Nuestro modelo civilizatorio ha hecho que el planeta suba su temperatura promedio en 2 grados Farenheit desde fines del siglo XIX, pero seguimos atizándole al horno con más automóviles, más industria contaminante, más uso de plásticos, más urbanización, más consumo de mercancías, muchas veces inútiles
Por Víctor M. Quintana S.
Si el calor se espantara con espectaculares, viviríamos en la ciudad más fresca de todas.
La última semana de junio fue la más cálida de que se tenga registro. Y contando… En Chihuahua llevamos ya dos decenas del mes que se supone es llovedor y apenas han caído unas cuantas gotas. La canícula pega fuerte, el aumento del poder adquisitivo ha permitido a la gente dejar los aires evaporativos y comprar minisplits, lo que dispara el consumo de electricidad y el sistema eléctrico se colapsa. Los apagones afectan centros de trabajo, escuelas y pozos urbanos.
El hemisferio norte está ardiendo. Arden los bosques desde Canadá hasta Europa del Sur. Una vorágine de humo cubre el planeta, como parábola del presente y el futuro que nos espera. En Uruguay se secan ríos que nunca se habían secado. China acaba de registrar una temperatura récord de 52 grados centígrados; en Phoenix van 19 días consecutivos con temperaturas sobre 43.5 grados. Italia y España registran también temperaturas máximas históricas. El África Subsahariana, una de las regiones más pobres del globo terráqueo, ahora padece una sequía sin precedentes, que se aúna a los conflictos violentos, a las guerras, a la violencia de los narcos y bandas armadas en varios países como Sudán del Sur.
Estamos sufriendo el efecto combinado de la acumulación de gases producto de los combustibles fósiles y del fenómeno El Niño. Por esto tendremos olas de calor cada vez más intensas, más frecuentes, más largas.
Nuestro modelo civilizatorio ha hecho que el planeta suba su temperatura promedio en 2 grados Farenheit desde fines del siglo XIX, pero seguimos atizándole al horno con más automóviles, más industria contaminante, más uso de plásticos, más urbanización, más consumo de mercancías, muchas veces inútiles.
Ya entramos a una nueva era geológica, señalan los científicos: el Antropoceno. Ahora la huella de la actividad humana se está quedando en las capas geológicas del planeta. Estamos agotando mantos acuíferos, generando enormes sedimentos de plásticos, contaminando con metales pesados el suelo, destruyendo cubiertas vegetales. Si seguimos así, en pocos años pasaremos a una nueva era geológica: el Piroceno, es decir, la era del fuego. Una etapa generalizada de altas temperaturas, de incendios, de calor.
No son profecías apocalípticas. Es el Apocalipsis que nos hemos construido a pulso. El teólogo brasileiro Leonardo Boff, señala que parece que no hubiéramos aprendido nada del COVID y que, luego de una reclusión y reflexión temporales nos volvimos a embarcar en la vieja normalidad sobreexplotación de los ecosistemas, deforestación, como a que padecemos en la Tarahumara, minería contaminante a cielo abierto, sobre extracción de agua que genera crecientes conflictos.
Y, sin embargo, todo esto, que es el futuro próximo de nuestras vidas y de quienes nos seguirán, está ausente de la agenda pública. La conversación pública ahora versa sobre todo al menos en México en las elecciones de 2024. En la promoción de figuras carentes de contenido, de mensaje y de compromiso. No hay ninguna propuesta, así sea superficial para detener la agresión a la naturaleza y ralentizar el cambio climático.
Urge que actuemos, no sólo a nivel familiar y personal reduciendo nuestro consumo, cuidando nuestro medio ambiente, reduciendo nuestro uso de combustibles fósiles. Eso es muy insuficiente. Tenemos que demandar a quienes nos gobiernan a nivel municipal, estatal y federal, programas y acciones muy claros, con compromisos eficientes para la reducción de gases de efecto invernadero, la reducción de la extracción de agua, la veda a la minería a cielo abierto.
A nivel local, urge preservar la naturaleza que nos rodea. Atender los persistentes llamados de los movimientos como el que defende el Chamizal y el precario, muy precario arbolado urbano de Ciudad Juárez. Cada día las fraccionadoras echan más y más planchas de concreto, disminuyen la infiltración de agua, acaban con la cubierta vegetal. Abundan los camellones y parques polvosos, llenos de piedras, con árboles agonizantes. Ojalá legisladores, legisladoras, regidoras, regidores, partidos políticos, ciudadanas y ciudadanos escuchemos estos gritos desesperados de un planeta que se sofoca.
Ojalá que por cada espectacular que los políticos suben, sembraran y cuidaran cien árboles.