María Guadalupe Alfaro logró salir del derrumbe al que la llevó el COVID tras 42 días en el hospital, donde vio morir a siete de sus compañeros de cuarto y alcanzó a contar los cuerpos de otras 10 personas de la habitación de al lado. No logra aún recuperarse por completo, pero se esfuerza por retomar su vida
Texto: Gabriela Minjáres / La Verdad
Fotografías: Rey R. Jauregui
Durante las siete semanas que estuvo internada en el área COVID del Hospital 6 del Seguro Social, María Guadalupe Alfaro Moreno vio morir al menos a siete compañeros en la habitación que compartían.
Desde la cama en la que convalecía también alcanzó a contar los cuerpos de 10 personas que murieron por coronavirus en las habitaciones de al lado, a los que trasladaban envueltos en bolsas grises sobre camillas que a su paso rechinaban por todo el pasillo.
El miedo se apoderó de ella a tal grado que varias veces pensó en huir del hospital o lanzarse por la ventana desde el cuarto piso. No le importaba estrellarse en la calle, simplemente no quería morir sola, comenta un tanto agitada por el esfuerzo que hace al hablar.
El peor momento, describe, era cuando llegaban las enfermeras a revisarla para ver si aún respiraba o cómo lo hacía, porque varias veces las escuchó hablar sobre alguno de sus compañeros de cuarto y decir que ya le faltaba poquito para morir.
“Así como que las veía en ocasiones que se cuchicheaban de mí y pensaba que ya me iba a morir, pero me aferré a la vida y gracias a Dios que me dio la oportunidad de salir”, agrega.
Lupe, como la llama su familia, estuvo internada el año pasado del 24 de octubre al 4 de diciembre con diagnóstico de COVID-19, posteriormente volvió en dos ocasiones por las secuelas que hasta ahora la mantienen postrada en una silla de ruedas y con oxígeno suplementario.
En el tiempo que la mujer de 51 años permaneció hospitalizada estuvo consciente, aunque asegura que en dos ocasiones el médico le dijo que era necesario intubarla por la baja saturación de oxígeno que registraba.
“Me dijo que ya no tenía respiración, que estaba amarilla, que me tenía que intubar, pero no quise, aunque no podía hablar por la falta de oxígeno le dije con la mano que no porque pensaba: si me voy a morir mejor que sea así y no por una máquina”.
Y es que, recuerda, a la primera persona que vio morir fue a una señora que se encontraba en la cama de al lado, quien falleció una semana después de que la intubaran.
Después, añade, estuvo un señor que llegó tan delicado que ni siquiera lo alcanzaron a intubar, murió a los pocos días.
Mientras que en las siguientes semanas atestiguó la muerte de otras tres mujeres que ocuparon la misma cama que se encontraba su lado.
Además, a los tres días de su internamiento se enteró de la muerte de su tía materna, también por COVID, en el Hospital 66 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Fue tal el impacto que le causó la enfermedad, la muerte de compañeros de habitación y la de su tía que en dos ocasiones la visitó una psicóloga para darle contención emocional, terapia que no pudo atender porque la falta de oxígeno le impedía hablar.
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La enfermedad por COVID de Lupe ocurrió justo cuando en Ciudad Juárez azotaba la segunda ola de contagios que llevó a las autoridades de Salud a decretar emergencia sanitaria y regresar al semáforo rojo.
A pesar de estar considerada entre las personas vulnerables por padecer hipertensión y fibromialgia (enfermedad que causa dolor y sensibilidad muscular generalizados), la mujer acudía a trabajar de manera regular a la maquiladora Automotive Lighting Marelli, donde se encarga de revisar los focos que fabrican para automóviles.
La obrera explica que a pesar de que en la planta detectaron un brote de COVID y a varias personas vulnerables las enviaron a sus casas, ella no corrió con la misma suerte y la mantuvieron en la línea de operación.
“Tengo la certeza de que me contagié en la maquila porque atrás del lugar en el que trabajo está el área donde varios compañeros habían salido positivos unos días antes y hasta fueron a sanitizar; además, por mi padecimiento, solo iba de mi casa al trabajo”, sostiene.
La última semana que trabajó fue del 12 al 16 de octubre y los primeros síntomas que presentó ocurrieron el sábado 17 por la noche.
“Me dio mucha calentura y me empecé a sentir mal, me llevaron al Seguro, pero me dijeron que mi oxigenación estaba bien y así quedó, me vine a la casa, pero el lunes volví a la clínica que me toca y no alcance cita porque había una filota, así que me llevaron con un médico particular, me mandó a hacer la prueba de los pulmones (una tomografía del tórax) y me dijo que sí tenía COVID”, narra.
Con el diagnóstico y el tratamiento prescrito, Lupe se aisló en su casa hasta que en el transcurso de una semana le bajaron los niveles de oxigenación a tal grado que la obligaron a buscar ayuda de emergencia en el IMSS.
Jorge, su hijo menor, cuenta que el sábado 24 de octubre recorrieron sin éxito varios hospitales públicos y privados, porque para entonces el sistema de salud estaba colapsado.
Finalmente, fue en el Hospital General de Zona 6 del IMSS donde después de una antesala de cinco horas la atendieron y le colocaron el oxígeno suplementario, aunque durante varias horas la mantuvieron en una silla por falta de camas.
“Nos aferramos a que la atendieran aunque nos decían que no había cupo y ella se quería regresar a la casa, pero ya estaba muy mal, no podía respirar, ahí se quedó internada hasta diciembre”, dice.
La madre de cuatro hijos, todos mayores de edad, comenta que durante el tiempo que estuvo internada siempre tuvo diarrea, fiebre y falta de oxígeno, lo que la mantenía sin fuerza y movimiento.
“Estaba muy desesperada y más porque estuve todo este tiempo sola, sin mi familia, sin nadie que me ayudara y en condiciones muy feas, tan solo el colchón de la cama tenía un tremendo hoyo en medio y en ocasiones no había ni con qué me taparan, me ponían batas encima para cubrirme del frío”, recuerda.
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A cinco meses de haber contraído el COVID y tres de haber dejado el hospital, Guadalupe Alfaro no ha logrado recuperar su salud por completo.
Por ahora se mantiene con oxígeno suplementario y en una silla de ruedas porque no ha recobrado del todo la movilidad en las piernas, presenta mareos y al hacer un esfuerzo físico su nivel de oxigenación llega hasta el 57 por ciento.
También, comenta que padece gastritis seudomembranosa y fibrosis pulmonar, esta última enfermedad diagnosticada por un neumólogo que recientemente consultó de manera particular.
Otras secuelas que presenta es la caída abundante de cabello y que no ha logrado recuperar por completo el gusto y el olfato, además de que sufre de manera constante dolor en los oídos y pérdida de audición.
“Me dijo el neumólogo que consulté que no iba a quedar al 100, que tal vez iba a necesitar el oxígeno en ratos, tal vez cuando esté dormida, cuando me agite mucho en el día, que no volveré a ser como era antes”, dice.
Por esta condición Lupe dice que siente mucho miedo salir y volver a trabajar, que le aterra contagiarse otra vez de coronavirus, por lo que solo se mantiene en la casa, donde su esposo, sus hijos y su madre la apoyan.
Sin embargo, comenta que quiere dejar de lado la pesadilla que vivió mientras estuvo hospitalizada y cada vez que sale, aunque sea a las consultas médicas, disfruta como si estuviera de paseo.
“Ahora veo la vida diferente, he aprendido a ver las cosas con más detalle y con más calma, a disfrutar todo, aunque ya quiero volver a levantarme para poder convivir con mis hermanos, con mis cuñadas”, expresa, “quiero salir y hacer mi vida normal, sé que llevará tiempo, espero que Dios me lo permita”.
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A un año del primer caso de contagio de coronavirus en el estado de Chihuahua, que se registró en Ciudad Juárez, sobrevivientes que estuvieron hospitalizados luchando por sus vida nos cuentan su historia:
SOBREVIVIENTES:
LA VIDA DESPUÉS DEL COVID-19
Son hombres y mujeres de todas las edades. Son la prueba viva de la batalla al coronavirus; son más de 38 mil 500 personas que en Chihuahua remontaron la enfermedad y están vivos.
Por Itzel Ramírez
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‘VUELVES A VER A LAS PERSONAS QUE QUIERES
Y TE DA MIEDO ABRAZARLAS’
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DE MÉDICO A PACIENTE:
SU BATALLA CON EL COVID
En 21 días, Pablo Rascón sobrevivió al coronavirus. Pasó del asilamiento en su casa a una Unidad de Cuidados Intensivos donde permaneció seis días intubado, en condición crítica. Ahora ha retomado su vida y la atención a sus pacientes. ‘La vida sigue’, dice.
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