Son decenas de miles las personas devotas a la Santa Muerte en México, su creencia no necesariamente convierte a las personas en criminales o narcos, justamente es ese estigma el que no permite que sea un culto abierto ni que curse un proceso de aceptación social; sin embargo, sus adeptos están en todos lados…y votan
Por Mariela Castro Flores
@marielousalomé
La religión puede considerarse un sistema complejo de doctrinas, prácticas e instituciones que moldean la cultura en todos los países, a ello, se le suman una diversidad de espiritualidades que solo en algunos casos, gozan de reconocimiento pleno por parte del Estado. Para dar cuenta de ello, el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) ha registrado las principales características de diversas religiones y numerosos credos de diversa filiación. Por ende, la religión es la manifestación cultural más trascendente que conoce la humanidad, en su diversidad, se reconocen contextos históricos y sociopolíticos.
De lo anterior se desprenden derechos como el de la libertad religiosa, de culto, de credo, de conciencia, de libre asociación y manifestación de ideas, idealmente, todo transversalizado por la laicidad como principio.
En México hay cerca de 250 religiones, de acuerdo con la Clasificación de Religiones 2020, realizada por el INEGI; además, el 77 por ciento de la población se declara católica, 11.2 por ciento protestante o cristiano evangélico, 0.2 por ciento de otra religión, 2.5 por ciento creyente sin alguna adscripción religiosa y 8.1 por ciento sin religión. Entre el reconocimiento de la diversidad religiosa y los derechos que acompañan el ejercicio de conciliar la fe con la construcción de ciudadanía; extraña la insistencia de estigmatizar ciertas manifestaciones y expresiones de religiosidad popular, como el culto a la Santa Muerte.
De la “niña blanca” se habla mucho pero muy poco a profundidad. En la modernidad que se caracteriza por la secularización de las creencias, en la que incluso la iglesia católica ha dejado de lado su parte numinosa (algo así como la experiencia divina intrínsicamente religiosa) por optar por una lógica más racional; derivado de ello, se deja por fuera a las diversas manifestaciones de religiosidad que desde las periferias se expresan como alternativas a la institucionalización de la fe cuando estas no resuelven problemas de carácter íntimo o estructural. El culto a la Santa Muerte provee lo que las religiones tradicionales no satisfacen.
Un elemento que enturbia el análisis o estudio sobre esta manifestación popular, es la ineludible (y clasista) vinculación a la delincuencia organizada y la violencia. En este sentido, es que el PAN ha tomado esa bandera para pretender –desde la manipulación ideológica– el meme de “calacas chidas” muy popular entre la chaviza, publicado en la página de facebook oficial de morena y que, ha servido como pretexto para violentar la laicidad del estado: desde el Senado de la república al desplegarlo Lily Téllez y rezar con rosario en mano, diciendo “atrás al demonio” o en el debate presidencial, cuando Xóchitl Gálvez nuevamente presenta la imagen afirmando que se trata de la santa muerte asociada al narco.
Al margen de lo irónico que resulta que el panismo y sus representantes hablen de la normalización de la violencia, cuando, a partir del gobierno de Calderón pugnaron por la abierta aceptación de la guerra, sumado a su profundo desconocimiento de las narrativas de las y los jóvenes actuales en el país en tiempos de redes sociales y sus nuevas dinámicas comunicacionales, entre las cuales se encuentran los memes, es necesario discutir sobre la estigmatización que están promoviendo con sus afirmaciones sobre las personas que ejercen este culto y la discriminación que trae aparejada.
Son decenas de miles las personas devotas a la Santa Muerte en el país, su creencia no necesariamente convierte a las personas en criminales o narcos; justamente es ese estigma el que no permite que sea un culto abierto ni que curse un proceso de aceptación social; sin embargo, sus adeptos están en todos lados y pertenecen a toda clase social. También son mexicanos y votan; que se promueva su exclusión desde la espacios formales e instituciones del estado, es discriminación y la discriminación es un delito.
Desde luego que al igual que Malverde, el santo del narco, en efecto no es una religión y que eventualmente algunas personas que se apegan a esa creencia si pertenecen al crimen organizado y a las periferias que padecen exclusión histórica, son precisamente esas condiciones sociales las que se deberían poner a debate para atenderlas y que todas las personas que se cuestionan por la forma en que ejercen su fe y sus creencias, cuenten con otras alternativas como proyecto de vida.
En tanto esas condiciones no se aborden y se comiencen a subsanar, no hay forma de que las personas no busquen paz, soluciones y consuelo recurriendo al auxilio divino, así sea muy cuestionable, todo para satisfacer sus necesidades básicas y por parte del estado, que se haga todo lo posible por preservar la laicidad como régimen necesario para la gestión de la diversidad religiosa y cultural, que a su vez habilita el ejercicio de todo derecho en medio de una vida libre de violencia para todas las personas.
Y a modo de posdata, no puedo dejar de mencionar lo peligroso y absurdo que resulta que la candidata opositora manifieste PUBLICAMENTE que antes de reducir la jornada laboral a 40 horas, es necesario se le den apoyos y reducciones de impuestos al empresariado, configurando toda una afrenta a la clase trabajadora del país, a la que pertenecemos la enorme mayoría de la población.
****
Mariela Castro Flores. Politóloga y analista política especialista en temas de género y derechos humanos.