Sus primos Yovani y Jair siguen desaparecidos. Mientras, San Marcos Atexquilpan, el pueblo de Veracruz de donde se van los adolescentes, tiene todas sus velas encendidas
Texto y fotos: Iván Sánchez /La Marea
Naolinco, Veracruz- Cuando sales del poblado de San Marcos Atexquilapan, en Naolinco, la neblina es lo último que te despide. Poco a poco quedan atrás las personas, las casas, la iglesia y todo se convierte en una nubosidad de futuro incierto.
Así fue como salieron Misael, Yovani y Jair, jugándose la vida por lo que todos creían sería un mejor futuro.
El dinero para construir una nueva barda en el patio de la casa de su comunidad; o un carro para ir a jugar futbol. Eso era lo que buscaban en Estados Unidos.
Hoy se sabe que Misael perdió la vida (murió para decirlo a secas), junto con medio centenar de personas migrantes en un tráiler en San Antonio, Texas. Así lo confirmó Carlos Escalante Igual, Director de Atención a Migrantes del gobierno del Estado de Veracruz.
El paradero de sus primos Yovani y Jair aún es incierto, todos en San Marcos temen que también hayan perecido en aquel sitio. Sin embargo, su madre repite una y otra vez, casi a modo de mantra, “la fe es lo último que se pierde”.
De San Marcos a San Antonio
Los tres salieron juntos hacia el norte, para cruzar la frontera con Estados Unidos y con la intención de llegar a San Antonio donde ya los esperaban algunos familiares que les precedieron en las mismas andanzas.
Los tres salieron juntos igual que lo hicieron, antes que ellos, otros 20 jóvenes de su comunidad esa misma semana, y varias decenas en el último par de años.
Los tres salieron juntos; y por eso Yolanda teme que sus hijos Yovani y Jair hayan corrido la misma suerte que Misael y pide que las autoridades le tramiten con urgencia un pasaporte para poder ir a buscarlos ella misma a donde sea necesario.
“Que nos ayuden con unos pasaportes para poder ir a verlos, poder ir a ver qué pasa con ellos, ya son varios días que no hemos sabido nada de ellos”, dice.
En ese pueblo incrustado entre nubes y montañas con paisaje casi celestial se esconde el diablo de la pobreza. Las carencias se malabarean con esas manos callosas de tantos zapatos fabricados; porque a eso se dedican casi todos en San Marcos Atexquilapan: a fabricar calzado.
El oficio se aprende de generación en generación, a Misael se lo heredaron sus padres y su abuelo, junto con la pasión por el balompié, que compartía con sus primos y con casi toda la familia Olivares.
En ese pueblo y para esa familia hay dos religiones, la católica y el futbol, ambas profesadas con fervor y casi a diario. Una, más oficial que otra.
Su abuelo Balbino posa orgulloso con una fotografía en la que sus tres nietos aparecen junto a otros jóvenes vestidos con la playera de las Chivas. El hombre, que no aparenta más de 50 años, se sostiene en pie entre un trofeo y un altar dedicado a pedir por el bienestar de Yovani y Jair, también por el alma de Misael.
Mientras suenan las campanas cuenta cómo la decisión de irse al norte fue tomada por sus nietos en menos de 15 días. Cuenta cómo uno de sus descendientes no partió con los otros tres porque su madre se lo prohibió y así, por pura suerte, hay una casa menos en la que llorar. Cuenta que las historias de éxito en el gabacho son tentadoras para los más jóvenes del pueblo y por ello poco a poco se van de la zona.
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Aquí no hay oportunidades para los jóvenes
Antonio Ruiz, tío de los jóvenes, está seguro de que sí hubiera más oportunidades, ni sus sobrinos ni otros como ellos dejarían la tierra en la que nacieron.
Pero cuando haces zapatos para ganarte la vida la paga es mala, las oportunidades son pocas y el cuerpo se deteriora por las largas horas de malas posturas sentado junto a la máquina de coser o parado cortando figuras en piel.
“En estos pueblos estamos marginados, porque nada más nos damos cuenta de los apoyos porque los anuncian por las noticias, pero aquí nunca los vemos llegar, eso obliga a los jóvenes a migrar”.
Misael murió en el tráiler, pero lo mató la pandemia de covid-19. Cuando las escuelas cerraron debido a los protocolos de salubridad él no pudo seguir estudiando; en su casa no había internet para tomar clases en línea y optó por dejar los estudios.
Sus jornadas laborales, que antes combinaba con la escuela, se hicieron más largas y las recompensas escasearon, pues debido a la misma pandemia la venta de calzado en Naolinco cayó estrepitosamente.
Un hombre de una casa cercana a la de los Olivares cuenta cómo hace muchos años la gente dejaba San Marcos Atexquilapan para probar suerte en Estados Unidos, hasta que uno de los originarios del lugar murió en el desierto. Entonces las migraciones descendieron en la región.
Pero hace cerca de dos años todo comenzó de nuevo, primero fueron unos pocos los que se arriesgaron a hacer el viaje como indocumentados, lograron llegar a alguna ciudad norteamericana y la suerte les sonrió en el aspecto monetario.
La voz se fue corriendo y los grupos de jóvenes, casi niños, comenzaron a salir poco a poco por las calles empedradas que conectan a la carretera hacia Xalapa. Todos querían la misma suerte de ganar en dólares.
Comprar un terreno y hacerse una casa parece ser un sueño que se repite en el colectivo de San Marcos Atexquilapan. Todos parecen querer lo mismo, irse un par de años y poder regresar a su pueblo natal como triunfadores.
Otros sueñan un poco más allá, quieren poner su propio negocio, quizá un taller de calzado que lleve su nombre y donde dejen de ser empleados.
Los que se quedan en San Marcos Atexquilapan también sueñan; algunos sueñan mientras empujan una carreta llena de botas vaqueras, otros su
eñan cuando alimentan a las gallinas y cerdos. Algunos sueñan correteando un balón o sueñan despiertos a la par que forjan hormas para calzado.
Pero Hermelinda ya no sueña. Desde que supo del tráiler en San Antonio dejó de dormir, durante días se le vio cansada a la espera de alguna noticia sobre Misael, su hijo. Pero la novedad que recibió era la que más temía, él murió.
Ahora llora, la familia y amistades la esconden de las cámaras de los medios de comunicación que han llegado a reportar la historia, no quieren que la vean destrozada. Yolanda tampoco quiere hablar mucho con periodistas, a duras penas dice algunas palabras para pedir que la incertidumbre acabe y le digan el destino de Yovani y Jair.
Para los que se van siempre hay rezos, es normal en un pueblo en el que el 99 por ciento de los habitantes son católicos y el otro uno por ciento también, pero de los “malos”, de los que casi no van a misa.
En las casas hay aroma a piel curtida e imágenes religiosas; todos y todas se saben los cantos, las letanías, las oraciones que se hacen en la misa diaria de las 7 de la noche.
Estos últimos días la misa se alarga y se traslada a la casa de los Olivares, una construcción de dos pisos color azul y con una Virgen de Guadalupe pintada en la fachada. La lona negra en medio de la calle sirve para cubrir del sol y la lluvia mientras todos rezan desde la noticia del trailer lleno de migrantes muertos.
Un día antes de que la muerte de Misael fuera confirmada, el santísimo fue llevado a su hogar para pedir por su regreso y el de sus primos. Aún existía la esperanza de que estuviera vivo, pero casi a modo de premonición, y más por la costumbre de un rezo repetido mil veces, quien encabezaba las oraciones pidió por su descanso eterno, como se hace en un funeral.
En San Marcos Atexquilapan se reza, se hace calzado, se juega futbol, se reza, se alimentan gallinas, se camina o se anda en bicicleta, se reza.
Se reza por el alma de Misael y por el regreso con bien de Yovani y Jair. Se reza en medio de las nubes.
…No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.
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Este texto fue publicado originalmente en La Marea que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.