Echeverría gobernó México con profunda hipocresía. Por fuera se vendía a sí mismo como un “preocupado por los países en desarrollo” y dio asilo a los izquierdistas perseguidos. Adentro fue el autor de varias masacres, entre ellas las de estudiantes y opositores en Tlatelolco, siendo Secretario de Gobernación, y la del Jueves de Corpus ya como Presidente
Por Alejandro Páez Varela
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Es extraordinario ser testigo de cómo, a estas alturas del nuevo siglo, todavía existe quien considera al sátrapa Luis Echeverría “un gran mexicano, nacionalista, impulsor de instituciones y de la igualdad de la mujer”, como lo calificó Augusto Gómez Villanueva el sábado. Y asombroso saber que son muchos los que piensan como él, como Gómez Villanueva; o que intentan salvarlo del juicio de la Historia, como me pareció Porfirio Muñoz Ledo.
Es como ver, desde la ventana de mi casa, a un Tiranosaurio Rex caminar por la banqueta, oliendo las flores que aplastará y saboreando todavía restos de la familia que devoró minutos antes. El expresidente fue acusado de asesino y represor aunque murió impune. Ésto último no le quita ser un mentecato, es decir, un sujeto de poco juicio que pensó en algún momento que podía dirigir las Naciones Unidas (ONU).
También es un espectáculo extraordinario (y vergonzoso) ver cómo el PRD, que se dijo de izquierda, se sienta del lado de la manada de depredadores del periodo Cretácico. El PRD es un perro flaco pero algo simboliza: Cuauhtémoc Cárdenas se toma más fotos con los integrantes de ese partido que con políticos de cualquiera otro. Aunque el perro flaco dijo algo sobre Echeverría, la realidad es que le mueve la colita a los Tiranosaurios Rex porque no se enteró del meteoro que se acerca y porque cree que esa bestia de manos chiquitas y fauces de Carlos Romero Deschamps o de Elba Esther Gordillo le va a lanzar algún cebo mientras devora sus presas. Pero no hay cebos que sobren en estos días y si la bestia se amarra la tripa, el perro flaco más.
Asombroso espectáculo ver, además, cómo el PAN ve de lejos la pompa fúnebre sin atreverse a llevar flores. Es complejo, dirá. Quiere guardar las formas y va por la puerta trasera con su ramototote de cempasúchil aunque, fuera las apariencias, es simpatizante de las causas de Luis Echeverría. ¿Aplastar a disidentes de izquierda? En eso el PAN y el PRI son hermanos. ¿Usar al Ejército para reprimir? Sí, es una idea que respetan ambos. ¿Comprar o aplastar a la prensa? En eso PAN y PRI son uno solo.
Lo maravilloso del espectáculo es ver a los panistas dar maromas sin necesidad: todos saben que su amistad con el PRI no es sólo electoral: es, además, ideológica. Comparten una manera de ver las cosas y se comparten, en los hechos, el poder. Desde al menos 1988 se comparten el poder, aunque hasta ahora estén abiertamente hermanados en una fusión electoral.
Echeverría gobernó México con profunda hipocresía. Por fuera se vendía a sí mismo como un “preocupado por los países en desarrollo” y dio asilo a los izquierdistas perseguidos. Adentro fue el autor de varias masacres, entre ellas las de estudiantes y opositores en Tlatelolco, siendo Secretario de Gobernación, y la del Jueves de Corpus ya como Presidente. Genaro Vázquez y Lucio Cabañas fueron asesinados durante su mandato y sus familias perseguidas, torturadas y desaparecidas. Su herencia es el horror y la represión.
Por eso es extraordinario ver al PRI, hoy, inclinarse en señal de reverencia ante un individuo dañino, pernicioso y mentecato. Y al PAN, no atreverse a condenarlo en muerte. Nos dice mucho. Nos recuerda lo que el priismo es hoy, y lo que ha significado en el pasado. Y también nos habla de quiénes son sus socios electorales, el PAN y el PRD, dos fuerzas que le sirven de comparsa y que son, en los hechos, el bastón que impide que caiga de una vez por todas en el olvido, como bien merecido se lo tiene.
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La impunidad que gozó Luis Echeverría durante 50 años debería erizar la piel de cualquier mexicano de bien. Recuerda que en este país la justicia tarda o de plano no llega. Los expresidentes son intocables, a saber: sólo Echeverría ha sido enjuiciado hasta hoy, aunque existe la posibilidad de que se rompa ese estatus con el expediente que se ha abierto a Enrique Peña Nieto por corrupción. La consulta popular sobre el juicio a los expresidentes nos dijo cosas, y la principal es que los mexicanos sí queremos que esos ciudadanos de primera sean llevados ante la justicia por el daño que le han hecho a México.
La semana pasada, cuando se anunciaba que Peña tiene abierta una carpeta en la Fiscalía General de la República, hubo dos reacciones polares. Una primera fue de alegría: muchos celebraron que por fin alguien relacionado directamente con escándalos de corrupción sea juzgado; pero otros cayeron en el desencanto, porque hay muy pocos que creen que realmente se materialice que el último Presidente emanado del PRI pise un juzgado, o tenga que declarar frente a un Juez. Ese descreimiento no viene de la nada; viene de más de tres años de inacción del Fiscal Alejandro Gertz Manero, quien parece muy entretenido en resolver los casos que se refieren a su patrimonio y a su persona, y no responde a la exigencia de justicia que brota por todo el país.
Somos testigos de que, en pleno siglo XXI, Echeverría muriera disfrutando de impunidad plena. Pero nadie se asombre, tampoco. Esto no es un espectáculo del siglo pasado –aunque el expresidente tuviera cien años–, es de ahora mismo: Francisco Javier Cabeza de Vaca, Enrique Peña Nieto, Ricardo Anaya, Alejandro Moreno Cárdenas, Silvano Aureoles, Carlos Romero Deschamps y otros disfrutan de la misma impunidad que disfrutó Echeverría. Y esa no es una buena noticia. Ni siquiera personajes que han sido señalados por años, como Luis Videgaray o Eruviel Ávila, pasando por Angélica Rivera y varios exgobernadores, han sido llevados a juicio. Y justamente es Echeverría el que nos recuerda que la impunidad fue y sigue siendo un grave problema que no se solventó con la transición de 2018.
Los mexicanos de hoy seguimos con las mismas esperanzas que tenían los de ayer: deseamos que los expresidentes ardan en el infierno cuando mueran porque no tenemos la certeza de que pagarán, en esta vida, algo de lo mucho que hicieron. Y eso es una tragedia.
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La semana pasada reviví un texto que escribí en 2013, poco después de que Enrique Peña Nieto presentara su primera declaración patrimonial. Su documento era una vergüenza: evidenciaba cómo un burócrata clasemediero se había convertido en un magnate. ¡Era 2013 cuando lo escribí! Hace nueve años. Y todavía no hay forma de confrontar a ese político desvergonzado que afirmó haber recibido donaciones durante toda su carrera y todavía no hay quién le pida explicaciones.
El Presidente Andrés Manuel López Obrador ha dicho que no es partidario de “ver hacia atrás”, es decir, de juzgar a los expresidentes. Quizás en su momento vio riesgoso alborotar a la clase política con investigaciones a figuras prominentes, como Carlos Salinas de Gortari. Personalmente creo que sobreestimó la capacidad de reacción, el coletazo. A mi manera de ver las cosas, hay turbulencias que se deben y se pueden enfrentar, sobre todo si se tiene un bono democrático tan alto y niveles de aceptación tan grandes.
Creo que todavía puede hacerlo. El bono democrático y la aceptación popular se mantienen altos y puede usarlos para demandar al Fiscal Gertz Manero que abra expedientes y judicialice carpetas de personajes que, como Alejandro Moreno Cárdenas, Peña Nieto, Felipe Calderón o Vicente Fox o Carlos Salinas o Ernesto Zedillo traicionaron a los mexicanos y causaron un daño a la Nación. En parte es cierto que los ciudadanos votaron por un cambio, por un nuevo rumbo; no por vendettas. Pero también creo que la mayoría esperábamos mucho más: la impunidad puede ser, también, un tema de voluntad política.
Echeverría dañó la economía, atacó a los opositores, protagonizó matanzas y persecución. Pero no es el único en hacerlo. Otros repitieron, con estilos distintos, la misma receta. Salinas de Gortari, por ejemplo, no fue mejor que Echeverría. O Calderón o Fox, o Zedillo o Peña. Y allí siguen, tan campantes.
Nos puede parecer extraordinario ser testigo de cómo, a estas alturas, hay quien ve en Echeverría “un gran mexicano, nacionalista”. Son emisarios del pasado, Tiranosaurios Rex que caminan todavía por nuestra calle, en nuestros patios. Pero esas bestias sobreviven y muestran la cara porque no hay una condena contundente, ni a ellos y ni a los muchos Echeverría que sobreviven en la impunidad.
El Presidente debe considerar que no puede acudir a su cita con la Historia con un “pudo hacerlo y no quiso”. Debe considerar, en su cálculo, que muchos mexicanos le agradeceremos que tome ese toro por los cuernos. Y casi estoy seguro que muchos más estaremos dispuestos a respaldar una decisión contundente de acabar con la impunidad.
Yo me pondré de pie cuando Peña llegue a un juzgado; o Alejandro Moreno, o Romero Deschamps; o Calderón o Fox. Si López Obrador logra llevarlos ante un Juez me pondré de pie y así, de pie, lo acompañaré hasta el aeropuerto que lo llevará a Palenque a tomarse un merecido descanso y a escribir, tal como lo ha anunciado.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx