Cada uno tenemos nuestra forma de medir a los otros y esos criterios siempre se acomodan a nuestros intereses. Y es normal, hasta que nos estorba
Por Alejandro Páez Varela
Cada uno tenemos una forma de medir a los otros que se acomoda según nuestros intereses. Y es normal, hasta que no lo es. El vecino de un lado, de abajo o de arriba siempre será más ruidoso que yo, y las guerras de edificios o de barrios tienen que ver con que todos tienen la razón y se desatan en cascada las subidas de volumen. Yo creo que trabajo más que nadie porque desarrollo cien actividades al mismo tiempo y el otro piensa que es más trabajador porque no se le nota tanto, pero cuando se le nota, se le nota mucho. Y quizás todos tenemos algo de razón, salvo cuando no la tenemos y somos conscientes de ello.
Y a veces, al medir al otro, terminamos definiéndonos a nosotros mismos. Un perredista intenta justificar su traslado hacia la derecha alegando que México sufre una dictadura, y como la dictadura no se ve, la desea; y como la desea, la construye con discursos que, a su vez, lo definen más a la derecha. Un panista llama “hipócrita” a los izquierdistas por militarizar al país, pero omite conscientemente que su Presidente Felipe Calderón sacó al Ejército a las calles y al hacerlo, se exhibe como hipócrita. Un lopezobradorista califica de “golpista” a quien advierte que Andrés Manuel López Obrador –y él mismo lo hace– dejará muchos pendientes; y al hacerlo, evita que el lopezobradorismo retome en el futuro los muchos pendientes y entonces se redefine a sí mismo como su propio enemigo.
Todos tenemos un cristal enfrente de nosotros por el que vemos al otro y atendemos las cosas. Todos. Y ese cristal se empaña si queremos o se transparenta si hacemos el esfuerzo. Lo veíamos cuando Jorge Ramos fue a la conferencia de prensa matutina. El periodista contaba muertos, López Obrador tendencias. La cifra acumulada es muy alta, decía el primero; el segundo le respondía: nada más que el problema lo recibí en la cresta, y esa cresta está cediendo. Y quizás los dos tienen la razón, porque la cifra de homicidios es muy alta y es motivo de alerta si la tomas sin análisis, pero si no quieres escandalizar puedes decir que si Enrique Peña Nieto hubiera seguido en la Presidencia y mantiene la estrategia (y la tendencia), quizás la cifra sería del doble. Cada uno veía, en esa conferencia, de acuerdo con su propio interés: uno hacía un corte abrupto de datos duros, y el otro analizaba tendencias. Esa discusión no iba a llegar a ningún lado, creo yo.
La discusión pública casi siempre es subjetiva y la posición de cada quién tiene que ver con sus valores, pero también en sus aspiraciones electorales, de poder. Y hasta cierto punto, hasta cuando no nos volvemos ciegos por las creencias, eso está bien; así son las democracias. Pero hay otros elementos que colaboran en la discusión y deliberadamente buscan distorsionarla. Por lo general no escucho a las señoras Kenia López Rabadán y a María Lilly del Carmen Téllez porque hay 50 por ciento de espectáculo-poco-razonado en sus discursos y 50 por cientos de mala leche. En los debates sobre la reforma a la Guardia Nacional hablaban de un dictador que metió a Alejandro Moreno Cárdenas a las mazmorras y que lo torturó para que se declarara culpable de delitos que no cometió; un verdadero mártir de la democracia cuando era su aliado… hasta que se volvió un perro traidor. Nadie pasa de Gandhi a Hitler en dos días. Pero eso explica cómo se ha cambiado la inteligencia por la estridencia, y la estridencia tiene como objetivo distorsionar la realidad.
Pero hay otras formas de distorsionar la discusión que son más eficientes y burlan muchas fronteras; formas casi indetectables que alcanzan a millones y que muy difícilmente llegan a los círculos donde pueden ser desmentidas. Un ejemplo: nadie me mandó un video de WhatsApp donde se dice que López Obrador nació en Guatemala porque le habría respondido con un: “no me chingues, no me mandes tu basura”. Pero varias veces me ha llegado uno muy alarmante sobre el supuesto endeudamiento de México. Claro, con datos de Macario Schettino, Francisco Martín Moreno y Mario Alberto Di Costanzo, de por sí torcidos, que son transformados en bomba atómica.
El video dice que “López ha endeudado a México como ningún Presidente”. La primera vez apenas lo vi: esos tres individuos se salen de mi registro personal de fuentes confiables. Son como Javier Lozano y Beatriz Pagés hablando sobre cómo todos los días llegan venezolanos sin pasaporte al AIFA, pues; gente con poco valor o, dicho mejor, fuentes que cualquier individuo medianamente inteligente jamás citaría en una discusión. Puedes aplaudirles si simpatizas con ellos, pero como se aplaude a un payaso que se cae o que simula sacarse un pañuelote del oído; nunca los usarías para fundamentar una discusión seria.
La segunda o tercera vez que me mandaron el famoso videíto del endeudamiento sí lo vi completo, ya con un interés profesional. Primero, porque había cruzado los filtros que hay cuando se socializan esos videos: pensaron que realmente debería verlo. Segundo, porque mejoraron el video con más producción, es decir: quien los hace se dio cuenta que el primero, más burdo, había circulado fuerte. Ay, jijos, dije, y me brinqué a la computadora a buscar los Indicadores por País de Deuda Pública. Quise verificar datos aunque mi cerebro me decía: “no perdamos el tiempo con este video, Alejandro; vamos a ver Andor de Star Wars”. Pero allí voy. Y hallé datos del Banco Mundial a cierre de 2021.
En deuda como porcentaje del PIB, y tomo los datos más actuales a mi disposición, México está muy lejos de los niveles de alerta. Sí, creció la deuda de casi todos los países con la crisis, y además muchas naciones se volvieron locas pidiendo dinero y rescatando a los corporativos, algo que acá se evitó. Pero los datos son los datos y ponen la deuda mexicana en 57.63 por ciento del Producto Interno Bruto al cierre de 2021. Lugar 97 de arriba para abajo. Para dar una idea, el país en mayor riesgo y que está mero arriba en esa lista es Japón, con deuda calculada en 259 por ciento en proporción del PIB; Estados Unidos, 134.94 por ciento; Canadá, 112.90 por ciento y España, 118 por ciento, es decir, entre los estadounidenses y los canadienses. Los mexicanos, en esas cifras con cierre a 2021 (y perdonen que repita el dato en este mismo párrafo), en 57.63 por ciento. Sumamente manejable, podría decir cualquier analista, incluso el de una calificadora de riesgo.
En deuda per capita estamos más arriba en la lista; nada que asuste. Todo Europa, Canadá, Estados Unidos y casi todo Asia nos superan. La deuda por persona en México es de cuatro mil 842 euros; la de Japón, mero arriba, 90 mil 719 euros. Hay un abismo, ¿no? Y hay otros indicadores en la lista pero no quiero aburrirlos. Y es en este momento en el que mi cerebro me dijo: “¿No te dije que no perdieras tiempo con ese video?”. Tuve que explicarle que me interesaba ya no por los datos sino por la producción. Mi cerebro se interesó más aún cuando ahondamos que hay quien paga para ensuciar el debate nacional e influenciar a millones a través de videos en WhatsApp, que luego se brincan a Facebook y a otras redes.
Hay ciertas valoraciones que hacemos día con día donde el cristal personal influye para bien en nuestras conclusiones. Mis prejuicios (y un prejuicio no siempre está mal) me alejan de lo que alegan las señoras López y Téllez: a priori, lo considero una pérdida de tiempo. Ellas, pienso, están en el espectáculo político y son capaces de gritar que viven en un país donde soldados armados con bazucas disparan a cuanto opositor se les atraviesa en las calles. Esos no son argumentos, creo. Restan seriedad a cualquier discusión, aún cuando generan tendencias o aún cuando, en ciertos sectores, tengan la misma validez que los Rollos del Mar Muerto.
Y hay ciertas valoraciones donde el cristal con el que miramos ni siquiera cabe porque se trata de datos duros. Allí lo más recomendable es la cabeza fría y rápido ir a fuentes originales o a las que consideramos de toda nuestra confianza porque no nos han quedado mal. Y no creer videítos de WhatsApp porque casi siempre están manipulados para mal, es decir, para destruir a otros con mentiras.
Es cierto que cada uno tenemos nuestra forma de medir a los otros y esos criterios siempre se acomodan a nuestros intereses. Y es normal, hasta que nos estorba. Yo aconsejaría a alguien que odia a la izquierda no comprarse los argumentos de las Kenia López y las María Lilly del Carmen; los Lozano o las Pagés; los Vicente Fox y los Carlos Alazraki porque, como los Schettino, Moreno o Di Costanzo están nublados por la falta de seriedad, el deseo de notoriedad, mucho espectáculo y excedentes de lecha agria. Digo, si quieren una discusión que sea tomada en serio. Lo otro es ignorar lo que les digo y seguir viendo videos de WhatsApp que envenenan, sí, la discusión, pero que cada vez convencen a menos.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx