En un país con casi 100 mil personas desaparecidas, las brigadas de búsqueda son un aliciente en medio de la barbarie. Entre el 17 de febrero y el 4 de marzo se realizará la Brigada Internacional de Búsqueda, en la que participarán familias de diversas naciones que tienen desaparecidos en México. El lugar de encuentro será el desierto que bordea la frontera con Estados Unidos. Para conocer un poco lo que se vive en estas jornadas, lo que viven las mujeres y hombres que no descansan para tratar de ver a sus familiares de nuevo en casa, el equipo de A dónde van los desaparecidos construyó esta bitácora de la pasada VI Brigada Nacional.
Por Aranzazú Ayala, Lucía Flores, Marcos Nucamendi y Efraín Tzuc*
A dónde van los desaparecidos
Los abrazos no paran. Después de año y medio sin verse —por las restricciones impuestas por la pandemia de COVID-19—, buscadoras se encuentran en Cuernavaca, Morelos. Llegaron de diferentes partes del país con un objetivo: recorrer todos aquellos lugares en donde es posible encontrar un rastro, una evidencia, algo que permita encontrar a las personas que otros se han empeñado en desaparecer.
Es octubre de 2021 e integrantes de la Red de Enlaces Nacionales, que agrupa a 160 colectivos de familiares de personas desaparecidas, buscan no solo a su gente y a la de otros. Como parte de esta Brigada Nacional de Búsqueda de Personas, la sexta que se realiza en México, también buscan la forma de construir paz en aquellos lugares que han sido trastocados por la violencia.
Las jornadas son encuentros de contrastes: desayunos bulliciosos previos a las búsquedas en fosas clandestinas; quiebres emocionales que terminan en abrazos colectivos; celebraciones de cumpleaños opacados por el aniversario de alguna desaparición. Risas, gritos, llantos, oraciones.
Esta bitácora colectiva busca mostrar algunos de los paisajes que marcan las brigadas de búsqueda.
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Sábado 9 de octubre. Cuernavaca, Morelos. El primer grupo de mujeres buscadoras llega a la sede de la Brigada Nacional y esperan el arribo de sus otras compañeras. Unos minutos después se escucha la pregunta que domina estos encuentros: ¿tú, a quién buscas?
Esperanza Sánchez —de Regresando a Casa Morelos, uno de los colectivos anfitriones de la brigada— es madre de Emilio Ignacio Zavala Sánchez, desaparecido en Oaxaca desde hace año y medio. En este grupo de buscadoras, es la que lleva menos tiempo buscando.
Gregoria Ortiz, “Goyita”, como le gusta que le digan, de Pachuca, Hidalgo, ha buscado a su hijo durante más de una década. Lo desaparecieron cuando tenía 12 años y salía de la secundaria. Catalina Ulloa, de Chimalhuacán, Estado de México, anda en búsqueda de su hijo Gabriel Mello, desde hace once años. Victoria Paz, de Iguala, Guerrero, se transformó en buscadora en 2013, cuando desaparecieron a su esposo y a tres de sus hermanos.
“Entre todas hay menos miedo, nos hacemos una sola”, dice Victoria Paz.
Esperanza no puede contener las lágrimas. Catalina la abraza. Uno de los tantos abrazos de consuelo que se dan y reciben en estos días de búsqueda.
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Las comunidades de fe son medulares en la Brigada Nacional de Búsqueda. Las familias se acercan a ellas para instalar los “buzones de paz” e invitar a las personas a dejar mensajes anónimos con posibles pistas para encontrar a las personas desaparecidas.
El domingo 11 de octubre se colocó el primer buzón en la Catedral de Cuernavaca. La iglesia se pobló con unas cien mujeres y hombres con playeras y lonas con fotos de personas desaparecidas.
Después, se hizo una caminata que terminó en el zócalo de Cuernavaca, frente al memorial para las víctimas de violencia del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, aquel espacio que surgió en 2011 y encabezó el poeta Javier Sicilia, luego del asesinato de su hijo Juan Francisco, y que reunió a cientos de víctimas de la violencia de todo el país, como la señora María Herrera, madre de cinco desaparecidos y cofundadora de la brigada.
Las buscadoras llegaron a este sitio emblemático en donde hace una década las víctimas de violencia comenzaron a levantar la voz; el lugar donde miles y miles de personas se unieron para decir: “Aquí estamos, y la violencia nos está destruyendo, está destruyendo este país.”.
A ese memorial llegan dos mujeres a colocar la fotografía de su familiar, pareciera que ese lugar se alimentara todo el tiempo de recuerdos y exigencias. Mirarlo es un golpe que recuerda que a este país le faltan muchos.
La primera semana de búsqueda termina en Tetelcingo, en el lugar donde años atrás se descubrió que personal de la fiscalía estatal abrió fosas clandestinas para dejar ahí decenas de cadáveres.
Tetelcingo es un pueblo atrapado en medio de la mancha urbana; pareciera que está en una zona alejada, aislada, pero no, se encuentra prácticamente dentro de la ciudad de Cuautla.
Las buscadoras realizan una procesión y asisten a una misa, es su forma de limpiar esa comunidad donde hace años se evidenció el actuar de la fiscalía estatal, cuando la mamá y la tía de Oliver Wenceslao hallaron las fosas en la que el propio gobierno aventaba a las personas como si fueran objetos desechables.
En un angosto espacio de tierra, las familias colocan velas y flores de cempasúchil; rezan, lloran y comparten palabras, abrazos. Más abrazos. Es su forma de pacificar ese sitio y que deje de ser un espacio de horror.
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Vamos camino a Amacuzac, a unos 85 kilómetros de Cuernavaca. La carretera está rodeada de cerros. La extensión del paisaje, abruma.
“Ojalá los telescopios no miraran solo al cielo sino que pudieran traspasar la tierra para poderlos ubicar (…) sería como barrer la pampa como un telescopio”, dice una madre buscadora en el documental Nostalgia de la Luz, de Patricio Guzmán. La mujer va cada tanto al desierto de Atacama, en Chile —en donde se encuentra uno de los observatorios astronómicos más importantes del mundo— a buscar a su hijo desaparecido.
Aquí en Morelos, en el centro de México, las madres buscan entre cerros. En el norte del país lo hacen también en el desierto —como en Chile—; en otros lugares, como en Veracruz, se busca en la selva.
Una servidora pública de la comisión local de búsqueda dice que ojalá se tuviera algún instrumento para traspasar con rayos X a los cerros y así encontrar las fosas.
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Cinco familiares y voluntarios asisten al Colegio de Bachilleres para hablar con los estudiantes sobre la desaparición. Esa es otra de las actividades que se hacen como parte de esta brigada. Buscar también es sensibilizar a la población sobre lo que implica la desaparición de personas. Solo hay cuatro estudiantes y un par de maestros. En otras brigadas realizadas en otro tiempo, cuando aún no se vivía una pandemia, estas pláticas se daban ante decenas de alumnos, comenta Andrés Hirsch, el coordinador de esta actividad.
Andrés pide a un alumno que acompañe a una de las brigadistas. Su silla queda vacía, y pregunta: “¿Qué es la ausencia? ¿Cómo empezamos a buscar al compañero?”
En Amacuzac, a cientos de kilómetros de su casa, Juana trata de contar que su hermana, Viviana Elizabeth Garrido Ibarra, fue desaparecida en la Ciudad de México en noviembre de 2018. No puede hablar. Es demasiado contar la historia otra vez. Catalina Ulloa llega con el abrazo oportuno. El abrazo de una madre buscadora.
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Para ir a la búsqueda en campo siempre se viaja en convoy, pero es complicado ir en caravana. Elementos de la Guardia Nacional van al frente, lo hacen rápido, parece que no les importa esperar a los demás. Se logra llegar al terreno gigantesco donde se hará la búsqueda, el lugar está cerca de la zona donde hay nuevos fraccionamientos, a orilla de la carretera.
Hasta ahí llegan la señora Graciela y su hija. Preguntan por los que buscan. La mujer lleva años buscando a su hijo, desaparecido en su camino del Estado de México a Jalisco. Su búsqueda la ha realizado sola. Ese día recibe un abrazo colectivo y decide sumarse a la brigada. Nunca más buscará sola.
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La brigada llega a las 9:30 de la mañana al sur de Yecapixtla, al terreno en donde se hará la búsqueda. El lugar está rodeado de extensos campos de sorgo y de una que otra casa en obra negra. Elementos de la policía estatal impiden el paso durante horas. Algunas de las buscadoras deciden hacer la espera más llevadera y comienzan a trenzarse el cabello unas a otras; recogen flores y las usan para adornar sus trenzas.
Cuando se logra entrar al terreno, que en el pasado fue una mina de arena, no tardan en surgir las evidencias de que ahí funcionó un sitio de exterminio. Hacia el mediodía, en una fosa de unos 80 centímetros de profundidad, se encuentran tres huesos, los primeros de muchos más. Es el cuarto hallazgo en ese punto de enterramiento clandestino; el quinto de la brigada. A diferencia de los primeros hallazgos, cuando los picos, las palas, las varillas y las manos aún servían de algo, en el otro extremo del predio se requiere de una retroexcavadora para cavar zanjas de hasta tres metros de profundidad.
Dos días atrás, las buscadoras visitaron el mismo lugar, pero no hallaron nada. Una fuente anónima les dijo que cavaran más profundo. Después de encontrar los primeros restos, las familias se reúnen para hacer una oración; hay quienes improvisan una ofrenda con ramas y flores amarillas.
A las 2:30 de la tarde llegan unas nueve personas de la Fiscalía General de Morelos y el fiscal especial en desaparición de personas, Alejandro Cornejo. Como no traen guantes —quizá el material más elemental para realizar una exhumación—, tienen que mandar a alguien a comprarlos. Una vez más, la espera.
Cuando la brigada confirma un hallazgo, cuando hay seguridad de que ahí es posible encontrar restos óseos, corresponde a los Servicios Médicos Forenses de la Fiscalía realizar el trabajo de exhumación. En este lugar es necesario recordarle a las autoridades que las familias tienen el derecho a estar presentes.
Antes de finalizar la jornada, un grupo de mujeres encuentra una casa de seguridad a un costado del predio. Ahí hay más restos óseos. Semanas antes, supuestamente, funcionarios de la Fiscalía habían realizado una revisión de este lugar.
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El día de hoy toca visitar el penal de Jojutla. No se puede llevar aretes, agujetas o celulares. Tampoco se puede vestir ropa de color beige o amarillo. Las mujeres buscadoras ingresan con las fotos de sus desaparecidos y libretas para escribir aquello que pueda ser una pista.
Los reos y las reas apenas se acercan a mirar las fotografías y las lonas que se colocaron en el suelo. Pasan rápido, en grupos pequeños. Las mamás usan un micrófono y una bocina que no sirve; piden que si alguien tiene información sobre alguno de los desaparecidos, la comparta.
Esta reunión las deja con una sensación de impotencia. Las autoridades del penal no las dejaron establecer la cercanía que necesitan para sensibilizar a los reos y obtener información.
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En el año 2017, Jojutla se conoció porque aquí se encontraron fosas clandestinas. Quienes excavaron la tierra para esconder los cadáveres fueron los propios funcionarios públicos del gobierno estatal.
Han pasado los años, pero la indiferencia sigue instalada. En un auditorio que aún huele a nuevo, después de una hora de espera, llega el grupo de policías. Se les mira cansados. Sin ningún ánimo, escuchan a las buscadoras contar su historia. Algunas de ellas dicen claro y fuerte que a sus hijos los desaparecieron policías municipales. ¿Qué sienten, qué piensan al ver a esos policías que no saben qué decir ni hacer cuando se les interpela con una palabra, con un abrazo?
Alicia Gallegos, mamá de Natán, es originaria de Poza Rica, Veracruz, y desde hace tres años busca a su hijo. Ella termina su relato con un grito que debería conmover al más reacio: “¡Natán, regresa, no quiero caminar sin tí!”. Los policías siguen como si fueran estatuas.
Una semana después, en Cuernavaca se repite la escena. Alicia relata una vez más todo lo que sabe sobre la desaparición de su hijo, cuenta cómo los funcionarios de la Unidad Especializada en Combate al Secuestro de Veracruz no la quisieron acompañar a pagar el dinero del rescate de Natán. Los cerca de treinta policías que la escuchan apenas y pueden mirarla a los ojos.
Es difícil saber si los policías realmente se sienten comprometidos con la búsqueda de las personas desaparecidas, como les susurran a las madres al oído —luego de romper su estoica formación—, pero es seguro que no olvidarán el grito de una madre que sigue luchando contra el olvido.
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En la sede de la Fiscalía General de Justicia de Morelos, en Cuernavaca, unos 30 familiares de personas desaparecidas se encuentran en el pequeño auditorio que, más bien, parece un infierno: cada tres minutos se proyecta en la pantalla la fotografía de un cuerpo o de restos humanos. Algunas están acompañadas de ciertos datos.
Edad: 16-18 años.
Brassier chico blanco con estampado de corazones con la leyenda LOVE.
Causa de muerte: No valorable.
Señas particulares: Tatuaje de la Santa Muerte y diablo juntos en brazo derecho.
Las familias piden reducir el tiempo a un minuto y que se omitan las fichas de fetos y recién nacidos.
Fractura soldada en la segunda costilla.
Gorra con logo de los White Sox de Chicago.
El necro desfile continúa durante varios días. Cientos y cientos de fichas son mostradas, incluyendo rostros desfigurados —con evidencia de tortura—, esqueletos y fichas sin fotos, sin datos relevantes que sirvan para poder decir “ahí está, ése es mi familiar”.
Nadie puede utilizar el celular. Las buscadoras deben anotar todo usando solo papel y pluma; lo deben hacer casi en la oscuridad, guiadas tan sólo por el reflejo de la pantalla.
En total, las integrantes de la brigada miran 700 fichas de personas que, en su gran mayoría, no han sido identificadas; 500 de ellas, a decir de la Fiscalía, ya se encuentran en el Panteón Ministerial de Cuautla.
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Es el último día de la brigada. La música, el baile y las risas de la pequeña fiesta que se organizó para las familias, a modo de cierre y agradecimiento, ya acabaron. Hay quienes no pueden dormir y todavía platican en la entrada del hotel. La mamá de una joven desaparecida hace siete años dice que aunque ya intentó varias veces, no termina de hacer sus maletas.
Una brigada no se resume en la cantidad de restos humanos hallados, ni tampoco en los acuerdos alcanzados con las autoridades. Son igual de importantes las complicidades que se construyen día con día y que casi siempre comienzan con una pregunta : “¿Usted a quién busca?”.
Buscando se encuentran. En sus historias hay elementos que no les son ajenos al resto. Para algunas personas tal vez sea la primera vez que la escuchan sin interrupciones ni miradas inquisidoras. La brigada es un lugar seguro, de confianza; un espacio de encuentro para aprender y saber que en su búsqueda no tienen por qué caminar a solas.
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*Aranzazú Ayala (@aranhera), Efraín Tzuc (@efra_tzuc), Lucía Flores (@lu_fm) y Marcos Nucamendi (@makonucamendi) forman parte del proyecto A dónde van los desaparecidos.
www.adondevanlosdesaparecidos.org es un sitio de investigación y memoria sobre las dinámicas de la desaparición en México. Este material puede ser libremente reproducido, siempre y cuando se respete el crédito del autor y de A dónde van los desaparecidos (@DesaparecerEnMx).
Foto de portada: Integrantes de la brigada camino al punto de exhumación en Yecapixtla, Morelos. Crédito: Lucía Flores