Opinión

¿Nueva hegemonía guinda (y azul en Chihuahua)?




junio 7, 2024

Morena se está tornando en una especie de partido hegemónico (como lo fue el tricolor en su momento); Chihuahua se reivindica como uno de los pocos bastiones del blanquiazul… Sin embargo, quedan dudas respecto al futuro ¿alcanzará el combustible y el punch de cara al 2027?

Por Hernán Ochoa Tovar

Existen diversos partidos hegemónicos en el mundo. El Partido Colorado, del Paraguay, ha gobernado al hermano país sudamericano tanto en la dictadura como en la democracia, teniendo sólo una pequeña alternancia entre 2008 y 2012, cuando administró dicha nación el clérigo de izquierdas, Fernando Lugo. Japón, en tanto, ha sido gobernado por el PLD desde los albores de la Segunda Guerra Mundial, contando con un breve interregno en los 90s y a finales de la década del 2000, cuando coaliciones liberales y de izquierdas lograron derrotar –así fuese efímeramente– a la hegemonía partidaria. En tanto, Sudáfrica ha contado con varios gobiernos sucesivos del Congreso Nacional Africano, prácticamente desde que Nelson Mandela fue electo presidente en 1994.

Hago este breve recuento porque, al parecer, los comicios del domingo pasado nos reflejan que estamos enfrentando el surgimiento de un nuevo partido hegemónico en México, por la vía de Morena y aliados (PT-PVEM). Al recibir una copiosa votación, tanto en las elecciones presidenciales como en las legislativas, el electorado nacional dio todo el peso de la balanza a la coalición gobernante –de la cual Morena es socio mayoritario– y no sólo les refrendó el aparato gubermental, sino que les dio todos los instrumentos para que puedan hacer cabalmente su trabajo. Me explico: en 2018, tras darse la victoria de Andrés Manuel López Obrador, los electores le brindaron no sólo la mayoría absoluta al sufragar por su persona, sino que obtuvo la mayoría (calificada en la Cámara de Diputados y absoluta en el Senado) en ambas cámaras del Congreso de la Unión. Como comenté en la colaboración anterior, esto era un hito, pues ningún presidente de la era democrática había podido alcanzar tan tremendo récord, mismo que le garantizaba poder llevar a cabo su programa político sin ambages ni cortapisas.

Esto no era usual en las democracias tradicionales, donde el desgaste solía ser consustancial al ejercicio del gobierno. Sin embargo, en los últimos tiempos ha habido varios gobiernos que refrendan su mandato con una votación más copiosa que la inicial. Es el caso del presidente dominicano Luis Abinader, quien fue ratificado en las urnas con casi un 60% de los votos; mientras el controversial salvadoreño, Nayib Bukele, fue mantenido en el poder con una votación que arañaba al 90 por ciento del electorado de dicho país.

En el caso de la doctora Sheinbaum se suscitó un fenómeno semejante: tuvo una votación más abundante que la alcanzada por Andrés Manuel López Obrador, y replicó las mayorías. Y no sólo eso, sino que, de acuerdo a estimaciones, se quedó a un tris de poder contar con números calificados en el Senado, hecho que no se lograba en el país, por lo menos desde los albores del salinismo. Esto lleva a que la Dra. Sheinbaum vaya a ser considerada como una de las gobernantes más poderosas de la era contemporánea; contando con más poder que el propio Andrés Manuel López Obrador (lo cual ya es mucho decir, pues AMLO revivió la figura del Presidente fuerte).

Sin embargo, sí hay una diferencia con respecto al caso salvadoreño. Bukele pudo modificar las reglas del juego, y, vía el gerrymandering (distribución injusta de las votaciones) prácticamente agandallar casi todas las curules del parlamento salvadoreño; mientras casi todos los ayuntamientos se pintaron de color pistache (el oficial de aquel país). Aquí en México, aunque Morena y aliados tuvieron una votación arrolladora, como no se veía desde los tiempos de Miguel de la Madrid (1982-1988), no lograron borrar a la oposición; aunque sólo le dejaron ¼ de las cámaras y unos cuantos estados.

Empero, muchas capitales pasaron a manos de los adversarios, viéndose el fenómeno de que en el medio rural, la votación fue copiosa hacia el oficialismo; pero en las zonas urbanas -incluso aquellas dominadas por la coalición gobernante- fueron un poco repelidos. Aquí habría que ver cómo actúa el oficialismo al prácticamente ser dominante en el Congreso y en la geografía nacional: si por la vía de la razón o del mayoriteo.

Podrían hacerlo fácilmente a través del segundo esquema. Pero si el mercado ya lo resintió ¿acaso la sociedad no podría otorgarles un consabido voto de castigo en 2027? Es posible. Aunque, como esgrimo, las reglas han cambiado y los cartabones se han modificado de manera notable, de un momento a otro.

Aunado a lo anterior, existe un dato que conviene apuntalar, pues, como en las leyes de la física, en todo existen excepciones y no cualquier fenómeno se puede describir a través de la lucha de contrarios. Digo esto porque, aunque a nivel nacional resalta la hegemonía morenista; a nivel local, el PAN y aliados parecen haberse fortalecido. Aunque tuvieron algunos descontones –fue inesperada la pérdida del Senado y el eventual arribo de Mario Vázquez a la cámara alta, vía la figura de la primera minoría–, el blanquiazul pudo tener mayoría en la capital del estado –donde se replicó la figura del carro completo–, y retener la mayoría en el Congreso local. A pesar de que, a nivel federal, las cifras llegan a ser parejas –sobre todo porque Morena y aliados estarían ganando 5 distritos, contra el PAN y coaligados quienes vencerían en 4–, Chihuahua pareció ser la excepción a la regla en un escenario donde enfrentarse a Morena parecía un juego de suma cero. Chihuahua demostró que puede resistir y navegar contra las corrientes nacionales (así sean las preponderantes).

Esto nos deja ver que, así como nacionalmente, Morena se está tornando en una especie de partido hegemónico (como lo fue el tricolor en su momento); Chihuahua se reivindica como uno de los pocos bastiones del blanquiazul; esto junto a Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro. Empero, quedan dudas respecto al futuro ¿alcanzará el combustible y el punch de cara al 2027? Aunque así parece, las dudas afloran sobre el paisaje, pues la política contemporánea no arroja certezas, y los paradigmas que solían regir, parecieran estarse agotando. Marco Bonilla asemeja contar con la fortaleza que tuvo Maru Campos en 2018. Pero el consabido desgaste y la inminencia del futuro, nos deja ver que no hay escenarios improbables.

El mismo caso aplicaría para el nuevo oficialismo ¿El eventual gobierno de la doctora Sheinbaum será de consolidación, o en 2030 concluirá el segundo piso de la 4T? Veremos. Lo que es un hecho, es que las reglas del juego cambiaron ¿llegaron para quedarse? Ya lo dirá el tiempo, y, sobre todo, el electorado mexicano. Es cuanto.

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