AMLO sigue teniendo una gran aceptación popular y el avance en programas sociales es notable. Pero en cuestiones de salud y seguridad hay asignaturas pendientes, mientras, en cuestiones energéticas, el presidente pareció resistir a la modernidad y aferrarse a relatos de antaño
Por Hernán Ochoa Tovar
Andrés Manuel López Obrador tenía todo para haber sido un estadista. Sin embargo, concluirá su sexenio con luces sí; pero también con grandes sombras. La apuesta a la unidad, que pudiera haberse gestado una vez que fue favorecido por la voluntad en las urnas, no se dio, y, en cambio, se prohijó la polarización que, a día de hoy tiene al país dividido. En la actualidad, a unos cuantos meses de concluir su gestión, el presidente López Obrador deja un legado controversial, pleno de claroscuros. La razón la expongo en las siguientes líneas.
Durante su paso por la oposición, tanto en la jefatura de gobierno del Distrito Federal (ahora Ciudad de México) como en los años que perdió comicios y trazó su rumbo de maneras distintas, AMLO parecía tener un rumbo claro, así como un proyecto de lo que deseaba hacer en una eventual gestión suya.
A lo largo de muchos años, documentó y expuso las causas que lastimaban a un amplio sector de la sociedad mexicana, tales como la corrupción política, la desigualdad (social y económica), así como el boato con el cual se conducía la clase política, llevaron a granjearle un prestigio, así como un aura de distingo: mientras otros integrantes de la clase política seguían su modus vivendi de manera incuestionable; AMLO era el crítico punzante que ponía el punto sobre las íes cuando otros no querían verlo o practicaban el costumbrismo.
Su aureola de luchador e incorruptible pareció rendirle réditos a largo plazo. Luego de dos intentos, y tras tener una sólida base social de la cual parecía no trascender -en el norte no consiguió aceptación durante un largo lapso-, en 2018 finalmente consiguió su propósito: lograr la victoria electoral con una amplia legitimidad popular. Para cristalizar esto, dos factores confluyeron: el hartazgo de la población para con la clase política tradicional (debido, fundamentalmente a los hechos de corrupción que sacudieron al gobierno de Enrique Peña Nieto) y la moderación de su discurso con respecto a las experiencias electorales previas. Si, en 2006 y 2012, AMLO blandió un discurso radical que espantó a las clases medias mexicanas; para 2018 buscó proyectar una retórica de moderación. Bajo esta tesitura, convocó a personajes que invitaban a la reflexión y parecían tender puentes con tirios y troyanos, destacadamente Alfonso Romo (quien fuera el jefe de la oficina de la Presidencia durante la primera parte del sexenio), Carlos Urzúa y Tatiana Clouthier, a la sazón su jefa de campaña y quien le ayudó a conectar con sectores adversos a la causa del tabasqueño, por su discurso alegre, positivo y moderno.
Hasta su discurso de victoria, en julio del 2018, AMLO pareció privilegiar la unidad discursiva. Sin embargo, en el largo interregno que se dio entre las elecciones de julio y la toma de posesión, el hoy Presidente dio a conocer sus verdaderas intenciones ¡aun sin haber asumido el cargo¡ Opacando ya a Enrique Peña Nieto –quien ya sólo era Presidente en la formalidad–, López Obrador comenzó a tomar decisiones controversiales, destacadamente la de la cancelación del NAIM.
Y, aunque la presentación cotidiana de sus conferencias matutinas (mañaneras) fue un acierto en comparación al gobierno saliente -el cual destacó por su opacidad en la materia-, pronto se tornaron en un vehículo más político que informativo; fortaleciéndose dicho talante cuando AMLO se posesionó como presidente, a partir del 1 de diciembre del 2018.
Por las características de su victoria, López Obrador podría haber desarrollado su plan de gobierno sin ambages, con poco conflicto y logrando una mayor legitimidad. Sin embargo, decidió transitar la ruta contraria. A pesar de que, al principiar su gestión, la oposición parecía abatida y tenía mayoría en ambas cámaras, tornándose en uno de los mandatarios más poderosos de la historia reciente, luego de Miguel de la Madrid (1982-1988); AMLO se decidió a seguir una narrativa del contraste y del ataque. Y, aunque en un principio los receptores de sus reproches discursivos eran los sectores que le habían resultado adversos en la contienda, poco a poco la bola de nieve fue aumentando, hasta que la díada tendió al simplismo: los conservadores serían todos aquellos que se opusieran a su proyecto (así fuese sutilmente); mientras los progresistas (o aliados) aquellos que suscribían su proyecto cabalmente. Esto llevó a limitar los ejercicios de pensamiento crítico, pues si en el seno del oficialismo no había cabida para disidencias u opiniones distintas ¿cómo expresarlas sin necesidad de asentir a todo? Resultaba una empresa complejísima.
A día de hoy, los claroscuros son notables: AMLO sigue teniendo una gran aceptación popular y el avance en programas sociales es notable. Pero en cuestiones de salud y seguridad hay asignaturas pendientes, tal y como se ha comentado en este espacio; mientras, en cuestiones energéticas, el presidente pareció resistir a la modernidad y aferrarse a relatos de antaño. Quien lo suceda, deberá llevar a cabo una reingeniería en la materia para que PEMEX pueda seguir siendo una industria rentable a corto y mediano plazos, destacadamente.
Una reflexión final: en el período de la transición, AMLO decía que admiraba la trayectoria de Nelson Mandela, gran líder político y expresidente Sudafricano. Me hubiera gustado que siguiera esa hoja de ruta, convocando a la conciliación en lugar de a la fragmentación. Pero no lo hizo. Su carta de presentación será el legado político que deje a partir de octubre, el cual tendrá logros, pero también áreas de oportunidad, a mi juicio. Espero que la sucesora del presidente sí convoque a la unidad nacional y al seguimiento de metas comunes que nos atañan a todos. Invocar a la polarización durante otro sexenio más no es algo deseable. Y aunque le resultó a AMLO como estrategia política, creo que no debe ser el punto de partida a la hora de confeccionar políticas públicas. Es cuanto.