Biden, quien alguna vez pensamos que lideraría al país en favor de los inmigrantes, ha mandado construir muros en la frontera, orillando a inmigrantes indocumentados a pasar por la boca del lobo, a caminar por los senderos de la muerte. Por esto también marchamos desde el (trans)feminismo de la diáspora
Por Évolet Aceves
Twitter: @EvoletAceves
IG: @evolet.aceves
El 8 de marzo me dirigí junto con una amiga chicana, en su camioneta, desde Albuquerque, Nuevo México, hasta la frontera de El Paso, Texas. Una marcha fronteriza, que tiene como propósito encontrarse con las mujeres del otro lado de las vallas metálicas, del otro lado de la frontera, en Ciudad Juárez.
Jóvenes, tanto mujeres como hombres, con megáfonos anuncian consignas y frases de protesta feministas. Primero en español, enseguida su traducción al inglés, para quienes no hablan español o no alcanzan a entender la totalidad del mensaje. La mayoría son personas chicanas y/o latinas. Hay hombres y mujeres de todas las edades en este parque en donde se lleva a cabo la concentración al inicio de la marcha.
Las pancartas grandes anuncian mensajes: “Feminism For Everyone!” (“¡Feminismo para todas, todes, todos!”), “We speak out for our future”, (“Protestamos por nuestro futuro”). La bandera trans está presente en la mayoría de las pancartas. Entre los mensajes dichos por el megáfono, se exige un alto a los feminicidios, sobre todo por aquellos ocurridos del otro lado, del lado de México. Se incita a reflexionar acerca de los derechos de las trabajadoras sexuales, también por el respeto que se debe dar a las mujeres trans. Mucho del contenido está relacionado con las injusticias que se dan en México, porque si las desgracias ocurren en México, también nos duele a quienes marchamos desde los Estados Unidos. Muchas marchamos desde acá por lo que sucede allá, para visibilizar la impunidad que se da del otro lado. Aunque esto no es exclusivo de México. En Estados Unidos el sistema tampoco termina de proteger a la comunidad latina ni chicana, y también marchamos por eso, por la discriminación y el racismo que persiste en Estados Unidos.
Mientras detestamos a Trump por su mandato racista, Biden, quien alguna vez pensamos que lideraría al país en favor de los inmigrantes, resulta que ha mandado construir muros en la frontera, orillando a inmigrantes indocumentados a pasar por la boca del lobo, a caminar por los senderos de la muerte. Por esto también marchamos desde el (trans)feminismo de la diáspora.
¡Ni una más, ni una más, ni una más, ni una más, ni u…!
En el megáfono se escucha la consigna ¡Ni una más, ni una más, ni una asesinada más!, pero entre el megáfono y los protestantes se pierde el hilo, hay quienes no conocen la consigna o quienes tal vez marchan por primera vez y la dicen de una forma extraña e ininterrumpida: ¡Ni una más, ni una más, ni una más, ni una más, ni u…! De cualquier manera, la esencia de la protesta sigue ahí.
Predominan las mujeres jóvenes, pero también hay niñas y ancianas; hijas, madres, hermanas. Los hombres no faltan, hay hombres jóvenes también en el megáfono, los hombres son parte del feminismo. Aquí el separatismo estorba.
Cuando la población chicana une sus fuerzas para la marcha del 8M, se respira un feminismo marcado por la diáspora, un feminismo fronterizo. Aquí no hay tiempo para mirar feo al de al lado por superfluidades genitales; si somos del mismo origen o si nuestra piel es del color del cobre, estás conmigo. Aquí no se permiten los lujos que se dan las feministas separatistas del centro de México, quienes cómodamente, desde el capricho esencialista, deciden quién marcha y quién no junto a ellas.
El feminismo fronterizo es un feminismo inclusivo, con los ojos abiertos ante la amenaza racial, con los ojos bien puestos sobre los abusos de la supremacía blanca, y muchas veces también de la supremacía de aquellos chicanos asimilados a la blanquitud anglosajona, que de aliados chicanos se convirtieron en supremacistas blancos, aunque su color de piel esté más cercana al café.
Entiendo que las luchas al centro de México no son exactamente las mismas que en la frontera; pero el feminismo de la diáspora recibe con brazos abiertos, primero, a las mujeres trans, segundo, a los hombres que luchan desde el mismo lado. En Estados Unidos la raza, el color de piel, posee una importancia inaudita. Desde que vivo en Estados Unidos me he acostumbrado a ser Brown, un término impensable para la realidad mexicana, a pesar de que el clasismo y la discriminación forman parte del día a día. Brown, ni Black ni White. Las chicanas con frecuencia son también Brown, su realidad está marcada como su color de piel, es frecuente escuchar que la chicanidad es no ser ni de aquí ni de allá, y hay quienes piensan que son más bien tanto de aquí como de allá, y el ser Brown es la exteriorización de esta realidad, ni Black ni White.
Como mexicana, he llegado a comprender la lucha de las chicanas. En el centro de México es frecuente considerar al chicano y a la chicana como pochos, un término despectivo que hace alusión al chicano asimilado, a aquel que se asimiló a la cultura supremacista blanca, se avergüenza y por lo tanto niega su raíz mexicana o su ascendencia latina, adoptando un acento y una apariencia completamente blanca.
Sin embargo, no todos los chicanos son asimilados, muchos han resistido a través del amor a sus raíces, a esto se le conoce como aculturación, los chicanos aculturados son quienes resisten día a día y se esfuerzan por exaltar su mexicanidad. Es gracias a ellos que el español es el segundo idioma más hablado en Estados Unidos. Empresas como WalMart han cedido a esta aculturación en la frontera a través de la traducción de los productos a la venta —inglés y español—, y ahora un hispanohablante puede hacer su despensa leyendo en español los letreros en los estantes.
Las mujeres reivindican su posicionamiento político a través de la inclusión. Si bien, desde los 70s hasta la fecha las chicanas decidieron distanciar su lucha de la de los chicanos, hoy en día esa separación pasada está dando frutos en generaciones jóvenes, entre las impulsoras de las marchas feministas de la actualidad, en las que ya no hay necesidad de distanciarse de los hombres, porque ellos ahora son conscientes de esa historia no muy lejana, y lejos de opacar a las mujeres, la lucha, hombro a hombro, suma a la lucha feminista en la frontera.
Es necesario la descentralización de los feminismos. Hay mucho que aprender de los feminismos periféricos. Hay que abrir el espacio a los feminismos que no tienen las facilidades geográficas, económicas y políticas, para llegar a tener la visibilidad suficiente.
Desafortunadamente, en medio de la marcha tuve un fuerte mareo inesperado que me impidió continuar hasta el final, razón por la que no alcancé a llegar a aquellas rejas divisorias que Mariana Yampolsky en vida llegó a fotografiar. Rejas que dividen geografías, economías, vidas y lágrimas. Espero, en algún día no muy lejano, tener la oportunidad de volver.