De las ancestrales brujas a las mujeres que intentan huir de Afganistán, nosotras hemos sido el territorio donde han sucedido batallas. En un mundo donde el lenguaje bélico se nos ha metido hasta la cama, resulta urgente desprenderlo, arrancarlo, de todos los significados del amor
María Teresa Juárez
Twitter: @tuyteresa
“No escribo sobre la guerra,
sino sobre el ser humano en la guerra.
No escribo la historia de la guerra,
sino la historia de los sentimientos.
Soy historiadora del alma”.
La guerra no tiene rostro de mujer, Svetlana Alexiévich.
Históricamente, las mujeres hemos sido “botín” de guerra. Históricamente -también- se nos ha hecho “sufrir” para “merecer”. Estas ideas forman parte de la cultura fálica patriarcal, y el lenguaje de la guerra es una de sus vertientes más conocidas.
Hay un sinnúmero de metáforas bélicas para describir situaciones de la vida cotidiana. En el ámbito de la salud, se compara a los medicamentos con “soldados” que vencen “al enemigo”. Es frecuente ir al médico y escuchar la siguiente frase: “¡Vamos a usar toda la artillería!”.
¿Y qué tal cuando nos referimos a causas sociales? No es infrecuente escuchar a reconocidas figuras del ámbito de los derechos humanos hablar de su causa con la expresión: “Estoy luchando desde mi trinchera”.
No es de extrañar que parte de esta cultura bélica se haya extendido al ámbito del amor y la sexualidad. Sobre el cuerpo de las mujeres han sucedido las violencias más atroces en nombre de la Conquista, las guerras entre grupos étnicos, entre cárteles y entre naciones.
Durante los periodos más cruentos del cristianismo, las mujeres fueron castigadas severamente por “brujas”. Herbolarias, parteras, sanadoras de todos los tiempos han vivido en carne propia las violencias machistas.
Más tarde llegó la medicina a expropiar el conocimiento ancestral de la partería. Parir se convirtió en un hecho médico y las mujeres -de la mayor parte del mundo- parieron en hospitales, el útero se medicalizó. Con la medicina llegó la psiquiatría, entonces confinó a las mujeres “histéricas”.
En el siglo XXI, una vertiente del movimiento feminista promotora de la diversidad corporal asegura que la misoginia ha obligado a millones de mujeres a castigar sus cuerpos con dietas, cirugías y toda clase de aditamentos para mantener a raya la libertad de sus carnes. Surgen entonces clínicas para atender la bulimia y la anorexia. Comer públicamente, vomitar en privado, el hambre como castigo y recompensa, como una ortopedia moderna. La dieta como sedante político y violencia estética. Nuevamente la batalla, una lucha contra nosotras mismas.
De las ancestrales brujas a las mujeres que intentan huir de Afganistán -durante este segundo periodo de terror de los talibanes-, nosotras hemos sido el territorio donde han sucedido batallas.
Una de las consecuencias más graves, ha sido la violencia que cada una de nosotras libra con su cuerpo. Se trata de un cuerpo físico en particular, pero también del cuerpo social.
El control de nuestros cuerpos ha sido una de las estrategias del patriarcado para intentar aniquilar nuestra libertad: física, corporal, de pensamiento.
Durante siglos se han inventado dispositivos para el control parcial o total: han usado cinturones de castidad, aparatos de tortura, corsés, fajas, mutilación genital, matrimonio infantil, confinamiento…
Y más recientemente medicamentos psiquiátricos, dietas extremas, porno venganza, extorsión sexual, vientres de alquiler, esclavitud sexual, ataques con ácido, violencia digital, esterilización forzada.
Si bien es cierto que el segundo ascenso del régimen talibán es un caso extremo, persisten en el mundo violencias estructurales hacia nosotras.
La historia del régimen talibán se remonta al periodo de la Guerra Fría cuando el ejército soviético invadiera Kabul. En aquel entonces había una disputa entre Estados Unidos y la URSS por el control del mundo. Es entonces cuando los Estados Unidos entrenan a jóvenes en escuelas militares de corte islámico con un marcado acento fundamentalista para combatir el régimen comunista.
Éste sería el caldo de cultivo de una guerra que ha mantenido a mujeres y niñas como perennes víctimas de todos los bandos.
La Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán se formó en Kabul, en el año 1977, como una organización política independiente de mujeres afganas en lucha por los derechos humanos y por la justicia social en aquel país.
En el blog de RAWA las activistas escriben: “La ‘Guerra contra el Terrorismo’ desatada por EEUU derrocó al régimen Talibán en el 2001, pero no al fundamentalismo religioso, principal causa de todas nuestras desgracias. De hecho, al reinstalar a los caudillos al poder en Afganistán, el Gobierno de EEUU ha reemplazado un régimen fundamentalista por otro. El gobierno de EEUU, y el Sr. Karzai mayormente confían en líderes criminales de la Alianza del Norte, tan brutales y misóginos como los Talibanes”.
Es a través de la Ley Sharía -vigente en varios países del mundo islámico y con variantes en cada contexto-, que el régimen Talibán usa esta ley como método de control hacia la población.
Hay 29 prohibiciones específicas para las mujeres en el marco de este régimen, entre las cuales:
- Queda totalmente prohibido que las mujeres trabajen fuera de casa, asistan a la escuela, ocupen cargos políticos, o conduzcan automóviles, bicicletas o motocicletas.
Las mujeres:
- No tienen acceso a los baños públicos.
- No pueden tomarse fotografías.
- No se pueden asomar al balcón o a la ventana de su casa.
- No pueden caminar en espacios públicos sin la compañía de un hombre.
- No pueden hablar o estrechar la mano de hombres que no sean de su familia.
- Queda prohibida cualquier imagen de mujeres en la publicidad, la propaganda política o cualquier otro contexto público.
- La atención médica queda limitada o restringida. Las mujeres no pueden ser atendidas por médicos varones.
- Las mujeres no pueden hacer ruido al caminar, no pueden reír, no pueden mostrar ninguna parte de su cuerpo. Es obligatorio el uso de la burka.
Las mujeres que no vistan de acuerdo con las reglas impuestas por los talibanes o que no vayan acompañadas de su mahram -tutor, dueño- serán sometidas a azotes, palizas y abusos verbales.
Durante la primera incursión del régimen talibán, cientos de miles de mujeres fueron confinadas, golpeadas e incluso lapidadas públicamente.
La violación como estrategia de ocupación
Otro ejemplo cercano sucedió en los años noventa con la Guerra de los Balcanes, específicamente el periodo que comprende del año 1992 a 1995.
Desde el año 2003, mujeres croatas, bosnias y serbias han trabajado por el reconocimiento de la violación como método de tortura durante este periodo. Mujeres de todos los bandos fueron botín de guerra y vivieron en sus cuerpos las violencias más atroces.
Durante estos 18 años de trabajo exhaustivo han logrado reunir cerca de 6 mil testimonios e identificar a más de 2 mil 500 agresores sexuales. Se calcula que durante la guerra de los Balcanes hubo cerca de 40 mil violaciones. En este periodo la violación se usó como un arma de guerra para aniquilar al “enemigo” y para efectuar una “limpieza étnica”. Otras mujeres vivieron tortura sexual sistemática al ser usadas como “esclavas”.
Luego de esta gran crisis social, económica y política, se originó una migración masiva de mujeres de esta región y otras regiones de Europa del este hacia otros países. Algunas de ellas fueron cooptadas por el crimen organizado transnacional con fines de trata sexual.
Estos son solo dos ejemplos de las violencias históricas y estructurales hacia las mujeres.
Libros como La guerra contra las mujeresde Laura Rita Segato, La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Alexiévich, Calibán y la brujade Silvia Federici y La invención de las mujeres de Oyèrónké Oyèwùmi nos permiten entender el lugar donde nos ha situado el patriarcado y por qué es imperativo recuperar las historias de despojo, violación y asesinato para transformar nuestra condición desde la raíz.
La forma en la que enunciamos estos hechos es importante para transformarnos culturalmente: el feminicidio como una pedagogía aleccionadora, los crímenes de odio, la mutilación genital femenina, el matrimonio infantil, el racismo, la trata con fines de esclavitud sexual.
¿Qué hacen las mujeres durante la guerra?
Svetlana Alexiévich hace mención a la guerra como una narrativa donde las mujeres habían ocupado un lugar sin nombre, el lugar del silencio y el borramiento histórico de sus testimonios.
Mientras los hombres han ido a la guerra a librar épicas batallas: mujeres de todo el mundo se quedan al cuidado de hijos e hijas; consiguen la comida, zurcen calcetines, lavan la ropa, se organizan con otras para sobrevivir al frío, al hambre, al miedo. También resisten activamente la invasión al territorio y a sus cuerpos. Otras migran en busca de una vida mejor como el caso de las madres centroamericanas que huyen de las maras, protegen a sus hijos varones de estas pandillas.
También están las que excavan en fosas clandestinas para encontrar a sus hijos e hijas desaparecidos -el caso de México durante los años posteriores a la llamada “Guerra contra el narco”-. Durante estos años, han sido ellas quienes han levantado uno a uno los escombros buscando huesos, claves, pistas…
Están las que entierran diariamente a sus hijas asesinadas: 10 u 11 es la cifra en México. Todas las mujeres de todas las guerras están aquí y ahora.
Con esto no quiero decir que la experiencia de los hombres en la guerra no sea traumática y letal. Lo que sucede es que, en cualquier guerra, se llame como se llame, sea por la causa que sea, son las mujeres y las niñas quienes viven las violencias más extremas.
Y en el amor…
En un mundo donde el lenguaje bélico se nos ha metido hasta la cama, resulta urgente desprenderlo, arrancarlo, de todos los significados del amor.
Apartar el lenguaje de la guerra del lenguaje del amor, desprenderlo como una costra que nos ha lastimado durante siglos, milenios.
Que el amor no es guerra, ni la guerra es amor. En la guerra y en el amor transcurren tiempos distintos, hay que desactivar los lenguajes que han intentado unir estas dos experiencias. Quizá han coexistido, pero no son lo mismo, no queremos nunca más que lo sean.
El amor, necesariamente tiene una dimensión ética, un sentido de libertad, de esperanza, un deseo de reconstrucción, de integridad. Un sentido comunitario.
No nos equivoquemos: en el tema de la violencia contra las mujeres, no se trata de una guerra de Oriente contra Occidente, esto lo he leído ya varias veces a propósito del régimen talibán.
Es una guerra del patriarcado contra las mujeres. Una guerra que se ha librado en nuestros cuerpos, los de nuestras madres, abuelas, bisabuelas y tatarabuelas.
El régimen talibán tal vez sea una de las expresiones más visibles, sin embargo, se libra en el mundo un exterminio selectivo de mujeres por su condición étnica, lingüística, de clase, edad, etcétera. No olvidemos los 10 u 11 feminicidios diarios en México, la trata con fines de explotación sexual, la esterilización forzada y más.
Si durante todos estos siglos de patriarcado, nuestro cuerpo social, político, físico y psíquico ha sido violentado: ¿cómo desprender todas estas nociones de la guerra para comenzar a amarnos desde la libertad y la dignidad?
Es posible, muchas pensadoras lo han propuesto como uno de los actos más radicales de nuestros tiempos. Amarnos como un acto de rebeldía, de resistencia y libertad.
Próximamente en una entrega más de: En la Guerra y en el Amor: Los imaginarios de la Conquista y las mujeres.
Rawa: http://www.rawa.org/spanish.htm
Violencia sexual como táctica de guerra: https://www.un.org/es/chronicle/article/la-violencia-sexual-como-tactica-de-guerra-y-la-resolucion-1888-2009-del-consejo-de-seguridad
Mujeres en la posguerra: https://www.unwomen.org/es/news/stories/2019/11/i-am-generation-equality-ajna-jusic-forgotten-children-of-war
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María Teresa Juárez. Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie