La ambición de descentralizar la protesta no necesariamente significa atraer los reflectores y las masas —aunque serían deseables—, la idea principal es crear un espacio propio del que se carecía.
Celia Guerrero | @celiawarrior
En la zona conurbada al sureste de la Ciudad y el oriente del Estado de México, este 8 de marzo las jóvenes feministas que reivindican los conceptos de la periferia y la descentralización decidieron organizar manifestaciones que recorrieron las calles de esos lugares, en donde viven. Sus razones son diversas: la apropiación del espacio público cotidiano, la visibilización de las violencias particulares en contra las mujeres en su localidad, la necesidad de reconocerse cercanas y fortalecer redes de apoyo y organización, y el reclamo puntual de seguridad y justicia a las autoridades locales.
Mencionaré en concreto las protestas a las que asistí en Tláhuac, en la CDMX, e Ixtapaluca, en el Edomex; aunque también se organizaron otras actividades en la periferia sur-oriente de la capital, en Milpa Alta y Xochimilco, en los municipios mexiquenses de Naucalpan, Cuautitlán, Ecatepec y Neza. Y, por supuesto, en otros estados.
Y es que decir descentralización —en este país centralista en distintos ámbitos y múltiples niveles— es hablar de forma ambigua. La descentralización nunca es una sola porque el enfoque tiene posibilidades de expansión. Tampoco se puede anunciar con la mano en la cintura: “Aquí comienza la periferia» [como ya había abordado en una columna anterior, Siempre periféricas, nunca ‘imperiféricas’]. Sin embargo es una parte de la zona metropolitana del Valle de México en donde las colectivas feministas utilizan más estos conceptos como fórmulas de distinción de acción política.
Entonces, las feministas de la periferia decidieron organizar sus propias manifestaciones del #8M en donde ellas viven, más allá del centro del centro, porque son los lugares donde no se realizan, y donde no se suele colocar la atención mediática ni la discusión social de lo que se conmemora ese día.
Pero la ambición de descentralizar la protesta no necesariamente significa atraer los reflectores y las masas —aunque serían deseables—, la idea principal es crear un espacio propio del que se carecía.
En Ixtapaluca, por ejemplo, el 7 de marzo la colectiva Libertad Morada dejó el protagonismo de su primera manifestación a un par de mamás de víctimas de feminicidio y otras víctimas directas de intentos de feminicidio y violencia sexual. La mayoría de las organizadoras y asistentes fueron niñas y adolescentes [la crónica completa, aquí].
“¿Por qué tengo que salir de mi zona cuando lo que me pasa es en mi municipio?”, “De este lado es más difícil”, “Somos pocas”, “No hay muchas que se animen a salir a la calle”, opinaron las integrantes de Libertad Morada, quienes fueron detenidas el 28 de septiembre del 2020 por colocar mantas con mensajes a favor del aborto en puentes peatonales del municipio. En esa ocasión, contaron, tuvieron que pagar multas para ser liberadas. Desde entonces están en contacto con otras colectivas del oriente del Edomex que las apoyaron a juntar el dinero de las fianzas y a las que también convocaron para su primera marcha conmemorativa del #8M.
Al sureste de la CDMX, las Feministas Organizadas de Tláhuac también convocaron a su primera manifestación este 8 de marzo. Se reunieron unas 50 mujeres en la estación del metro Nopalera y caminaron durante más de 6 kilómetros sobre la avenida principal hasta el edificio de gobierno de la alcaldía. Por momentos correaban: “No les vamos a ceder ni un cachito de calle. Aquí están las feministas contra la violencia, no lo dude nadie”, frente a automovilistas que las insultaban con el claxon.
“Así nos estamos haciendo visibles”, «Es difícil incidir por estos lados, pero siempre se mueve algo”, “Ya no estamos aisladas, ya no somos de a 2, de a 3, somos varias”, dijeron las convocantes. Pensaron que participarían menos mujeres porque la única experiencia previa que tenían en una protesta por violencia feminicida en la zona fue cuando sucedió la desaparición y feminicidio infantil de Fatima, en febrero de 2020, un crimen que se difundió ampliamente. Pero en general, consideran, cuando se trata de violencia contra las mujeres, allí sigue siendo mal visto quejarse.
Pese a la precariedad, la indiferencia social, la normalización de la misoginia y la violencia institucional, los espacios propios tan deseados por y para mujeres de la periferia están siendo creados. Son las feministas jóvenes locales quienes están descentralizando la protesta y decidiendo hacia dónde encaminar sus esfuerzos organizativos.