Que ni la política, ni la religión, ni nuestro “despertar” nos separen. Porque si bien cada uno de estos ámbitos nos ofrece una manera de ver y entender el mundo, ninguno debe convertirse en una muralla entre nosotras
Por Hilda Sotelo
Que la política y la religión no nos dividan, pues ambas han sido herramientas poderosas, usadas para marcar fronteras entre quienes pertenecen a una comunidad y quienes quedan fuera de ella. Hoy se suma otro término a la conversación: el movimiento “woke”.
Al igual que la política y la religión, el concepto de “woke” corre el riesgo de convertirse en una nueva frontera, un límite entre quienes “ven” y quienes “no ven”. Si bien el “woke” es necesario en contextos de supremacismo blanco y cegueras de color y género, y cumple un papel vital al confrontar las violencias y desigualdades.
Sería buena idea abordar la injusticia con indignación justa, sin dejar que esa indignación se transforme en un peso que nos desgaste. Después de reconocer y confrontar las violencias, debemos encontrar caminos hacia la sanación y el equilibrio, de modo que nuestra lucha sea sostenible.
La política es el campo donde se negocia el poder, se dictan reglas y se definen los derechos. La religión, por su parte, es el refugio de creencias profundas que guían a las personas en cuestiones de vida, moral y el sentido del ser. Ambas, en su esencia más pura, podrían enriquecer la convivencia humana, pero cuando son usadas para polarizar y dividir, pierden su potencial transformador y nos enfrentan.
El “woke” surge de la necesidad de un despertar, de una conciencia social que confronta las injusticias, las desigualdades y los privilegios. Pero, como política y religión, corre el riesgo de cristalizarse en un dogma, una etiqueta que se impone y divide. La cuestión no debería ser quién está o no “despierto”, sino cómo construimos un diálogo genuino y comprensivo entre nuestras experiencias, cómo construimos una ética de responsabilidad colectiva sin jerarquizar el dolor ni las experiencias.
Política, religión y “woke” son herramientas y marcos que, si no son utilizados con cuidado, pueden fragmentarnos. Quizás el reto sea aprender a usarlos de manera que nos impulsen hacia una convivencia más inclusiva, más empática y menos basada en líneas divisorias.
En el feminismo kósmico, queremos trascender los límites y divisiones que nos han sido impuestos, explorar lo que significa ser en toda su multiplicidad y descolonizar las perspectivas tradicionales que han definido el género, el poder y la identidad. El feminismo kósmico busca una conexión profunda con la raíz de lo humano y lo espiritual, reconociendo que la lucha por la equidad no es solo una cuestión de derechos y justicia social, sino también de sanar colectivamente las heridas que el patriarcado, el colonialismo y el capitalismo han dejado en nuestras mentes, cuerpos y entornos.
Queremos re-imaginar, re-sentir el activismo como un acto de creatividad orgánica y escritura crítica, donde cada palabra y cada gesto actúan como un acto de resistencia y de reconstrucción. En el feminismo kósmico la lucha no se reduce a las fronteras y etiquetas impuestas, sino que se expande hacia una nueva cosmovisión, que valore tanto las realidades concretas de nuestras vidas como los sueños, intuiciones y mitologías que también nos definen.
El feminismo kósmico es una invitación a la reflexión crítica, que no solo cuestiona las estructuras de poder, sino que también nos invita a redescubrirnos en el proceso, a escribir nuestras propias historias y a tejer nuestras experiencias en un movimiento que trascienda tiempo y espacio, que sea radical, y que nos permita imaginar futuros de libertad y plenitud donde el principal gesto es decidir por la ternura.
Reconocemos, sin embargo, que el camino de cada una es único, tejido por sus propias experiencias, dolores y aprendizajes. En el feminismo kósmico, valoramos esta diversidad de senderos y entendemos que el pensamiento crítico, si existe la voluntad de nutrirlo, se forja en el constante acto de confrontar lo desconocido, de mirar y analizar aquello que nos desafía y nos incomoda. Este proceso de aprendizaje no se da en solitario ni desde una lógica fría; apelamos al sentipensar —ese acto de pensar con el corazón y sentir con la mente y todo el cuerpo— que nuestras bisabuelas cultivaron de manera intuitiva, guiadas por la sabiduría ancestral y el sentido común que emerge de una vida enraizada en la comunidad y la naturaleza.
Es desde esta perspectiva que abrazamos la ternura radical, una ternura que no es condescendiente ni evasiva. Al contrario, es una ternura que se convierte en acto transformador, en fuerza que nos impulsa a sostener la mirada en lo incómodo y en lo vulnerable. Esta ternura, lejos de ser pasiva, emplea herramientas como la risa correctiva, ese humor que señala sin herir y que nos permite vernos con humildad, reconociendo nuestros errores y limitaciones en un espacio de cuidado mutuo. La risa, entonces, se convierte en un acto de amor, una invitación a reparar y aprender sin temor a ser juzgadas.
En esta forma de convivir, buscamos el amor como el valor máximo conocido, no como romanticismo abstracto, sino como una práctica cotidiana de respeto, empatía y solidaridad. Nos inspiramos en nuestras ancestras que, con sus miradas profundas y sus palabras precisas, sabían crear un ambiente en el que todas pudieran florecer. Así, el feminismo kósmico se convierte en un espacio de sanación y aprendizaje colectivo, en una manera de resistir desde el afecto y de reconstruir nuestras vidas en sintonía con las demás y con el mundo que nos rodea.
Que ni la política, ni la religión, ni nuestro “despertar” nos separen. Porque si bien cada uno de estos ámbitos nos ofrece una manera de ver y entender el mundo, ninguno debe convertirse en una muralla entre nosotras. La política debería ser un medio para la justicia, no un arma de división; la religión, un espacio para la búsqueda de sentido y comunidad, no un pretexto para imponer o juzgar; y nuestro “despertar,” ese proceso de abrir los ojos a las opresiones y desigualdades, debería ser un camino de empatía, no un motivo de superioridad moral o exclusión.
Que nuestro despertar, entonces, no nos haga olvidar la importancia del diálogo, de escuchar a quienes vienen de otros caminos y entender que cada conciencia despierta a su propio tiempo y en su propio contexto. El despertar, en el fondo, no se trata de estar por encima de nadie, sino de ser capaces de mirar con compasión y respeto, de extender una mano para que todas y todos podamos caminar hacia un mundo más justo.
En el feminismo kósmico, apelamos a un despertar que no es dogmático ni rígido, sino flexible y compasivo, que permite el error y el aprendizaje, que reconoce las raíces profundas de cada una de nuestras creencias y experiencias. Queremos que este despertar, lejos de dividirnos, sea una invitación a una convivencia más amorosa, donde la política, la religión, y nuestra conciencia crítica se transformen en puentes de entendimiento, y no en barreras.
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Hilda Sotelo es doctora en pedagogía y cultura. Académica y escritora especializada en pedagogía critica y fundamentos socioculturales (teoría feminista y estudios de género), con un enfoque en el análisis de la violencia en prácticas pedagógicas y el feminicidio en la frontera entre Estados Unidos y México. Es autor/a del libro Mujeres Cósmicas, donde articula su teoría de Kosmic Feminism, una praxis decolonial que integra la escritura crítica orgánica como herramienta para denunciar sistemas opresivos y transformar realidades. Su trabajo ha sido presentado en diversas plataformas académicas y culturales, con un enfoque en la justicia social y la resistencia creativa.