En mi antiguo barrio de Brooklyn, mi vecino era el rey de las fiestas; ahora, en otro lado de Brooklyn, mis nuevos vecinos son un total misterio, ¿una pareja distante?, ¿vidas solitarias?, la única pista es el sonido de unos taconcitos
Por Évolet Aceves
X: @evoletAceves
En el apartamento donde vivía anteriormente, en Bedstuy, Brooklyn, tenía un muy sociable vecino que gustaba de reproducir música hip hop y trap a altas horas de la noche y que, para mi mala suerte, su centro de reunión era justo debajo de mi habitación. Así que, por más que cerrara la ventana y me cubriera los ojos con la almohada para no ver las luces de la diversión, mis oídos, con tan buena capacidad auditiva, me dificultaban concentrarme en pescar el sueño.
Hoy tengo la suerte inusitada de vivir en un vecindario silencioso, cosa rara en Nueva York. Los vecinos de las casas contiguas rara vez aparecen en sus patios —lo digo porque mi habitación y mi piso, que dan hacia el patio de mi apartamento, me permiten atestiguarlo a través de las ventanas—, también rara vez se les escucha. Es un barrio muy tranquilo. Ni siquiera mis vecinos en el apartamento de arriba suelen hacer ruido, cosa un poco extraña: o no hablan, ni escuchan música, ni ven televisión, o tienen muy buenos bloqueadores de sonido… de ciertos sonidos.
Pese a que llevo ya varios meses en esta habitación, aún no logro identificar si quienes viven arriba de mí son una familia de padre, madre e hijo; o bien, si sólo son esposa y esposo, porque al que creo que es el hijo lo he visto sólo dos veces, y es muy joven para ser hijo de este matrimonio.
Naturalmente, todas mis suposiciones me han llevado a crear incontables especulaciones propias del melodrama: tal vez están peleados y no se hablan, llegué a pensar en un inicio; luego dije, no creo, ya les duró mucho el enojo, a lo mejor les gusta hablar bajito, tan bajito que no se escucha nada. Y es que jamás los escucho ni cocinar, ni platicar, ni reír. Nada. Un poco fantasmal el asunto. Pero de lo que sí tengo certeza es de que arriba de mí vive una mujer. Escucho sus pasos, y me parece extraño cómo los pasos me delatan cómo es ella y no él ni el posible hijo quien vive arriba de mí.
Y sé que sólo es una mujer, sin el esposo; él debe tener su propia habitación, porque los pasos que escucho son sólo de una persona, y no sé ni cómo, pero sé que son de ella. Me sorprende darme cuenta de cuánto podemos intuir y augurar a partir de los pasos. ¿Será que siempre sí está peleado el matrimonio? ¿O simplemente ya se dieron cuenta de que no hay nada como dormir con los brazos extendidos y, si se quiere, hasta en diagonal, valorando más la comodidad individual, que el acompañamiento de dos cuerpos que se aman?
Supongo que estas pantuflas de descanso a las que me refiero tienen un pequeño taconcito, porque escucho cada paso mientras estoy en mi habitación. Escucho los taconcitos cuando van llegando de la calle, son pasos cansados, trabajados, que culminan en una entrega total a la gravedad, en un dejarse caer en la cama —también escucho el quejido de los resortes. A veces incluso pienso como que sus pasos hablan, como si esos pasos me regañaran cuando suelo hacer algún movimiento un tanto brusco desde mi habitación, como recorrer las cortinas por las mañanas y por las noches —pues debo darles un jalón porque son muy altas, y si lo hago lento no lograría abrirlas ni cerrarlas—, y cuando hago este movimiento brusco, los pasos de los taconcitos comienzan a inquietarse.
También esos taconcitos me acompañan en mis desvelos. Llego a sorprenderme cuando, después de muchas horas de traer el ojo pelón, a mitad de la madrugada me asaltan los taconcitos apresurados en mi techo, van al baño, supongo —¿cómo harán del baño los taconcitos?— y luego vuelven, ya con la vejiga vacía, a volver a dormir. ¿Con qué soñarán los taconcitos?
Y a veces me despiertan por las mañanas, porque son tempraneros. Y a todo esto, me pregunto, ¿cómo serán esos taconcitos? Algo me dice que el tacón es de madera, se escucha como un tacón bajo y grueso, no de aguja, claro, esos son aún más agudos y caprichosos. A ver si algún día tengo el gusto de conocerlos. En una de esas, puede que mi vecina de arriba no tenga cuerpo, y que los taconcitos sean quienes ocupan la habitación.
everaceves5@gmail.com
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Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y textos híbridos. Psicóloga, fotógrafa y periodista cultural. Estudió en México y Polonia. Ha colaborado en revistas y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, La Libreta de Irma, El Cultural (La Razón), Revista Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales: México Seductor (2015) y Anacronismo de la Cotidianeidad (2017). Ha trabajado en Capgemini, Amazon y actualmente en Microsoft. Esteta y transfeminista.
