Opinión

2004, 2005, 2006




febrero 14, 2022

País más terrible: semanas antes, un golpe militar de Estado; y después, coros a la libertad de ciudadanos hasta altas horas de la madrugada.

Por Alejandro Páez Varela

Unos ponen en duda si Carlos Loret de Mola es periodista y otros lo defienden como tal. No debería generar dudas: claro que lo es. Con algunas acotaciones. Hay malos y buenos doctores –dice un colega–, malos y buenos carpinteros o malos y buenos funcionarios. Loret es periodista pero, a mi juicio, uno malo –y no mezclo aquí filias o fobias con ejemplos de su propia carrera–: Ha inventado noticias y se ha puesto en ellas como héroe; ha engañado a millones como un comunicador aventurado y valiente y ha aparentado tener la dignidad que tienen los que se guardan con ética ante las delicias del poder.

Pero más allá de eso, de las simulaciones y los engaños que ablandan su carrera, Loret es parte de un proyecto político, no periodístico. Usa las herramientas del periodismo para servir a un proyecto que quiere el poder. Y no digo que no se valga: por supuesto que se vale, faltaba más, somos una democracia. Lo que creo es que eso debe ser del conocimiento público, independientemente de que tenga o no razón López Obrador al exhibir –de manera ilegal, creo yo– sus ingresos. Lo que el Presidente decía es: esto es lo que gana un mercenario que engaña cuando se dice neutral y no lo es porque trabaja para una fuerza de oposición. Pero al hacerlo, parece, violó derechos del ciudadano Loret de Mola.

Carlos Loret, como es del conocimiento público, tiene sociedad con Claudio X. González, fundador de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, una organización que reúne capital de la iniciativa privada para oponerse al actual Gobierno por medio de distintos frentes; y de Va por México, que une a los partidos PAN, PRI, y PRD. Además, Loret es el rostro de Latinus que, dicho por el mismo Roberto Madrazo Pintado, fue creado con capital de su familia para “desnudar lo que el Presidente hace en las ‘mañaneras’ para no tocar las realidades que el país vive”, según su propia confesión a Ciro Gómez Leyva en una entrevista del 29 de marzo de 2021.

La entrevista con Madrazo se daba, hay que recordar, en el contexto del reportaje que Álvaro Delgado Gómez publicó el mismo día en SinEmbargo y que decía: “Detrás de Latinus, la plataforma que tiene como estrellas al periodista Carlos Loret de Mola y al actor Víctor Trujillo, hay un amasijo de políticos y empresarios que incluye a la exsubsecretaria Patricia Olamendi; a su hijo, Miguel Alonso, y al secretario privado del Gobernador Silvano Aureoles, Marco Antonio Estrada Castilleja. Pero el poder lo tienen Federico Madrazo Rojas y Alexis Nickin Gaxiola, hijo y yerno de Roberto Madrazo Pintado, el rival político del Presidente Andrés Manuel López Obrador desde Tabasco”.

“Se trata de una relación de política y negocios que involucra a empresas propiedad de Madrazo Rojas y Nickin Gaxiola –quienes han obtenido millonarios contratos del Gobierno de Michoacán– y que financia a Latinus”, agregaba Delgado Gómez. A las horas se había confirmado todo lo que escribió. El propio Madrazo fue encargado de hacerlo.

Cabeza fría: quizás el Presidente vulneró al ciudadano al exponer sus datos personales aunque, dijo el mismo Loret, inflados. Eso debería aclararlo rápido el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales y si impone sanciones, en mi opinión, mucho mejor. Pero el Presidente no se equivocaba al decir que Loret es parte de un proyecto político que es opositor a su Gobierno y que aspira a retomar el poder en 2024.

En ese proyecto hay intereses patronales y/o empresariales; de un multimillonario, Claudio X. González, y de los partidos políticos PRI, PAN y PRD. ¿Y se vale? Claro que se vale. Es decisión de Loret ser parte de una alianza opositora que busca debilitar al Gobierno de López Obrador para defender en 2022 y 2023 las posiciones que tiene –hay elecciones estatales– y retomar Palacio Nacional en las presidenciales de 2024. Pero Loret no se presta a esos intereses: es parte de ellos. Es su decisión, cada quién. Lo que no se vale es que el mismo Loret intente ocultar sus intereses políticos –válidos, legales– erigiéndose como un periodista sin más ánimo “que la verdad”, cuando eso, la búsqueda de la verdad, no ha sido la prioridad de su carrera como periodista.

Lo que no me parece sabio del Presidente es que exhibiera los datos del periodista para establecer un punto: que gana mucho. Eso qué. Que gane lo que quiera. Lo hacía porque quería sustentar otra idea: que es un mercenario y que cobra por todos lados para apuntalar un proyecto político. Pues para eso no necesitaba arriesgarse a vulnerar la Ley: todo el entorno de Loret explica, sin tener que victimizarlo, que sirve a un proyecto político. Lo que López Obrador exhibió en la mañana del viernes no fue a Loret, sino su propia molestia, su malestar; y esos arranques no le hacen bien. Y esto último no debería merecer una explicación muy amplia pero sí, lo requiere, porque la memoria es flaca y porque muchos entre nosotros no estaban hace 13 años tan avivados como lo están ahora.

***

Vámonos a 2004. Hace 13 años: el 3 de marzo de 2004. Fíjense cómo los nombres y las situaciones se reciclan. El payaso Brozo, hoy con Loret en Latinus, tenía un programa que se llamaba “El mañanero”; el entonces Diputado panista Federico Döring, ligado a Diego Fernández de Ceballos, llevó a Televisa un video en el que René Bejarano, entonces coordinador del PRD en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, se atragantaba con dinero del empresario argentino Carlos Ahumada. La escena era grotesca y le pegaba al Jefe de Gobierno. López Obrador de inmediato dijo: detrás están Carlos Salinas de Gortari, el Gobierno de Vicente Fox y el llamado “Jefe Diego”. Y además estaban Rosario Robles y Juan Collado, ambos presos casi desde el inicio de este sexenio. No tardó en confirmarse. El propio Ahumada fue encargado de hacerlo.

¿Qué vino después? Una estrategia de golpeteo constante… y las reacciones de López Obrador que fueron capitalizando las fuerzas opositoras. Eran, entonces, las mismas élites que apuntalan hoy a Loret: una cúpula de empresarios, los intelectuales, los partidos PRI y PAN; sus cabezas: Felipe Calderón, Vicente Fox, Diego Fernández, etcétera. ¿Cuál fue la estrategia? Hacer que López Obrador reaccionara en público, enojado; usar esa reacción para acusarlo de autoritario y pendenciero, incapaz de reconocer la Ley y el derecho. Picarle la cresta, esperar a que reaccionara y luego usar sus propias reacciones para azotarlo.

La noche del viernes pasado, las redes opositoras bailaban en una pata: como de librito, López Obrador había reaccionado. Y el escándalo del hijo era poca cosa frente al nuevo escándalo: López, el dictador, había violado la Ley, amenazado la libertad de expresión y atacado con ira a un honesto e inocente reportero de a pie. Abusón inmundo (o peores adjetivos): cómo se atreve. Además lo hizo en medio del peor clima para la prensa: cuando periodistas son asesinados. Y allí van todos, en una ola enorme como la de 2004-2005.

Me quedé de una pieza: Margarita Zavala, en un foro, hablando de libertad de expresión (sí, ella) y su esposo Felipe Calderón y Javier Lozano, los que urdieron el golpe contra Carmen Aristegui, entonando desde las mazmorras de la dictadura cantos a la libertad. Bueno, la cabeza de Reforma el domingo: “Suman ciudadanos reclamo de libertad”. País más terrible: semanas antes, un golpe militar de Estado; y después, coros a la libertad de ciudadanos hasta altas horas de la madrugada. Y un clamor: todos somos Loret.

Reconozco que tienen razón: todos ellos sí son Loret. Yo como periodista no soy Loret y como ciudadano tampoco, porque no soy simpatizante de esa ensalada de intereses políticos.

Pero, aceptemos, la jugada fue maestra y para desgracia del Presidente, él cumplió su parte. Como en 2004 y 2005. Alguien debería invitarle un te de tila y decirle a Lopez Obrador cómo se ve desde acá, desde afuera. Se ve y huele a 2005. Y ya sabemos qué siguió: 2006. Los enemigos del movimiento lopezobradoristas se frotan las manos. Les anima creer que López Obrador es predecible. Y quizás lo sea y si lo es, se las habrá puesto muy facilita.

AMLO le llama “la mafia del poder”. Otros los referimos como “poderes fácticos”. Ambas definiciones son correctas y se refieren a los poderes que existían antes de que él llegara a la Presidencia y movían los hilos del país. Y los siguen moviendo. Apenas si los han tocado. Como en 2006, hoy están movilizados los poderes mediáticos, económicos y políticos; los intelectuales, la iglesia y las cúpulas empresariales. Todos unidos y envalentonados.

Los adormilados aliados de López Obrador deberían saber que esta vez no van a quitarle la Presidencia a él, porque ya la ganó y porque no les alcanza para revocarle el mandato. Lo que quieren es abollarla y más allá, y ojalá que eso los despierte: quieren generar la sensación de que es necesario otro fraude patriótico, pero ahora en 2024. Las adormiladas fuerzas que se aglutinan en torno al lopezobradorismo deberían estar conscientes de que van por su Presidente, pero van por más: van por su futuro, por el futuro de los progresistas. AMLO qué: termina en casi dos años y medio y ya, que la historia lo juzgue. Loret qué: es apenas parte de un grupo político. Y ese grupo espera las reacciones a modo y se alimentan de ellas, y vaya que sabe cómo utilizarlas.

El debate sobre la vulneración de los datos personales de Carlos Loret de Mola como ciudadano debería resolverse pronto y no por parte del Gobierno, sino desde el INAI o de cualquiera otra instancia. Lo mismo, la Fiscalía y las entidades correspondientes deberían investigar a fondo todo aquello que podría vincular a la familia de López Obrador con supuestos conflictos de interés o supuesto enriquecimiento. Por salud de su proyecto y por salud de la República y más allá: para no permitir que esos posibles casos estén en duda.

Llevo tres semanas escribiendo que el Presidente no está bien cuando usa la tribuna para acusar a periodistas justo cuando matan periodistas. Y parece que lo hace todavía más a propósito: zas y zas. Ahora voy a decir que no está bien que reaccione como picado de la cresta. Sus opositores obtienen exactamente lo que quieren de él cuando lo hace.

Como dije, me recuerda a 2004 y 2005. Y de aquellas experiencias debieron aprender él y su entorno. Los poderes fácticos trabajan unidos y se han envalentonado. Y traen las mismas banderas: a este dictador hay que pararlo. Me siento caminando los días de 2006. Qué cosa. Y ya sabemos lo que vino en ese año.

***

Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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