Opinión

El impacto social, dolor de cabeza en proyectos para el desarrollo




junio 25, 2024

Ya no estamos para darnos palmadas en la espalda y conformarnos con la foto, la nota y los números elegantes. Las tragedias sociales demandan resultados y es totalmente factible evidenciarlos. Fácil no es, pero posible sí

Por Diana Chavarri

Demostrar impacto es un anhelo que se encuentra presente en la mente de quienes encabezan iniciativas de beneficio social, al menos eso me gusta creer. El impacto, explicado en términos bastante sencillos, se podría entender como un cambio significativo y permanente en alguna(s) dimensión(es) de las realidades de una comunidad, normalmente vinculado al goce de derechos y a la contribución en índices de calidad de vida. Forma parte del deseo aspiracional de transformaciones positivas que activan toda una maquinaria de recursos tangibles e intangibles en una organización, gobierno o proyecto de interés público. 

Desafortunadamente es un término desvirtuado, pues bien se usa para informar que el municipio tapó 590 baches en una semana, que las instituciones de seguridad pública obtuvieron certificaciones, que se otorgaron becas a 194 estancias infantiles, que se inauguró el Centro de Capacitación, Profesionalización y Certificación de la Fiscalía General del Estado, que se donaron 43.2 millones de pesos a asociaciones civiles, que se subsidiaron tratamientos para 83 personas con consumo adictivo o que se implementaron 75 clases de cocina a jóvenes oportunidad.

Creo que es válido e importante comunicar situaciones como las anteriores, pero si somos técnicos, sabremos que esos no son impactos, sino actividades o resultados de proceso. Y es facilísimo medirlos y también, desafortunadamente, es facilísimo distraer a la opinión pública con actividades y números espectaculares que no siempre dan cuenta de los impactos de la inversión pública, social y privada.

Deseo proveer algunos ejemplos de lo que podría ser catalogado como impacto. Entre ellos está demostrar, por ejemplo, que la pobreza en cierto polígono o municipio disminuyó en cierto porcentaje y que esa situación permanece después de años de una intervención integral; o que Juárez es menos violento debido en parte a que personas en posesión de drogas y dependientes de sustancias psicoactivas, después de varios años de haber sido beneficiados por el tribunal de Narcomenudeo con tratamientos holísticos, han dejado el consumo, tienen una vida productiva, gozan de salud mental y no han reincidido en el delito.

Va un impacto anhelado por miles de mujeres mexicanas y que es aún una utopía: se han desmontado los elementos de nuestra cultura que favorecen las violencias, el machismo, el sexismo y toda forma de abuso o sometimiento. Un impacto que podría ser producido por una buena política migratoria sería que, a partir de la intervención, todas las personas en movilidad que transitan por el territorio mexicano gozan de todos sus derechos, sin excepción.

Quienes participan en asuntos de interés público tienen la responsabilidad de demostrar impacto, puesto que usan, aprovechan e impactan bienes públicos. Por tanto, es un deber transparentar y demostrar en qué medida las acciones e inversiones generan cambios en el disfrute de los derechos y en los indicadores de desarrollo y calidad de vida. La importancia del trabajo orientado al impacto tiene, además, un efecto positivo en la moral de los equipos de trabajo.

Medir el impacto no es tarea sencilla, no es barato y no es popular. Durante mi trayectoria en puestos de liderazgo social y hacia el servicio público he observado que en nuestro sistema de gobierno y en el de participación social no se le atañe ni mucha importancia, ni gran utilidad, ni suficiente presupuesto, ni habilidades técnicas a la medición de impacto. Las matrices para indicadores de resultados, los presupuestos basados en resultados, los programas operativos anuales y demás instrumentos de planeación y evaluación de la administración pública en muchas ocasiones son realizados por inercia, de forma automática y con muchos errores.

En proyectos sociales o privados son excepcionales los casos en los que se aplican con rigor metodologías estructuradas de evaluación de resultados intermedios e impactos. Por tanto, y ante la ausencia de datos contundentes sobre los cambios que las inversiones producen, se tiende a “romantizar” la acción social con videos casuísticos que tocan emociones, con discursos que exaltan la generosidad, espíritu filantrópico y desinterés de los donantes y con impresiones en papel de gran calidad que informan números, fotografías y testimonios de personas beneficiadas y millones invertidos.

Medir impacto, en mi opinión, requiere de los siguientes elementos:

1) Primeramente de liderazgo, de un compromiso casi obstinado por parte de las cabezas; debe ser prioritario y ser comunicado como tal hacia toda la institución;

2) Rigor metodológico que inicia desde el propio diseño y conceptualización de la intervención o de la política pública, pasando por la creación de la pirámide de indicadores y culminando con el diseño y ejecución de la evaluación de impacto;

3) Recursos económicos y técnicos; se deben etiquetar partidas presupuestales y contratar especialistas;

4) Comunicación y consistencia en el propósito; el impacto se logra después de años de intervención y eso no lo hace popular, habremos de ser pacientes.

Reportar acciones puntuales o número de beneficiarios tiene razón de ser, pero es el mínimo esperado. Evidenciar impacto es la joya de la corona, ojalá que como ciudadanía lo exigiéramos más. En medio de esos extremos podemos encontrar la medición de resultados intermedios: esos efectos a mediano plazo que cambian positivamente algunas realidades, que son atribuibles a la intervención y que generalmente provocan incremento de habilidades, capacidades, conocimientos, actitudes, etc. en la población o en la vida institucional. Es una medición muy valiosa.

Esta alternativa, si se hace con rigor, suele generar importante evidencia más temprana que sirve para fortalecer o ajustar las intervenciones y también para comunicarlas con mayor sustento. La ejemplifico con un caso real: al menos el 50 por ciento de jóvenes oportunidad participantes en el modelo Desafío han demostrado movilidad social ascendente y disminución en la propensión a la violencia y delincuencia gracias a la intervención educativa, laboral y de habilidades para la vida.

Ya no estamos para darnos palmadas en la espalda y conformarnos con la foto, la nota y los números elegantes. Las tragedias sociales demandan resultados y es totalmente factible evidenciarlos. Fácil no es, pero posible sí, espero que pronto sea la nueva normalidad.

***

Diana E. Chávarri Cazaurang. Profesional que se ha desempeñado durante trece años como fundadora, consejera, directora y voluntaria de diversas organizaciones de la sociedad civil mexicanas especializadas en seguridad, justicia, empleabilidad de jóvenes en situación de riesgo, salud, desarrollo local, filantropía estratégica y fortalecimiento del tercer sector.

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