Decir que el mundo cambió tras los ataques a Nueva York hace 20 años es un lugar común. Pero en el rally de la efeméride sería bueno recordar que la línea de mano dura y represión empezó el día después de aquel 11 de septiembre
Alberto Najara / Twitter: @anajarnajar
Es una de las preguntas más frecuentes en estos días: ¿dónde estabas el 11 de septiembre de 2001?
La referencia es al ataque aéreo a Estados Unidos la mañana de ese martes, organizado por el grupo islámico Al Qaeda.
Fue la segunda vez que ese país fue agredido de esa manera, inclusive como una invasión territorial.
La primera fue encabezada por Pancho Villa el 9 de marzo de 1916 cuando atacó el pueblo de Columbus, Nuevo México.
Los estadunidenses prefieren borrar esa primera invasión, no sólo por una histórica mezcla de orgullo y soberbia sino porque fue la primera derrota militar que sufrieron en el siglo XX.
Un ejercicio de desmemoria que contrasta con la costumbre de recordar, con el máximo detalle, el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001.
Lo mismo sucedió ahora, inclusive con mayor ahínco porque se cumplen 20 años del episodio. La efeméride fue el pretexto ideal para revivir las horas en que millones de personas contemplaban azoradas, por televisión, el proceso de derrumbe de los emblemáticos edificios.
En ese ejercicio del recuerdo y la anécdota pocos recuerdan el 12 de septiembre de 2011.
La víspera todo fue conmoción por el sorpresivo ataque, la repetición ad nauseam de las imágenes con el momento en que se estrella el segundo avión contra las Torres Gemelas, el derrumbe de las estructuras entre una enorme y espesa nube de polvo y escombros.
Pero el día después fue igual de doloroso. Ese miércoles 12 de septiembre fue el primer día de una nueva etapa, la que todavía padecemos.
Es lugar común decir que el ataque a las Torres Gemelas cambió al mundo, y en ciertos aspectos así fue. Porque había otros que simplemente se profundizaron o volvieron al interés público.
En el recuento de los daños hay que contar, por ejemplo, que ese 11 de septiembre marcó el fin de una época de aparente libertad y tolerancia. En muchos países.
A partir del día siguiente a los ataques la protesta, el libre pensamiento se convirtieron algo todavía más proscrito.
Veníamos de las masivas protestas y manifestaciones contra el modelo neoliberal que empezaba a llegar a su límite, y que en miles de personas sólo dejó el recurso de exponer su cuerpo en las calles para oponerse
Los años de los llamados globalifóbicos que con la creatividad de sus protestas lograron mover un poquito la agenda de las grandes potencias que se encontraron, de pronto, con la sorpresa de que su burbuja de poder no era el mundo real.
Que excluyeron a miles de millones de seres humanos en sus cálculos de macroeconomía y estadística financiera.
El mundo se cerró. Los incipientes espacios de creatividad fueron clausurados. En medio mundo los promotores de los muros, el aislacionismo y el miedo al otro recibieron un decisivo empuje para volver por sus fueros.
Lo mismo ocurrió en México. En 2001 empezó a romperse el encanto con que Vicente Fox fue elegido presidente, apenas unos meses antes de los ataques a Nueva York.
En junio de ese año, por ejemplo, su supo que su esposa Martha Sahagún había comprado costosos accesorios para la cabaña que habilitaban como su residencia en el complejo de Los Pinos.
El lujoso ajuar incluía cortinas de baño de 17 mil dólares, sábanas de 3 mil 500 y toallas de 420 cada una. El escándalo se conoció como El Toallagate y marcó el inicio de una vergonzosa etapa de frivolidad, saqueo, corrupción e influyentismo que marcaron a su gobierno.
No fue el único fracaso. Antes del 11 de septiembre su canciller Jorge Castañeda negociaba la regularización migratoria de millones de mexicanos en Estados Unidos.
El asunto se conoció en los medios como La Enchilada Completa, por la forma como el pintoresco presidente se refería al acuerdo.
Los ataques de Al Qaeda arruinaron el platillo, lo mismo que una oportuna cirugía a la que se sometió Fox para no tomar la llamada de quien llamaba amigo, George Bush, quien había solicitado el respaldo de México para su proyecto de invadir Irak.
Para resarcir los daños el gobierno foxista implementó una operación especial para impedir el paso de miles de migrantes centroamericanos.
La estrategia se llamó Plan Frontera Sur e incluía el despliegue de cientos de soldados en una especie de anillo de seguridad que se extendió hasta la zona del Istmo de Tehuantepec.
El plan fracasó porque el río humano encontró nuevos y peligrosos cauces para seguir al norte, una ruta de extorsiones, abusos sexuales, secuestros y asesinatos que todavía prevalece.
La involución del foxismo siguió el mismo camino que el resto del mundo occidental, donde las posiciones conservadoras y de ultraderecha invadieron a las democracias.
El locuaz mandatario mexicano y su esposa impulsaron cambios en la política de salud con restricciones a, por ejemplo, la distribución gratuita de anticonceptivos y programas de educación sexual para promover la abstinencia con pláticas de moral y religión.
El resultado es la epidemia de embarazos adolescentes que afectó y perjudica aún el destino de cientos de miles de menores de edad.
La lista de agravios es larga, pero en el espacio de lo más lamentable destaca la imposición del lamentable personaje llamado Felipe Calderón.
El movimiento que le permitió la usurpación de la Presidencia de la República estuvo marcado por el halo conservador que se intensificó en el país.
El sujeto estaba feliz en ese ambiente. Calderón desató una guerra sin estrategia contra algunos carteles de narcotráfico, aplaudió el asesinato de miles de personas y festejó masacres, torturas, el dolor de las víctimas.
Fue un discípulo avanzado en la línea de mano dura y represión. El país ha pagado un alto costo por ese miserable capricho, como ha ocurrido en casi todo el mundo.
El cierre de fronteras, los muros, el miedo e intolerancia hacia el otro, sobre todo si es pobre, se volvió cotidiano para al menos dos generaciones de seres humanos.
Hay algunas señales de hartazgo, un incipiente despertar de esas oscuras décadas. Pero la ola que nació la madrugada del 12 de septiembre de 2001 aún tiene fuerza.
Y no existe, por ahora, un dique lo suficientemente fuerte que la contenga.
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Alberto Najar. Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service. Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.