Y pensaré en ese partido que consumió a nuestros bisabuelos y a nuestros abuelos y a nuestros padres y parte de nuestras vidas por maldito, por ojete, por corrupto. El PRI, partido que defendió la herencia de castas y clases entre los mexicanos… Pensaré en el PRI y en su hermano gemelo: el PAN, la misma gata pero más sucia
Por Alejandro Páez Varela
Nadie que yo conozca se quejará si Alejandro Moreno Cárdenas acaba con el PRI en los siguientes años, meses, días. Nadie le dirá: hey, usted, deténgase, salvo una élite de priistas que extrañará los días del poder real. Puede ser que a millones les importe un carajo y que otros millones incluso aplaudan que “Alito” se atreva a clavarle el último puñal al cadáver. Puede ser. Pero a muy pocos les importará que un bribón termine con el partido de los bribones; que un hoyo negro de corrupción consuma el partido de los corruptos; que un tipo sin escrúpulos hunda al partido que nos hundió a todos una y otra vez por falta de escrúpulos.
Nadie que yo conozca se lamentará por la muerte del partido que se apoderó de la Revolución para venderla como llaveros a los turistas y para cobrar a los mexicanos cientos de miles de millones por administrar su memoria.
Yo pensaré que no fueron en vano los asesinatos de Rubén Jaramillo, su esposa embarazada y sus hijos. Pensaré en los vuelos de la muerte sobre el Pacífico mexicano: en gente viva que va cayendo, con el cuerpo lastimado de antemano por la tortura de los interrogatorios. Pensaré en los cachorros de una misma estirpe; en Carlos Salinas, en Ernesto Zedillo, en Enrique Peña, gente demasiado vulgar para ser nombrada, individuos lo suficientemente nombrados como para dejarlos pasar.
Pensaré en mi madre frotándose las manos, dando vueltas en la cocina, lavando los platos por segunda vez de puros nervios mientras escucha en la radio que devaluaron la moneda, que ya no nos alcanzará porque somos ocho y vivimos en un barrio pobre de la frontera. Pensaré en que voy a segundo de secundaria con el mismo pantalón caqui todo remendado; en que me quise pasar de listo poniéndole parches color caqui a los zurcidos y alguien me dijo que un parche más y mis pantalones se verían ridículos. Pensaré en que tiene razón y en que no sabe que esa burla que él ya no recordará no podrá salírseme de la cabeza, nunca.
Pensaré en las reservas de petróleo que nadie sabe dónde quedaron; en las de gas; en las minas de cobre y de carbón y en las de plata. Y pensaré en mi abuelo don Carlos, jovencito, en Santa Bárbara, bajando por un tiro de mina, dejando los pulmones embarrados en las paredes oscuras que rasca con las uñas para que unos sean estúpidamente ricos y otros, como él, apenas tengan para comer. Pensaré en que Aurelio, mi padre, votaba por el PRI porque no conocía otra manera de defender el futuro de sus hijos; en que murió con un billete de 20 dólares en la cartera y una fortuna en dignidad; en que tuvimos que enterrarlo en el extranjero porque sus hijas y su hijo migraron y él, tan nacionalista, que quería que lo enterraran en su Patria, la Patria tomada, no pudo cruzar el Río Bravo de regreso en la hora final.
Pensaré en mi mamá cuando contaba cómo aulló de madrugada la sirena de la mina y cómo ella corrió detrás de las mujeres mayores hasta la boca del tiro, hasta donde las dejaron pasar. Y pensaré en la tristeza que le daba saber que su tío era un hombre bueno y seguramente respiraba con dificultad allá, abajo, con toneladas de piedra sobre su cabeza y él en un huequito sin luz. Pensaré en la tristeza que le daba su tía tan jovencita, con niños tan pequeños y ahora tan huérfanos de padre. En el abrazo que se daban la tía y la mamá de mi mamá, Rosario, viendo la luz del sol como un castigo porque avisaba que para muchos empezaba un día con pájaros y primavera y para ellas era enfrentar un día con luz pero con el corazón en las tinieblas.
Y pensaré en ese partido que consumió a nuestros bisabuelos y a nuestros abuelos y a nuestros padres y parte de nuestras vidas por maldito, por ojete, por corrupto. El partido que defendió la herencia de castas y clases entre los mexicanos; que le abrió los brazos a unos cuantos mientras llevó a millones a la tragedia. Pensaré en el PRI y en su hermano gemelo: el PAN, la misma gata pero más sucia. Y pensaré en por qué no se van de una vez juntos al carajo; por qué no terminan de hundirse y se llevan al abismo al payaso mejor pagado de México: Vicente Fox; y por qué no arrastran consigo a Felipe Calderón, el más ultraderechista de los presidentes mexicanos y vaya que hemos sufrido a los presidentes de ultraderecha, como Gustavo Díaz Ordaz o Luis Echeverría o más atrás –menos mi General Lázaro Cárdenas–, todos, ladinos, cretinos, imbéciles, vividores que pomposamente se dijeron de izquierda.
Pensaré en cómo batallé para terminar la escuela porque trabajé desde los 14 años y desde entonces no he parado; en la tristeza que sentía al ver Ciudad Juárez estallar en llamas por una guerra, la de Felipe Calderón, que no se consultó con nadie. Pensaré en la tristeza que me dio ver a Fox con un crucifijo asumir la Presidencia después de haber pagado con miles de muertos un Estado laico. Pensaré en la tristeza que me dio y en el coraje que sentí cuando vi las primeras fotos del “Partenón” que el “Negro” Durazo se construida con dinero de la corrupción.
Pensaré en la repugnancia que me causó Martha Sahagún cuando la vi por primera vez en Los Pinos, dando órdenes como la esposa de un hacendado que regaña a los indios que se metieron a su sala sin lavarse patas y guaraches. Pensaré en que la vida nos sacó de adentro de la sierra de Chihuahua y nos mandó a la frontera, hace muchos años, y que mi abuelo fue wetback legal y murió sin que el Gobierno le pagara lo que le retuvo por andar sembrando fresas de madrugada.
Nadie que yo conozca se quejará si Alejandro Moreno Cárdenas acaba con el PRI y a muy pocos les importará que un bribón termine con el partido de los bribones; que un ratero vulgar acabe con el partido de los rateros vulgares.
Y cuando pase, cuando el PRI cierre las puertas, si estoy vivo me encenderé un cigarro ahora que ya no fumo y me destaparé una caguama fría como patas de pingüino y pensaré en este hermoso país, mi país tan bello, que resistió un secuestro de cien años en cloacas pestilentes y sobrevivió con enorme dignidad para contarlo.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx