El coronel Francisco Castro apenas había gritado “¡Apunten!”, cuando llegó un telegrama que salvó la vida del Centauro. En el documento se informaba que el presidente Francisco I. Madero había conmutado la sentencia de muerte por la prisión en Santiago Tlatelolco.
Juan de Dios Olivas / Especial para La Verdad
Por una yegua llamada ‘La Muñeca’, que sus tropas habían robado en Jiménez, Pancho Villa enfrentó el paredón de fusilamiento y lloró ante sus verdugos, el 4 de junio de 1912, para pedir clemencia.
Horas antes cuando todavía era de noche, el campamento donde dormía en esa localidad ubicada al sur del estado de Chihuahua, fue rodeado por soldados federales que tenían la orden de ametrallarlos, pero no lo hicieron al percatarse que todos dormían y no representaban un riesgo.
Villa y sus hombres en ese momento formaban parte del Ejército Federal comandado por Victoriano Huerta, al servicio del presidente Francisco I. Madero, que combatió y sofocó la rebelión de Pascual Orozco en el estado de Chihuahua.
Tras la campaña militar, Villa se había apoderado de la yegua de fina estampa, pura sangre, que el general Victoriano Huerta como su superior en ese momento, le ordenó regresar ante el reclamo de los propietarios.
Sin obedecer, se registró un altercado con un oficial federal que quería arrebatarles el ejemplar a los villistas y el Centauro le envió al general Huerta, un telegrama, el 3 de junio, en donde le comunicaba que él y sus hombres abandonarían la División del Norte federal.
Huerta consideró que la conducta de Villa era un acto de rebelión y le ordenó al coronel Guillermo Rubio Navarrete que barriera con las ametralladoras el cuartel de Villa, argumentando que había recibido informes de que éste preparaba una rebelión.
Las fuerzas de Rubio Navarrete rodearon de noche el cuartel general dispuestos a cumplir las órdenes de Huerta, pero encontraron a Villa y a sus hombres profundamente dormidos.
Rubio Navarrete consideró que no se justificaba un ataque y regresó al cuartel de Huerta para recibir nuevas indicaciones, pero el general se encontraba ya durmiendo y la orden de ametrallar quedó en suspenso.
Por la mañana, cuando Villa despertó, encontró su cuartel rodeado de fuerzas federales y se trasladó al de Huerta para enviar desde allí, un telegrama al presidente Madero, informándole que ya no quería combatir bajo el mando de la División del Norte y de Huerta.
En seguida Villa fue arrestado y, sin someterlo a un juicio, se ordenó su inmediata ejecución.
La orden le fue dada al coronel Francisco Castro, a la postre el general que personalmente retiró al Centauro la pistola, canana y un pequeño puñal que usaba en la misma funda de su arma.
Villa pidió a Castro de favor su última voluntad: esperar.
Así salieron a México telegramas del coronel Emilio y del general Raúl Madero suplicando a su hermano –el presidente– el indulto.
Horas después, cuando atardecía, el prisionero fue conducido desde el hotel Tuwns a las tapias de un corral ubicado a espaldas del lugar.
El pelotón de diez soldados y uniformes de paño azul, se alineó en doble fila y posición de firmes, mientras que Villa, vestido de caqui, saco y chaleco, cerrado el cuello de la camisa y ajustado los chacós de lona, trata de esquivar el sol.
Posteriormente se arrodilla llorando, mientras que Castro conmovido lo levanta y otro militar le ofrece un trago de sotol.
Tras volver a formarse, Castro continúa con la orden de ejecución y apenas había gritado “¡Apunten!”, llegó el telegrama que salvó la vida del Centauro.
Madero había conmutado la sentencia de muerte por la prisión en Santiago Tlatelolco.
Villa muestra su agradecimiento a Castro abrazándolo por haber alargado el trámite de su ejecución.
“Mi coronel Castro… no lo olvidaré…
Dios se lo pague… no lo olvidaré”.
El coronel Rubio Navarrete, al darse cuenta del telegrama, ordenó la suspensión de la ejecución y se llevó a Villa ante la presencia de Huerta, quien estalló en cólera y amenazó con ordenar el fusilamiento de los dos.
La rabia disminuyó cuando el coronel le explicó que no había pruebas de que Villa intentara rebelarse y aunado a la orden del presidente, Huerta a regañadientes ordenó que Villa fuera trasladado a la Ciudad de México, acusado de robo y rebelión.
Explicando su actitud ante el presidente, Huerta se justificó señalando que él no sentía ningún odio por Villa, sino al contrario, lo estimaba por ser una persona útil; sin embargo, consideraba su deber no relajar la disciplina ante ningún miembro de la División del Norte.
No obstante, ordenaría que se le aplicará la Ley Fuga en el trayecto a México, algo que finalmente no ocurrió tampoco.
Meses después Villa escaparía de prisión y se convertiría en pieza clave para derrotar al mismo Victoriano Huerta, después de la usurpación y asesinato de Madero ocurridos en febrero de 1913.
Sobre el intento de fusilamiento, el Centauro asentaría en sus memorias: “No pude continuar porque las lágrimas me rodaban de los ojos, no sé si del sentimiento de verme tratado de aquella manera sin merecerlo, o quizá de cobardía, como han gritado tanto mis enemigos cuando me han huido. Yo dejo que el mundo juzgue mis lágrimas en aquellos supremos momentos, si fue la cobardía la que las hizo brotar, o fue la desesperación de ver que me iban a matar sin que yo supiera por qué”.
El escape y el regreso a México
Ayudado por un empleado de la prisión, Villa huyó de la cárcel al extranjero y se refugió en El Paso, Texas, donde mantuvo correspondencia con Abraham González y Madero, advirtiéndole a éste de la conspiración que se fraguaba en su contra.
Al darse el golpe de Estado de Victoriano Huerta en febrero de 1913, Villa regresó a México por el Valle de Juárez, amaneció en Samalayuca, en la hacienda de El Ojo de la Casa, y posteriormente siguió hasta la hacienda de El Carmen, en Buenaventura, El Saucito, en Rubio, y a la semana se encontraba en San Andrés.
En cada pueblo, rancho o hacienda se le sumaban centenares de hombres con los que fue armando un ejército, con el cual pronto estaría atacando Chihuahua capital, donde fue rechazado.
Ahí, planeó simular ataques sobre la capital y capturó un tren que jalaba góndolas de carbón, el cual fue vaciado para transportar 2 mil tropas a Juárez.
En el trayecto, el telegrafista engañado, envió mensajes a la guarnición federal juarense que indicaban que el tren había sido atacado y necesitaba retornar a la frontera.
En cada estación de telégrafos, se enviaban reportes y se pedía autorización para avanzar.
Al anochecer, el tren ingresó a la ciudad, los soldados de Huerta se encontraban de fiesta en los bares y pocos defendían el cuartel, por lo que al descender del tren las tropas revolucionarias, no encontraron oposición y sin disparar un tiro, sometieron a los defensores de la plaza.
Las tropas huertistas intentarían recuperarla pero serían destrozadas en la batalla de Tierra Blanca, en un punto cercano a Samalayuca, donde actualmente se encuentran las antiguas garitas de la Aduana del kilómetro 30 de la carretera Panamericana.
De acuerdo con historiadores, ese combate facilitó la toma de la capital y Ojinaga, apoderándose Villa de todo el estado.
A finales de 1913, conforme al plan revolucionario promulgado por Venustiano Carranza, Villa asumió la gubernatura de Chihuahua. Tenía la responsabilidad de dirigir el territorio que sería su base de operaciones y reactivar la producción.
El 26 de septiembre de ese año, los principales comandantes militares de Durango y Chihuahua se reunieron en Jiménez y eligieron a Villa como líder.
Era el primer paso para dirigirse a Torreón, ciudad que otros jefes revolucionarios como Carranza no habían podido tomar.
La toma de Torreón, le representó a Villa beneficios importantes, dado que ahí se encontraban las fábricas de armas del Ejército federal, además de ser un importante polo económico dado el desarrollo de la industria del algodón. Sin embargo, Zacatecas elevó el prestigio del líder de la División del Norte.
Considerada como la más grande batalla del movimiento revolucionario, confirmó las notables cualidades bélicas del Centauro del Norte y de su contingente guerrero, además de propiciar el desmembramiento definitivo del ejército huertista.
Tras 17 meses en el poder, Huerta fue obligado a renunciar por los carrancistas tras tomar a sangre y fuego Torreón y Zacatecas.
De ahí partió al exilio en el mismo barco que uso Porfirio Díaz, pero tiempo después sería capturado por el ejército de Estados Unidos cuando intentaba organizar un levantamiento armado en México y recluido en Fort Bliss por violar las leyes de neutralidad de ese país. En El Paso, Texas, vería sus últimos días y fallecería víctima de cirrosis hepática.
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Fuentes: Fuego Amigo en el Ejército Porfirista, Felipe Colomo Castro; Pancho Villa, Friedrich Katz; Pancho Villa, Retrato Autobiográfico; Pancho Villa, Paco Ignacio Taibo; La División del Norte, Pedro Salmerón; www.inehrm.gob.mx; www. sedena.gob.mx.