en los campos agrícolas de Zacatecas; pero luego de días fue localizado. Un grupo del crimen organizado lo había secuestrado.
“La delincuencia organizada se lo llevó, lo confundieron, después lo soltaron”, dice.
El 24 de abril del 2021, Matusalén Vázquez Tlasmanteco, de 31 años y originario de Guerrero, desapareció en los campos agrícolas de tomate “San Juan”, en Sinaloa. En una ficha de búsqueda improvisada por sus familiares se leen algunos de sus datos: piel clara, ojos cafés, un tatuaje en el cuello, otro en el brazo. No ha sido localizado.
De acuerdo con Paulino Rodríguez, Guerrero es el principal estado expulsor de familias de jornaleros migrantes, viajan a 21 estados del país. Sinaloa es el principal estado receptor. Tlachinollan ha documentado las condiciones precarias en las que viajan y laboran las familias jornaleras, como la de Yuridia y sus hijos.
“Una de las características de la migración interna jornalera es que viajan en familia: papá, mamá e hijos. Las condiciones laborales son pésimas, sin garantías de prestaciones o derecho a la salud y sin educación para los hijos. No tienen vacaciones, las mujeres no tienen derecho a la licencia de maternidad y generalmente las empresas no tienen guarderías. Tampoco tienen derecho a la vivienda, las familias tienen que rentar casas en donde viven hacinadas con tal de compartir gastos y pagar menos”, explica Rodríguez Reyes.
En las empresas para las que laboran, Yuridia, Jesús y una de sus hijas se encargan de plantar la semilla de tomate y cuando inicia la cosecha, bajo altas temperaturas de calor, cortan el fruto. Por cada cubeta de 20 litros llena de tomates les pagan 2.30 pesos. Trabajan de seis a siete horas a la semana, con uno de descanso. Para hacer ese trabajo la familia pasa seis meses en Jalisco y seis meses en Sinaloa. No tienen derecho a acumular años de antigüedad ni seguro médico fuera de los campos.
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La noche en que Jesús desapareció, su madre acudió a poner la denuncia por desaparición en la cabecera municipal de Encarnación de Díaz, pero no se la aceptaron. Le dijeron que tenía que presentarla hasta el día siguiente en el municipio de Lagos de Moreno, a 40 minutos de distancia en coche, donde está la delegación de la Fiscalía General de Jalisco. Ahí tampoco se la aceptaron argumentando que no tenían “servicio”.
No pudo presentarla sino hasta cuatro días después, el 1 de noviembre. Entre el día 2 y 3 de ese mes, a Yuridia le pincharon un dedo para sacarle sangre como muestra de ADN. Luego, no recuerda cuándo, la Comisión Local de Búsqueda de Jalisco hizo una ficha con los datos físicos de su hijo que fue publicada en redes sociales.
Yuridia recuerda que durante meses un hombre a quien no identifica, estuvo llamándole a Jesús, insistiendo en que trabajara con él en “algo” donde ganaría más dinero. Pero no lo compartió con la Fiscalía por miedo a las represalias, temía que algo le pasara a sus hijas.
“Le preguntaba de qué era ese trabajo y él decía que no sabía, pero que no lo quería hacer. Ese señor le prometía que se iba a hacer rápido de mucho dinero. Mi hijo ya le había dicho varias veces que no a ese señor, pero no lo dejaba en paz”, cuenta.
Tras la desaparición de Jesús, la empresa El Eslabón, para la que trabajaban desde hace cuatro años, se negó a actualizarles el contrato que incluía el empleo en Sinaloa.
“No nos quisieron volver a recibir. Nos dijeron que hasta que aparezca mi hijo nos van a regresar el trabajo, de mientras no quieren compromisos ni problemas”, cuenta Yuridia.
Añade que un trabajador social de la empresa estaba presente cuando ella recibió una llamada en la que le pedían 10 mil pesos a cambio de Jesús. Estaba dispuesta a conseguir el dinero, pero parecía una extorsión.
“En ese momento yo tenía a la mano sólo dos mil pesos y la persona que me habló me dijo que se los depositara o me iba a echar a mi hijo muerto. En la Fiscalía me dijeron que no depositara porque son personas que se aprovechan de lo que uno siente”, dice.
Y así, sin trabajo ni dinero para costearse la vida, Yuridia recorrió a pie y en camiones urbanos durante quince días las calles de El Tecuán en busca de Jesús. Buscó también en fraccionamientos y comunidades cercanas al pueblo como: El Barranco, Lagunas y Montes. Después llamó a más de una decena de centros de rehabilitación en Aguascalientes, limítrofe de Encarnación de Díaz. Pensaba que aunque su hijo ya no consumía ninguna droga, podría haber decidido internarse o alguien lo había rescatado.
A finales de noviembre del 2020 y sin dinero en la bolsa, los Moctezuma Rentería lograron conseguir trabajo en otra empresa de cultivo de tomate y viajar hasta Sinaloa. Recorrieron más de 700 kilómetros.
Por la falta de dinero y la dificultad para viajar, Yuridia no ha podido regresar a Jalisco. Ella y su familia están trabajando en los campos agrícolas de tomate en Sinaloa. Nadie ha acudido a revisar la carpeta de investigación, no saben qué han hecho las autoridades.
Cuando logra que le contesten en la Fiscalía de ese estado le dicen lo mismo que en los últimos siete meses: no saben nada. Tampoco le dan noticias en la Comisión Local de Búsqueda.
“Hay personas que me dicen que como no somos de El Tecuán por eso no nos hacen caso. Me imagino a mi hijo con hambre, con frío. No conocemos mucho ahí en Jalisco, pero aun así lo vamos a seguir buscando”, añade.
El 26 de diciembre Jesús cumplió 21 años. No pudieron partir un pastel, como acostumbraban. Para su madre y sus hermanas fue uno de los peores días de su vida.
“No tenía a mi hijo, ni para darle un abrazo ni para desearle un feliz cumpleaños. Han sido los peores días. He pensado en quitarme la vida porque siento por dentro un dolor enorme, escucho la voz de mi hijo, veo sus fotos, su rostro. Pienso en ese hombre que le llamaba. No me voy a dar por vencida, tengo que seguir buscándolo, es algo muy difícil y muy triste”.
*Mónica Cerbón es periodista mexicana freelance y reportera de investigación. Cuenta historias de la región centro del país. Se ha especializado en derechos humanos, empresas trasnacionales, medio ambiente y corrupción. Es integrante del proyecto www.adondevanlosdesaparecidos.org .
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adondevanlosdesaparecidos.org/, es un proyecto de investigación periodística sobre las lógicas de la desaparición de personas en México y las luchas emprendidas por sus familiares en búsqueda con una perspectiva de derechos humanos y memoria.