Autoridades municipales y federales no han invertido un solo peso en el sitio arqueológico más importante de Coahuila en lo que va del año. El gobierno de la República retiró el presupuesto para que los arqueólogos del INAH pudieran hacer trabajos de campo. Y, cuando el lugar recibe visitantes, se van decepcionados. ¿Cómo se puede solucionar esta situación?
Texto por Jesús Peña
Fotos por Omar Saucedo y Homero Briones Amaya
Ilustración por Edgardo Barrera
Vanguardia
Coahuila- El pasado 30 de julio la imagen de Narigua, a través de sus petroglifos, dio la vuelta a todo el país plasmada en un billete de la Lotería Nacional. Esto sorprendió gratamente a la comunidad coahuilense, sobre todo a la región sureste del estado.
Grupos de excursionistas, amantes de la cultura, la historia y la naturaleza, deslumbrados por la publicidad, visitaron el lugar, ubicado a unos 40 kilómetros de Saltillo, en el municipio de General Cepeda.
Apenas llegaron los recibió un camino de terracería lleno de hoyancos. Un sitio arqueológico descuidado: sin guías, ni señalética, sin cédulas explicativas, sin andadores adecuados. Los recibió un estacionamiento deteriorado y dos baños… bueno, dos fosas sépticas que hace años se construyeron con recursos del gobierno federal y estatal, pero que actualmente están clausuradas.
El ayuntamiento de General Cepeda ejerce 50 millones de pesos cada año para el funcionamiento de sus diferentes áreas. Así lo confirmó la oficina del ayuntamiento.
De ese monto, apenas el cuatro por ciento, es decir, dos millones, son destinados a la promoción de sus sitios históricos. Pero esta cantidad incluye los insumos de la oficina de la Dirección de Turismo y los sueldos de sus empleados.
Es por ello que Narigua, el más grande e importante sitio arqueológico de Coahuila, famoso por sus más de 8 mil glifos labrados en cerca de mil rocas de diferentes tamaños, se ha mantenido, por décadas, en el más absoluto olvido.
Esfuerzos aislados se han emprendido para tratar de dignificar esta zona. Sin embargo, tales esfuerzos no han sido suficientes para lograr un desarrollo sustentable de las cerca de 20 familias que, pese a las condiciones de pobreza en que viven, habitan el ejido del mismo nombre y su anexo: El Mogote.
Son el municipio de General Cepeda y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) los que tienen bajo su responsabilidad la conservación y resguardo de este sitio. En él, los vestigios y grabados datan de 2 mil 500 años. El problema es que no hay dinero para infraestructura y promoción.
Estos reclamos cobran mayor relevancia si se considera el potencial para el turismo que advierten especialistas en el tema.
“En Narigua la realidad es que es poco (lo que se ha invertido)”, confirma Juan Salas Aguirre, el alcalde saliente de General Cepeda.
Según la versión de la profesora Gloria Ibarra Cruz, no se ha gastado, al menos en este año, un solo peso en la promoción del sitio arqueológico de Narigua, cuyo valor, coinciden arqueólogos, es equiparable al de las pirámides de Mesoamérica.
La profesora Ibarra Cruz encabeza cuatro áreas diferentes en General Cepeda: es directora de educación, directora de cultura, directora de deporte y directora de turismo.
“El presupuesto es muy poco para lo que deberíamos de ocupar, porque están a nuestro cargo zonas importantes como Narigua, las huellas de dinosaurios en el ejido Porvenir de Jalpa, Rincón Colorado. Para promocionar es muy poco. En Narigua no se ha invertido”, señala.
Salas Aguirre, quien a finales de 2021 concluirá su encargo como edil de General Cepeda, detalla que durante su gestión, específicamente en 2019, sólo consiguió rehabilitar el pequeño puente que atraviesa el arroyo y conecta a El Mogote con el cerro donde se encuentran los petrograbados. También se realizaron labores de limpieza por medio de un programa de empleo temporal.
Solamente en esas acciones, sólo en ese año, el municipio erogó unos 500 mil pesos.
“Pero no hay una inversión real”, reiteró el munícipe.
Él mismo precisa que en el sitio de los petroglifos faltan cámaras para vigilar que no haya saqueo. Hace falta señalética y lo más importante, un camino adecuado para el tránsito de los habitantes y turistas de Narigua.
Estima que para lograr lo anterior es necesaria una inversión de 120 millones de pesos. Pero el ayuntamiento asegura no estar en condiciones de invertir esa cantidad.
“Es lo que, aproximadamente, cuesta pavimentar, ya sea con concreto asfáltico o hidráulico. El recurso en General Cepeda es muy limitado. No podemos invertir un recurso unilateral, siempre el INAH debe de intervenir con nosotros”, expuso.
Y si el tema de los recursos municipales es difícil, agrega, la falta de apoyo federal también es complejo. La situación ya era complicada antes de la pandemia, pero desde que el virus llegó se paralizó la actividad económica.
Es decir, hasta principios de la administración federal actual el Centro INAH Coahuila tenía un presupuesto anual de dos millones de pesos para sus tareas de conservación, regulación e investigación del patrimonio histórico.
Incluso invirtiendo por completo ese monto, apenas sería el 1.6 por ciento de lo necesario para pavimentar.
Sin presupuesto y sin plan de proyecto
Y eso no es todo. La situación para el INAH ha ido de grave a peor. Los recortes presupuestales del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador han dejado a los arqueólogos de este instituto sin viáticos para salidas a campo.
“Es que (lo de la infraestructura) debería ser función de nosotros, el camino es un tema que le compete al ayuntamiento, la cosa es que con el tema de la pandemia se retiraron todos esos recursos”, comentó José Francisco Aguilar Moreno, director del Centro INAH Coahuila.
Lo de la asignación de recursos tiene que ver también, señala, con que Narigua no está muy cerca de la capital del país. Así es: nuevamente un tema de centralización.
Ana Isabel Pérez Gavilán, doctora en historia del arte y coordinadora de la maestría en promoción y desarrollo cultural del Centro de Estudios e Investigaciones Interdisciplinarios de la Universidad Autónoma de Coahuila, piensa lo mismo:
“La historia se ha construido desde el centro. Por eso ha habido una desatención hacia todo lo que es del norte. Hay una historia del arte muy centralista a la que le cuesta mucho trabajo entender las manifestaciones del desierto. Incluso desde épocas muy remotas, no sólo virreinales, sino desde Europa, el desierto ha sido catalogado como un espacio donde no hay nada”.
Por su parte, Yuri de la Rosa Gutiérrez, arqueólogo adscrito al INAH Coahuila, expone que las culturas del norte, particularmente los cazadores-recolectores que habitaban el desierto, son tan importantes como los egipcios, como los Mayas de Chichenitzá, como los Mexicas de Tenochtitlán o como los habitantes de la monumental zona de Teotihuacán.
A pesar de que no hicieron pirámides en esta zona, dice, llegaron a un grado de especialización tan avanzado viviendo en el desierto, que no necesitaban esas grandes construcciones para desarrollar su cultura.
“La importancia histórica que reviste el desierto es como la de cualquier otra cultura a nivel universal. Pocas culturas se desarrollan a lo largo de miles de años y permanecen tanto tiempo como una sociedad viva. Estamos hablando de cinco mil, ocho mil, 10 mil años”, declaró.
“Se dice que los Olmecas son la cultura madre y que de ahí vinieron todas las culturas de Mesoamérica, pues los cazadores-recolectores del desierto estaban miles de años antes que los Olmecas allá en el sur, ya con una cultura bien desarrollada y bien definida. La arqueología y las culturas que vivieron en esa región son tan importantes como cualquier otra”.
Por esa razón, el director general del INAH en México, Diego Prieto, firmó un convenio de colaboración con la Lotería Nacional y con otras dependencias para la expedición de un billete con la imagen de un petroglifo de Narigua.
La intención era puramente promocionar el sitio, ya que no había ninguna ganancia económica de por medio.
Rosa Alicia Lira Vázquez, como la mayoría de sus coterráneos en Narigua, ni se enteró.
En 2013, el INAH se había limitado únicamente a construir unos andadores adyacentes al sitio de los petroglifos.
A pesar de la pandemia, de las malas condiciones enunciadas al inicio de este reportaje y la falta de promoción cultural, los registros de la Dirección de Turismo de General Cepeda indican que hay turistas de los siguientes estados:
Nuevo León, Chihuahua, Durango, Veracruz, Chiapas, Oaxaca, Ciudad de México, San Luis, Zacatecas, Querétaro, Tamaulipas, Quintana Roo, Guadalajara, Puebla y Sonora.
“Todo mundo quiere ir, pero nadie le quiere invertir. Siempre nos echan la bolita al Instituto de Antropología, pero nadie se preocupa. Los únicos que se preocupan por la conservación es o la prensa o el INAH. Cuando pasa algo, que de repente tenemos un billete de Lotería Nacional, entonces sí, todo mundo se acuerda de Narigua, mientras, nadie se acuerda de que está ahí”, reprocha el arqueólogo Yuri de la Rosa.
Semanario buscó, por más de 15 días, a Azucena Ramos Ramos, secretaria de turismo y desarrollo de pueblos mágicos de Coahuila, para que hablara sobre las acciones de promoción del sitio arqueológico de Narigua.
Pero una y otra vez la funcionaria se excusó por motivos de agenda.
Comprar la tierra de ejidatarios, ¿una solución?
José Francisco Aguilar Moreno, el director del Centro INAH Coahuila, dice que la única manera de rescatar a Narigua y convertirlo de sitio a zona arqueológica, es que el gobierno federal compre a los ejidatarios las tierras donde se ubica la mayor concentración de petroglifos.
De esa manera, afirma, se podrían destinar recursos a un proyecto integral de infraestructura y conservación. La federación les ha dicho que sólo puede apoyar iniciativas que se lleven a cabo en terrenos que les pertenezcan.
De llegar ese futuro, de darse este escenario, Narigua sería una zona arqueológica con todas las de la ley: baños adecuados, andadores, un área de recepción de visitantes, un guardabultos, etcétera.
“Si tuviéramos recursos, otro gallo nos cantaría”, dice Aguilar Moreno.
Hace 15 años la Comisión Nacional de las Zonas Áridas (Conaza) y el DIF estatal, instalaron, en colaboración con los ejidatarios del lugar, dos baños de fosa séptica y dos palapas con asadores.
Todo esto muy cerca del cerro de petrograbados. Dicha obra, a decir de la gente de Narigua, vino a aliviar un poco las carencias, pero al director del Centro INAH Coahuila no termina de gustarle la idea.
“Yo estoy en contra de que haya asadores en una zona arqueológica, porque genera basura”, sentencia Aguilar Moreno.
Situado a unos 40 kilómetros de Saltillo y a 20 de General Cepeda, Narigua, fundado el 1 de mayo de 1937, es un pueblo donde habitan cerca de 20 familias.
Todas viven de la crianza de cabras y vacas, de la elaboración de quesos, de la talla de lechuguilla y, cuando llueve, de la siembra de maíz, frijol y forraje, pero nunca del turismo, aunque cuenten con un patrimonio histórico y cultural que son los petrograbados del cerro conocido como “de los sueños”.
Lo mismo que en otros ejidos del semidesierto, la mayoría de los habitantes de Narigua, sobre todo los jóvenes, ha salido a buscarse la vida por otro lado.
“Hemos pasado de la autosuficiencia a la dependencia alimentaria. En lugar de exportar alimentos, como antaño lo hacíamos, exportamos migrantes en busca del sueño americano”, recrimina Homero Briones Amaya, profesor investigador de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro (UAAAN), adscrito al departamento de Extensión Agropecuaria.
Cuando Francisco Dávila Ramos, otrora líder del Grupo Interdisciplinario para el Desarrollo del Semidesierto Coahuilense de la UAAAN, llegó a Narigua en 2006, llevando un programa de desarrollo denominado de Economía Solidaria, no encontró en el sitio arqueológico ni un cobertizo donde atajarse el sol.
“La gente nada más ve que no hay dónde ir a orinar y dice ‘no’. Y luego con el solazo que hace aquí… No hay ni un árbol donde se pueda esconder alguien. Los sanitarios están mal, muy mal, porque no les dan mantenimiento”, comentó el académico.
Lo dice por experiencia. En varias ocasiones le tocó ver camiones llenos de niños que terminaban decepcionados. Sin un lugar dónde descansar, dónde comer, dónde ir al baño. Por eso responsabiliza al municipio y al INAH de no emprender acciones tangibles.
El proyecto en el que participaban varios profesores de la Narro tenía la encomienda de empoderar a los campesinos mediante la explotación de una capacidad creciente de autogestión. Eso con el fin de que fueran impulsores de su desarrollo, “que los empresarios fueran los mismos campesinos, sin estar esperando que vaya a llegar el gobierno o la universidad a ayudarles”, explica el arquitecto Dávila.
El primer paso era concientizar a los pobladores sobre el valor del sitio arqueológico que poseían. En segundo lugar enseñarlos a cuidarlo, aprovecharlo y administrarlo adecuadamente, a partir de la creación de una organización que se hiciera cargo del resguardo y protección de ese patrimonio.
Después deberían ser capaces de sobrevivir cobrando una cuota módica a los turistas y plasmando las figuras de los petrograbados en diferentes artículos de tela, madera, vidrio, piedra y cartón para su venta.
“Todos estos trabajos se han enfocado a que la gente se organice, aproveche ese patrimonio y tenga elementos productivos para sostenerse, porque no puedes ser un custodio o un guardián de ese patrimonio histórico sin tener elementos que te ayuden a vivir bien”, añade Dávila Ramos.
Los letreros que todavía persisten en el sitio arqueológico los puso el mismo arquitecto, con ayuda de estudiantes y la asesoría de un historiador y un arqueólogo.
“Servían para responder las preguntas que hacía la gente, ‘bueno y ¿qué significa eso o por qué acá está lleno de estrellas y acá de gusanos?”, complementó.
María Angélica Lira Vázquez, nacida en Narigua, había contemplado desde niña esas extrañas piedras en el cerro que tenían dibujos encima, pero desconocía su significado, hasta que “vino uno que sabía más que nosotros y nos dijo que era de los antepasados. Que aquí era tierra de indios”, contó la mujer.
“La esperanza”, una idea que no prosperó
Los profesores formaron entonces un grupo de mujeres llamado “La esperanza de Narigua”, que se dedicaba, entre otras actividades, a pintar playeras, gorras y artesanías con los glifos pintados en las rocas por los antiguos.
Estos objetos eran vendidos a los turistas que solían ir de excursión al sitio arqueológico, toda vez que la gente de Narigua cobraba una cuota, de entre 15 y 25 pesos, a los estudiantes y público en general por entrar a admirar los petrograbados.
“Hicimos una investigación de los recursos naturales que tenían. Nos dimos cuenta de que no valoraban el patrimonio cultural que poseían. Para ellos eran piedras comunes y corrientes y por lo tanto no las cuidaban”, narró Homero Briones, el maestro investigador de la Narro.
A la postre, las mujeres de Narigua establecieron una tienda de artesanía dentro de unos locales en ruinas, propiedad del ejido. Esos locales luego fueron remodelados por una bienhechora originaria del pueblo que vive en Estados Unidos.
Al mismo tiempo preparaban y vendían comida para los paseantes. Pero las rencillas entre los pobladores de Narigua y su anexo El Mogote, echaron por tierra el sueño de las mujeres de la “Esperanza”.
Los lugareños de El Mogote se hicieron con el usufructo del sitio arqueológico y Germán Ramírez, el anterior comisariado del pueblo, mandó cambiar las chapas de la puerta de la tienda de artesanías, para impedir que las mujeres entraran a elaborar y comercializar sus productos.
“Nosotros de la zona arqueológica no nos beneficiamos en nada, porque siempre en el ejido hay problemas. Aquí nada más son dos familias las que se benefician, que son del otro ranchito”, dijo Martha Galindo Jasso, una de las pocas integrantes que aún quedan de “La esperanza”.
Además de la insuficiencia de infraestructura, Narigua, que está registrado como sitio arqueológico ante el INAH desde los años 80, se ha visto afectado, a través del tiempo, por el saqueo reiterado de su patrimonio cultural.
Se trata de petroglifos y otros artefactos, como puntas de flecha, fabricados por los antiguos nómadas que durante más de 10 mil años recorrieron este desierto.
“Si uno se va a caminar alrededor del cerro, ya no va a encontrar chuzos, no va a encontrar lascas, no va a encontrar nada, porque por décadas han venido grupos de visitantes que van y se llevan un recuerdo. Algo que implica un saqueo hormiga”, explica Laura Cristina Martínez García, maestra investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UAdeC.
Una vez que los artefactos han sido movidos de su sitio poseen ya muy poca información que facilite a un arqueólogo trabajar para contar la historia de los grupos que estuvieron ahí.
Al respecto, el arqueólogo Yuri de la Rosa comenta que por las características de los vestigios arqueológicos en el desierto y la extensión de los mismos, es un tanto difícil la conservación.
“No podemos poner un policía en cada roca”, suelta.
En cambio, el INAH le ha apostado, desde hace más de 15 años, a educar a la gente, para que sepa que esos vestigios arqueológicos son importantes,
“Que se cuiden porque ya no tenemos nativos que nos vuelvan a hacer pinturas, grabados, flechas, lanzas, buriles, cuentas y todos esos geoglifos”, remata Rufino Rodríguez Garza, aficionado a la prehistoria y a la arqueología.
Elisa María Siller García, directora de Bemotion, una empresa dedicada al turismo de negocios, revela que actualmente existe un boom turístico derivado de la necesidad de la gente de salir, tras el encierro por la pandemia.
“Hay que prepararnos para la demanda que viene. Estábamos preparados para las épocas vacacionales nada más”, expone. “Ahora ya no hay picos, ahora el flujo de turistas es continuo. Y mientras esté la pandemia creo que va a ser así. La gente no trae lana para viajar muy lejos, viaja y viaja corto y hay que aprovechar”.
Pero mientras los conflictos ejidales, mientras las autoridades municipales, estatales y federales no se comprometan a destinar recursos que permitan impulsar a Narigua como un lugar turístico con condiciones dignas, ocurrirá lo que ha pasado a la fecha. Personas que llegan, miran el cerro, miran alrededor y se decepcionan.
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*Este reportaje forma parte del Hub de Periodismo de Investigación de la Frontera Norte, un proyecto del International Center for Journalists, en alianza con el Border Center for Journalists and Bloggers.