Medio Ambiente

Noh Bec, el hogar de las caobas centenarias busca un futuro más allá de su árbol emblema




mayo 14, 2022
Caoba La Reina y el ejidatario Bernabé del Ángel. Foto: Juan Mayorga / Mongabay Latam

La producción de caoba en Noh Bec alcanza su mínimo en 2022, pero el ejido compensa con su producción de chicozapote sin descuidar su manejo forestal certificado

Por Juan Mayorga / Mongabay Latam

La reina del ejido forestal de Noh Bec, ubicado en el estado de Quintana Roo, no tiene corona y vive en el corazón de la selva maya, en una reserva sagrada para esta comunidad del sureste de México.

Se trata de una caoba (Swietenia macrophylla king) que tiene al menos 700 años de edad, asegura el ejidatario e ingeniero forestal Bernabé del Ángel de pie ante esta monarca. El sobrenombre de este árbol monumental se debe a su aspecto regio de más de 25 metros de altura y más de 2 de diámetro en su tronco. Es tan grande que su copa se extiende sobre el dosel de la selva, haciendo empequeñecer a otros árboles gigantes a su alrededor. Tan antigua que dio sombra a los antiguos mayas antes de la conquista española.

La Reina, como le llaman, es uno de los raros ejemplares centenarios de caoba (kanan ché en maya), probablemente la más célebre de las maderas tropicales finas en el mundo. Pero la rareza de La Reina no se debe solo a su edad o su tamaño, sino a que forma parte de uno de los últimos bosques antiguos de la península de Yucatán, un espacio que ha logrado sobrevivir el desarrollo industrial y la explotación intensiva de madera de los últimos siglos.

Vista de la zona El Huasteco. Foto: Juan Mayorga.

El corazón forestal de Noh Bec

Este lugar, conocido como El Huasteco en honor al sitio de origen de los colonos veracruzanos que fundaron el ejido en 1936, fue designado por Noh Bec como reserva ejidal forestal, por lo que es intocable para actividades como cortar madera o cazar animales. En sus 700 hectáreas, los ejidatarios de Noh Bec tienen mapeadas y referenciadas unas 120 caobas y cedros (Cedrela odorata L.) que por sus más de 60 centímetros de diámetro se consideran árboles centenarios.

“Esto es el corazón de Noh Bec, aquí late culturalmente nuestro corazón como ejido y por eso estamos comprometidos a cuidar estos bosques”, explica Bernabé del Ángel, mientras muestra una semilla mordisqueada por un tepezcuintle, mamífero insignia de la biodiversidad local.

Fuera de El Huasteco, en el territorio selvático de más de 24,000 hectáreas de Noh Bec, existe una densidad exorbitante de especies apreciadas por sus maderas finas (tzalam, cedro, katalox, chacte viga, chakte kok), sin embargo las caobas han ocupado históricamente un lugar central en la economía del ejido, alcanzando una producción de más 2,000 metros cúbicos anuales en los noventa.

Ejidatarios de Noh Bec. Foto: Juan Mayorga.

La industria maderera comunitaria ha llevado a este ejido a desarrollar un manejo forestal sustentable —un uso del bosque que consiste en tomar recursos de flora y fauna de manera calculada y cautelosa, sin alterar su función ecológica ni comprometer el acceso de generaciones futuras a estos recursos— que le hizo merecedora de un hito internacional:

En 1997, gracias a su buen manejo forestal, Noh Bec se convirtió en la primera comunidad en el mundo en recibir un certificado del Forest Stewardship Council (FSC), instancia certificadora más importante a nivel internacional. Actualmente, del total de su superficie, Noh Bec destina 18 000 hectáreas al manejo forestal sustentable, equivalente a más de 20 veces el bosque de Chapultepec de la Ciudad de México.

El camino de Noh Bec hacia la sustentabilidad forestal no ha estado libre de obstáculos. Uno de ellos, el huracán Dean que devastó la zona en 2007. La tormenta diezmó los inventarios de caoba, al grado que ha reducido la extracción de esta madera a su mínimo histórico. Pero el ejido no se amilana y, aunque mantiene el dedo en el renglón de las caobas, también voltea la vista hacia otras maderas y otras actividades económicas derivadas del manejo forestal sustentable.

El ejidatario Bernabé del Ángel, en la entrada de zona forestal de Noh Bec. Foto: Juan Mayorga.

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Caoba, especie CITES

La caoba, conocida en inglés como mahogany por el nombre científico de la caoba cubana (Swietenia mahogani), ha sido de gran interés comercial desde la conquista europea de las Américas. Su explotación industrial siguió el camino de la ocupación colonial: se inició en Cuba, Dominicana, Jamaica y luego se extendió a la península de Yucatán, Centroamérica y Sudamérica. El agotamiento de las poblaciones de caoba siguió la misma ruta.

Actualmente, la mayor producción de esta especie se concentra en Perú y  Brasil. En países donde se explotó primero, como Cuba y Honduras, ya es inviable la extracción comercial debido al agotamiento de las poblaciones nativas de árboles.

Entrado el siglo XX, el declive de la caoba en sus ecosistemas originales en las Américas habían hecho que el grueso de la producción se mudara a países de África occidental, como Costa de Marfil y Nigeria, aprovechando la presencia natural de una especie similar a la Swietenia: el caobo africano (Khaya senegalensis). La caída en la viabilidad comercial de las caobas americanas encendió los focos de alarma, y varios países del continente atendieron el problema a través de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES).

Tablas de caoba en el aserradero del ejido. Foto: Juan Mayorga.

En 1975 entró en vigor CITES y con ello la protección para las primeras especies de flora y fauna bajo su amparo, entre ellas la caoba de Honduras (Swietenia humilis). Le siguió la caoba cubana (Swietenia mahogani) en 1992. En 1995, por iniciativa de Costa Rica, la especie más abundante, la Swietenia macrophylla, fue inscrita en el Anexo III de la convención —el menos estricto—, pero por presión de varios estados latinoamericanos con poblaciones de caoba y los principales países importadores del momento (Estados Unidos, Reino Unido y Argentina), esta caoba fue transferida en 2003 el Anexo II de la CITES, con lo que se acordó la protección de su venta internacional.

Para Noh Bec y otros ejidos forestales productores de caoba, la protección de CITES implica un papeleo adicional para el comercio, que ha contribuido a reducir el interés de los compradores.

“La madera se sigue cortando, siguiendo nuestro plan de manejo, pero el interés del comprador es menor porque se les ha complicado la emisión de los permisos CITES, necesarios para exportar. Entonces al comprador eso le genera más gastos”, afirma , explica José Antonio Tadeo Mezo, abogado y presidente del comisariado de bienes ejidales de Noh Bec, quien recuerda que tan solo el año pasado un cargamento de caoba tardó 9 meses en ser recogido del aserradero por la lentitud de los trámites para exportación.

Una de las caobas emblemáticas del ejido. Foto: Juan Mayorga.

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La devastación del huracán

A fines de los noventa, bajo las certificaciones otorgadas en 1991 por SmartWood y en 1997 por FSC, Noh Bec mejoró el precio de sus maderas y engrosó su cartera de clientes, exportando a Estados Unidos, Alemania y Japón. Entre 1984 y 1998, el ejido extrajo 31 304 metros cúbicos de caoba, un promedio de más de 2000 metros cúbicos anuales, buena parte del cual iba al mercado de exportación.

En 2007, el destino del ejido cambió con la fuerza de un huracán categoría 5. Era el 21 de agosto y el huracán Dean ya había causado estragos en el Caribe antes de entrar por la bahía de Chetumal y atravesar la península de Yucatán, causando efectos devastadores. En el camino golpeó a Noh Bec y redujo su selva a añicos. Fue un golpe brutal para el ejido, que en unas pocas horas vio derribada una buena parte de su superficie forestal y con ella el trabajo de varias décadas.

Bernabé del Ángel, su familia y colegas apenas pudieron recuperar la esperanza cuando, en sobrevuelos de helicóptero, descubrieron que los árboles centenarios de la reserva El Huasteco seguían milagrosamente en pie. “Por eso varios aquí nos vemos como esas caobas: puede pasarnos un huracán categoría 5 y quién sabe cómo, pero aquí seguimos”, bromea el ejidatario.

El ejido conserva sus árboles monumento. Foto: Juan Mayorga.

La deforestación causada por Dean implicaría un contratiempo histórico. El ejido tuvo que suspender su programa de manejo, por lo que no pudo mantener su certificación forestal. “Con eso se perdió también toda la cartera de clientes (de exportación de caoba)”, recuerda Abraham González, ejidatario y técnico forestal de Noh Bec.

Lo que siguió fue sacar la madera derribada mediante autorizaciones extraordinarias otorgadas por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) para 2008 y 2009. Los árboles eran jóvenes y delgados, por lo que no ofrecían madera de buena calidad y eso se reflejaba en el precio de venta, recuerda Abraham González. El huracán también devastó el aserradero que con tanto trabajo se había logrado construir para añadir valor a la madera y no solo venderla en rollo.

No fue sino hasta 2010 que el ejido volvió a tener un plan de manejo con un ciclo de 15 años, programado para terminar en 2024. A raíz de los nuevos trabajos, se recuperó en 2015 la certificación FSC, lo que le ha permitido a Noh Bec diversificar su economía: el aval de un tercero al buen manejo forestal del ejido ha facilitado el interés de visitantes en actividades como la caza cinegética o el ecoturismo.

El avistamiento de aves es una de las actividades que se pueden realizar en el ejido. Foto: Juan Mayorga.

Pese a los avances, el aprovechamiento de la caoba cayó debido a que el huracán arrasó con buena parte del arbolado que se contemplaba para corta. No quedaban caobas maduras que cortar sin afectar más la selva. En consecuencia, el nuevo plan de manejo solo aprobó extracción por un promedio de 350 metros cúbicos anuales, casi una quinta parte de lo que planteaba el plan anterior.

En 2022 Noh Bec alcanzará uno de sus niveles históricamente más bajos en la producción de caoba, ya que tienen autorizada la extracción de solo 320 metros cúbicos, que equivale a menos de 1000 árboles.

Mientras elaboran el nuevo plan de manejo que seguirán a partir de 2025, los 216 ejidatarios que integran Noh Bec se apegan a otra actividad contemplada en su plan actual: la reforestación. Cada año, plantan entre 25 000 y 30 000 arbolitos de distintas especies, con un porcentaje de supervivencia de al menos el 70 %. “La caoba es la especie que más se dio en la plantación”, explica Tadeo.

Semilla de caoba. Foto: Juan Mayorga.

“Ver más allá de la caoba”

Por muy apreciada que haya sido históricamente, la caoba no es ni la más elegante ni la más cotizada de las maderas de la selva maya disponibles en Noh Bec. Por ejemplo, el tzalam (Lysiloma latisiliquum) guarda una apariencia muy parecida, incluyendo el color rojizo derivado de la oxidación al contacto con el aire. En cuanto a precio, el ciricote (Cordia dodecandra) o el granadillo (Platymiscium yucatanum) pueden incluso duplicar el de la caoba, alcanzando entre 20 000 y 30 000 pesos (1000 a 1500 USD) el metro cúbico, lo que ha detonado un grave problema de tala clandestina de estas especies en zonas no protegidas por ejidos forestales como Noh Bec.

Si bien el aprecio de la caoba viene en buena medida de aspectos técnicos que permiten trabajarla cómodamente tanto en carpintería como en ebanistería —como su grano fino, la casi ausencia de nudos, su alta densidad y la homogeneidad de sus vetas de crecimiento—, existe una parte del apego a esta madera que se trata de una simple inercia del mercado. Pero a medida que ha disminuido su disponibilidad y aumentado las regulaciones para su comercialización, otras maderas han comenzado a ganarse el interés de los clientes. Una de ellas, el chicozapote (Manilkara zapota), ha acaparado las ventas del ejido Noh Bec debido a su precio asequible y a su buena resistencia para la construcción de estructuras ligeras.

“Ahora la caoba solo está representando en nuestra base económica el 20 %, lo que nos está sosteniendo es el chicozapote”, explica José Antonio Tadeo. ”Y en precio, ya ni es tanta la diferencia, porque el metro cúbico de chicozapote ya anda hasta en 4500 pesos (225 USD), mientras que la caoba está entre 6000 y 7000 pesos (300 y 350 USD)”, añade Abraham González.

Chicozapote antiguo con heridas de chicleo. Foto: Juan Mayorga.

La corta del chicozapote debe realizarse cuidadosamente, ya que esta especie es la fuente de la producción de goma de chicle, la otra actividad histórica de Noh Bec y de otros ejidos forestales en Quintana Roo. Para evitar un conflicto con esta industria, se autoriza la corta de Manilkara zapota para madera solo en árboles a partir de 35 centímetros de diámetro, mientras que los ejemplares a partir de 25 centímetros pueden ser usados para extraer látex de chicle.

“De las especies de gran tamaño, el chicozapote es la especie más abundante en la selva, por eso es compatible con la extracción de chicle”, explica Hugo Galletti, director técnico forestal de la Asociación de Productores Ejidales de Quintana Roo. “El chicozapote es más económico, pero mucho más abundante que la caoba”, agrega.

La diferencia entre la caoba y el chicozapote se aprecia mejor en los volúmenes de corte autorizados por el programa de manejo de Noh Bec. Mientras que solo es posible extraer 320 metros cúbicos de caoba, en el caso del chicozapote la autorización es de 5520. “Estamos hablando de más de 90 % de chicozapote. Entonces ya no dependemos de la caoba porque ya no es negocio, ahora el chicozapote es el que viene a darnos de comer”, explica José Antonio Tadeo.

Noh Bec ha logrado mostrar que buen el manejo forestal permite conservar el bosque tropical y su fauna. Foto: Juan Mayorga.

Para Eva Fernández, coordinadora de desarrollo de cadenas de valor del FSC, no se trata solo de qué maderas cortan en Noh Bec, sino de qué hacen con ellas, por ello celebra la reciente ampliación de la certificación del ejido para incluir muebles producidos en la comunidad.

“Esto le permitirá al ejido desarrollar su cadena de valor e ir un paso más allá de la venta de madera en rollo o en tablas, y competir en el mercado de productos acabados para cliente final”, explica Fernández.

Los muebles no son lo único en el horizonte. El ejido también prepara su incursión en el mercado de bonos de carbono para sacarle provecho al dióxido de carbono que sus árboles capturan de la atmósfera y que ayuda a combatir el cambio climático.

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Este contenido es publicado por La Verdad con autorización de Mongabay Latam. Ver original aquí.

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