Ramón Salazar Burgos
Analista político
Jugando con las palabras, decidí titular esta reflexión con una expresión que se aproxima al nombre de la novela del escritor checo Milán Kundera, La Insoportable Levedad del Ser. Fuera de eso no hay nada que relacione mi narrativa con dicha obra literaria. Este análisis surgió de la lectura del más reciente libro de Carlos Elizondo Mayer-Serra, Los de Adelante Corren Mucho, en el que el tema de la desigualdad transita el texto de un extremo a otro. Siempre he pensado que los eufemismos contienen significados de hechos o circunstancias que se resisten a ser expresados tal cual son; el de este libro encierra una metáfora que políticos, comunicadores, analistas, etc., del establishment, sólo tratan de manera tangencial, siempre con un uso retórico del tema y del lenguaje.
Dos conceptos fundamentales que transversalizan la exposición son desigualdad y élite. Por élite – dice Mayer Serra – se debe entender a todos aquellos grupos que están en la cima de la sociedad y que gozan de algún tipo de privilegio, por lo que existen muchos tipos de élites, no nada más la económica. Entendido así, existen élites, políticas, sindicales, culturales, religiosas, deportivas, económicas, etc., que comparten elementos en común: el poder, el dinero, el conocimiento, etc., como instrumentos que las colocan en situación de privilegio. El libro centra su atención en la élite económica u oligárquica, compuesta por reducidos corporativos que controlan a grandes grupos financieros de inversión. Destaca a la corrupción como el elemento que aceita la relación que existe entre los gobiernos locales y las élites de América Latina y a su vez entre éstas y la estadounidense, simbiosis que ha contribuido a la ampliación de la desigualdad.
Expresa que la desigualdad como fenómeno social, encierra al menos dos problemas: uno ético y otro democrático. Es ético porque la sociedad debe perseguir en todos los planos, el perfeccionamiento personal y colectivo y, democrático, porque desde la perspectiva del liberalismo todos somos jurídicamente iguales. Sin embargo, la democracia como fuerza igualadora, no ha podido reducir la brecha que separa a las masas empobrecidas de las grandes élites económicas. En Estados Unidos, a pesar de que el ingreso per cápita es mayor al de todos los países de Europa juntos, los índices de bienestar están muy por debajo de los del viejo continente. Ahí también ha fallado el liberalismo, por lo que resulta endeble el argumento de que es la nación más igualitaria y democrática del mundo.
Mayer-Serra agrega que en los Estados Unidos la fuerza igualadora, se perdió desde los años setenta. Justifica la desigualdad, culpando a la globalización, que premia a los mejor educados, porque el cambio tecnológico permite a los más exitosos dominar la economía. Estas afirmaciones hay que tomarlas con reserva, porque forman parte de una construcción ideológica, postulados políticos o pensamiento al que el autor está adscrito. Cuidando su exposición omite precisar en su relato que, en dicho país, por esos años, y en cascada en muchos otros alrededor del mundo, empezó el abandono de las políticas del Estado de bienestar, vigentes desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. Con la hegemonía militar y el poder de su economía, Estados Unidos impuso a muchos gobiernos de la periferia las políticas y reglas de lo que más tarde se llamó la economía del libre mercado.
Para lograr ese y otros propósitos ha fundado instituciones, fundaciones o centros de desarrollo del pensamiento (think tanks) de diverso tipo, para propagar ideas de apariencia democrática, como la Escuela de Chicago, (Universidad de Chicago) y sus Chicagos Boys quienes, con Milton Friedman a la cabeza propusieron nuevos desarrollos económicos que más tarde los críticos los encuadraron en lo que se llamó neoliberalismo o Consenso de Washington: ideología pura, disfrazada de ciencia (Rafael Correa dixit) con repercusiones negativas en Latinoamérica.
Gracias a la adopción de las políticas de libre mercado, América Latina es hoy el subcontinente con índices de bienestar más bajos que países que antes tenían un menor desarrollo que la región, atribuyendo esta reducción, a la desaparición los estados nacionalistas y proteccionistas, es decir a la extinción de los Estados de bienestar que estuvieron vigentes hasta los años setentas. Reconoce el origen de la desgracia, pero Mayer-Serra no aclara adecuadamente cuáles son las verdaderas razones del quiebre de esas economías, ni encamina una crítica comprometida en su contra, pero sí omite decir que en tal desaparición tuvieron un destacado papel las políticas del libre mercado.
Estas reglas, imponían como condición previa a la contratación de nuevos empréstitos el recorte fiscal a los ricos, la reducción del gasto social, la privatización de los activos estatales, la reducción de los salarios, y un largo etcétera, esquema en el que quedaron atrapadas la mayoría de las naciones del subcontinente. Estas medidas las imponían para garantizar el pago de los préstamos, por sobre todas las necesidades locales. En el proceso de la venta de las empresas paraestatales al sector privado, permeó el remate desvergonzado, el influyentísimo, el compadrazgo, el amiguismo, las componendas y los arreglos por debajo de la mesa, dejando una estela de corrupción e impunidad.
Los teóricos del establishment – entre los que se ubica Mayer-Serra – resaltan que, a pesar del contexto de crisis económica, pobreza y desigualdad en las que se dieron las transiciones a la democracia en Latinoamérica y que aún continúan, éstas gozan de estabilidad democrática. Lo que no relatan estos modernos cortesanos del poder, es que fue justamente en los años setentas y ochentas cuando se dio la sustitución o el quiebre del modelo económico que impulsaba al Estado de bienestar, sustituyéndolo de manera paulatina, por el libre mercado o la globalización. Tampoco relatan, estos acompañantes del poder, que la esencia de este modelo económico es excesivamente rentista y extractivista, es decir, busca mediante métodos y formas, escasamente éticos, la mayor ganancia en el menor tiempo posible.
Es conocida la expresión de que en política no hay sorpresas ni coincidencias. Tampoco las hubo con la llegada del modelo económico globalizador o neoliberal. Desde que se empezó a implantar hubo muchas voces de alerta. Fueron las poderosas élites internacionales financieras y económicas las que, ávidas de mayores ganancias, quebraron al Estado de bienestar para implantar el libre mercado en su forma más agresiva. El cambio democrático, en México y en el Cono Sur fue provocado, y las fuerzas del cambio han alentado la estabilidad democrática por una razón elemental: el libre mercado necesita tranquilidad política, paz social y seguridad jurídica para hacer sus jugosos negocios. Con este fin han entrado en contubernio y complicidad con las élites políticas regionales, impulsado leyes desregulatorias y reformas estructurales favorables al nuevo modelo económico, cambios que se traducen en ganancias cada vez mayores para unos cuantos y la miseria económica para muchos.
Los teóricos de la globalización vendieron la idea de que, con el libre mercado impulsado por la globalización, todos iban a salir beneficiados. Metafóricamente dijeron que la marea levanta a todos los barcos, grandes y pequeños; la cruel realidad ha sido otra. Ahora la pobreza y la desigualdad se han incrementado sustancialmente, como en ninguna otra región del mundo. Junto a este fenómeno han aparecido los fantasmas que asechan siempre a las sociedades en extremo desiguales: violencia, impunidad, corrupción, discriminación, etc.
En razón de ello, a distinto ritmo y por diferentes vías, los países del Sur, con oscilaciones, se han venido sacudiendo el modelo económico del libre mercado. Venezuela, Ecuador, Argentina, Bolivia, Brasil, Uruguay, Honduras, Nicaragua y Chile en su momento, con consistencia han plantado cara a este modelo económico rentista. De procesos electorales democráticos han surgido gobiernos progresistas que han conducido sus economías por modelos que equilibran la distribución de la renta, en favor de los que menos tienen. Pero ese retorno al bienestar de esos pueblos latinoamericanos ha estado permanentemente en zozobra, pues las oligarquías locales, que tienen todos los medios y recursos, no descansan. Con el apoyo de la derecha radical e instituciones conservadoras de otras latitudes, asedian constantemente a los países que han sido ejemplo modesto de esfuerzos igualadores.
Las regresiones provocadas por el imperio están en Brasil, Argentina, Honduras y Ecuador. La mayor agresividad está en Venezuela en donde por largos años el propósito ha sido desacreditar al régimen a través de distintos métodos tales como el bloqueo económico, las revueltas, el desabasto, etc., para lograr cambiar el rumbo del país. La embestida más reciente de la oligarquía internacional está desarrollándose en Nicaragua, intentando generar una revolución de color, para derrocar al gobierno, como lo ha intentado hacer infructuosamente en Venezuela. Se trata de aplastar a los modelos que desafían al establishment para que los buenos ejemplos no cundan. Claro, ese propósito no se revela, pues es la agenda oculta, perversamente encubierta con el discurso de la supuesta defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos; es retórica pura.
No es creíble la narrativa de Mayer-Serra cuando escribe que “un capitalismo sin límites es incompatible con la democracia, porque genera desigualdades y exclusiones intolerables”. Si fuera honesta esta aseveración, su compromiso y su discurso estuvieran construidos con tintas sociales, además, su trayectoria de académico y de politólogo hubiera dejado huella y sería referencia para el cambio político progresista. Pero no es así; al contrario, en su libro enfatiza que la enorme brecha de desigualdad económica entre la élite y la población de los niveles más bajos de la sociedad siempre ha existido, señalando que la historia de la humanidad es la historia de la desigualdad, con lo que intenta inducir la conclusión que la actual pretensión de acercar los extremos, es sólo una quimera.
La publicación del libro fue en el contexto de las campañas electorales en los meses previos al 1º. de julio, día fijado para las elecciones federales y concurrentes de las entidades federativas. Para entonces existía ya una clara tendencia de qué opción resultaría ganadora de la elección presidencial. En función de ello se pudiera pensar que la idea de Meyer-Serra era la de advertir sutilmente que no hay razones para el festejo o para creer que la desigualdad se va a reducir. Así se entiende de su exposición.
Finalmente, hay mil formas posibles de empezar un libro. Los cánones señalan que los primeros párrafos del autor encierran el propósito implícito de atrapar al lector en la lectura. El libro aborda la desigualdad económica de las naciones latinoamericanas, no temas de feminismo, ni tampoco de los derechos políticos de las mujeres, por lo que resulta extraño que lo iniciara haciendo notar las costumbres de los hombres poderos en el Perú precolombino, referente a la cantidad de mujeres que podían poseer, según su posición social. Ese inicio refleja un tufo de misoginia que, en una de sus manifestaciones, reduce a la mujer a un objeto, que puede ser poseído y desechado cuando se antoje.
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