Necesitamos tener una política educativa de largo plazo. El futuro nos dirá si la política educativa del sexenio es óptima, o si tiene que hacerse un golpe de timón
Por Hernán Ochoa Tovar
Hace unos días, la prueba PISA (Programa Internacional para la Evaluación de los Estudiantes, por sus siglas en inglés) brindó los resultados de su más reciente aplicación y estos fueron descorazonadores, pues, incluso, países que se habían jactado de ser potencias educativas, como Finlandia e Islandia, tuvieron un descenso en su rendimiento; mientras algunas naciones de Oriente como China, Hong Kong (el test los mide separadamente), Taiwán, Japón y Singapur, se colocaron en el top de países con mejor calidad educativa.
A nivel mundial se ha dicho que la pandemia provocó un descontón en los avances que diversas naciones habían mostrado, pues tuvieron que tomar medidas emergentes ante un fenómeno para el cual el orbe no estaba preparado; y, ante una coyuntura de esta magnitud, lo que las autoridades educativas de los más diversos territorios implementaron diversas estrategias para que el ciclo escolar no se perdiera; teniendo como base que, ante tal circunstancia, mantener la salud era lo prioritario.
Sin embargo, en México se dio una circunstancia particular: de acuerdo a diversos analistas, nuestro país descendió varios puntos respecto a la prueba anterior, que se había realizado en el año 2018. De acuerdo a los indicadores presentados, una relevante cantidad de jóvenes mexicanos poseen competencias deficientes en los ámbitos de las matemáticas, lectura y ciencia; y, curiosamente, las cifras no mejoraron de una edición a otra, sino que tendieron a empeorar.
Cabe destacar, este fenómeno ha suscitado las más diversas reacciones. Momentos después de que los resultados fueron presentados, la Secretaría de Educación Pública, por medio de una tarjeta informativa, dejó entrever que las pruebas realizadas por PISA eran de carácter estandarizado y no contemplaban la diversidad inherente al pueblo de México. En tanto, el presidente López Obrador descalificó de tajo el informe, al señalar que era de corte neoliberal y que haría caso omiso de sus señalamientos, pues deslizó que buscaban implementar ciertos sustratos ideológicos, motivo por el cual intentaría seguir con la hoja de ruta trazada hasta el día de hoy.
Otros analistas fueron menos festivos o defensivos: desde Luis Cárdenas hasta Leonardo Kourchenko dejaron entrever que los resultados brindados en la última edición de PISA son un reflejo del estado actual de las cosas que prevalece en la educación mexicana; llegando a decir que era peligroso para la nación misma las cifras que se estaban presentando, pues no estaban creando ciudadanos mínimamente competentes en la era del nearshoring y de la globalización.
¿Quién tiene razón? A continuación lo dilucidaré. Si bien es cierto que la situación que prevalece en el campo educativo no es culpa única de este gobierno –algunas cifras poco alentadoras ya tenían más de una década en esta situación–, en el presente se ha intentado hacer cambios, pero han ido discurriendo lentamente; al punto que la NEM, política educativa de la 4T, está siendo implementada cuando el sexenio está a punto de terminar.
Considero que en el pasado reciente se cocinaron buenas ideas; pero también se cometieron errores tremendos. Ejemplo de esto es que, la Reforma Educativa del 2013, que surgió al calor del Pacto por México y ponía en el cenit la evaluación que ya se venía realizando desde la década de 1980, fue mal visualizada y ejecutada. Me explico: luego de una época de resultados poco alentadores –en los cuales se habían realizado enmiendas formales–, el gobierno de Enrique Peña México, por conducto de Emilio Chuayfet y de Aurelio Nuño (formalmente), decidió que el culpable del estado prevaleciente en materia educativa era el magisterio nacional. Y no sólo eso, sino que tomaron a la evaluación como estratagema, poniendo en la palestra a buenos y malos y tratando sin piedad a docentes con años de antigüedad, sólo porque no podían seguir los lineamientos de las pruebas estandarizadas.
El resultado fue que dicha reforma provocó mucha indignación en todos los sectores del magisterio, y fueron uno de los causales que abonaron a la candidatura de Andrés Manuel López Obrador en 2018. Él, siendo candidato, dispuso que cancelaría “la mal llamada reforma educativa” y fue una de las primeras cosas que cumplió como presidente, pues en 2019 –curiosamente contando con el apoyo de la bancada del PRI– la misma fue abolida y se aprobó la actual legislación que dio pie a la denominada Nueva Escuela Mexicana (NEM).
Pienso que la NEM tiene una buena intencionalidad. A contrapelo de Cárdenas o de Kourchenko, considero que la NEM rompe cartabones, busca explorar otros campos del conocimiento que la política anterior no intentaba del todo –el Nuevo Modelo Educativo, surgido durante el gobierno de Enrique Peña Nieto– y sí se plantea seriamente crear una sociedad mejor. Muy probablemente tenga áreas de oportunidad; pero, contrario a otros modelos, que solían ser más estandarizados y poco flexibles, la NEM le da al maestro la confianza de poder adaptar los planes y programas de estudio, vía el codiseño del plan sintético (oficial) y analítico (adaptado al contexto y las circunstancias escolares).
Quizás la NEM vea la evaluación de una manera más integral y horizontal, y no tan estandarizada como los paradigmas que la antecedieron. Sin embargo, creo que es demasiado pronto como para ponerla en la picota, pues apenas se está empezando a aplicar en el presente ciclo escolar. Tengamos por sentados que, para que el modelo finlandés o el chileno rindieran frutos, ¡fue cuestión de años¡ y no a través de un ejercicio memorístico producido en una sentada.
Creo que la NEM pudiera dar frutos si se le da el seguimiento adecuado, o bien, se le hacen las adecuaciones necesarias para mejorar, pues la educación es un proceso perfectible. Pero si el gobierno venidero quiere volver a empezar y borrar todo de un plumazo, ahí sí habremos perdido una generación a través de cambios un poco más que cosméticos.
Necesitamos tener una política educativa de largo plazo. El Nuevo Modelo Educativo fue suspendido –y no enmendado– cuando llegó la 4T. Y esa ha sido la inercia de los últimos sexenios. Si queremos tener calidad educativa, tenemos que pensar a largo plazo, más allá de veleidades electorales. Quizá en la próxima edición de PISA, México pudiese tener mejores resultados. Después de todo, la edición actual se llevó a cabo en un contexto complicadísimo y cuando la NEM aún no veía la luz del todo. El futuro nos dirá si la política educativa del sexenio es óptima, o si tiene que hacerse un golpe de timón. Pero todo es perfectible y por supuesto que podemos mejorar. Es mi humilde consideración al respecto.