Opinión

¿Guerra contras las drogas desde el punto de vista didáctico?




enero 10, 2025

El problema con la cuestión de las adicciones y las sustancias ilegales es que tiene años siendo abordado desde la lógica del castigo, cuando debería ser considerado mayormente una problemática de salud y ser atacada por ese flanco

Por Hernán Ochoa Tovar

Hace unos días, la presidenta Claudia Sheinbaum en su consabida Mañanera del Pueblo, presentó la estrategia que habrá de seguirse para contrarrestar las adicciones en jóvenes, misma que, de acuerdo a lo esgrimido, se apoyará en mensajes transmitidos en los medios de comunicación, apoyados no solamente por comerciales alusivos -como se hacía antaño- sino a través de influencers y de contenido en redes sociales que apoye estas proposiciones. A este respecto, el propio Mario Delgado, Secretario de Educación Pública, resaltó que los padres de familia serán aliados en esta cruzada que tratará de involucrar a diversos sectores: destacadamente la academia, la sociedad civil, así como los diversos órdenes de gobierno (particularmente el educacional, aunque pudiese ser también el sanitario, por el carácter del problema). De vuelapluma parece ser una estrategia relevante e integral, pues está tratando de abordar el problema desde un punto de vista valoral y educativo, y ya no solamente punitivo (aunque, hasta el momento, la estrategia de Omar García Harfuch parece estar rindiendo efectos, no obstante navegar contracorriente de ciertos metarrelatos izquierdistas). Sin embargo, queda la siguiente pregunta al aire ¿será suficiente para contrarrestar una problemática que ya se convirtió en un cáncer social y hasta cultural?

El problema con la cuestión de las adicciones y las sustancias ilegales es que tiene años siendo abordado desde la lógica del castigo, cuando debería ser considerado mayormente una problemática de salud y ser atacada por ese flanco. Quizá de esa manera lo entendió el general Cárdenas, cuando la cuestión de las drogas recibió un abordaje sanitario y no tan punitivo, llegando a existir dispensarios donde se atendía a los adictos por parte de la Secretaría de Salubridad (Enciso, 2015). Sin embargo, de acuerdo a Enciso (ibídem) el propio Gral. Cárdenas tuvo que dar un giro de 180 grados a su estrategia, tras recibir presiones por parte del gobierno norteamericano.

Años después, llegada la década de 1970, el finado ex Presidente norteamericano Richard Nixon (1969-1974) fue el primero en hablar de la guerra contra las drogas que no era sino el abordaje del problema desde un enfoque de seguridad trasnacional extrema. Ronald Reagan y sus sucesores siguieron con esta tesitura, y los gobiernos nacionales (incluidos los de la 4T) no han tenido sino que endosarla. De ahí que se establecieran estrategias conjuntas como la Operación Cóndor y la Iniciativa Mérida, u otras, como la certificación de la política antidrogas -por parte del gobierno norteamericano al mexicano- a finales de la década de 1990. Empero, a pesar del paso del tiempo y su variabilidad, la mayoría de las mismas han seguido una narrativa semejante: la droga es una amenaza para la sociedad y hay que atacarla por medio de las fuerzas armadas y las policías regionales, con el fin de menoscabarla o desaparecerla.

Hasta ahí todo bien. El problema es que esta cuestión ha permanecido como un cáncer que ha estado en remisión por décadas, y en las últimas ha tendido a experimentar una expansión brutal. A este respecto, es importante destacar que, en su momento, las izquierdas despreciaron el modelo punitivo, señalando que atacaba los derechos humanos, siendo importante mirar a las causas sociales para atajar la problemática. En este tenor, resulta relevante mencionar que, aunque dicha coartada es acertada, lo complejo de la problemática demanda una atención integral y no con un sesgo que privilegie una acción pero soslaye la otra. Y, considero, que ese fue el fallo de la política de Abrazos, no balazos, llevada a cabo durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024). Si, la guerra contra el narcotráfico echada a andar durante la gestión de Felipe Calderón (2006-2012) privilegió un punitivismo extremo y unilateral, AMLO se fue al otro extremo. Quizás tuvo la buena intención de pacificar al país mediante una acción afirmativa -diálogo y tejido social en vez de armas-, pero el cáncer ya había hecho metástasis bastante feo y, aunque fue plausible esta intervención social, no era posible dejar el campo de batalla para que el enemigo se lo apoderara a través de una guerra relámpago.

Y, aunque no lo menciona, quizás la propia doctora Sheinbaum comprendió dicha circunstancia. Aunque no ha dejado de mencionar que hay que atender las causas (sic) sí ha puesto el dedo sobre la llaga y Omar García Harfuch ha desplegado una estrategia (táctica, de contención y comunicación) efectiva. Ahora, que ya empieza a darse el repliegue, se comienza a gestar la operación didáctica. Debo decir, me parece formidable que se retome esta estrategia, pues, más allá de atacar lo existente, es importante comenzar a cambiar mentalidades, así como la narrativa cultural prevaleciente. Aplaudo que se haga equipo para tratar de contrarrestar esta problemática, pero creo que el gobierno debe de ir más allá y empezar a prohibir series y repertorio que hagan apología del delito, pues las juventudes deben contar con verdaderos modelos de admiración y no contemplar a ídolos de barro que se hacen célebres por jactarse de sus faenas delincuenciales o por tramas que hacen homenaje de las mismas.

Creo que es importante comenzar a tomar el toro por los cuernos. Que esta estrategia no sea sólo del gobierno federal, sino que los órdenes subsecuentes (estados y municipios) también se involucren en la misma. Y, haciéndola extensiva, ojalá que el municipio pase de poner multas a prohibir a los apologistas de la delincuencia, contemplando que es mucho el daño que se le puede hacer a la sociedad, y el gobierno debe ser un valladar para impedirlo. Hasta ahora, se ha usado la coartada de la libertad para dar cabida a ciertas conductas cuestionables. Y creo que la libertad es intrínseca a la sociedad y debe existir, pero “un gran poder implica una gran responsabilidad” y no se puede renunciar a orientar a la ciudadanía. Celebro esta medida. Espero frucitifique. “La educación es la forma más revolucionaria de cambiar al mundo”. Al tiempo.

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