Una investigación de Conexión Migrante, con apoyo de la Fundación Gabo
Texto: Nadia Sanders / Fotos: Ximena Natera / Conexión Migrante
Cuando Antonio Romero, de 59 años, escuchó el teléfono esa noche de mayo del 2020, no quiso hablar y le dio el aparato a su hijo Rey, de 19 años. Personal del Hospital Lincoln, en el Bronx, le dio la noticia de que su mamá había muerto.
—Llamaron como a las dos de la mañana y nos dijeron que se le paró el corazón. Que nos iban a llamar para ver si la podían rescatar. Y no. Nos llamaron una segunda vez, y murió. Eran como las dos, dos y media, recuerda Rey.
María Moro, mujer de 52 años, migrante mexicana, madre de cuatro hijos, habitante de Nueva York por décadas, murió a los 52 años por COVID 19 y era indocumentada. Se dedicaba a vender elotes con mayonesa y queso, esquites, donas y puro antojo para mexicanos y latinos en un carrito de supermercado en su vecindario: el Bronx. Sus vecinos dicen que era especialmente querida y su lugar aún permanece vacío, los otros comerciantes de la calle no lo ocupan porque guarda un lugar en su memoria.
La comunidad migrante latina resultó ser la minoría más afectada por la pandemia de COVID 19 en Estados Unidos, especialmente en la ciudad de Nueva York. Y muchas de las personas muertas eran madres y padres de menores en un país donde los derechos no son para todos y sobrevivir a la pandemia ha sido especialmente duro para las personas sin documentos.
La población latina y migrante tuvo la mayor tasa de muertes, hospitalizaciones y contagios por COVID 19, con 366 muertes, 1,417 hospitalizaciones y 8,959 contagios por cada 100,000 habitantes, tasa por arriba de la que registró la población afroamericana y asiática, según el Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York. En total, se han registrado 33,331 muertes al 11 de junio por COVID 19, de las cuales, el 34% era población latina.
La preocupación por pagar la renta
Hace más de 30 años, Antonio emigró desde San Juan Huiluco, en Puebla, en el centro de México, a Estados Unidos. Después lo alcanzó María, y 15 años después, llegaron sus dos hijos mayores, también indocumentados.
—La primera hija vive en Carolina del Norte con su esposo; tengo otro hijo que vive por aquí (en Nueva York). Y tengo los dos menores de edad, porque estos son de la segunda cosecha. Después de 15 años, volvimos a tener a estos muchachos, de 19 y 16 años, que nacieron aquí en Nueva York.
María tenía diabetes y esclerosis múltiple, una enfermedad del cerebro y la médula espinal que puede provocar discapacidad y no tiene cura. Meses después de que nació Lucy, su hija menor, perdió la vista y pudo recuperar cierta visibilidad después de meses de tratamientos.
—Pero como yo trabajaba, a las terapias y las visitas médicas la llevaba aquí el muchachito. —dice Antonio al referirse a su hijo Rey, quien vivió su infancia visitando hospitales por la frágil salud de su madre.
La pérdida de María y el hecho de quedarse sin empleo por el confinamiento han llevado a Antonio y a sus dos hijos menores a una situación precaria. Para marzo de este año, debían al menos 3,000 dólares por rentas atrasadas y su estado migratorio irregular lo excluyó de los apoyos que dio el gobierno federal a los ciudadanos estadounidenses por 600 dólares semanales durante varios meses.
El 86% de la población mexicana que vive en el estado de Nueva York renta la vivienda que habita y el pago consume más del 30% de los ingresos de la mayoría (60%). En promedio, viven cuatro personas por vivienda y dos de ellas trabajan para el sustento del hogar. La pérdida de los ingresos de uno de ellos pone en serios problemas a la familia.
Rey es un joven ecuánime, tiene casi 1.90 metros de altura, es delgado, usa lentes y su cabello lacio es tan largo que puede alcanzar su cintura. Por comodidad, lo amarra en un moño estilo samurai arriba de su nuca. Desde el 2020, ha tomado el rol de apoyo en el sustento de su casa. En plena pandemia, una de sus primas lo recomendó para trabajar como cajero en un Car Wash. También en pleno confinamiento inició sus estudios universitarios gracias a una beca que obtuvo por buenas calificaciones en el bachillerato. Quiere ser enfermero.
En el departamento de la familia Romero Moro, los hijos instalaron un altar sobre una mesita junto a la barra de la cocina. La foto de María, con pelo ondulado, robusta, de piel blanca, sonriente, tiene al lado unas flores frescas y dos velas en vaso de vidrio. Sus hijos la extrañan, pero, al menos Rey, no llora cuando habla de ella. Cuenta que su hermana prefiere pasar gran parte del día en la casa de su tía, hermana de su mamá. Su papá dice que es porque allá tiene con quién platicar.
Las cenizas de María están en una caja de madera barnizada en color cerezo a los pies de la cama que compartía con Antonio, en la parte alta de un ropero de madera, embonado entre la base de la cama y la pared.
—¿Pensaron mandarlas a México?
—No habíamos podido, la situación está muy difícil.
—¿Supieron que el consulado en un momento dado estaba apoyando para eso?
—Nunca puede usted comunicarse, llama siempre y nunca le contestan. Siempre dicen: “llame a esto, y la extensión” y nunca responden.
El departamento tiene cuatro divisiones, donde duermen Antonio, un hermano de él, su hijo Rey y su hija Lucy. Creen que Rey fue el primero en contagiarse de COVID 19. Cuando María fue llevada al hospital, Antonio también se sintió enfermo pero no quiso atención médica.
—Ya el COVID ya había entrado fuerte. De hecho, por donde vive una cuñada, en Brooklyn, ya nos habían dicho que habían muerto dos conocidos de ellos y ya nosotros ya sabíamos. (…) Los paramédicos se la llevaron cargándola en la camilla. Pero ella salió bien. El único problema es que cogió pánico porque sentía que se le tapaba la respiración. Pero todavía estaba buscando el cargador del teléfono y todo, —relata Antonio. Después, él mismo comenzó a sentirse mal y avisó en su trabajo, un restaurante de comida griega—. Entonces, fue que yo ya no fui a trabajar. Yo no fui al médico, me seguí tomando el té con Tylenol (paracetamol).
Cuando Antonio recién había llegado a Estados Unidos, sus conocidos lo previnieron de nunca ir a un hospital para no tener problemas con Migración. Tenía la misión de no enfermarse, pero la primera vez que le dio tos y fiebre, un conocido le pasó un remedio de su abuela. Le dijo que ella partía a la mitad dos naranjas agrias y las ponía a cocinar; y una vez calientes, se las pasaba por la espalda. A la noche, otra vez; y después de dos curaciones o tres, “se iba la tos”. Para la fiebre, machacaba tomate verde, el de la cascarita verde, le echaba aguardiente, lo ponía a entibiar en la lumbre y luego se los untaba en el pecho, la espalda y en los pies. “Y se iba la fiebre”.
Antonio libró los síntomas con tés, pero lo que ahora lo tiene angustiado es que no tiene un empleo. El restaurante donde trabajaba no volvió a abrir. Y el adeudo por la renta avanza mes con mes. Está pensando en buscar ayuda con organizaciones, el Consulado Mexicano o el nuevo gobierno mientras logra encontrar un trabajo de nuevo. Mientras, seguirá vendiendo comida en su barrio, como hacía su esposa.
El apoyo económico por seguridad alimentaria para menores llegaría más de un año después, con un pago de 300 dólares mensuales por cada hijo menor de 17 años., El Congreso de Nueva York aprobó en abril de 2021 un presupuesto de 2.1 mil millones de dólares para dar apoyos por hasta 15,000 dólares para inmigrantes indocumentados que puedan documentar que perdieron su empleo durante la pandemia.
‘Mi esposo estaba muerto en la cama’
Una mujer, con tres hijos pequeños, llegó un día a las puertas de la Coalición Mexicana, organización de base de apoyo a migrantes, que opera en el anexo de una iglesia en el sur del Bronx.
Días antes, su esposo había amanecido muerto al lado de ella, en su cama, donde también dormía su bebé de poco más de un año. En la misma habitación, dormían sus otros dos hijitos de no más de 8 años y se encontraban en un departamento del hermano de su esposo.
Jairo Guzmán, presidente de Coalición Mexicana, una organización de apoyo a la comunidad latina, en especial migrantes y trabajadores esenciales, relató este caso como uno de los que más lo han conmovido.
— Me dice: despertamos y mi esposo estaba muerto en la cama. Ellos dormían juntos con su bebé. Ella salió a pedir apoyo ese día. Y al salir, la familia de él se espantó por el estatus migratorio de todos (sin documentos) y la sacaron, la arrojaron del departamento.
—La niña más pequeña apenas tenía un año, el mayor tenía 8. Eran niños pequeños, —recuerda el fundador de Coalición Mexicana—. Ella se quedó con sus hijos. En este caso, lo triste para los niños fue que pierden al papá y pierden al resto de la familia, a los tíos, las tías. Porque la familia la corrió. Y los niños sufren la pérdida del papá, la pérdida de la extensión familiar. No me imagino eso. El dolor que han de haber tenido esos niños, sin mencionar lo que está sufriendo la mamá.
La Coalición Mexicana es una de las más de 150 organizaciones de origen mexicano que tuvo contacto y canalizó ayuda a la población migrante en la ciudad de Nueva York durante las semanas más letales por la pandemia de COVID 19.
Las redes de pueblos indígenas se activaron en la pandemia
La Red de Pueblos Trasnacionales, una organización que impulsa el reconocimiento, la identidad y el orgullo de los pueblos indígenas que han emigrado de sus lugares de origen, también mantuvo activas sus redes de apoyo a través de redes sociales. Marco Antonio Castillo, activista y director de la red, recuerda que los miembros de diferentes regiones contactaron a los integrantes de sus redes para saber sus necesidades esenciales. Miles se habían quedado sin empleo de un día a otro, confinados en departamentos de espacio reducido, con más de tres menores, matrimonios, primos o más familiares. Algunos prefirieron morir en casa antes que pisar un hospital.
—Hace un mes (febrero de 2021), tuvimos un caso en el cual una persona aplicó para la distribución de alimentos y pidió para que se lo llevaran a la casa. Se le llevó su pedido, lo doble de comida de lo que normalmente damos porque no podía salir. Tres días después, me llama la familia para pedirme una funeraria porque la señora había fallecido. Estaba muy joven, tendría unos 32 añitos, con un bebé recién nacido y un niño de 11 años. Nos dejó preocupados, recuerda Yogui Ariza, integrante de la Red de Pueblos Trasnacionales, originaria de Puebla y migrante en Nueva York desde hace casi 20 años.
El dolor no vino solo, llegó con la carga de tener que pagar entre 5,000 y 12,000 dólares por los servicios funerarios para cremar y recuperar el cuerpo de su familiar, sin poder verlo de cuerpo entero por última vez. En el área metropolitana de Nueva York, hay aproximadamente 350,000 mexicanos. Y la Red calcula que más de la mitad vienen de municipios rurales e indígenas de menos de 10,000 personas. Las lenguas más comunes son el náhuatl, mixteco, totonaco y tlapaneco. También hay habitantes de la zona Mixteca que incluyen regiones de Guerrero, Oaxaca y Puebla. Para estas culturas, la cremación de los cuerpos no forma parte de sus creencias.
—Claro, no es parte de su cultura. Además de la incertidumbre de recibir las cenizas de alguien que no ves. La gente se resistía. Le decían al Consulado y nos decían: no queremos la cremación; queremos el cuerpo completo. El argumento siempre era: “mi mamá tiene que verlo, no podemos enviar las cenizas”, recuerda Marco Antonio.
El viaje de regreso
Al menos 10,352 restos de mexicanos en cenizas fueron repatriados de Estados Unidos a México por la vía consular durante 2020 hasta el 30 de abril del 2021 . El número más alto, 1,306, provino de la zona triestatal de Nueva York, Connecticut y condados de New Jersey. Le sigue el estado de Chicago, con 675 casos y Raleigh con 544, según datos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, obtenidos a través de una solicitud de acceso a la información.
—La mayor repatriación de mexicanas y mexicanos, —dijo en entrevista el Cónsul de México en Nueva York, Jorge Islas López. — La Secretaría de Relaciones Exteriores se dio cuenta de la magnitud, y ellos absorbieron la totalidad de los apoyos para ayudar a las familias más necesitadas. Nos mandaron suficiencia presupuestal para que se apoyara a todas las familias que cumplieran con ciertos requisitos. Y 500 familias fueron beneficiadas para servicios por un monto de hasta 1,800 dólares y el traslado de las cenizas.
Pero para muchos integrantes de organizaciones civiles, la actuación del consulado fue lenta y hubo más decesos que no buscaron la repatriación por esa vía.
Muchas urnas de cenizas permanecen en los hogares de sus familias en Estados Unidos por cuestiones de apego o burocráticas, ya sea porque tenían errores en su acta de defunción o porque no lograban comunicarse con su consulado.
Aunque haya vacunas…
Después de casi un año, Jairo no puede borrar el sentimiento que le imprimió la mujer que despertó junto al cuerpo inerte de su esposo y llegó a las puertas de la Coalición Mexicana.
—No la dejaron tener ninguna idea o estar involucrada de qué hacer con el cuerpo de su esposo, de despedirse. El hospital no le dio nada de información porque no estaban casados. Todo se lo dieron al hermano de él. Y como sacaron a la señora, buscaba a dónde irse a quedar, buscaba comida, buscaba ropa. La última vez que la vimos se fue con unas amistades a Connecticut.
Mientras la ciudad que nunca duerme despierta del confinamiento, la vacunación no ha sido igual de accesible para todos. La cobertura de la vacunación ha alcanzado, con al menos una dosis, a la mitad del total de la población en la ciudad de Nueva York, pero la cosa no ha sido pareja para los latinos. En su caso, sólo una cuarta parte ha tenido acceso a la vacuna.
La población migrante sin documentos no tiene acceso a los mismos derechos que los ciudadanos de Estados Unidos. A los paisanos les toca navegar con la pandemia hasta que el cuerpo aguante.
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Este artículo hace parte de la serie de publicaciones resultado del programa Laboratorios de Periodismo de Soluciones de la Fundación Gabo y la Solutions Journalism Network, con el apoyo de Tinker Foundation, instituciones que promueven el uso del periodismo de soluciones en Latinoamérica.