Los muertos en las fosas no se compraron esa idea. Los vivos tampoco.
Alejandro Páez Varela
Si alguien perdiera la memoria y se informara sólo por la cuenta de Twitter de Felipe Calderón, creería que el expresidente es un humanista; un ecologista preocupado por el destino del planeta; un activista haciendo causa por los oprimidos; una víctima de un régimen donde las instituciones dejaron de funcionar por culpa del corrupto General Knutz, amigo de narcotraficantes y devorador de niños y presupuestos. (Llamé General Knutz a López Obrador en este párrafo por miedo a que también me meta a prisión) (y le puse así porque suena lo más malvado posible).
Ese buen hombre –que Dios lo proteja–, sin embargo, tiene algo de suerte, quizás, diría ese alguien que perdió la memoria. La historia está a punto de hacerle justicia, por fin: un amigo de nuestro Gandhi, Joe Biden, acaba de ganar la Presidencia de Estados Unidos. Y eso le abre, a Calderón y a su familia, que aparentemente viven en una mazmorra, la oportunidad de impulsar no sus finanzas personales o sus ambiciones políticas –¡qué va!– sino la democratización de este páramo alejado del Creador, en manos de un comunista. Este páramo que es México, por supuesto.
Pero si ese alguien tuviera acceso a Google de manera repentina y pudiera abrir un puñado de libros, quizás la imagen que Felipe dibuja de Calderón en su cuenta de Twitter se le vendría abajo. Para empezar, se enteraría que ni es amigo de Biden ni su destino está por cambiar; que no es ningún humanista, ecologista o activista, y que el General Knutz es un invento apropiado para sus propósitos: da justificación al por qué quiere retomar el poder en manos de interpósita persona. (Y llamé “interpósita persona” a Margarita Zavala Gómez del Campo, su esposa).
Ese tal alguien encontraría, quizás sin rascarle demasiado, que Felipe Calderón Hinojosa no es otra cosa que un impostor.
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Humanista, ajá. En 2007, el primer año de Calderón en el poder y echada a andar la guerra contra las drogas, las defunciones por homicidio en el país sumaron 8 mil 864, de acuerdo con el INEGI. En el año siguiente (2008) fueron 14 mil 006 y en el que cumplió su primera mitad (2009), las matanzas estaban desatadas: 19 mil 803, según esa misma base de datos. En 2010 se habían multiplicado por tres: 25 mil 757. Y en 2011 ya fueron 27 mil 213. En 2012, los homicidios bajaron de manera marginal, a 25 mil 967.
El país en manos del “humanista” había cambiado rotundamente para entonces. Cambiado para mal. Los criminales aprendieron en ese periodo que los militares, fuerza de contención, podían ser derrotados. En distintos estados, las bestias del horror habían experimentado con hornos y fosas clandestinas para eliminar cuerpos en masa. Pero desde la Presidencia se inyectaba una idea: que habría “víctimas colaterales” o víctimas civiles pero que el Estado ganaría la guerra. Miles lloraban a sus desaparecidos. Decenas de miles huían de sus tierras por la violencia y ya no sólo por la marginación. El México del “humanista” respiraba el horror y todo indica que fue un horror inducido: Genaro García Luna, el hombre fuerte de Calderón, desató el caos para encumbrar a un cártel, el de Sinaloa, sobre todos los demás.
Fue justamente a mediados del sexenio que se empezó a inyectar el término “Gobierno humanista” desde el discurso oficial. La Guardería ABC ardía el 5 de junio de 2009 en Hermosillo, Sonora; 49 niños murieron asfixiados o calcinados; 106 resultaron heridos. Cero justicia para los padres: un familiar de la Primera Dama, Margarita Zavala, estaba entre los implicados, así como funcionarios federales del primer nivel. La impunidad se impuso. Pero la administración seguía alimentando la mentira. Y así fue hasta el final. “La política social que nos empeñamos en sacar adelante en el país fue una política humanista, de justicia, a favor del hombre y de su dignidad”, dijo Calderón al despedirse, el 24 de noviembre de 2012.
Y todavía tuvo el empacho, en ese discurso, de definirse como “una persona que ha creído en la dignidad humana”:
“Desde niño aprendí que el hombre tiene una dignidad por el hecho de ser hombre, de ser mujer y que esa dignidad debería ser respetada”. Y el remate: “Y que esa dignidad implica precisamente que construyamos las condiciones de la vida social que permitan al ser humano se desarrolle dignamente, integralmente”.
Los muertos en las fosas o en los tambos ardiendo de diesel no le creyeron. Los vivos menos: ese año, su (entonces) Partido, Acción Nacional se convirtió en la tercera fuerza electoral, y él entregó el poder a un emisario de la peor clase política en cien años: Enrique Peña Nieto.
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Calderón llegó a la Presidencia de México en 2006 en medio de alegatos de fraude electoral. Durante sus seis años, una parte de la población lo consideró un impostor. Ahora intenta colocarse como el líder de una oposición fragmentada y menguada: tuitea, opina, imputa y critica de manera obsesiva. Y construye, o intenta construir una plataforma para la fase 2 de su carrera. Una plataforma pagada con recursos públicos para impulsar el lanzamiento de Zavala para la carrera presidencial de 2024. Alega que México Libre es una herramienta “ciudadana”, aunque los ciudadanos que se sumen deben asumir que nunca serán candidatos a nada que él no decida y, claro, la candidatura presidencial queda en la familia: en su esposa.
Ecologista y activista, ajá. Ni me meteré en eso porque estimo que quien me lee y me escucha tiene dos centímetros de frente y no se chupa un dedo. No me meteré en eso para no menospreciar a los demás.
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El expresidente ha sido un vivales de altos vuelos. Y un impostor con suerte. Ha utilizado el dinero público (vía los partidos o vía los gobiernos en donde ha estado) para pasarla bien toda su vida adulta; para acumular poder, y para impulsar a los miembros de su familia. Se vende a sí mismo como un demócrata, un visionario; un individuo preocupada por causas populares. Se vende como un humanista. Pero su carrera se ha basada en la impostura.
Nadie debe, sin embargo, descartar sus empeños. Nadie debería menospreciarlo porque hay quien cree en él. Menos de los que él mismo piensa, y muchos menos de los que quisiera, pero tiene seguidores, sobre todo los que fueron su base de apoyo en 2006 y los que se beneficiaron de su sexenio y se lastimaron del bolsillo cuando se fue al autoexilio. También es bueno decir que nadie debe sentirse sorprendido si se crece: la oposición en México es un páramo, un llano polvoriento. Pero es justo en los llanos polvorientos donde reverdece la malayerba.
Por fortuna ese alguien que perdió la memoria no existe. Por fortuna, si falta la memoria, ese alguien tiene acceso a Google y puede abrir un puñado de libros que hablan del falso Ganghi y de su esposa, interpósita persona. El corrupto General Knutz, amigo de narcotraficantes y devorador de niños y presupuestos es, en realidad, su opositor; y es dibujando opositores terribles que justifica su búsqueda frenética de recursos públicos para continuar su tren de vida.
Nadie lea sólo su cuenta de Twitter, sobra decirlo. Es la cuenta de un impostor. Y si se crece (y hace crecer a interpósitas personas) será porque, de plano, hemos perdido (y aquí uso una de sus recientes frases en Twitter) la capacidad de asombro. Más: pero si se crece es porque hemos abandonado, ya, toda esperanza.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx