Opinión

Las fotografías inéditas de Pita Amor




junio 13, 2023

Un acercamiento a las fotografías inéditas de Pita Amor, y un fotógrafo que retrató las manos de la poetisa, a través de este artículo, salen a la luz

Por Évolet Aceves
Tw: @EvoletAceves
IG: @evolet.aceves

La fotógrafa de origen oaxaqueño Blanca Charolet (1953) ha forjado su carrera artística retratando a personalidades del mundo intelectual, cultural, científico y del espectáculo. Entre ellos, destacan personalidades como Elena Poniatowska, Juan García Ponce, Cristina Pacheco, Leonora Carrington, Chavela Vargas, Ely Guerra, Pedro Armendáriz, Aleks Syntek y, quien nos atañe en esta ocasión, la dueña de la tinta americana: Guadalupe Amor, la magnánima poetisa del siglo XX.

Evitaré en esta ocasión hablar sobre la obra de la retratada y me centraré, exclusivamente, en hacer un acercamiento fotográfico a la poetisa, que surge a partir de mi visita a la exposición “Amor y Locura-Pita”, de Blanca Charolet, que actualmente se exhibe en el Centro Cultural Los Talleres A.C., ubicado en el centro histórico de Coyoacán.

Me parece plausible rememorar a Pita a propósito de una fecha cercana a la de su nacimiento y también muerte (mayo), sobre todo con fotografías inéditas. Ya había visto por ahí una o dos fotografías de las exhibidas, pero no son fotografías de fácil acceso.

Comienzo por los desatinos de la exposición. Desafortunadamente, y no de muy buena manera, la encargada en la sala de exposición me advirtió que no podía tomar fotografías, pese a que no había señalamiento alguno que así lo indicara. Acaté las amedrentadoras indicaciones.

La curaduría me pareció un tanto pobre, pues de los cuarenta y cinco retratos que componen la serie de fotografías de Guadalupe Amor tomados por Charolet, tan sólo se exhiben diecisiete, de éstas, quince —plata sobre gelatina— son a blanco y negro, y dos a color; por otro lado, el papel en donde aparece la semblanza de la exposición y de la fotógrafa dan una indeseable apariencia de improvisación, tal vez haberlo hecho con un material plegable sobre la pared, como suele hacerse en los museos, hubiera dado una mejor impresión —obviamente hubiera requerido de mayor inversión—, sobre todo si la exposición va a ser tan breve.

Ahora bien, hablemos sobre el contenido de las fotografías y aquello que es notable.

Todos los retratos exhibidos son únicos. Varios son bastante parecidos, en los que un mínimo detalle cambia. Blanca Charolet en más de una ocasión disparó varias veces seguidas, segundo tras segundo.

Las imágenes fueron tomadas en dos sitios principalmente: Zona Rosa y la casa de la actriz Patricia Reyes-Spíndola, quien fue íntima amiga y protectora de la escritora en sus últimos años.

En las imágenes se observa a nuestra protagonista con cabello corto y oscuro, con un bucle sobre la frente, cejas delineadas de negro, sombras negras en el párpado y un delineado negro bastante grueso por debajo del ojo, flores artificiales de tela arriba en la cabeza y collares que se asoman por su cuello, ligeramente ocultos en una blusa a rayas. La fotógrafa pintó los labios de un rojo incandescente, el material no se especifica en la ficha técnica, a mi parecer se trata de un plumón de aceite. Con esta imagen abre la exposición.

En la siguiente imagen se observa a una Pita oculta detrás de un abanico chino abierto, por detrás de éste se asoma la cabellera corta de Amor Schmidtlein y las flores que lo adornan.

En otra fotografía aparece la novelista completamente de blanco: un traje compuesto por una blusa y falda largas, zapatos planos blancos, pulseras, collares, flores blancas en la cabeza, anteojos grandes de pasta gruesa, oftálmicos, que cuidadosamente miran al suelo, a la par que su bastón de madera va pisando las calles de la Zona Rosa en aquel día soleado del 89, en que se observan al fondo, sobre el andador, comensales sentados en las mesas de algún café o restaurante, en medio de dos breves jardineras. En la mano izquierda —la que no lleva el bastón— Guadalupe Amor lleva un bolso negro pequeño y una bolsa blanca, tal vez de plástico.

Como esta fotografía hay otras más, tomadas unos pasos después, en zonas que hoy me resultan irreconocibles en la Zona Rosa. Al parecer visitaron la fotógrafa y la escritora un restaurante aquel mismo día. En esta ocasión —y éstas son las dos fotografías a color—, se observa a la también cuentista con el mismo traje blanco y con sus flores —resulta que no todas las flores eran blancas, pues hay una azul, azul cielo—, ya más de cerca, con la mirada sin rumbo, una mirada deteriorada, sobre todo cansada, con su bucle perfectamente definido, sus labios rojos recargados, delineador negro, grueso y marcado por debajo del ojo, cuatro collares de piedras de colores, pequeños aretes circulares en forma de flor con lo que pareciera ser una minúscula perla dorada en medio, y en su mano derecha, descansando, abandonada al vacío frente a su pecho, deja ver sus cuatro dedos visibles ornamentados con anillos, en su mayoría de piedras. Cuatro brazaletes dorados se dejan ver.

Entre las demás fotografías recuerdo dos más que llamaron bastante mi atención: en una se le ve a nuestra protagonista con un muñeco arlequín, se le observa entretenida, aunque no mira al arlequín, mira hacia el suelo. En otra más —y ésta, supongo, es la casa de Reyes-Spíndola—, Blanca Charolet la retrata en el reflejo de un precioso espejo espacioso; al fondo del reflejo hay plantas, específicamente palmas arecas, de interiores, y al centro se ve Guadalupe Amor, encorvada, con los años encima y, al mismo tiempo, excelsa.

Pregunté en el establecimiento —a la no muy amistosa dama encargada de negarme tomar fotografías— si había más retratos que no estuvieran en esa sala —considerando la mínima selección de ahí—, me confirmó que no, que esas eran todas. 

He de confesar que me quedé con ganas de más, las exhibidas son excelentes imágenes que retratan el fin de un siglo, el decaimiento de una vida, pero no cualquiera, sino la vida de la máxima representante del decadentismo mexicano en la esfera estética y literaria de la segunda mitad del siglo XX.

Hay una bellísima fotografía en la portada del poemario Mis crímenes (Federación Editorial Mexicana, 1986), por dentro contiene ilustraciones de Ramón Sánchez Lira, este libro fue publicado con ayuda de Henri Donnadieu, íntimo amigo de Guadalupe Amor, en una preciosa y rarísima primera edición, del que existen sólo cien ejemplares y del cual tengo la dicha de tener una copia de éste gracias a la gentileza de Donnadieu, me lo regaló hace unos cinco años.

En la fotografía de esta portada se observa la mano izquierda envejecida de la autora, con dos anillos en el índice, dos en el anular y dos más de perlas en el meñique, uñas no muy largas pero tampoco muy cortas, las venas aparecen como montañas entre llanos, planicies salpicadas de lunares, hasta arriba de la imagen se asoman varias pulseras, aros metálicos del comienzo de una mano que no se ve sino en la contraportada, en donde se observa, ahora, la mano derecha, nuevamente con dos anillos en el meñique, dos en el anular y uno en el índice; en ambas manos deja los dedos pulgares y los cordiales desnudos.

Yo tenía entendido que esta espléndida fotografía de las manos había sido tomada por Blanca Charolet —cabe mencionar que en el libro no se dice quién tomó la foto— para mi sorpresa no fue así, resulta ser que el misterioso fotógrafo que capturó esta imagen de las manos, fue Rogelio Villarreal —me acerqué a Rogelio y a Henri Donnadieu para salir de dudas, fue así como me enteré.

Villarreal fue el editor del mismo libro —Mis crímenes—, me comenta Rogelio que la tomó en la casa de Henri Donnadieu, y me parece oportuno abordarla dada la excelente toma y el gran ojo de Rogelio Villarreal, quien también fue editor de las revistas La Regla Rota (1984-1987), La Pus Moderna (1989-1996) y Replicante (desde 2004 a la fecha). Le pregunté a Rogelio si recordaba la cámara empleada para aquella magnífica fotografía, “tuvo que haber sido una Minolta o una Nikon F2”, me aseguró.

Volviendo a la exposición de Charolet, espero algún día ver la serie completa con los cuarenta y cinco retratos. Los retratos inéditos de Pita son incalculablemente hermosos.

Cuenta el escritor y locutor Sergio Almanza que él conoció a la poetisa cuando trabajaba como asistente de una librería francesa en la Zona Rosa, ubicada sobre la calle de Niza, mismo trabajo al que renunció para convertirse en asistente de Blanca Charolet para tomar estas fotografías. Almanza asegura que Pita llegó a decirle: “¡Qué mala fotógrafa es Blanca Charolet!”

Eso sí, estos retratos tienen su magia por quien se encontraba frente a la cámara, más que por quien se encontraba detrás de ella: la modelo contribuyó abismalmente para que estas fotografías fueran legendarias. Pero démosle el mérito a cada quien en su justa medida, es de reconocerse que gracias a la fotógrafa Blanca Charolet hoy se tiene registro fotográfico de los últimos años de vida de Guadalupe Amor, cosa que no fue nada sencilla, pues también hubo una valiosa labor de convencimiento previa a aquellas sesiones de fotografía callejera, aunado a que todas fueron tomadas análogamente, con cámaras de rollo, un reto adicional.

Estas imágenes pasan a la historia de la cultura de México, pero también contribuyen a la formación simbólica de un personaje en sus últimos años, un personaje como el que fue Guadalupe Amor.

everaceves5@gmail.com

***

Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y textos híbridos. Psicóloga, fotógrafa y periodista cultural. Estudió en México y Polonia. Ha colaborado en revistas y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, La Libreta de Irma, El Cultural (La Razón), Revista Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales: México Seductor (2015) y Anacronismo de la Cotidianeidad (2017). Ha trabajado en Capgemini, Amazon y actualmente en Microsoft. Esteta y transfeminista.

lo más leído

To Top
Translate »