En la frontera, los migrantes se topan con un ‘cuello de botella’ provocado por autoridades de EU sin capacidad para procesar la demanda de asilo, refugios rebasados en su capacidad de atención y la ausencia de los gobiernos.
Su atención descansa en albergues operados por organizaciones civiles y religiosas que se sostienen con ayudas ciudadanas
Texto y fotos: Rocío Gallegos
La Verdad
Ciudad Juárez– Casi es la hora de comida. En la cocina del albergue El Buen Samaritano alistan los alimentos que servirán a los migrantes que ahí esperan su turno para solicitar asilo en Estados Unidos.
De último minuto, las cocineras reciben el aviso de que hay cinco personas más –tres adultos y dos niños– que les acaban de llevar agentes del grupo Beta, del Instituto Nacional de Migración (INM). Otros tres llegaron detrás de ellos, por su cuenta. Ahora deben hacer que su preparación de pasta y guisos rinda para que alcancen sus nuevos acogidos que llegan de Honduras y Cuba.
El refugio, atendido por el pastor Juan Fierro García y su esposa María Dolores, luce abarrotado con más de 40 personas concentradas en dos habitaciones con camas literas, sillones y un calentón de leña. Todos los días les han llevado migrantes.
Desde noviembre, el flujo que reciben, en su mayoría canalizados por las autoridades, se les incrementó y repuntó de nuevo desde Noche Buena, cuando la Casa del Migrante dejó de recibir a más personas, asegura el pastor Fierro.
“Nosotros también vamos a tener que parar de recibir migrantes hasta que salgan unos”, afirma mientras muestra las instalaciones de su albergue ubicado en la calle Isla Esmeralda, de la colonia Luis Echeverría, entre barrancos y calles de tierra, al poniente de la ciudad.
La tarde del 24 de diciembre la Casa del Migrante anunció: “ya no se va a recibir más migrantes”. En conferencia de prensa, el sacerdote Javier Calvillo dio a conocer: “Tenemos más de 475 personas, una cantidad que nos rebasa en todos los aspectos… no quiero que el día de mañana pueda pasar algo más grave con un menor, una mujer o con un joven”.
La situación que exhiben estos dos albergues operados por organizaciones religiosas, una metodista y una católica, revela que la atención a los migrantes en la ciudad vive su peor crisis: con los albergues rebasados en su capacidad y con el abandono por los tres niveles de gobierno.
Tanto el pastor Fierro como el sacerdote Calvillo coinciden en que solo cuentan con la ayuda de la comunidad fronteriza, de Juárez, El Paso, Texas, y Las Cruces, Nuevo México, que aportan comida, ropa y tiempo como voluntarios.
No tienen ayuda de ninguno de los gobiernos, aseguran en entrevista por separado.
El gobierno federal, a través del grupo Beta, sólo les canaliza a migrantes; el estatal, se comprometió a entregar una ayuda que no llega; y el municipal, que les canaliza a migrantes desde el 10 de noviembre, apenas el 26 de diciembre ofreció a la Casa del Migrante medicamentos, personal y alimentos.
“Para mí hay un abandono total de los gobiernos”, dice el padre Calvillo, “nos los trajeron y todos corrieron”. En 39 años de operación de la Casa de Migrante, agrega, esta ocasión es la primera vez que se ve rebasada en su capacidad.
La frontera, un ‘cuello de botella’
La saturación de albergues y la crisis en la atención de migrantes se desató al incrementarse el flujo de personas, principalmente centroamericanos, que se desplazan hacia Estados Unidos y que deben esperar en Ciudad Juárez, porque las autoridades estadunidenses aseguran que no tienen instalaciones ni el personal para atender el número récord de quienes llegan y solicitan asilo.
Debido a esta situación, los solicitantes de asilo comenzaron a hacer su espera en la región, así como en otras comunidades fronterizas de México.
A finales de octubre pasado, al tiempo que la Caravana Migrante que salió de Honduras avanzaba por el país, hombres, mujeres y niños comenzaron a ‘acampar’ en la joroba del puente internacional Paso del Norte, en la frontera entre Ciudad Juárez, Chihuahua y El Paso, Texas, sobre el Río Bravo.
Al llegar ahí los agentes estadounidenses les decían que no tenían capacidad para atenderlos a todos, que deberían esperar y eso hicieron.
Mientras unos cruzaban otros pernoctaban en el puente a la intemperie, hasta el 10 de noviembre cuando autoridades locales les advirtieron sobre el descenso de temperatura y les pidieron trasladarse a la Casa del Migrante.
Se les ofreció respetar su lugar en la fila de espera que tenían en el puente, registrado en un listado que en ese entonces llevaba la Cruz Roja, y que cuando las autoridades de Estados Unidos, a través del INM, solicitara a un grupo de migrantes para ser atendidos se les iba a trasladar al punto donde se les recibiría.
La lista de migrantes en espera fue transferida luego a la Casa del Migrante que la sigue administrando hasta hoy, aun cuando ya no recibe a más personas. Hasta el 24 de diciembre se había asignado en la ciudad casi 3 mil números en la lista, de esos unos 800 aún están a la espera, se informó.
Un estudio reciente de académicos e investigadores sociales de California y Texas, denominado ‘Procesos de asilo y listas de esperas en la frontera EU-México’, muestra que los solicitantes se topan con ‘cuellos de botella’ en los puertos de entrada a EU y eso ha provocado que los migrantes permanezcan semanas o meses del lado mexicano en espera de poder cruzar.
Con base a información oficial, el estudio emitido a principios de diciembre indica que en el área de Ciudad Juárez-El Paso, hay dos cruces internacionales para peatones –el puente Paso del Norte y el Zaragoza– donde al día atienden entre 60 y 80 personas que solicitan asilo.
Sin embargo, el padre Calvillo, de la Casa del Migrante, asegura que eso ya cambió: “el viernes –21 de diciembre– se nos notificó que al día sólo 20 personas serán atendidas, 10 en la mañana y 10 en la tarde, y eso a ver si la situación no vuelve a cambiar”.
Dice que antes de esa modificación, las personas permanecían en el albergue entre cuatro y cinco días a la espera de ser llamados por los oficiales estadunidenses, pero ahora estima que van a durar hasta 10 días o más.
La situación se ha vuelto insostenible para los albergues que deben alojar a las personas por más días, al tiempo que el flujo de migrantes que llegan a tocar su puerta va en aumento.
“Que le entren otras instancias”, comenta Calvillo de la Casa del Migrante, que en el último mes y medio atendió a más de 3 mil personas. “Que le entren los tres niveles de gobierno, otros grupos, el reto de atender la migración no es sólo de la iglesia”.
Sin embargo, César Jáuregui Robles, secretario General de Gobierno de Chihuahua, dijo –en declaraciones del 21 de diciembre– que el gobierno estatal tiene vocación humanista y es solidario con los migrantes, pero no existen los recursos suficientes para atenderlos.
Jáuregui agregó que este tipo de procesos pueden durar meses o incluso años, y en el 90 por ciento de los casos la respuesta es negativa.
La Verdad buscó la postura del Instituto Nacional de Migración, del Gobierno Federal, pero se informó que los jefes estaban de vacaciones. Se tomaron el asueto navideño pese a la crisis desatada por los desplazados.
En tanto que el Gobierno Municipal ofreció personal, medicamentos y alimentos a la Casa del Migrante, pero obligado por la situación de refugios saturados y descensos drásticos de temperatura habilitó apenas el gimnasio Kiki Romero como refugio de migrantes.
De acuerdo con datos de Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés), durante este año, casi 93 mil migrantes atendidos mencionaron el “temor” de regresar a su país de origen, un aumento del 70 por ciento en los casos de asilo en comparación con 2017, cuando 56 mil migrantes presentaron su solicitud.
Al tiempo que la cantidad de migrantes que se desplazan rumbo a EU va en aumento, el número de los llamados por CBP para ser atendidos disminuye y pone en aprietos a los albergues.
Atiende EU a pocos… y llegan muchos
Cerca del mediodía del 26 de diciembre, el albergue El Buen Samaritano recibió cinco nuevo migrantes y sólo dos estaban contemplados a salir para ingresar a territorio estadounidense y solicitar su asilo.
“Aquí nos distribuimos, como se puedan acomodar, hacemos un esfuerzo por albergarlos”, dice el pastor Fierro que en el 2016 reabrió el refugio en un área continua al templo El Buen Pastor.
Entre sus nuevos huéspedes está Carlos y su familia. El hombre esquiva su mirada mientras narra su travesía desde Honduras para llegar hasta esta frontera con Estados Unidos, país al que, dice, pretende ingresar en busca de asilo.
Agacha su cabeza, pretende ocultar cuando sus ojos se llenan de lágrimas, pero su voz se quiebra y delata que llora al continuar el relato de su viaje que inició hace más de mes y medio.
A su lado está su esposa, Marisol, y su hija, de cinco años, también su suegra Rubí y un niño de cuatro años, hijo de esta última. Llevan unos minutos sentados alrededor de una de las mesas de un comedor improvisado que se montó junto a las bancas del templo metodista donde opera el albergue para migrantes.
Hasta allá –unos ocho kilómetros del puente internacional Paso del Norte– fueron trasladados por personal del Grupo Beta, del INM.
“Nos dijeron que aquí nos iban a dar refugio”, dice Carlos, de 34 años, mientras espera su registro de ingreso al albergue. El lugar luce abarrotado. En sus dos cuartos, con camas literas y unos sillones hay unas 35 personas, por lo que se alistan para abrir espacio a Carlos y su familia en un cuarto continuo donde hay cuatro camas individuales, pero les faltan cobijas para que se tapen.
“Los migrantes son de un clima cálido, tiene frío”, le dice la pastora al agente Beta que trasladó a Carlos. El oficial responde que va a tratar de conseguirle unas cobijas.
Ante este panorama provocado por autoridades de EU sin capacidad para procesar la demanda de asilo, refugios rebasados en su capacidad de atención y la ausencia de gobiernos, los solicitantes de asilo son los más afectados.
La vulnerabilidad de los migrantes es documentada en el estudio ‘Procesos de asilo y listas de esperas en la frontera EU-México’, en el que se menciona que después de viajes que duraron semanas o meses, los desplazados enfrentan un sistema desalentador antes de pisar el suelo donde buscan el ‘sueño americano’.
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