Hay casos como el de Elisa en el que el acompañamiento de otras mujeres resulta más que un apoyo, una estrategia calculada para aligerar la tremenda carga que significa buscar un poco de justicia en este país
Celia Guerrero
Tw: @CeliaWarrior
Se habla mucho de la colectividad contra la individualidad como método de salvación, como una panacea; de un supuesto poder protector inherente en las redes —específicamente redes de mujeres y feministas— generadas para enfrentar los embates sin tregua de todo un sistema patriarcal. La organización, la sororidad, la politización de nuestros lazos, todo parece sensato hasta que una mirada más pesimista nos lleva a preguntarnos: cuando se trata de la exigencia de justicia, ¿la juntanza puede llegar a ser un acto restaurativo? ¿No estar solas, estar juntas, salva?
Escribo que nos lleva a preguntarnos porque sé que es una duda genuina y compartida con otras mujeres que me han hablado de sus propias desesperanzas y decepciones en las que derivaron procesos de exigencia de justicia ante instituciones, aún cuando lo han hecho de la mano de otras.
Desde hace varios meses, mujeres que no se identifican como un grupo o colectiva —algunas, incluso, ni se nombran feministas— realizan juntanzas —reuniones— frente a la entrada de los juzgados del Reclusorio Varonil Oriente en la Ciudad de México. Acompañan a otras que, como ellas, en su momento, asisten a audiencias de casos de violencia familiar, violación y diversos delitos de género en los que son las agraviadas.
Unas se conocieron en otra protesta, una toma simbólica de la Fiscalía de la CDMX que realizaron para ejercer presión a la instancia judicial que, como tantas otras oficinas públicas, con la pandemia paralizó sus trámites. Solo así, en grupo, algunas de ellas lograron llamar la atención de la autoridad y, a partir de entonces, sin ser necesariamente activistas o feministas, mantuvieron contacto. Otras se fueron uniendo en el camino, cuando se encontraron a la entrada de los juzgados.
Con el avance de los meses, cada una llevaba su proceso legal, con sus propios tiempos. Ninguna pensó necesariamente en dejar de lado su vida y cotidianidad para volverse una acompañanta. Sin embargo, decidieron prestar apoyo presencial a otras que lo pidiera: si una de ellas tenía audiencia, las que pudieran la acompañarían. No había ni siquiera una expectativa de asesoría legal, era solo eso, acompañamiento, estar ahí juntas.
A la entrada de las oficinas de los juzgados hay una reja, sobre ella colocan una larga manta morada que dice: Justicia por ti, por mí, por todas nosotras. Montan una pequeña carpa que se confunde con los puestos ambulantes de al rededor y esperan durante las horas que se prolongue el trámite legal. Llevan también una bocina en la que ponen canciones y consignas; aunque no lo es únicamente, también es una protesta. Cuando se aproxima la hora de la audiencia, quien debe asistir se despide. El resto de las mujeres, sus acompañantas, lanzan mensajes de apoyo, le dan abrazos, un ¡No estás sola! cobra significado literal.
No faltan los consejos legales, los intercambios de contactos, las reflexiones en torno a lo que esperan al final de los procesos, de lo que La Justicia les significaría. También resuenan las dudas, las frustraciones. Una de ellas admite que siente culpa por aceptar el juicio abreviado y recibir la reparación del daño, pero no puede continuar más el proceso con en el que la han revictimizado un sin número de veces y han dejado en la ruina a ella y a su familia. El resto del grupo la escucha y, sobretodo, la comprende.
Todas festejan cuando alguna llega a tener una resolución favorable. “Las mujeres sabemos hacer justicia”: reinterpretan en una consigna el “Los pueblos saben hacer justicia” de Berta Cazares. Si al salir de los juzgados las noticias no son alentadoras, habrá un grupo de otras que escucharán el resultado y se indignarán juntas.
Cuando el juez Adolfo Rodríguez Campuzano dictó sentencia al agresor de Elisa Xolalpa, sobreviviente de un ataque con ácido hace 20 años, las acompañantas lloraron con ella, se indignaron al escuchar la sentencia al acusado de 5 años con posibilidad de continuar el proceso en libertad, juntas comenzaron a planear una estrategia para protegerla y al retirarse pintaron con aerosol en el muro de la caseta a la entrada del juzgado: +justicia -impunidad.
Hay casos como el de Elisa en el que el acompañamiento de otras mujeres resulta más que un apoyo, una estrategia calculada para aligerar la tremenda carga que significa buscar un poco de justicia en este país. No es panacea, pero también la juntanza resulta en un acto restaurativo que no se obtiene en el escenario institucional. No estar sola salva en el momento, cuando menos.