Esos empujones no hubieran llevado a nadie a renunciar a la izquierda en el pasado. Esos empujones habrían sido caricias para alguien como, digamos, Ricardo Flores Magón, Rubén Jaramillo, Lucio Cabañas, Heberto Castillo, Rosario Ibarra de Piedra o el mismo López Obrador
Por Alejandro Páez Varela
Somos nuestros errores. Los aciertos moldean una personalidad, la aclaran; definen los bordes de quién somos. Pero los errores son el abismo que se abre entre el que soy en el presente y el que seré en el futuro. Los errores son, entonces, un abismo al futuro.
Marcelo es un hombre lleno de virtudes, pero algo se rompe cuando lanza la frase que dicen que él pronunció y que no desmintió, a pesar de que lo marca. La frase es muy desafortunada. Algo que dices no por casualidad, sino porque viene desde muy adentro; frase que te define, que te transparenta. “No nos vamos a someter a esa señora” es tan desafortunado como oportuno, lamentablemente. Un error, como un abismo que se abre entre el Marcelo que era ayer y el Marcelo del futuro. La sensación es que no está dispuesto a disciplinarse ante una mujer por ser mujer. Hay un Marcelo allí que asombra a todos.
Somos nuestros errores. Los aciertos delinean nuestro perfil, pero un error del tamaño de un abismo nos alcanza hoy, y nos marca para el futuro.
Me dijo una excolaboradora de Marcelo hace algunos años: “que tampoco se queje si está solo. Dime a cuántos conserva de su propio equipo que no sean los que siguieron a Camacho y por lo tanto a él”. Lo escribo de memoria. Manuel Camacho Solís conservó equipos intactos durante mucho tiempo. Conservó cerca incluso a Marcelo Ebrard, a pesar de Marcelo Ebrard, quien no suele conservar a nadie. Camacho hacía maletas con todos sus incondicionales; maletas hacia sus propios errores, maletas para irse al abismo, pero hacía maletas con ellos. Lo acompañaron en su agonía los que lo querían décadas atrás. En esta agonía política de Marcelo lo acompaña un equipo que ni siquiera es de él: un equipo que heredó de la campaña fallida de José Antonio Meade. Otro equipo que deberá contener la respiración mientras su jefe –si sigue sus instintos– lo abandona.
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Errores imposibles de corregir. Xóchitl Gálvez decide recurrir a tribunales para forzar a que el Presidente no la vuelva a mencionar por su nombre y entonces, sin quererlo, se decide por la irrelevancia: entre menos sale en la “mañanera” hay menos posibilidades de que los diarios la recuperen para sus portadas porque ella los acostumbró a que era relevante en tanto una y otro se mencionaran. Un error de cálculo: ahora Xóchitl hace campaña sin el más grande punto de apoyo de su carrera: López Obrador. Un error atribuible a ella, pero que muy probablemente instigó Claudio X. González, cuyo equipo de litigio estratégico acompañó la petición de Xóchitl al Poder Judicial.
Errores para siempre. El desprestigio castiga a PAN, PRI y PRD en 2018 y los tres partidos deciden unir su propio desprestigio en un sólo logotipo para enfrentar a López Obrador. El desprestigio les quitó votos por separado y le facilitan la tarea al votante: en una sola boleta y en una sola elección pueden castigarlos a los tres. Los intelectuales, los empresarios, los periodistas y los académicos enojados con el Presidente quieren vengarse y convencen a los tres partidos a unirse. Ellos creen vengarse mientras los tres partidos se desfondan a niveles que nadie sospechaba. Los intelectuales, los empresarios, los periodistas y los académicos han decidido que la estrategia es un acierto e insisten ahondar en ella: presionan a Movimiento Ciudadano para que se junte a una alianza que no tiene, siquiera, un motivo noble más allá del innoble deseo de recuperar el poder. Le cargan la mano a Dante Delgado para que se funda en el mismo logotipo que carga con el desprestigio de PAN, PRI y PRD. Dante se resiste con una lógica que todos ven, menos PAN, PRI, PRD, los intelectuales, los empresarios, los periodistas y los académicos. Aprietan más. Recurren a un lado débil de la cadena emecista: Enrique Alfaro, un filibustero, un pragmático movido por corazonadas, rabietas y su propio enojo porque, dicen las cifras, deberá entregar el poder a Morena si todo sigue como va. Errores para siempre: ¿quién a estas alturas puede afirmar que el PRIAN tiene oportunidad de recuperar el poder? Sólo los slogans de campaña.
Errores derivados de malentendidos sobre el uso del poder. Ricardo Monreal cree que siempre será el todopoderoso Senador que fue. Enfrenta primero a Martí Batres hasta que lo obliga a abandonar el Senado de la República. Luego enfrenta a Claudia Sheinbaum en el terreno: en 2021 opera contra ella en la capital para eliminarla del juego de la sucesión, y prefiere a Sandra Cuevas que a sus propios compañeros. Pero el peor error de todos es que durante más de cuatro años se enfrenta al Presidente; menosprecia el rol que éste le ha conferido para jugar su propio juego con los opositores de López Obrador. Los opositores lo miden a tiempo y lo dejan en la orfandad. Monreal queda sin ninguna de las dos tortas. Cuatro años haciéndose el autónomo, él, como si él fuera la representación encarnada del Senado. Cuatro años citándose “profesor universitario” para no citarse lopezobradorista o, al menos, parte de un movimiento. Alguien, en la que será quizás la última marcha de López Obrador, coloca un pequeño letrero hecho a mano en las rejas exteriores del edificio de la Cámara Alta: “No mentir, no robar, no Monreal”. Lo que viene nadie lo esperaba. Monreal es marcado con la mancha de la traición. Queda último lugar en la encuesta presidencial interna y se afianza la sensación de que, si quisiera competir por la candidatura de la Alcaldía Cuauhtémoc podría quedar, también allí, en la cola.
Errores derivados de sus propios prejuicios. Gerardo Fernández Noroña lanza su candidatura y muchos lo consideran una locura porque se han comprado el menosprecio que sus opositores usan para tratar de sobajarlo. En la cúspide de una montaña de naipes, Lilly Téllez le grita “Changoleón” porque quiere agradar a sus correligionarios; quiere afianzarse como sacerdotisa de una religión construida con odio. “Changoleón” es un profesor de filosofía, según las crónicas periodísticas, que cae en desgracia en una sociedad que apresura las desgracias: el alcohol lo va derrotando hasta que muere. En el grito de Téllez no hay sino desprecio social; en el grito de Téllez sólo hay los gritos de los otros que son como ella, que prefieren una sociedad divida en castas que una sociedad solidaria. Fernández Noroña resiste y se lanza. Y a cada menosprecio se crece: obtiene la mitad de las preferencias que el mismo excanciller Ebrard, sin más campaña que la que hace en sus propias redes y sin más transporte que sus propios pies. Se impone a Adán Augusto López, símbolo del despilfarro electoral. Se impone moralmente a Marcelo porque antepone las causas de un movimiento a sus propias aspiraciones.
Adán Augusto comete un error que transparenta en su rostro: creer que ganará cuando no hay una sola señal de que así será. Echa su resto y se le ve desencajado cuando lo confrontan con la realidad: un cuarto lugar, apenas. Su campaña ha sido muy cuestionable; una campaña que debe obligar a Morena a imponer reglas para el futuro inmediato. Una campaña de despilfarro que nadie podría decir cómo se financió. Pero hay quien dice que la campaña de Adán Augusto se repetirá en la de Claudia: que él será su coordinador. Sería clonar un error y llevarlo más lejos.
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Marcelo no escogió una mejor gota para derramar su vaso. Fue un error, creo, tomar los empujones que le dieron a sus representantes (entre ellos Malú Mícher) como la gota que derramó el vaso. Cree encontrar, en ese desafortunado incidente, las razones para abandonar a la izquierda en un país en el que, durante un siglo, ser de izquierda es estar dispuesto a que ser excomulgado, separado, olvidado, desaparecido, asesinado. Esos empujones no hubieran llevado a nadie a renunciar a la izquierda en el pasado. Esos empujones habrían sido caricias para alguien como, digamos, Ricardo Flores Magón, Rubén Jaramillo, Lucio Cabañas, Heberto Castillo, Rosario Ibarra de Piedra o el mismo López Obrador.
Al calor de la contienda interna, poco antes de que se confirme que ha perdido, dice que la policía de la Ciudad de México los golpea y parece, más bien, cobrarse una vieja afrenta con Martí Batres. El ahora Jefe de Gobierno fue despedido por Marcelo de mala manera años atrás; reapareció como presidente de Morena. Y no sólo eso: Batres reapareció como Jefe de la capital cuando Monreal lo echó del Senado.
Algo se rompe cuando Marcelo busca la manera de justificar su enojo; un enojo que, en todo caso, debió dirigir hacia quienes operaron su campaña, llena de momentos chuscos, pero ayuna de contactos con la gente. Es chistoso pero no contundente. Se le intenta hacer ver como gente sencilla sin tener contacto con la gente sencilla. Los tiktoks sustituyen los mítines, o al menos esa fue mi impresión.
Somos, en este presente, errores de nuestro pasado. Los aciertos sí nos moldean, sí definen los bordes de quiénes somos. Pero los errores son el abismo que se abre entre el que somos en el presente y el que seremos en el futuro. Los errores son, entonces, un abismo que se extiende necesariamente hasta un futuro no muy lejano.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx