Los pequeños no tienen porqué cargar con los delirios de los mayores, ni tampoco pagar el costo de la guerra de egos que vive la clase política mexicana
Por Miguel Ángel Sosa
Twitter: @Mik3_Sosa
Preocupa el futuro educativo del país y la situación luce complicada porque las condiciones no están dadas para que, por pugnas ideológicas, se empeñe la posibilidad de construir un mejor país para las generaciones venideras.
Toda esa verborrea sobre el derecho a la educación resulta inútil ante los limitados esfuerzos oficiales por hacer que la cobertura educativa y de calidad sea una realidad en el país.
Hay quienes confunden educar con adoctrinar y eso resulta por demás peligroso, ya que ante la polarización extrema que vivimos como sociedad, las tentaciones autoritarias son ofrecidas por algunos como la única opción para avanzar.
A ras de piso, la ciudadanía queda ausente de la revisión de los planes de estudio, a pesar de que son las hijas e hijos de todos los mexicanos quienes se convierten en los receptores de dichos cambios de contenido.
En la formación de los mexicanos del mañana, representados hoy por millones de niñas, niños y jóvenes, hay cargas moralizantes promovidas desde el poder que impulsan los dados hacia ciertos criterios y narrativas que sirven a la corriente gobernante.
Lo anterior no es nuevo, siempre se han presentado las intentonas por influir en la cultura colectiva a través de los libros de texto y los aprendizajes que se difunden en las aulas. Lo nuevo, tal vez sea la alevosía y urgencia mostradas para dar plumazos cargados de ideología.
Los pequeños no tienen porqué cargar con los delirios de los mayores, ni tampoco pagar el costo de la guerra de egos que vive la clase política mexicana. Resulta un ejercicio perverso el querer imponer la moral en turno e intentar destrozar las construcciones culturales que contradigan la autonombra postura de bondad.
Meter las manos en la educación de un pueblo no es un asunto menor pues modifica las condiciones de crecimiento y proyección de futuro, además de moldear el pensamiento global sobre la historia, los orígenes y los procesos internos. En ese sentido, imponer “mi verdad” sobre “tu verdad”, resulta ser la madre de todas las batallas para los egos mal curados de quienes detentan posiciones de poder.
En medio de las trincheras quedan atrapadas la infancia y juventud de un país que navega en aguas tormentosas, de un pueblo que sufre de dolores antiguos y que se contagia fácilmente por palabras puntillosas que abren nuevas heridas en lugar de promover la unidad y el abrazo que tanto necesita México.