Opinión

Pablo Neruda




enero 10, 2023

A Pablo Neruda le debemos la enseñanza del gusto por vivir entre el mar de la tragedia y el río de la felicidad

Por Daniel García Monroy

Al poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973) el mundo le debe un tanto demasiado. Su amor a la vida convertida en inmortales y populares poemas amorosos. Su innato talento artístico para transformar los sentimientos humanos en imperecederos y universales versos de amor desesperado. Simples y sencillas palabras perfectamente seleccionadas y estratégicamente colocadas en páginas perennes, constructoras de imponentes pirámides de frases memoriales, que han conmovido las almas de todo un planeta. –Hasta su comunismo sincero, martillado en cantos y odas, es ejemplo de congruencia política de su momento histórico, con suficiente arrepentimiento final contra el brutal soviético stalinismo–.

A Pablo Neruda le debemos sus muchos inveterados lectores, la enseñanza del gusto por vivir entre el mar de la tragedia y el río de la felicidad. El gozo contrariado de la hermosa pobreza versus la fatuidad de la riqueza. El disfrute burocrático-diplomático de sus viajes por todo el mundo, junto al miedo en la huida disidente, burlando al nefasto poder-tirano-corrupto de su propio país.

Le debemos a Pablo Neruda, la cima poética en el español del pensamiento del siglo pasado, sobre la duda y la certeza. ¿Qué más se le puede pedir al más austral de los mejores poetas del mundo? (¡escribió oraciones en prosa con un solitario signo final, interesante estilo de rebeldía gramatical!). Qué más pedirle a un chileno universal, premio Nobel de literatura 1971, hecho de palabras imprescindibles y aventuras envidiables. A un humano ser, que vivió y sufrió la escritura eterna como futuro privilegio de sus mortales amantes descifradores. Qué más se le puede pedir al bienamado hombre Neruda; parte literaria de la exquisita estrella de tres picos-Pablos del siglo XX, junto a Picasso (pintura) y Casals (música). 

Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, nació un martes 12 de julio de 1904, en un tal pueblito llamado Parral; 350 km al sur de la capital de un minero, alargado y trabajador país llamado Chile, en el confín del continente americano. Su padre José del Carmen fue obrero ferroviario. Su madre Rosa, murió un mes después de darle a luz. Fue niño pobre como millones de latinoamericanos. Más nunca le tuvo rencor a la penuria. Mejor la encumbró en muchos de sus poemas. Lo suyo contra los demonios del dinero, lo contrarrestó siempre, tanto en acción de vida como en versos libres o clásicos.

El adolescente Neftalí Reyes se cambió el nombre al de Pablo Neruda, para poder escribir poemas firmados, escondiéndose a su padre, que lo quería exitoso abogado, nunca inocente y pobre escritor fracasado. Tránsfuga desde infante, hizo su sueño realidad a los 14 años de edad, publicando sus primeros versos furtivos. 

Cuando ya el reconocido poeta Pablo Neruda, se asomó a nuestro país, le dedicó una genial definición: “México florido y espinudo, seco y huracanado, violento de dibujo y de color, violento de erupción y creación… lo recorrí por años enteros de mercado a mercado. Porque México está en sus mercados. No está en las guturales canciones de las películas, ni en la falsa charrería de bigote y pistola… México es una tierra de carmín y turquesa fosforescente. México es una tierra de vasijas y cántaros y de frutas partidas bajo un enjambre de insectos. México es un campo infinito de magueyes de tinte azul acero y corona de espinas amarillas… los mercados más hermoso del mundo. La fruta y la lana, el barro y los telares, muestran el poderío asombroso de los dedos mexicanos fecundos y eternos”. Cómo no admirar y venerar al buen Pablo, definidor de lo que fuimos y somos los mexicanos. Darle un instante una y otra vez, para hombres y mujeres escucharlo y sentir algo.

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: La noche esta estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos…
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito…
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos…
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido…
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido…

Escribió Pablo Neruda en su autobiografía de magnífico título: “Confieso que he vivido”, (frase que todos al final de nuestras vidas deberíamos desear poder decir de sí): “Yo no creo en la originalidad. Es un fetiche más, creado en nuestra época de vertiginoso derrumbe. Creo en la personalidad a través de cualquier lenguaje, de cualquier forma, de cualquier sentido de la creación artística”. Y entonces pensar se debe: cuántas veces nos repetimos, cuántas veces al día hacemos lo mismo que todos los hombres. Cuántas veces nos creemos únicos sin más que copiar lo que el sistema nos indica que hacer, que creer, que ver, que comer, que comprar, que rezar. Hace cuántos milenios que no creamos otros dioses que adorar, que Jehová, que Mahoma, que Buda, que Cristo.

A 72 horas del infame golpe de estado que asesinó al presidente Salvador Allende en el Palacio de la Moneda (vaya nombre para el sacrificio de un mártir que odió el dinero), en Santiago de Chile, escribió Pablo Neruda sus últimas letras:     

“Escribo estas rápidas líneas para mis memorias a sólo tres días de los hechos incalificables que llevaron a la muerte a mi gran compañero el presidente Salvador Allende. Su asesinato se mantuvo en silencio, fue enterrado secretamente… A renglón seguido del bombardeo aéreo entraron en acción los tanques, muchos tanques a luchar intrépidamente contra un solo hombre, el  presidente de Chile, Salvador Allende, que los esperaba en su gabinete, sin más compañía que su gran corazón, envuelto en humo y llamas. Tenían que aprovechar una oportunidad tan bella. Había que ametrallarlo porque jamás renunciaría a su cargo… Aquél cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en sí misma todo el dolor del mundo. Aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedaza por las balas y ametralladoras de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile”. Tan sólo 12 días después, en su insoportable realidad, el cuerpo de Pablo Neruda dejo de existir; pero su inmortal y amoroso pensamiento nos sigue acompañando todos los días, todos sus libros, todos sus versos. Como a los grandes maestros a Pablo Neruda, le debemos el elogio de la eternidad.

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