Es preocupante y enfadoso que nos quieran venir a decir a los jóvenes, con ánimos paternalistas y estupidizantes, cómo y por quién votar, como si nuestro criterio fuera imberbe, como si nuestro posicionamiento político y nuestro voto estuvieran a su disposición. No señor
Por Évolet Aceves
X: @EvoletAceves
¿Quién es el intelectual mexicano? ¿Cuáles son los requisitos para ser considerado intelectual?
Sobre la carta publicada hace unos días en Reforma y replicada en Nexos, los firmantes no sólo muchos de ellos son completos desconocidos y amigos de los directivos, sino además hay un sesgo de edades tremendo. La gran mayoría de los firmantes, si no es que todos, tendrán, cuando menos, cuarenta años de edad. No hay jóvenes, el adultocentrismo se hace cínicamente presente, y, aunado a otro video aparecido días después en Letras Libres con el vocero aconsejando a los jóvenes no votar por Morena, no queda más que un mal sabor de boca y el reflejo de un urgido plan de acción de la derecha por tratar de convencer a la mayoría de votantes mexicanos —los jóvenes— de volver a la derecha oligárquica. Es preocupante y enfadoso que nos quieran venir a decir a los jóvenes, con ánimos paternalistas y estupidizantes, cómo y por quién votar, como si nuestro criterio fuera imberbe, como si nuestro posicionamiento político y nuestro voto estuvieran a su disposición. No señor.
Esta carta a la que nombraron manifiesto bajo el título de “Integrantes de la comunidad cultural a favor de Xóchitl Gálvez”, para empezar llama la atención por la generalización a la que aluden, como si la totalidad de la comunidad cultural, o al menos las figuras imprescindibles, fueran los firmantes. Y aquí cabría preguntarse, ¿de qué consta esa imprescindibilidad?
La figura del intelectual está ligada a una especie de exclusividad de índole pensante, a una cualidad extraordinaria de corte intelectual, forjada a través de la experiencia y la trayectoria principalmente en los campos de las bellas artes o algunas ciencias sociales y humanistas, muchas de las cuales desembocan finalmente en la política pública. Sin embargo, para llegar a ser considerado lo que se entiende en el imaginario colectivo como intelectual, también debe existir un escalón, un púlpito que distinga la voz y la opinión del intelectual en cuestión, a través de medios que funjan como puentes de ideas —llámese un espacio en medios de comunicación, pero también todo aquel medio que pueda ser percibido a través de los sentidos, como la literatura, la pintura, la música, el cine… de ahí la relación del intelectual con las bellas artes. Pero quizá la cualidad más imperante para la formación del intelectual es su habilidad para las relaciones públicas en relación con los medios de comunicación, el privilegio de tener acceso a la propagación de ideas dirigidas a una audiencia masiva.
Las figuras intelectuales con las que crecí viendo en la televisión, fueron dos primordialmente: Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska. La razón por la que a ellos concebía en mi niñez como figuras intelectuales, era porque los veía en el noticiero de Televisa de Joaquín López-Dóriga, los viernes por la noche en una brevísima sección de quizá dos o tres minutos, en la que se turnaban, un viernes Monsiváis y al próximo Poniatowska, y también el político Diego Fernández de Ceballos, entre otras figuras que no recuerdo, sobre temas de actualidad. Cada quién con sus rasgos distintivos.
Pero no cualquiera era invitado a esos dos minutos del noticiero nocturno de López-Dóriga que inició su transmisión en el año 2000. Ese programa que era visto por millones de mexicanos —que vendría siendo como la entonces nueva versión de 24 horas, noticiero conducido por Jacobo Zabludovsky de 1970 a 1998— era una plataforma de comunicación masiva, recordemos que era el periodo presidencial de Fox, Calderón y Peña Nieto, respectivamente; cuando la derecha y la televisión —Televisa y TV Azteca— se daban la mano a diestra y siniestra bajo contratos millonarios de por medio, con el fin de que la televisión propagara los mensajes que la derecha indicara. La época de la telenovela llevada hasta sus últimas consecuencias: Los Pinos, la presidencia, ¡ay Gaviota, tú sigues creyendo!
Recuerdo a Monsiváis, ya grande, encorvado, hablando, como el prodigioso orador que siempre fue, palabra tras palabra sin trastabillar un solo segundo, por supuesto con un vocabulario que entonces me resultaba poco comprensible, y sin embargo lo admiraba, quizá por ese fondo oscuro que les colocaban en los foros de San Ángel cuando llegaba su turno de hablar, fondo que le daba cierta teatralidad a su participación —a los mexicanos nos encanta la dramatización y más por televisión; y a Elena, siempre tan elegante y de peinado envidiable, con un lenguaje más populachero y accesible que el de Monsiváis, eso sí, con mensajes que apoyaban a la izquierda y a López Obrador. Ambos, Monsiváis y Poniatowska, siempre han mostrado su apoyo a López Obrador y a las causas de la gente de a pie, desde la crónica y el activismo.
Hablemos del imago del intelectual mexicano por antonomasia. Hombre solemne, formal y trajeado —exceptuando a muchos artistas, incluyendo escritores. Algunas figuras que se apegan a esta imagen son, por ejemplo, además de los ya nombrados, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Carlos Fuentes, José Luis Cuevas, Rosario Castellanos, José Emilio Pacheco, Elena Garro, José Revueltas, Homero Aridjis, María Luisa “La China” Mendoza, Guadalupe Loaeza, Enrique Krauze, Octavio Paz, quien, por cierto, en su ensayo “La inspiración”, afirma lo siguiente: “Para el intelectual —y, también, para el hombre común— la inspiración es un problema, una superstición o un hecho que se resiste a las explicaciones de la ciencia moderna”: en un silogismo lógico, para Paz el intelectual no es el hombre común, es intelectualmente superior a las masas. Tan distante y distinto es el intelectual, que incluso llega a tener coincidencias con el hombre común —como la percepción de la inspiración.
Muchos intelectuales suelen estar ligados al Servicio Exterior, ocupando cargos de embajadores o agregados culturales.
La formación del intelectual mexicano suele ir de la mano de dos vertientes que se suman a la trayectoria artística o académica: 1) un espacio en los medios de comunicación masiva, si es televisión, periódico y adicionalmente también libros, ya lleva ventaja 2) una explícita inclinación política —derecha o izquierda. Cumplidos esos requisitos, habrá que ganarse a las audiencias para obtener lo que en Psicología Política se conoce como Legitimidad, en este campo, la persona legítima es aquella que se ha ganado la confianza de las masas.
Pero lo que es rotundo, es que al día de hoy y a raíz del desarrollo tecnológico de las redes sociales, vivimos en una época de mayor democratización y diversificación de opiniones que acerca a la sociedad con las vivencias diarias y que a menudo vuelve innecesaria la interpretación legítima de los acontecimientos sociopolíticos de actualidad desde los ojos de un intelectual, que pasa a ser un tercero más, si bien, con ciertos privilegios, pero finalmente un tercero más; se va minando la figura endiosada y antes intocable del intelectual, volviéndose así una imagen que ha pasado a la obsolescencia.
everaceves5@gmail.com
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Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y textos híbridos. Psicóloga, fotógrafa y periodista cultural. Estudió en México y Polonia. Ha colaborado en revistas y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, La Libreta de Irma, El Cultural (La Razón), Revista Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales: México Seductor (2015) y Anacronismo de la Cotidianeidad (2017). Ha trabajado en Capgemini, Amazon y actualmente en Microsoft. Esteta y transfeminista.