Opinión

Después del escrache




marzo 24, 2022

Si bien no fue solo el #MeTooMx, hoy es más fácil identificar(se) y señalar, llamar a la violencia violencia, y organizarnos para protegernos. Pueden apostar que hoy son menos las que se quedarán calladas

Celia Guerrero
Twitter: @celiawarrior

La historia es conocida. Marzo de 2019, México. Grupos de mujeres comienzan a señalar públicamente las violencias, principalmente acoso y abuso sexual, cometidas por hombres de los gremios en los que se desenvuelven. Inician en las redes sociales, usan el hashtag #MeTooEscritoresMexicanos, luego se les unen denunciantes de otras esferas: periodistas, artistas, activistas y más. Como decía, es historia conocida y también presente porque ahora, tres años después, la protesta, que eventualmente terminó por romper la virtualidad, continúa siendo tema de debate. ¿De algo sirvió el señalamiento público de violencias y agresores en el #MeTooMx?

Escribo a conciencia violencias y agresores. Desde aquel marzo y en los años que han transcurrido, no faltaron los indignados —e indignadas— que proclamaron se trataba de un linchamiento que traería terribles consecuencias para todos, pronosticaron la ruina para los señalados. Seguramente hubo quienes hablaron deseando que aquel pronóstico se cumpliera, pero tanto ellas como los indignados se equivocaron, enfocaron mal y olvidaron —o quizá nunca quisieron ver, no les era significativo— el impacto de atreverse a contar en colectivo, en la mayoría de los casos por primera vez, las violencia vividas como mujeres en determinados espacios. 

Un efecto contaminante encendió el ambiente entonces y se esparció a futuro. Anunciar literalmente: “Yo también” es identificar la vivencia personal en la colectiva, y ello crea sinergia. Hoy continúan saliendo a la luz abusos sucedidos hace décadas que, o apenas se identifican o recién se pueden hablar. Y fue el #MeTooMx lo que realmente popularizó señalar públicamente violencias y agresores. Y sin duda también modificó lo que hasta entonces identificábamos como escrache. 

En 2017, cuando los escraches dentro de la Universidad Nacional Autónoma de México tomaron relevancia mediática, Sandra Escutia, profesora de la Facultad de Filosofía y Letras entrevistada para el reportaje Antes del escrache, ¡sí denunciamos!, consideró estos señalamientos “una forma de anunciar problemas” que son también un tipo de acompañamiento político y, aunque “en términos de reparación del daño no está funcionando… en términos de creación de colectivos sí”, dijo Escutia.

Si bien no fue solo el #MeTooMx, hoy es más fácil eso: identificar(se) y señalar, llamar a la violencia violencia, y organizarnos para protegernos. Y aunque la mayoría de los agresores sigan ahí [como nos recuerda esta iniciativa reciente: click aquí], ascendiendo de puesto, recibiendo financiamientos, ganando como siempre, quiero imaginar que alguno la piensa un poco antes de abusar, mínimo por miedo al escándalo fugaz. Pueden apostar que hoy son menos las que se quedarán calladas.

Si me preguntan a mí, esa sinergia que se dio después del #MeTooMx —porque tres años es una eternidad en estos tiempos— valió la exposición que acarreó señalar. Pero la realidad es que para muchas ninguna chispa fue suficientemente valiosa frente a los altos costos a su integridad física y mental. Con justa razón hubo quienes a cambio de su testimonio esperaban más, un indicio de justicia, algo de que comenzara a reparar el daño. Y ningún espacio, institución, medio, organización —ni uno— nadie estaba o está capacitado para eso; de ahí que era y siga siendo necesario el escándalo.

En las variaciones de las expectativas hay discusiones pendientes. Para empezar nos toca reflexionar sobre las distintas nociones de lo que identificamos como escrache y sus alcances reales. Incluso habría que reconocer los ejercicio sui géneris de señalamientos que continuaron después del #MeTooMx. 

El después del escrache, como en su momento lo fue el antes, continúa siendo una posibilidad en la que una justicia institucional o la reparación integral están aún fuera de nuestro alcance y, como ya identificaban las estudiantes de la UNAM en 2017: “Solo nos queda nosotras”.

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