PRI, PAN y PRD debieron refundarse y dejar de lado a las élites cargadas toxicidad, las que los usaron durante cinco años para expresar su odio personal a López Obrador. Debieron crear ciudadanía de verdad, no anclarse a las organizaciones que simulan ser ciudadanas y que están cargadas de panistas que se avergüenzan de llamarse panistas; de perredistas que se avergüenzan de quienes son y de priistas que ya no tienen cabida ni en su propio partido
Por Alejandro Páez Varela
Algunos dijimos, en estos cinco años, que la oposición estaba frente a la oportunidad de regenerarse a sí misma después del fracaso electoral de 2018. También dijimos que Morena podría emprender una ruta para sacudirse la deshonra de haberle abierto las puertas a un Germán Martínez, a una Lilly Téllez o a un Manuel Velasco, a pesar de que representaban a la derecha más radical y antiderechos o de plano la corrupción, como es el caso del tercero en esta corta lista con apenas algunos ejemplos. Pero no aprendieron de sus propios errores y los alcanza un nuevo ciclo electoral presidencial sin haber atendido el reto.
En el caso tres de los partidos más viejos de México (PRI-PAN-PRD), el error de no reconfigurarse agudizará su crisis de credibilidad y confianza; perderán votos y por lo tanto posiciones, y se pondrán muy cerca de su propia extinción. En el caso de Morena se pierde la oportunidad de demostrar que no se debe renunciar a los valores sólo para acceder al poder si lo que se quiere es realmente transformar a una sociedad.
PRI, PAN y PRD se gastaron cinco años de engaño en engaño, tratando de denigrar al Presidente; repitiendo que se iba a reelegir, como decían los intelectuales; advirtiendo hasta en foros en el exterior sobre una supuesta dictadura, como decían los medios; inventándose una anomalía democrática que pretendía acabar con las libertades, como pregonaban los privilegiados en la academia. Y lo hicieron para no voltearse a ver; lo hicieron por comodidad, porque mientras trasladaban en otro la culpa de su propio fracaso evitaban reconocer que esa paja en el ojo ajeno era una pira en el propio.
Contrario a lo que era urgente, el PRIAN le hizo caso a un hijo del privilegio, Claudio X. González, y atendió el discurso de los grupos de interés mediáticos, intelectuales y académicos. Y rara vez, en estos cinco años, el PRIAN volteó hacia su entraña. Se volvió la catapulta del odio de las élites hacia Andrés Manuel López Obrador, como esas mismas élites esperaban, y gastó un tiempo que era el preciso para transformarse y para decirle a la sociedad: hemos sino lo que hemos sido, pero entendimos la lección.
El resultado es el que conocemos: las ofensas que lanzaron al Presidente se volvieron ofensas para sus seguidores, quienes se afianzaron en su militancia. Las ofensas ya no fueron sólo para el Presidente, entonces, sino para toda la base social del Presidente.
Una de las razones por las que tampoco funcionó la estrategia de los “arrepentidos” es justamente el haber adoptado, como partidos políticos en oposición, un discurso de odio propio de las élites. Imagínense: Vicente Fox maldiciendo todos los días a las bases sociales del Presidente; diciéndoles que eran unos imbéciles –él, sin calidad moral para decir algo–. Lo que hizo fue endurecerlas más; volverlas ahora sí activas militantes.
Varios entre ellos, los más impresentables, citaron a los supuestos “arrepentidos de haber votado por AMLO” para decir que el líder de izquierdas se estaba quedando solo. Lo que provocaron es un efecto contrario: un endurecimiento de los seguidores del Presidente y lo escuchamos a gritos el pasado 15 de septiembre: la consigna “es un honor estar con Obrador” volvió a las calles porque, en realidad, nunca se fue de las calles: todos esos que en los tiempos de vacas flacas habían gritado “es un honor estar con Obrador” ahora lo volvieron gritar, con más ganas. Pensar que de este lado está un hombre que los abraza a diario y que del otro está un odiador decrépito –Vicente Fox– gritándoles groserías, es razón suficiente para que cualquiera se afiance en el Zócalo y no lo suelte jamás.
El discurso de los partidos de oposición no debió ser el de Héctor Aguilar Camín, el de Javier Lozano o el de Fox. Debió ser exactamente lo contrario. Pero no hubo inteligencia en Marko Cortés, Alejandro Moreno y Jesús Zambrano. A diferencia de lo que sucedía en el pasado, podían decir groserías al Presidente o a sus seguidores sin que mediara siquiera el autocontrol: pues se encantaron mentando madres y llamado “pendejo” a López –como lo hizo Fox hace unos días– o hasta peor. Bonita manera de buscar votos. Lo único que el PRIAN logró fue darle de comer basura a su base, pero no logró convencer a los que realmente necesitaba: los de abajo.
Durante cinco años predicaron odio en las iglesias del odio, a las que acuden los que odian. Esos feligreses odiadores quedaron encantados con los sermones diarios de mentadas de madre y ellos, los apóstoles del odio, también. Los más enamorados fueron los que sembraron el odio desde las élites, hasta que la realidad los alcanzó. Cinco años sin decir, una sola vez y con humildad: nos equivocamos. Cinco años de fracaso en fracaso y allí están los números: el PRI se irá a la mitad de la votación de 2018, el PAN igual y lo que queda del PRD, Jesús Zambrano y Jesús Ortega, deberán buscarse otro barco para seguir a flote porque el que explotaron todos estos años se les acabó.
El PRIAN llega a 2024 sin haberse reformado y con malas noticias: ni con ayuda de casi todos los consorcios de medios, de casi todos los intelectuales, de casi todos los empresarios en la élite y de casi todos los burócratas dorados de la academia han logrado hacer crecer a Xóchitl Gálvez. Y no sé si se han dado cuenta que su estrategia los dejará fuera del poder durante doce años al hilo, si bien les va. E insisto: si bien les va, porque no veo al PRD en las elecciones de 2030 y quizás ni al PRI, y es posible que el PAN regrese a los tiempos de su fundación y esas no son malas noticias si se entiende el mensaje que le mandan los ciudadanos.
Debieron refundarse. Debieron refundarse y dejar de lado a las élites cargadas toxicidad; las que los usaron durante cinco años para expresar su odio personal a López Obrador. Debieron crear ciudadanía de verdad, no anclarse a las organizaciones que simulan ser ciudadanas y que están cargadas de panistas que se avergüenzan de llamarse panistas; de perredistas que se avergüenzan de quienes son y de priistas que ya no tienen cabida ni en su propio partido. De hecho, esos priistas no tendrían cabida en una sociedad moderna, tampoco. Y eso me lleva de regreso a Morena.
Morena debería entender la deshonra de haberle abierto las puertas a Germán Martínez, a Lilly Téllez o a Manuel Velasco y ya no abrirse más a los priistas o panistas que están utilizando a la izquierda para lavarse la cara. Morena no debería sumar a caciques del priismo o del panismo y respetar la memoria de Heberto Castillo, de Rosario Ibarra de Piedra, de Valentín Campa y de Rubén Jaramillo y de otros que lucharon contra la adversidad y entregaron su vida por una causa de izquierda.
En los municipios y en los estados, como a nivel federal, muchos integrantes de las viejas estructuras priistas se están colando en Morena para no perder el poder. En Morena lo saben y las bases lo ven, y es muy amargo que los viejos verdugos de obreros y campesinos ahora traigan la camiseta de la Cuarta Transformación. Cuidado. El tsunami de 2018 trajo mucho cascajo, pero eso no justifica que para 2024 se siga fincando una “nueva sociedad” con ese cascajo.
Porque si Morena no se depura y sigue acomodándose alacranes en el seno, ¿qué le queda a un ciudadano frente al desmoronamiento de las opciones electorales? Porque si Morena, que abiertamente se dijo representar algo distinto, no cuida a quiénes afilia, ¿qué opciones le deja a los ciudadanos de buena voluntad? Sólo el desamparo.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx