Donald Trump ganó las elecciones justamente contra todo pronóstico, pues el grueso de los analistas y las encuestadoras auguraban un escenario competido, donde el Partido Demócrata… el escenario actual es inédito, tanto en la historia norteamericana como en el devenir del mundo
Por Hernán Ochoa Tovar
“Contra todo pronóstico el profeta era un traidor” dice en una de sus canciones el maestro Joaquín Sabina. Saco a colación esta frase porque, hace un par de días, Mr. Trump ganó las elecciones justamente contra todo pronóstico, pues el grueso de los analistas y las encuestadoras auguraban un escenario competido, donde el Partido Demócrata tendría chances de repetir en la Casa Blanca con un relevo tardío (la vicepresidenta de los Estados Unidos, Kamala Harris). A pesar de la victoria trumpiana, tanto los comicios pasados como el escenario actual son inéditos, tanto en la historia norteamericana como en el devenir del mundo. A continuación explicaré mis estimaciones al respecto.
2024 fue la primera ocasión en que un presidente incumbente –es decir, que busca la reelección– se baja de la contienda ¡habiendo ya sido ratificado por la Convención Nacional Demócrata para tal papel¡ Esto porque, según se esgrimía, las falencias de Joe Biden lo hacían inviable como mandatario a ratificar, y una victoria de Trump se veía como toast ante un Joe Biden debilitado por la espeluznante opinión pública.
Esto sólo había pasado, de cierta manera, a finales de la década de 1960, cuando el entonces mandatario, Lyndon Bayness Johnson (quien había tenido una primera reelección en 1964, siendo el sustituto de Kennedy), había realizado acciones invaluables en torno a la abolición de la segregación y la implementación de la agenda de los derechos civiles (llegando a nominar al primer juez afroamericano, el icónico Thurgood Marshall), pero era impopular debido a la persistencia de la Guerra de Vietnam, la cual era ampliamente rechazada por los jóvenes norteamericanos de la época. Al ver que los números no le favorecían, LBJ tuvo que declinar su candidatura, ante el vicepresidente Hubert Humphrey, un sujeto no muy popular, quien acabó teniendo una sonada derrota frente al ex vicepresidente Richard Nixon (quien tejió una estrategia innovadora y pudo escuchar los reclamos de la juventud).
Bajo esta tesitura, Biden realizó casi lo mismo que hizo LBJ en los sesenta; con la salvedad de que Johnson reculó su candidatura cuando vio que la numerología no estaba de su lado; mientras Biden se aferró a la misma hasta el último momento, siendo el punto de inflexión la pérdida de un debate ante un Donald Trump osado y agresivo.
En el mismo tenor, Biden será el primer presidente demócrata en perder una reelección (Clinton y Obama sí fueron ratificados) desde Jimmy Carter, quien terminó presa de su impopularidad y acabó vapuleado por Ronald Reagan en la elección de 1980.
En tanto, el propio Trump cumplirá el rol de Grover Cleveland, más de 100 años después, pues el decimonónico había sido, hasta ahora, el único mandatario quien, tras perder una reelección, había retornado por sus fueros posteriormente. La salvedad es que el finado Cleveland era demócrata, motivo por el que Trump será el primer republicano en lograrlo. Teddy Roosevelt lo buscó, sin éxitos, en la segunda década del siglo XX; mientras personajes tan disímiles como Herbert Hoover, Gerald Ford y George Bush padre, sólo tuvieron un mandato de gestión y la mayoría de ellos dejó su carrera política a partir de ese momento (el anecdotario comenta que Ford presuntamente volvería en 1980, como compañero de fórmula de Reagan; pero el plan no fructificó y Ford se vio forzado a un temprano retiro).
Pero, por otro lado, vemos que la cuestión del género sigue sin calar hondo dentro de grandes sectores de la sociedad norteamericana. Mientras el Reino Unido, otrora nación poderosa que fue el territorio colonizador de lo que hoy son los Estados Unidos, ha tenido TRES PRIMERAS MINISTRAS en los últimos cuarenta años: Margaret Thatcher (1979-1990), Elizabeth May (2016-2019) y la efímera Liz Truss (2022), los norteamericanos, siendo la democracia más longeva del continente, no han logrado llevar a una mujer para que despache en la Casa Blanca.
El encargo más alto que ha logrado una fémina en el vecino país del norte, ha sido, precisamente, el de la vicepresidencia, rol que actualmente desempeña Kamala Harris. Sin embargo, ella ha sido más bien una excepción a la regla en la ecuación, pues, en la década de 1980, los norteamericanos rechazaron que Geraldine Ferraro –compañera de fórmula de Fritz Mondale, ex vicepresidente de Carter– ocupara un papel similar.
Se creyó que, llegando Harris a la vicepresidencia, se estarían rompiendo viejos paradigmas. Sin embargo, parece que no fue así. Los gringos se volvieron a decantar por los WASPs (anglosajones, blancos y protestantes) y por el anquilosado club de Toby, en lugar de permitir que una mujer, con una trayectoria brillante, emanada de las minorías de aquella nación, pudiese ser su máxima representante. En términos hegelianos, la historia se repitió como farsa: si, en 2016, Hillary Clinton, con su brillante trayectoria (había sido primera dama, senadora y secretaria de estado en la primera gestión de Obama) no pudo derrotar al hombre del tupé; ocho años después, Harris, con unas credenciales equivalentes (fiscal de California, vicepresidenta y senadora) tampoco pudo hacerlo. Pareciera ser que, en tiempos en los cuales el mundo cambia, rompe paradigmas y destroza poco a poco el techo de cristal, los norteamericanos se resisten a la tradición ¡el ejemplo de México no lo quisieron los yanquis para ellos (para bien o para mal)¡
En suma, la reelección de Mr. Trump como el político más poderoso del mundo, deja muchas preguntas y reflexiones. Hace cuatro décadas, cuando Marty McFly viajaba de la década de 1980 a la de 1950, el Dr. Brown reaccionaba estupefacto cuando Marty le decía que Ronald Reagan era el mandatario de los Estados Unidos en los 80s. Esto tiene una explicación: a comparación de Dwight Einsenhower, quien era un veterano de guerra y un estadista; Reagan tenía la fama de actor mediocre y poco culto; sujeto galán, pero poco instruido y capaz. Sin embargo, los tiempos dan la vuelta de manera curiosa, pues, a comparación de Trump -un sujeto disruptivo y poco adepto al método- Reagan era un estadista y un sujeto que se supo rodear de expertos para gobernar (cosa que Trump no supo hacer en su primer término, por cierto, donde tuvo muchas defecciones y graves curvas de aprendizajes), a contrapelo de un Trump guiado más por la víscera que por la razón (aunque, como dato curioso, William Bennett, quien fuera el Secretario de Educación de Reagan, decidió darle su apoyo a la reelección trumpiana).
Finalmente, una reflexión actualizada. En 2004, el Premio Nobel de Literatura, José Saramago, decía que sería catastrófico para el mundo tener a George W. Bush otros cuatro años en la Presidencia de los Estados Unidos. A pesar de la mala fama de Bush, creo que un segundo mandato de Trump no es una buena noticia del mundo, sino todo lo contrario. Veremos qué sucede, sobre todo porque tendrá poderes que ni Eisenhower, Reagan o Bush tuvieron en su momento. Ya lo dirá la historia y, sobre todo, el devenir. Gracias por su lectura.