Hace 50 años en Chile se impuso una de las dictaduras más sangrientas de la historia de América Latina. Cinco décadas después en México, Brasil o Argentina, hay quienes siguen empeñados en repetir el teatro chileno de 1973
Por Alberto Nájar
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La mañana del 11 de septiembre de 1973 parecía normal para el Chile de esa época.
Los periódicos, la radio y los pocos noticieros de televisión amanecieron llenos de noticias falsas, rumores de la próxima invasión de comunistas rusos y cubanos, amenazas de huelga general y burlas al presidente Salvador Allende.
Nada raro. Desde 1970, cuando el presidente socialista asumió el poder, ésa era su oferta editorial. A la campaña de miedo se sumaban ataques con explosivos en torres de electricidad para cortar el servicio en amplias regiones del país.
La comida escaseaba. El servicio de transporte público se interrumpía con frecuencia. Decenas de empresas cerraban sus puertas y echaban a los empleados a la calle.
Y el rumor persistente, el pronóstico que se gritaba en los medios y repetían sacerdotes y empresarios: Allende será derrocado. Habrá Golpe de Estado.
Los chilenos parecían interpretar el cuento de Pedro y El Lobo. Tantas eran las advertencias que muchos lo creyeron una mentira más, el escándalo de la semana al que opacaría uno nuevo.
La creencia pareció cobrar certeza el 29 de junio, cuando un grupo de militares en rebeldía rodeó el palacio presidencial de La Moneda con tanquetas y dispararon contra la fachada.
Fue un motín contra el presidente que el mismo Ejército se encargó de sofocar. La asonada se conoció como El Tanquetazo.
Paradojas del destino. El responsable de apagar la rebelión fue el general Augusto Pinochet, a quien semanas después, el 23 de agosto, el presidente Allende lo designó comandante en jefe del Ejército.
Por eso, el 11 de septiembre empezó como un día más en la nueva normalidad de Chile.
Unidad Popular, la alianza de partidos con la que Allende fue elegido presidente, estaba en alerta permanente. Pero como casi todos en Chile, confiaba en que Allende terminaría su mandato.
Había razones para creerlo. Apenas en marzo de 1973 hubo elecciones parlamentarias donde la UP obtuvo el 43 por ciento de los votos, más que los 36 puntos con que Allende ganó la presidencia.
“Lo sentimos como un respaldo, una buena indicación de que estábamos en la vida de los chilenos” cuenta el profesor Patricio Sepúlveda, quien en ese entonces formaba parte de un grupo especial de la UP para cuidar al presidente Allende.
“Vivimos esos meses con una cierta euforia, con esperanza, la construcción de un sueño. Como que estábamos en un camino donde podíamos, como dijo Marx, tocar el cielo con las manos”.
“Pero rápidamente va a irse. El camino se pondrá en condiciones más difíciles”.
Así fue. Las elecciones parlamentarias alarmaron a empresarios, militares, intelectuales, periodistas, obispos católicos y sobre todo, a la Casa Blanca.
Para Unidad Popular el resultado electoral fue una señal de esperanza. La CIA y la derecha chilena lo interpretaron como el aviso de que el proyecto socialista de Allende se consolidaría por largo tiempo en el país.
La primera reacción fue El Tanquetazo. Y la segunda ocurrió a las 10 de la mañana del 11 de septiembre cuando se concretó el Golpe de Estado contra el presidente.
A pesar de todas las señales oscuras, de los avisos de violencia y muerte que se acercaban, la mayoría de los chilenos se sentían relativamente tranquilos. ¿Por qué?
“Creíamos que el Ejército iba a defender al presidente Allende”, confiesa Wally Kunstmann, escritora y activista.
“Fue una sorpresa. Allende hasta esa última hora creía que los militares llegarían a defender el Palacio de la Moneda, les creyó a todos ellos. El Pinochet ése era su edecán, imagínate cómo fue la trama para llegar con tanta hipocresía, cómo hicieron una obra de teatro macabra para aniquilar al hombre que les confiaba”.
Lo que ocurrió después se conoce. El sátrapa Augusto Pinochet y sus secuaces impusieron una de las dictaduras más sangrientas de la historia de América Latina.
Hasta ahora se sabe que hubo al menos 40 mil víctimas, entre asesinados, desaparecidos, torturados u obligados al exilio.
Quedó claro que nunca existió una conjura comunista internacional para apoderarse del país. Tampoco hubo escasez de alimentos, ni desabasto de electricidad o desempleo:
Todo fue parte de una operación para aterrorizar a los chilenos y justificar el Golpe de Estado.
De lo que poco se habla fuera del país sudamericano es que, cinco décadas después, aún prevalece el impacto de la asonada militar del 11 de septiembre.
Las huellas de la dictadura están en la política, el periodismo, la televisión, el teatro, las escuelas, parientes y amigos.
“Hay una realidad chilena que cuesta entenderla por la complejidad que eso significa”, explica Ingrid Urgelles, abogada y doctora en Literatura.
“En toda familia hay tanto gente que fue perseguida por la dictadura como gente que participó, estaba de acuerdo o es de la corriente política de la dictadura. Y eso se da en la mayoría de las familias”.
“Entonces, cuando del extranjero nos preguntan, bueno, ¿por qué no ha logrado haber una reconciliación? ¿Por qué no hay un acuerdo sobre la verdad histórica? Es precisamente porque las mismas familias tienen esa complejidad”.
Algo que deja consecuencias. Muchos en Chile niegan que hubiera ocurrido un Golpe de Estado, sino un movimiento militar para terminar anticipadamente el gobierno de Salvador Allende.
Tampoco creen que hubiera personas torturadas o desaparecidas. Quienes fueron obligados a exilio, juran, en realidad huyeron del país para no enfrentar las consecuencias de su gobierno.
Sobre la muerte de Allende explican: el presidente buscó su destino al pretender imponer el comunismo en Chile.
Y de Pinochet justifican: su gobierno permitió la recuperación y estabilidad económica de Chile.
Las versiones parecen un mal sueño, pero es real. Es una corriente de pensamiento que sigue muy viva en el país, y que cobró fuerza en la reciente votación para cambiar la Constitución impuesta por el asesino Pinochet y secuaces:
La mayoría de los votantes rechazaron la propuesta del presidente Gabriel Boric.
El mandatario enfrenta una creciente oleada de críticas. No son pocos los que advierten el regreso de un gobierno conservador.
La raíz del problema es que, a diferencia de otros países que enfrentaron una dictadura militar, Chile no ha empezado siquiera a cerrar el círculo.
No hay un proceso de rescate documental sobre lo ocurrido entre 1973 y 1990, la época de la dictadura.
Apenas en 2010 se reconoció oficialmente la cantidad de víctimas. Pinochet murió impune, y muchos de sus colaboradores permanecen igual.
Ingrid Urgelles lo define con claridad: no habrá paz ni reconciliación en Chile hasta que no exista justicia, y que se acepte por completo la barbarie de esos años oscuros.
El mensaje supera las fronteras chilenas. El proyecto político y social de Salvador Allende marcó la historia de una parte de América Latina. Hay varios líderes y presidentes que siguen su ejemplo.
Pero lo mismo ocurre con Pinochet y el movimiento que lo llevó al poder.
En países como México, Brasil y Argentina hay grupos empeñados en repetir el escenario de Chile en 1973.
Pretenden aplicar la misma receta, sin importar el resultado que hubo hace cincuenta años.
La barbarie, el salvajismo, el odio y la extrema violencia pinochetista se ha mimetizado.
La mejor forma de recordar los 50 años del Golpe de Estado en Chile es, precisamente, mantener la memoria. Y mirarse en ese espejo.
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Alberto Najar. Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service. Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.