Ramón Salazar Burgos
Análista Político
A partir de la década que comprendió los años ochentas se empezó a desregularizar la economía, un bonito eufemismo utilizado por los defensores del modelo económico del libre mercado para nombrar al propósito gubernamental orientado a eliminar de la Constitución y de las leyes las disposiciones que le impedían a la iniciativa privada realizar negocios en sectores que eran considerados estratégicos para el país. Pero todavía más, la columna vertebral de tal proceso desregulatorio, no solo comprendió el debilitamiento del Estado en materia económica, sino que significó también la desaparición de su participación en la economía. Con el proceso desregulatorio se privatizaron, a precios de remate, las empresas paraestatales como los ferrocarriles, minas, puertos, aeropuertos, telecomunicaciones, energía, petroleo, etc. Sin el mínimo rubor con la intermediación de los representantes de los grupos de interés, las empresas del sector público pasaron, casi de la noche a la mañana, a la iniciativa privada.
El proceso de traspaso de los bienes públicos a la iniciativa privada se empezó hace treinta y seis años; se acompaño de comportamientos carentes de escrúpulos consentidos y generados por ambos lados, es decir, tanto por funcionarios como por particulares que adquirieron las empresas, intencionalmente quebradas por el Estado para rematarlas. Fue con estas enajenaciones cuando proliferaron los grupos de interés representados por lobbistas o cabilderos de distinto tipo. En México, como en todos los países que transitaron de una economía mixta a otra dominada completamente por el libre mercado, los cabilderos representaban los intereses de particulares o del libre mercado que tenían interés en la adquisición, a precios de liquidación, de las empresas paraestatales o de participación estatal.
El rol de los cabilderos no se limitó solo a “convencer” a funcionarios públicos, para adquirir empresas a precios de oferta, sino que también participaron en el convencimiento de congresistas con el propósito de que se aprobara la legislación que beneficiaba a sus patrocinadores. Para las grandes empresas siempre resultó más beneficioso, diseñar las reglas del juego a la medida de sus intereses o cambiarlas a través de la cooptación de legisladores, que jugar limpiamente para mantenerse en el liderazgo del sector que competían. En el caso del parlamento español se tiene documentado que el 97% de las iniciativas aprobadas, se discutían a puerta cerrada, como producto del impulso que recibían de los grupos de interés. Debe ser muy similar el dato para el caso mexicano, así se infiere del libro Los Dueños del Congreso de Esteban David Rodríguez. Esta es la razón fundamental de por qué nunca prosperaban las iniciativas de ley genuinamente ciudadanas.
Otro fenómeno que se incrementó exponencialmente con la entrada en vigor del modelo del libre mercado exacerbado, fue el de las puertas giratorias. Esta metáfora consiste en el perpetuo ir y venir de personajes de la iniciativa privada al gobierno o de representantes de la iniciativa privada a puestos clave en el gobierno y su posterior retorno a los Consejos de Administración de las grandes empresas, beneficiándose de información privilegiada para ser utilizada en su sector. Este fenómeno de las puertas giratorias también es estimulado por el libre mercado, porque les permite a las grandes empresas contar con inmejorables ventajas frente a otras que no están en posibilidades se competir con los mismos recursos. En el régimen que quedó atrás, era un lugar común que las grandes empresas que aún controlan importantes sectores de la economía de las que obtienen ingentes ganancias, ficharan a exfuncionarios. No importaba que tales funcionarios tuvieran o no experiencia en algún sector, bastaba con que poseyeran información privilegiada, eso les resultaba de gran utilidad para que la empresa que los fichaba realizara jugosos negocios, al estar en condiciones de influir en la toma de decisiones o en la anticipación del rumbo que tomaría un determinado sector.
En ocasiones carecían de información privilegiada, pero poseían los contactos o las relaciones necesarias en el gobierno para que se les abrieran las puertas que de otra manera permanecerían cerradas a los grupos de interés. Cuando se presentaba este fichaje, se daban al mismo tiempo ambos fenómenos: el fichado se convertía en cabildero o representante de la empresa que lo cooptaba y su regreso al gobierno, a través de la puerta abierta que siempre estaba girando, solo era cuestión de tiempo. En ese ir y venir, del gobierno a la iniciativa privada y viceversa, se repetían los ciclos de las puertas giratorias.
En algunos países existe prohibición expresa en las leyes para que Secretarios de Estado o Directores de importantes sectores de la economía no puedan, después de abandonar sus responsabilidades públicas, incorporarse a las Consejos de Administración de las grandes empresas. Como medida de compensación el Estado les otorga por cierto tiempo, una remuneración por cesantía, equivalente en algunos casos al 80% de la percepción que recibían en el gobierno, a efecto de que no puedan ser incorporados de manera inmediata a la iniciativa privada. Aún así, tanto las empresas como los exfuncionarios encuentran los mecanismos legales, pero anti-éticos para burlar la ley, fichándose en otros países en los que las empresas tienen negocios.
Las puertas giratorias están en todos lados, por supuesto, también en México hay o han estado personajes sentados en los Consejos de Administración de empresas privadas que algún momento fueron destacados funcionarios públicos durante el periodo neoliberal. Los más connotados se desempeñaron a partir del periodo en que se profundiza este modelo. Para saber quiénes son esos personajes, basta revisar los nombres de los exfuncionarios o expolíticos en las listas de las grandes empresas privadas. Simplemente googleando se pueden encontrar muchas sorpresas.
Otro problema, es la existencia de un numeroso grupo de expolíticos que habiendo estado en responsabilidades no relacionadas directamente con sectores estratégicos, detentan un patrimonio intangible acumulado por años de experiencia en el sector público, consistente en la posesión de contactos de alto nivel (pero ahora serán otros funcionarios) que les permite abrir las puertas de importantes oficinas públicas, en beneficio de las empresas privadas. Ojalá que para ellos se interrumpa el ciclo de las puertas giratorias que conocen y dominan.
Parafraseando el expresidente ecuatoriano Rafael Correa, cuando se refirió al arribo de gobiernos progresistas en América latina, a partir del nuevo milenio, México no vive hoy una época de cambios, sino un cambio de época. La esperanza para millones de mexicanos invisibles y desamparados, así como para la diezmada clase media está depositada en el nuevo gobierno, ojalá y ahora si, no se mienta, no se robe y no se engañe al pueblo de México.
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