Retratos de fronterizos en actividades productivas cotidianas captadas por Alejandro Sánchez Rodríguez, fotoperiodista y académico universitario, forman parte de la exposición ‘100 imágenes’ que se exhibe de manera simultánea en varios países
Martín Orquiz
La Verdad
Los fronterizos deben andarse con cuidado, por las calles de Ciudad Juárez camina un hombre con una cámara fotográfica en las manos y no teme usarla, sus objetivos son personas extraordinarias o en situaciones inusuales, en cuanto las detecta presiona el obturador para preservar ese momento y mostrarlo al mundo.
Se trata de Alejandro Sánchez Rodríguez, un fotógrafo de 58 años nacido en Aguascalientes, pero en simbiosis con la frontera desde los 5, cuando su familia se mudó a esta localidad.
El también profesor de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) y colaborador de La Verdad, se define como un cazador de escenas urbanas, prefiere tomarlas sin que los protagonistas se den cuenta porque, afirma, “una foto posada es una mentira”.
Su afición por captar gestos y momentos tal como son y sin poses, le valieron ya varios reconocimientos, entre los más recientes está una exposición conformada por el trabajo de 22 fotógrafos de diferentes países.
Alejandro, quien en la actualidad es postulante para un Doctorado de Filosofía en Hermenéutica con Enfoque en Cultura y Ciencias Sociales en la UACJ, es el representante de México en esa compilación internacional.
Seis de sus tomas ya son exhibidas en Rusia, Perú y Polonia, pero también llegarán a Francia, Zimbabwe, Italia, Estados Unidos, India y México –durante marzo del 2020 en el Museo de las Fronteras–, entre otras hasta completar todas las naciones participantes.
Yuri Nicolavich, quien es el curador del evento, lo contactó hace un año a partir de su búsqueda de fotógrafos alrededor del mundo para montar la exposición de 100 imágenes, el ruso recibió buenas referencias sobre Alejandro y lo eligió para que presentara retratos de las actividades productivas cotidianas en Ciudad Juárez.
Ahora, del otro lado del mundo, se exhiben imágenes de fronterizos que desempeñan diferentes actividades laborales: está un constructor, un afilador de cuchillos, un bombero, un vendedor de nopales, un peluquero y un chofer.
Sánchez también obtuvo un segundo lugar en un concurso de fotografía convocado por el Instituto Municipal de Investigación y Planeación (IMIP), mientras que otras de sus imágenes fueron elegidas para exhibirse en el Bienal México-Estados Unidos.
Fiel a su estilo, fotografió a un niño que se echó una maroma para festejar que la calle donde vive fue pavimentada, la escena se mostró en las instalaciones del Museo del INBA, la otra –para el Museo de Arte de El Paso- fue de una pareja que viajaba en bicicleta, pero la mujer estaba sentada sobre los manubrios de frente al hombre, una imagen que le cautivó, tomó y compartió.
Con un tono en su voz que refleja orgullo y nostalgia, comenta sus inicios en el mundo de las imágenes impresas.
“Comencé a tomar fotografías a los 10 años sin saber la técnica, sólo me gustaba conocer lo que estaba a mi alrededor, en mi casa había una cámara 110, con una palanca para jalar la película y un botón para presionar, muy fácil de usar. Tomaba fotos, pero no las revelaba porque no sabía hacerlo no podía pagarlo, pero descubrí que me gustaba mucho”, recuerda.
Mientras, trabajó en un sinfín de oficios, como bolero, mesero, mensajero, haciendo zanjas, limpiando fierro y muchos otros hasta los 18 años.
Fue durante un viaje que hizo a Aguascalientes con su familia cuando afianzó su gusto por captar los momentos que sucedían en su entorno.
Durante las 24 horas que duró el trayecto hizo tomas de la gente que subía y bajaba, acción que lo embelesó.
“En mi casa se dieron cuenta de mi afición, soy el menor de seis hermanos, el más grande me lleva nueve años, tengo además cuatro hermanas menores. Felipe, el mayor, se fue a Estados Unidos a trabajar, cuando yo tenía como 15 años me llegó un paquete de su parte, era una cámara profesional”, describe emocionado.
Con ese artefacto continuó tomando fotos, aunque los resultados no fueron buenos debido a su carencia de conocimiento, en un momento determinado descubrió que en una sucursal de la empresa Kodak había libros y comenzó a leerlos, así como a revisar las novedades que llegaban al lugar, los tipos de papel y de película.
Además, la empresa organizaba cursos con instructores mexicanos y de Estados Unidos, desde que se dio cuenta del hecho acudió a todos los que ofrecieron y, entonces, su técnica mejoró de forma notable.
Luego tuvo conocimiento que en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACh), extensión Ciudad Juárez, se impartía la carrera de Comunicación, así que se inscribió y de inmediato tomó el Taller de Fotografía, que era impartido por Víctor Medina, quien se convertiría en su maestro dentro y fuera de la escuela.
Con él tuvo la oportunidad de desarrollar sus habilidades en el Hipódromo y Galgódromo de Ciudad Juárez, así como en otras localidades del estado, a donde acudían a retratar carreras parejeras.
Alejandro aprendió los procesos de revelado e impresión, lo que impulsó todavía más su afición, aunque todavía no estaba decidido a dedicarse solo a la fotografía, ya que la comunicación llamaba fuertemente su atención.
“Quería ser el Jacobo Zabludovsky del futuro, en mi casa estaba muy cercana la cuestión religiosa y hacer el bien… a tener una actitud de nobleza ante las cosas que pasaban, entonces quería tener la voz del comunicador para hablar por los débiles, para defenderlos”, dice.
Finalmente se dio cuenta que la cámara fotográfica podía ser ese vehículo.
El profesor universitario define su estilo actual como urbano y espontáneo, trata de que la gente no se dé cuenta que los retrata para lograr escenas francas, para lo cual ya desarrolló cierto sentido de precognición.
“Trato de presentir lo que va a pasar segundos antes, para tomar la foto antes de que te vean, te acomodas para que no te alcancen a visualizar, así capto el momento esencial”, cuenta.
La ventaja de portar una cámara es que permite acercarse a las escenas desde distancias relativamente alejadas y pasar casi desapercibido, al menos previamente al disparo del obturador.
Para permanecer anónimo ni siquiera apunta la cámara, sino que la manipula desde la altura del ombligo para evidenciarse lo menos posible.
Llegar a ese punto, sin embargo, no fue algo fácil. Recuerda divertido su primera experiencia de fotografía espontánea, la que tuvo precisamente al estrenar la cámara profesional que le mandó su hermano Felipe.
Salió al centro de la ciudad en busca de una buena toma, de pronto vio a una mujer sentada en la banqueta llenando bolsitas con semillas para venderlas, le pareció buena idea retratarla.
Se acercó a ella, enfocó la cámara y, justo cuando disparó, la vendedora alzó la cara y se topó con el lente, lo que le causó enojo y aventó sus cosas para reclamarle a Alejandro su atrevimiento.
Lo correteó, le gritó groserías, no supo hasta dónde lo siguió, pero no paró hasta llegar a su casa, que estaba en la colonia Chaveña, ubicada a muchas cuadras de distancia que atravesó con piernas ligeras, cuenta.
Poco a poco fue adquiriendo la habilidad para tomar a las personas sin que se den cuenta, algo que es básico para realizar su labor con estilo.
“Me interesa mucho para captar el momento tal cómo es, que no sienta la presencia del fotógrafo, si me ven se acomodan y ya no es auténtico”, comenta con una sonrisa que esboza como si le fueran a tomar una fotografía posada.
Dice que está totalmente de acuerdo con lo que redactó Susan Sontag, escritora del The New York Times, con relación a que las fotografías que se guardan en los álbumes caseros son inexactas porque quienes aparecen en ellas muestran una actitud que no es su verdadero estado de ánimo al momento.
“Escribió que los álbumes que están en los hogares son una falsedad familiar, porque todos sonríen para la foto, pero no se es objetivo, no se refleja la verdad”, afirma.
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