Opinión

Contra el vouyerismo o la fascinación morbosa ante el dolor




marzo 26, 2025

En México, donde muchas víctimas siguen sin nombre y sus historias se diluyen en cifras, mirar éticamente significa detenerse, resistir al olvido, y rechazar toda forma de indiferencia. Exige también pensar los límites: ¿cuándo mostrar?, ¿cómo?, ¿para qué?, ¿desde dónde?

Por Salvador Salazar Gutiérrez

Lo acontecido en el rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, nos ha convulsionado como país en diversos ámbitos. Sin embargo, ante la gran cantidad de imágenes, relatos, posicionamientos que se han vertido por diversas redes sociodigitales o páginas de medios de prensa, detenernos a reflexionar sobre el manejo y el uso de la imagen es una obligación política y ética. Las imágenes de cuerpos hallados en fosas clandestinas, cuando circulan en medios y redes como Facebook. Instagram, Tik Tok, entre otras, nos colocan ante el límite ético de la representación del dolor y de la muerte. Desde la perspectiva de la ensayista y fotógrafa norteamericana Susan Sontag, esta representación no es nunca inocente: involucra relaciones de poder, mirada, consumo, interpretación e incluso espectacularización del sufrimiento.

Susan Sontag, señala que la fotografía, y más ampliamente las imágenes del sufrimiento, pueden convertirse fácilmente en un acto voyeurista: mirar el dolor ajeno sin compromiso, sin acción, sin responsabilidad; en sus palabras sostiene ““Ver el sufrimiento de los demás es una experiencia que puede convertirse en una forma de entretenimiento, incluso de placer estético.” (Sontag, 2003;27)

Uno de sus textos centrales, Ante el dolor de los demás (2003), Sontag se pregunta: ¿qué significa mirar el sufrimiento ajeno?, y ¿cuál es el límite entre el testimonio, la denuncia y el voyeurismo? Preguntas centrales en un escenario actual en el que accedemos a un número ilimitado de imágenes que dan cuenta de la violencia atroz, y en particular nos deben llevar a pensar el uso de imágenes de fosas clandestinas en el contexto de la violencia contemporánea. En términos generales nos lleva a la pregunta sobre la representación del sufrimiento humano a través de la imagen, particularmente la fotografía.

Desde las primeras páginas, Sontag se distancia de la idea de que las imágenes del horror nos educan automáticamente en la empatía. De hecho, advierte que pueden tener el efecto contrario: “Las imágenes que muestran la realidad de un sufrimiento extremo no necesariamente fortalecen el compromiso político. Pueden anestesiar. Pueden trivializar lo que muestran.” (Sontag, 2003;97). Esta advertencia cobra especial relevancia en la era digital, donde el flujo constante de imágenes —de guerra, hambre, migración o violencia— corre el riesgo de convertirse en rutina visual, en espectáculo despolitizado.

El ensayo realiza un recorrido histórico por las formas en que el dolor ha sido representado. Desde las primeras fotografías de los campos de batalla de la Guerra de Crimea y la Guerra Civil estadounidense, hasta las emblemáticas imágenes de las guerras mundiales, Vietnam, Bosnia o Palestina, Sontag analiza cómo la cámara se ha convertido en un testigo omnipresente de la violencia. Pero también nos recuerda que “Fotografiar es, en un sentido, apropiarse de lo fotografiado.” (Sontag, 2003;37), y que toda imagen está atravesada por una mirada, una ideología, una intención.

Uno de los aportes más valiosos del libro es su crítica a la ilusión de objetividad en la imagen. Sontag desmonta la idea de que las fotografías son pruebas neutrales o veraces de lo real. Por el contrario, señala que toda fotografía selecciona, recorta, encuadra y, por tanto, construye una versión del mundo. “Las fotografías no pueden crear una posición moral, pero pueden reforzar una. Pueden despertar la conciencia. Pero no necesariamente la instruyen” (Sontag, 2003;47). Central la intención de quien obtiene la imagen fotográfica, pero sobre todo, desde qué canales o espacios promueve la distribución de ella. Una parte fundamental del libro gira en torno a la ética de la mirada. ¿Quién tiene derecho a mirar? ¿Quién puede mostrar el sufrimiento? ¿Desde qué lugar lo hacemos? Sontag denuncia el consumo superficial del dolor ajeno, sobre todo cuando este se vuelve mercancía visual. Afirma: “El espectáculo del sufrimiento ha sido un elemento habitual de la cultura de masas.” (Sontag, 2003;83), y critica cómo la mirada se vuelve distante, desprovista de responsabilidad.

Aun así, Sontag no propone cerrar los ojos. No aboga por la censura de las imágenes dolorosas. Su propuesta es más sutil y compleja: invita a mirar de otra manera, con más conciencia, más lentitud, más respeto. Frente al impulso de interpretar o extraer una enseñanza rápida de cada imagen, sugiere detenerse, dejar que la imagen nos afecte, nos interrogue, incluso nos incomode: “Las fotografías impactantes no nos enseñan nada nuevo. Sólo nos reconfirman lo que ya sabíamos, o creíamos saber.” (Sontag, 2003;72).

En un país atravesado por la violencia, como México, donde la aparición constante de fosas clandestinas revela la brutalidad del crimen organizado y la impunidad institucional, se vuelve urgente repensar cómo miramos el dolor y la muerte. La exposición mediática de cuerpos exhumados, restos humanos y escenas forenses plantea un dilema ético profundo: ¿estamos siendo testigos o simplemente espectadores? Como advierte Susan Sontag, ver el sufrimiento ajeno no garantiza empatía ni comprensión; al contrario, puede generar anestesia o consumo morboso. Una ética de la mirada exige no convertir estos horrores en rutina visual, sino asumir que mirar también es un acto político, que implica reconocer la dignidad de las víctimas, la humanidad de los desaparecidos y el dolor inconmensurable de sus familias.

Más allá del impacto mediático o viral, las imágenes de fosas clandestinas deben ser abordadas desde una mirada responsable y crítica, que no reduzca la muerte a un dato ni al espectáculo de lo inhumano. Sontag nos recuerda que “evitar mirar es la esencia de la deshumanización”, pero también nos advierte sobre la banalización del sufrimiento cuando se le vuelve contenido pasajero. En México, donde muchas víctimas siguen sin nombre y sus historias se diluyen en cifras, mirar éticamente significa detenerse, resistir al olvido, y rechazar toda forma de indiferencia. Exige también pensar los límites: ¿cuándo mostrar?, ¿cómo?, ¿para qué?, ¿desde dónde? Sólo así es posible que las imágenes de la violencia no reproduzcan el mismo poder que produjo las fosas, sino que se transformen en dispositivos de memoria, justicia y denuncia.

Click to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

lo más leído

To Top
Translate »