Queda la incógnita de cuál será el destino de Marcelo Ebrard. Quizás termine como embajador en Francia o en la ONU, o tal vez le hagan válida una senaduría plurinominal… su futuro se ve complejo y hasta nebuloso
Por Hernán Ochoa Tovar
Marcelo Ebrard es un político de paradojas: siguiendo una trayectoria lineal en diversas épocas, ha tenido quiebres que lo han alejado del servicio público por temporadas, pero le han permitido resurgir. Ha estado cerca de encontrarse en el firmamento político, pero nunca lo ha logrado, pues cuando su carrera ha parecido encontrarse en un punto culminante, le han ocurrido eventos que no le he han permitido su cristalización. Para muestra, lo ocurrido en esta semana, cuando, lejos de dejar un precedente, deja su futuro en vilo, como ya le había ocurrido a mediados de la década pasada.
Cabe recordar que el excanciller de México (2018-2023) fue pupilo del finado exregente del Distrito Federal en tiempos del salinismo, Manuel Camacho Solís. Él lo acercó al quehacer político cuando Marcelo hubo finalizado sus estudios de licenciatura. Segundo a bordo del viejo político, Ebrard parecía encaminarse por un futuro brillante, pues había ocupado puestos burocráticos en la estructura de la desaparecida SEDUE (hoy convertida en la Secretaría del Bienestar) y coronó su currículum como secretario de Gobierno del Distrito Federal, a principios de la década de 1990. Con Camacho Solís como gran suspirante, quizás Marcelo se vio llegando a puestos burocráticos más altos. Sin embargo, su joven sueño se vería truncado cuando su maestro no fue el ungido para ser el candidato presidencial del PRI, sino que dicho encargo lo ocuparía Luis Donaldo Colosio, carismático sonorense quien había resaltado como dirigente nacional del PRI y primer titular de SEDESOL durante el sexenio de Carlos Salinas (1988-1994).
Aunque ocupó la subsecretaría de Relaciones Exteriores cuando Camacho fue efímeramente canciller (luego dimitió para ocupar el rimbombante encargo de Comisionado para la Paz en Chiapas), la trayectoria de Ebrard entró en un impasse, pues no sería diputado federal hasta 1997, y ya no por el PRI (partido en el cual comenzó su carrera política), sino por el Partido Verde, instituto al que nunca perteneció y terminó declarándose diputado independiente. Es en esta etapa cuando comenzó a coincidir con el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador.
La elección del 2000 llevó a aproximarlos aún más. Si Andrés Manuel era el delfín de las izquierdas para ratificar el gobierno de la Ciudad de México (que habían ganado en 1997, de la mano del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas), Marcelo buscaba el mismo cargo apoyado por el emergente PCD, creatura emergente de Manuel Camacho. Aunque AMLO tenía posibilidades de vencer –aún con el denominado efecto Fox–, el apoyo del marcelismo fue fundamental para la consecución de su meta, pues, viendo que sus posibilidades de victoria eran exiguas, Ebrard renunció a sus pretensiones y endosó la candidatura de AMLO.
Ello le granjeó posibilidades: durante el gobierno de López Obrador ocupó la Secretaría de Seguridad Pública, y, tras ser destituido por el entonces presidente Vicente Fox tras el linchamiento en Tláhuac, fue rescatado por el propio AMLO, quien lo puso al frente de la cartera de Desarrollo Social. De ahí cayó parado, pues aunque otros personeros de la izquierda buscaron la candidatura (destacadamente Pablo Gómez y Jesús Ortega), AMLO apoyó a Ebrard de manera no tan velada. Ello le concedió la posibilidad de llegar a la jefatura de gobierno a finales del 2006, justo cuando las izquierdas se debatían en conflictos postelectorales. Los astros a Marcelo parecían alineársele.
Por lo menos así pareció durante toda su gestión. Debido a su exitosa política de administración pública, pareció surgir como una especie de rockstar izquierdista. Frente al discurso apoltronado de otros miembros del PRD, el de Ebrard era de corte moderado, dialogante y transformador. Pretendía lograr la justicia social sin pelearse con los agentes del mercado como sí lo buscaban otras corrientes de la izquierda mexicana, las cuales seguían abordando al marxismo en pleno siglo XXI. Su discurso fresco y su retórica innovadora le dieron los bonos para disputar la Presidencia en 2012. Se pensaba que, ante el discurso incendiario de algunas de las izquierdas del subcontinente (destacadamente el caso venezolano), Ebrard podría ser la cara amable para una salida sistémica.
Empero, ahí los astros ya no fueron tan benevolentes. Justamente en el sexenio que Ebrard pareció alcanzar la cresta de la ola, AMLO tuvo un gran distanciamiento con el PRD –en los hechos apoyaba más al PT y a Convergencia– y se convirtió en el líder a ras de suelo. Aunque seguía teniendo una base de apoyo en el PRD y en las izquierdas, la cúpula del sol azteca parecía apoyar las pretensiones presidenciales ebrardistas.
No obstante, las piezas no cuajaron: AMLO comenzó a deslizar que quería volver a disputar la Presidencia en 2012 y que si el PRD no lo apoyaba, buscaría ser abanderado del PT. Teniendo una relación amistosa con su colega, Marcelo aceptó cotejar un juego de encuestas que no le favorecieron del todo. Sin embargo, viendo que no tenía el liderazgo popular de Andrés Manuel, decidió declinar y apoyar su candidatura.
Parecía un juego de suma cero, pues AMLO lo había propuesto para ocupar la SEGOB en caso de que ganara la Presidencia en el 2012. Pero eso no pasó. López Obrador había perdido punch respecto al 2006 y no pudo hacer frente al efecto Peña Nieto. El futuro de Marcelo pareció quedar en vilo durante otro sexenio más.
Y así fue: luego de un período de persecuciones y exilios, la figura de AMLO lo sacó del ostracismo. Primero lo hizo coordinador de una circunscripción y luego Canciller. Ahí volvió a caer parado, pues el primer nominado para ocupar la SRE no era Ebrard, sino Héctor Vasconcelos, quien prefirió continuar como Senador en lugar de ocupar tan importante encargo en la 4T. De ahí, volvió el punch y creyó que ahora sí las cosas serían distintas. Sin embargo, la suerte y las circunstancias parecen no haberle favorecido. Y tras un lapso de deshojar la margarita, prefirió seguir en el oficialismo y hacer las paces con el establishment de su partido.
Queda la incógnita de cuál será el destino de Marcelo. Viendo sus diferencias, dudo que la doctora Claudia Sheinbaum lo designe ministro. Quizás termine como embajador en Francia o en la ONU, o tal vez le hagan válida una senaduría plurinominal. A este respecto, él ha dicho que se esperará hasta el 2030. Para entonces habrá una certeza: habiendo buscado –para entonces– la Presidencia en tres ocasiones (2012,2024 y ¿2030?), Ebrard podrá jactarse de un hecho: o le pasará lo que a AMLO –que a la tercera candidatura presidencial pudo vencer– o lo que al ingeniero Cárdenas (quien, por azares del destino, perdió tres carreras presidenciales). O una u otra. Mientras eso ocurre, su futuro se ve complejo y hasta nebuloso. Probablemente uno de los funcionarios más exitosos y competentes de la presente administración, pase el siguiente sexenio cubriendo un bajo perfil. Es mi pronóstico, viendo su trayectoria.