Hoy padecemos un presidencialismo que ambiciona engordar a costa del resto de los poderes e instituciones que permiten su despliegue. En la escena pública hay demasiado ruido en todos los bandos, la estridencia es la regla y el análisis pausado, tolerante y plural, la excepción
Por Jaime García Chávez
Es difícil pronosticar cuándo llegará a su fin la polarización política que padece el país y que amenaza, a un tiempo, el afianzamiento del sistema democrático y la institución plena del Estado de Derecho, denostado una y otra vez por el Presidente López Obrador.
México debe hacer realidad el ideal constitucional de ser una República en la que el poder tenga contrapesos y el apego al principio ineludible de que los gobernantes sólo pueden hacer aquello para lo que están expresamente facultados.
Hoy padecemos un presidencialismo que ambiciona engordar a costa del resto de los poderes e instituciones que permiten su despliegue. En la escena pública hay demasiado ruido en todos los bandos, la estridencia es la regla y el análisis pausado, tolerante y plural, la excepción. Todo esto como producto de la actitud presidencial de atizar el fuego de manera cotidiana.
Se coloca así el Ejecutivo federal de espaldas a su responsabilidad de Jefe de Gobierno, pero sobre todo de Jefe de Estado donde tenemos todos un lugar garantizado. Juárez en su tiempo lo dijo: “…los reaccionarios, que al fin son mexicanos…”. Y vaya que ese reconocimiento lo hizo después de que él sufrió golpes de Estado, una guerra contra los conservadores que duró tres años y ganó, una intervención colonialista que quiso soportarse en un impero fracasado, levantamientos armados y más. Todo lo que López Obrador dice saber con apego a su historicismo caprichoso, pero no asume como lección.
Juárez fue un liberal que admiró el sistema democrático, federal y republicano de los Estados Unidos, fundados en la Constitución, aún vigente, de 1787. Ese país ha pasado por dos grandes crisis que pudieron ser convulsiones devastadoras, pero la valía de sus instituciones le permitió superarlas con éxito, como lo demuestra el desenlace de la Guerra de Secesión y la crisis capitalista de 1929.
Han pasado 236 años de la fundación de ese país y exhibió, no obstante, su talante imperialista, no lo ignoro, al igual que la Grecia de Pericles recibe el mismo reproche. Pero esa es otra historia, no lo que quiero tomar ahora.
Frente a las futuras elecciones de 2024 en México, conviene recuperar algunas de las lecciones que nos dejaron los constructores de nuestro vecino país, justo cuando se ponían las primeras piedras del edificio estatal que surgió a fines del siglo XVIII, como producto de una refinada Ilustración liberal, aún antes de que estallara la histórica Revolución francesa.
Quiero en este texto recuperar el artículo inicial de El Federalista, los papeles calzados por la firma anónima de Publios, que fueron Hamilton, Madison y Jay, en el que se ocupan de la argumentación para construir instituciones sólidas y duraderas.
A quienes me puedan reprochar lo extraño que pueda parecer el hecho de que un hombre de izquierda recomiende estas lecturas, les recuerdo y remito a un par de autores que valoraron con toda objetividad y rigor esa herencia del pensamiento universal, como lo son Charles A. Hale y Jesús Reyes Heroles.
Presentaré ahora una especie de perlas discursivas escritas por Alexander Hamilton, extraídas del texto político fundamental, El Federalista, y deliberadamente no diré qué callos mexicanos actuales puede pisar, o curar. Van las citas:
• Ya se ha dicho con frecuencia que parece haberle sido reservado a este pueblo el decidir, con su conducta y su ejemplo, la importante cuestión relativa a si las sociedades humanas son capaces o no de establecer un buen Gobierno, valiéndose de la reflexión y porque opten por él, o si están por siempre destinadas a fundar en el accidente o la fuerza sus constituciones políticas. Si hay algo de verdad en esta observación, nuestra crisis actual debe ser considerada como el momento propicio para decidir el problema. Y cualquier elección errónea de la parte que habremos de desempeñar, merecerá calificarse, conforme a este punto de vista, de calamidad para todo el género humano.
• En muchas ocasiones vemos hombres sensatos y buenos lo mismo del lado malo que del bueno en cuestiones trascendentales para la sociedad. Si a esta circunstancia se prestara la atención que merece, enseñaría a moderarse a los que se encuentran siempre tan persuadidos de tener la razón en cualquier controversia.
• Porque en política como en religión, resulta igualmente absurdo intentar hacer prosélitos por el fuego y la espada. En una y otra, raramente es posible curar las herejías con persecuciones.
• No fingiré reservas que no siento, ni os entretendré con la apariencia de una deliberación cuando ya he decidido.
• La historia nos enseña que el primero ha resultado un camino mucho más seguro que el segundo para la introducción del despotismo, y que casi todos los hombres que han derrocado las libertades de las repúblicas empezaron su carrera cortejando servilmente al pueblo: se iniciaron como demagogos y acabaron en tiranos.
Estas ideas nos pueden servir, no tengo duda; la experiencia las ha validado. México debe coronar su paso a la democracia, sentando ahora las bases de su consolidación, hacer de la Constitución el compromiso ineludible de todos, pactar un decálogo de principios que nos cohesionen como Nación, y entender que eso, más que encarnar en figuras providenciales, se resuelve con estado y densidad institucional para hacerle frente a cualquier desafío y salir indemnes y más fuertes.
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Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.