Las campañas deberían ser más sencillas, aboliendo todo ese amasijo de códigos medievales. Tanta retórica incomprensible, aderezadas con campañas de larga duración, acaban hartando al ciudadano de a pie
Por Hernán Ochoa Tovar
Alguna vez decía el poeta Javier Sicilia –citando a Gonzalo Celorio– que si Kafka hubiera nacido en México, en lugar de haberlo hecho en la República Checa, no habría sido surrealista, sino costumbrista.
Digo lo anterior porque, en efecto, algunas prácticas que ocurren en el país parecen rebasar la lógica de lo común. Máxime en política, donde las mascaradas han parecido ser una constante; y han revivido al calor de los últimos tiempos, cuando algunos viejos ritos han vuelto a estar vigentes.
Me explico: durante la presente semana, el presidente López Obrador recibió medidas cautelares del INE que le impiden expresarse del proceso electoral en curso, así como de la aspirante a candidata opositora, Xóchitl Gálvez. Aunque en un inicio deslizó que respetaría los ordenamientos dados por la autoridad, después dijo que haría una subsección en la mañanera, la cual llevaría por nombre “Yo no lo digo” y ahí pondría notas de periódicos opositores y adversarios para que la gente “pudiera tener una opinión al respecto” de lo que sucede.
Cabe destacar que lo que pretende realizar el Primer Mandatario en lo sucesivo, no es la excepción, sino la regla en la política mexicana. Durante mucho tiempo, con especial énfasis en los años del viejo Nacionalismo Revolucionario (1929-2000) quien aspiraba a la Presidencia de la República debía dar señales, pero no podía decirlo abiertamente, pues era una violación a los símbolos existentes.
Aunque en la actualidad, por lo menos hemos podido rebasar ese doble lenguaje, lo alambicado de la legislación electoral ha hecho que caigamos, nuevamente, en ese cúmulo de mascaradas. De tal suerte que las corcholatas contienden sin propuestas, brindando loas y adhesiones al gobierno en turno, lo cual ha devenido en una especie de anteprecampaña cansina, la cual concluirá en septiembre con la unción del mejor posicionado como “Coordinador de la defensa de la Cuarta Transformación en México” barroco eufemismo para decir que será el candidato presidencial del oficialismo; pero como no se puede mencionar de tal manera por los condicionantes electorales, se hará de dicha forma para poder transitar en orden con la legislación en turno.
Baste decir que los personeros de la oposición harán lo propio, pues, quien resulte seleccionado de su complejo proceso –aún con más recovecos que el de la 4T, huelga aclarar– recibirá el nombramiento de “coordinador del Frente Amplio por México” lo cual vendrá a significar lo mismo que en la campaña opuesta; el posicionamiento del vencedor como candidato presidencial de la oposición.
Navegando en esta marejada de contradicciones y simulaciones, creo que valdría más que se realizara una enésima reforma electoral que borrara estos absurdos, pues, como se ha podido atestiguar, las campañas se realizan con antelación (de cualquier manera) encontrando subterfugios, como en el caso presente.
Valdría la pena que se aboliera los límites tan rígidos para hacer campañas y que –tal vez emulando al caso americano– se pudieran comenzar cuando se quisiera, sólo que transparentando los apoyos y las erogaciones (gastos).
También sería importante que, en lugar de prohibir spots y propagandas, se dejaran pasar, pues, aunque ahora ya no existen como tal –luego de la temporada permitida–, se camuflan como espectaculares donde se promueven libros o, en su defecto, adhesiones populares o informes de trabajo.
De igual manera, considero que sería importante que se reglamentara más el uso de redes sociales y de la Inteligencia Artificial, pues si el primer artilugio ya ha tenido consecuencias en el desarrollo del proceso electoral (recordemos el bochornoso caso de los influencers del Partido Verde que promovían una especie de voto subliminal), la IA sin duda va a ser un factor de decisión en los años venideros. Esto porque, si en la temporalidad postpandemia ha cobrado una relevancia inusitada, con más razón en el proceso electoral venidero, donde varios creativos querrán hacer de las suyas.
Como botón de muestra podemos tener al célebre spot de Xóchitl Gálvez hecho con IA por algunos de sus seguidores, mismo que ha roto cartabones acerca de lo que significaba el proceso natural de hacer política, pues dicha propaganda no la grabó la señora Gálvez, sino simpatizantes suyos que dominan el arte de la comunicación tecnológica, lo cual ha llegado a tener muchas interpretaciones en el seno del círculo rojo.
Finalmente, una consideración. Existe mucha polémica acerca de si el presidente en turno debe o no hablar de política. En este punto tengo posiciones encontradas, pues, aunque considero –como Sergio Sarmiento–que prohibirle a los políticos hablar del quehacer político es un absurdo; considero que los funcionarios deben tener una actitud imparcial y gobernar para todo mundo y no sólo para sus simpatizantes. Un punto de vista de un alto funcionario puede poner en juego el resultado de una elección. Motivo por el cual, considero que hay que guardar las formas, aunque suene complejo.
Quizás en el mundo desarrollado es posible que Pedro Sánchez o Joe Biden gobiernen mientras son candidatos. Pero en un país donde la democracia no se ha desarrollado a tal nivel, como lo es México, considero que debemos llegar a ese nivel de maduración para posteriormente emprender acciones de una democracia madura y no al revés, no obstante que el camino para ello sea largo y sinuoso.
En suma, considero que las campañas deberían ser más sencillas, aboliendo todo ese amasijo de códigos medievales. Tanta retórica incomprensible, aderezadas con campañas de larga duración, acaban hartando al ciudadano de a pie, que debería ser el primer interesado en el quehacer político de sus regiones.