Opinión

Congreso de Nuevo León: peligroso precedente




diciembre 1, 2023

Lo acontecido en el Congreso de Nuevo León emula las peores prácticas autoritarias. ¿A eso aspira Samuel García, a tornarse en una especie de gorila norteño, blandiendo la novedad política?

Por Hernán Ochoa Tovar

¿Cuándo se descompuso Nuevo León? –haciendo una paráfrasis del dicho de Mario Vargas Llosa en Conversación en la Catedral– ¿Será Samuel García el síntoma de la descomposición de un estado que hasta hace muy poco se caracterizaba por su estabilidad y su continuismo? En parte. Sin embargo, creo que García profundizó una problemática que ya se había gestado; y, en lugar de ofrecer remedios, trajo rupturas, motivo por el cual el futuro del norteño estado se encuentra en juego. A continuación, esgrimiré las razones por las cuales creo lo planteado.

Durante mucho tiempo, Nuevo León fue una entidad estable. Tanto, que el finado escritor chihuahuense, José Fuentes Mares, decía –en su obra dedicada a Monterrey– que, a contrapelo de otros estados, donde las facciones revolucionarias fueron fuertes y hubo una convicción en la materia, en Monterrey (y por consiguiente en Nuevo León, pues lo más relevante de dicha entidad se ubica en la Sultana del Norte y su gigantesca área metropolitana) imperó el pragmatismo, llegando a decir que el PRI llegó a ser aceptado por el empresariado (el poderoso Grupo Monterrey) porque era la manera de poder hacer negocios aceptando al bando ganador, no tanto porque las convicciones revolucionarias florecieran en su derredor.

Dicha tesitura se mantuvo en el siglo XX. Si bien, don Eugenio Garza Sada mantuvo diferencias con el centro de la República, debido a que sentía que Monterrey le aportaba mucho más a la federación de lo que recibía, la ruptura con el otrora partido de la revolución no fue temprana, sino tardía. Y aunque un destacado regiomontano, como lo fue José Ángel Conchello, buscó gobernar a su estado desde la oposición (enfrentándose al viejo priista Alfonso Martínez Domínguez, exregente del DF de triste memoria, a principios del gobierno de Luis Echeverría), no llegó a obtener la venia de las elites regiomontanas, las cuales seguían alineadas con los designios del tricolor. Esto ocurrió así hasta la década de 1980, cuando, ante las políticas económicas del gobierno de José López Portillo –que fueron lesivas para la cúpula empresarial–, parte de la misma se alejó del viejo carro de la revolución y abrazó la causa democrática, que, entonces se encontraba en ciernes.

No obstante, el pujante estado norteño no consiguió la primera transición sino hasta 1997. Sería durante ese año cuando Fernando Canales Clariond, un panista de nuevo cuño y ligado al empresariado, pudiera conseguir la gubernatura para su causa derrotando a Natividad González Parás, quien, paradójicamente se tornaría en su sucesor.

Durante toda la época descrita pareció primar la institucionalidad. Y, aunque hubo algunos desequilibrios, sobre todo con el advenimiento de la democracia, parecía que la conflictividad que se desataba en otros estados no se reproducía en Nuevo León, donde el orden social y político se antojaba exento de las veleidades políticas. Sin embargo, todo proceso tiene una conclusión; y durante el gobierno de Rodrigo Medina de la Cruz (2009-2015) comenzaron los problemas. Con una delincuencia desatada y un gobierno acusado de corrupción –el propio Medina pisó efímeramente la cárcel–, el ciudadano común se desencantó de la clase política tradicional y abrazó el discurso del Bronco, quien, a contrapelo de lo hasta entonces existente, esgrimió una retórica rupturista y de cambio. A juicio de algunos analistas, el Bronco fue un buen candidato, pero un mal gobernante. Utilizó el marketing y los eslóganes para posicionarse como un outsider –aunque había hecho el grueso de su trayectoria en el PRI– y la gente le compró el relato. Montado en la ola independentista de mediados de la década pasada, se convirtió en el primer gobernador –y hasta ahora, en el único– independiente del país. Empero, y tal vez por la escuela que traía, su forma de gobernar no fue distinta a lo que se había vivido hasta entonces. Y si a eso se le agrega que dejó su cargo a la mitad ¡para irse a buscar la Presidencia de la República¡ (la cual por supuesto perdió), el resultado es que terminó siendo un gobernante impopular y repudiado. Si al principio insufló esperanzas en los escépticos del quehacer político, al final quedó claro que no había diferencias entre los otros y el grupo del célebre Bronco.

Y llegó Samuel. Parecía la promesa emergente de la política regiomontana, pues su carrera creció estrepitosamente y se le veía como un joven disruptivo, con una retórica novedosa, que utiliza las redes sociales y el humor para posicionarse. Llegó al Senado arañando la treintena y, cuando apenas transcurría medio sexenio, dejó su escaño para buscar la gubernatura. A ésta llegó por la casualidad y los azares de la política, pues no era el favorito. Pero los yerros de sus adversarios lo encumbraron, tornándolo en uno de los gobernantes más jóvenes del Palacio de Cantera.

Sin embargo, en su corto bienio, llenó a Nuevo León de contrariedades y conflictos. Probablemente el Bronco era rupturista; pero tenía el colmillo de los viejos políticos y supo moverse como pez en el agua. Pero García ni eso; se pudo ver que, cuando subió al podio, aún le faltaba madurez para ocuparlo. Y tal vez por eso se peleó con tirios y troyanos y generó conflictos donde no los había. De haber tenido un incipiente lenguaje plural inicial, pasó al binarismo del PRIAN contra él y de los buenos contra los malos. Quizá, por querer congraciarse con el presidente López Obrador, terminó adaptando sus términos a los propios ¡increíble¡

En cuanto a su incipiente carrera presidencial, Samuel ha incurrido en paradojas: si bien ha mostrado carisma y claridad de mensaje, el mismo no ha sido congruente con su actuar, pues mientras vende una idea de frescura y novedad, ajena a la vieja partidocracia; la terca realidad choca de frente con su retórica. Esto puede verse cuando se retira de la gubernatura y se niega a acatar las reglas que él mismo estuvo dispuesto a signar, pues, con la nueva Constitución neoleonesa, quien designa al gobernador interino es el Congreso y ya no se torna en un intercambio de favores que beneficie al gobernante en turno. Quizás García, tan bueno para la oratoria, pensó en esto como un valladar para el Bronco, pero ya no le gustó cuando se la aplicaron a él. Como gobernante pareció replicar lo que tanto criticó como opositor ¡Fustigó al Bronco por dejar su gestión y él hará lo mismo¡ ¡Digno de Ripley¡

Pero, fuera de realidades poco optimistas, lo acontecido en el Congreso neoleonés emula las peores prácticas autoritarias. Para muestra reciente, rememora lo ocurrido en el Capitolio estadounidense, cuando los seguidores de Donald Trump quisieron tomar el capitolio a la fuerza, inmersos en una red de posverdades y relatos fantásticos. ¿A eso aspira Samuel, a tornarse en una especie de gorila norteño, blandiendo la novedad política? Peligroso precedente. Si Nuevo León bebió la cicuta del populismo (Pablo Hiriart, dixit) dándole al Bronco el beneficio de la duda, creo que sus efectos se magnificaron durante la gestión de Samuel, quien en sólo un par de años sacó sus veleidades. Ojalá todo esto encontrara una pronta solución. No es posible que la democracia esté en vilo por caprichos coyunturales. Es cuanto.

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