Opinión

Segunda vuelta electoral, ¿necesaria?




mayo 17, 2024

Si la siguiente mandataria propone al Congreso la realización de una nueva reforma electoral que pongan la cuestión de la segunda vuelta sobre la mesa. Esto permitiría que las alianzas se realizaran sobre la marcha y no a priori, y se forza a constreñir coaliciones en la teoría más que en la práctica

Por Hernán Ochoa Tovar

Estas semanas han comenzado a brindarse los probables escenarios electorales de cara a los primeros días de junio, cuando tendrán lugar las elecciones presidenciales del presente año. La disputa que se ha tenido es acerca de quién tendría el segundo lugar, estableciéndose una narrativa sobre quién debe declinar y así construir una oposición robusta –que no logró conformarse en el preludio electoral– para contender a la puntera en la elección, misma que, hasta el presente momento, es la doctora Claudia Sheinbaum (emisaria del oficialismo). Estos movimientos y zigzagueos se producen debido a la inexistencia de una segunda vuelta electoral, motivo por el cual resulta menester poner sobre la mesa: ¿es necesaria esta figura en el sistema electoral mexicano?

Debo decir que no hay respuesta única. Durante algunos años se propuso la constitución de la misma; pero en los últimos años no ha sido retomada ¿conviene impulsarla en un país como México, con un presidencialismo exacerbado que ha cobrado nuevos bríos?

Durante muchos años la segunda vuelta electoral no resultaba necesaria. El PRI, en aquel momento hegemónico, sacaba copiosas votaciones y la oposición (mayormente encarnada por el PAN en aquel entonces) resultaba testimonial y no se encontraba en condiciones de poderle competir –en igualdad de circunstancias– al otrora competitivo oficialismo. Las cosas cambiaron a partir de la década de 1980. Si bien, Miguel de la Madrid ganó con un amplio porcentaje; las oposiciones de izquierda y derecha mostraron un crecimiento muy relevante. Ello fue más notorio a partir de la elección de 1988, donde el tricolor (de la mano de Carlos Salinas de Gortari) pudo imponerse en unos controversiales comicios. Pero, tanto Cuauhtémoc Cárdenas (FDN) y Manuel Clouthier (PAN) tuvieron posibilidades reales de resultar vencedores en la contienda, cosa que no había ocurrido en el pasado, cuando el dominio priista era cuasi imbatible e incuestionable. Ello llevó a que se modificaran las reglas del juego con el fin de hacerlas más justas y democráticas para todos los participantes; empero, hubo un aspecto que, curiosamente, nunca fue abordado: la necesidad de incorporar una segunda vuelta electoral en el seno del sistema político mexicano.

Ello resulta inverosímil, pues, en las décadas de 1980 y 1990, la mayoría de las naciones de América Latina (que son las que poseen un sistema de gobierno presidencialista; a contrapelo de las europeas, donde prima el parlamentarismo  o el presidencialismo acotado) incorporó dicha figura a sus legislaciones, siendo México una de las excepciones en la materia a nivel continental, junto a Panamá, Honduras, Venezuela y Paraguay, que, en los albores del siglo XXI tampoco la han incorporado. Esto ha llegado a causar mella en algunos lapsos históricos, particularmente en los comicios de 2000, 2006 y 2012, cuando los candidatos ganadores vencieron con porcentajes de votación cada vez más exiguos.

Tal circunstancia llevó a que el expresidente Felipe Calderón (2006-2012) propusiera, en la segunda parte de su gestión, la incorporación de la segunda vuelta electoral siguiendo lineamientos semejantes a los que se poseen en diversas naciones latinoamericanas, como el hecho de que, para ser decretado ganador en primera vuelta, fuese necesario contar con el 50 por ciento de los votos; de no ser así, se llevaría a cabo una segunda votación en el mes de agosto, cuando también serían elegidos los diputados federales que conformarían la legislatura venidera.

A pesar de su pertinencia, la propuesta fue descartada por los oposiciones, tanto del PRI como de la izquierda, pues, al parecer, nadie quería perder la parcela de poder que había alcanzado. Dicha tesitura se continuó en el sexenio siguiente, pues a pesar de que durante el gobierno de Enrique Peña Nieto se realizó una enésima reforma electoral, consensuada con la oposición, al calor del denominado Pacto por México, la misma descartó por completo la figura de la segunda vuelta. Y aunque este sexenio el Presidente López Obrador buscó hacer una enmienda que acotara –y transformara– al INE, nuevamente se excluyó el tema mencionado. Al principio no parecía ser problema, pues a partir de la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia, en 2018, se reconfiguró el panorama político y MORENA se ha ido conformando como el partido hegemónico en ciernes. Al parecer, ciertas tendencias se mantendrán, pero las deliberaciones que se han sostenido en torno a quien debe declinar por quién, se dirimirían de manera más sencilla si existiera un sistema político más flexible y no tan limitado. Por ejemplo, en los sistemas parlamentarios son comunes los acuerdos interpartidarios donde los partidos acuerdan posiciones en el gabinete, luego de dirimir agendas, coincidencias y discrepancias. Sin embargo, el sistema político mexicano parece construido para que el ganador se lleve todo y el perdedor se quede sin nada, haciéndose pequeño como se esgrime en The Winner take it all. Y eso deja poco margen de acción para la política que no se realice en este curioso juego de oposición ganador/perdedores.

Aprovechando que hay diversas cuestiones que están sobre la mesa, considero que si la siguiente mandataria propone al Congreso la realización de una nueva reforma electoral que perfeccione la democracia en México, pongan la cuestión de la segunda vuelta sobre la mesa. Esto permitiría que las alianzas se realizaran sobre la marcha y no a priori -como sucede hasta ahora- y se forza a constreñir coaliciones en la teoría más que en la práctica. Empero, habría que analizar que las segundas vueltas también tienen claroscuros: ejemplo de esto es que en diversas naciones han contribuido a la atomización del voto -cuando antes tenían sistemas políticos relativamente estables- y los mandatarios llegan con gran legitimidad, pero poco poder. Esto, porque no siempre la segunda vuelta está concatenada con la elección al Congreso, donde mandatarios electos en la segunda instancia poseen poco margen de acción debido a que su bancada parlamentaria suele ser reducida. Si bien, esto se resuelve con realpolitik y alianzas, no siempre es sencillo lograrlo en el estira y afloje.

Como se puede ver, no existen soluciones perfectas ni definitivas. Sin embargo, es algo que la clase política eventualmente deberá abordar y no deberá seguir soslayando. Si existiera segunda vuelta, sería la ley quien definiera al filtro y no decisiones cupulares. Pero eso ya será en el futuro, ahorita veamos cómo discurre el presente proceso electoral. Es tan sólo mi opinión, aprecio su retroalimentación estimadas lectoras y lectores.

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